Durante el corriente año (2023), la Sociedad Geográfica Española (SGE) publicó la cuarta edición del Atlas de los Exploradores Españoles. Según Diego de Azqueta Bernar, Vicepresidente de la SGE, en el Prólogo de dicha edición, comenta:
“Desde sus comienzos, la Sociedad Geográfica Española se propuso como objetivo la recuperación y difusión de la memoria de nuestros exploradores y viajeros; de los olvidados y también de los más célebres, en muchas ocasiones oscurecidos y despreciados por la leyenda negra que persigue a muchos de nuestros “héroes”. Durante años hemos ido rescatando del olvido, poco a poco, historias de exploración y biografías correspondientes a todas las épocas. Este libro es la culminación de este esfuerzo y de un sueño; una forma de rendirles homenaje. Es también una oportunidad para combatir ese tópico de que en nuestro mundo globalizado ya no queda nada por explorar. En este sentido, hemos querido incluir a algunos viajeros todavía vivos, representantes de todos aquellos que intentan seguir descubriendo las nuevas fronteras de nuestro planeta: los fondos submarinos, el espacio, las profundidades de la tierra, las grandes montañas o las intrincadas selvas en las que nos queda mucho por conocer”.
Recordemos que la SGE se funda en 1997, y es una asociación sin fines de lucro, declarada de Utilidad Pública por el Ministerio de Interior en 2012.
Lo interesante que me gustaría advertir de las palabras del vicepresidente de la SGE –y desde ya del título de la obra- es el lugar que se le otorga al concepto de “exploración”, tanto en su reconocimiento como en su reivindicación y fomento. Sin irnos tan lejos, uno de los objetivos de la Federación Andinistas Argentinos (FAA) es el de fomentar la exploración y el logro de nuevas conquistas por parte de los montañistas en todo el territorio nacional y el extranjero . ‘Exploración’ -según la Real Academia Española (RAE)- es la acción y efecto de explorar; y ‘explorar’ se define -según la RAE-, en primer lugar, como el “reconocer, registrar, inquirir o averiguar con diligencia una cosa o un lugar”. En este sentido, es apropiado advertir lo importante de esta noción de exploración para el montañismo de hoy, entendiendo lo que ella denota, tanto en referencia al tipo de espacio a atravesar como al comportamiento/espíritu para la práctica de la actividad montañista. Es decir, a partir de la adopción de un criterio exploratorio para nuestras actividades en montaña, ello determinará inexorablemente el tipo de terreno/geografía a transitar, como así también el espíritu de la actividad misma que ya parte condicionada desde la elección misma del criterio exploratorio para definir la salida a la montaña en sí. De esta manera, incluso, podría decirse que esta exploración aplicada puede considerarse un elemento correspondiente a cierta estética montañista, un estilo de hacer montaña.
También podemos asociar la noción de ‘exploración’ con la de ‘descubrimiento’. Es que cuando se explora, se descubre. El geógrafo español Eduardo Martínez de Pisón consideraba, en su obra La montaña y el arte (2017) que:
“Al decir ‘geografía’, me refiero al saber formalizado que contiene, al menos, una descripción textual y una cartografía del territorio, mejor ambas cosas, pero me conformo con una de las dos. Al decir ‘descubrimiento geográfico’ me ciño a este aspecto del término descubrimiento”.
Es decir, cuando se formaliza un saber sobre un territorio –sea en descripción textual o en cartografía-, podríamos considerar eso como un acto de descubrimiento de ese espacio. Por ello, para ejemplificar el entrecruzamiento de estas nociones sobre exploración y descubrimiento, nos referiremos a dos exploradores españoles que, durante los siglos XVI y XVII, alcanzaron la cordillera del Himalaya. Antonio de Montserrat lograría elaborar el primer mapa conocido del Himalaya. Por otro lado, Antonio de Andrade se convertiría en el primer europeo en transitar el Tíbet.
A continuación, recorreremos algunas palabras que el Atlas de los Exploradores Españoles (2023) expresa sobre estos personajes de gran trascendencia para los amantes de la exploración y la orografía.
Antonio de Montserrat nació en Vic (Barcelona) en el año 1536 y fallece en la Isla de Salsete (India), en el año 1600.
Según la SGE, Antonio de Montserrat “elaboró el primer mapa conocido del Himalaya”. Asimismo, “sus pies alcanzaron el Tíbet inexplorado, atravesó Afganistán a lomo de un elefante, cruzó Yemen, sufrió cautiverio, esclavitud y fue destinado a galeras , además de ser uno de los primeros europeos en probar el café”.
Por lo que se nos presenta en el Atlas, el siguiente extracto es muy explícito respecto de este periplo:
“Las aspiraciones misioneras del jesuita catalán Antonio de Montserrat se hicieron realidad cuando en 1574 fue elegido para viajar a Goa, hoy un estado de la India. Tenía por entonces 32 años y llevaba dieciocho en la Compañía de Jesús en Portugal, donde fue ordenado sacerdote. Al poco tiempo de su estadía en aquella tierra lejana, recibió el encargo de su vida: el gran mogol de la India, Akbar el Grande, solicitaba la presencia de religiosos en la corte de Fatehpur Sîkri para ser instruido en el cristianismo. Las autoridades jesuíticas, falsamente convencidas de que la intención del mandatario era convertirse al cristianismo, organizaron muy pronto una embajada en la que participarían tres padres de la Compañía: el napolitano Rodolfo Acquaviva, que moriría años después en la isla de Salsete, frente a las costas de Goa,a manos de hindúes; Francisco Henríquez, un persa converso que haría de intérprete; y el jefe de la misión, Antonio de Montserrat. El trío, acompañado por un embajador y un intérprete de Akbar, se embarcó finalmente en el puerto de Daman el 13 de diciembre de 1579 para desplazarse hasta territorio mogol, concretamente a Surat, desde donde se internó en las regiones ignotas del centro del país. Acquaviva y Henríquez llegaron a Fatehpur Sîkri (hoy unas conocidas ruinas 35 kilómetros al suroeste de Agra) el 27 de febrero de 1580 y Montserrat lo hizo una semana más tarde debido a problemas de salud. Permanecieron allí durante un año, en el transcurso del cual Montserrat visitó Agra, en el Indostán, bajo dominio islámico. Las actividades de los religiosos en la corte se vieron interrumpidas cuando akbar, de cuyo hijo Murad era ya tutor de Montserrat, pidió al jesuita que lo acompañara en su campaña militar en Afganistán. El misionero catalán cruzó, a lomos de elefante, los cinco ríos del Punyab y el Indo para llegar a territorio afgano, a Jalalabad. La campaña se extendió durante un año, el de 1581, y gracias a ella Montserrat, además de Afganistán, conoció los territorios de Pakistán, llegó a Delhi, alcanzó la falda sur del Himalaya y contactó con poblaciones del Tíbet o Cachemira. Más de cuarenta años después de aquel viaje su recomendación de enviar misioneros al otro lado del Himalaya culminaría con el viaje de otro jesuita, el portugués Antonio de Andrade, que llegó al Tíbet occidental. Pero su labor no se limitó a la doctrina. Montserrat es el autor de una pequeña joya de la cartografía, el primer mapa conocido del Himalaya, y además redactó en lengua portuguesa la Relaçam do Equebar, rei dos mogores , traducida luego al latín, escrita en parte a su regreso a Goa. Ningún mapa superaría la exactitud del elaborado por Montserrat hasta el siglo XIX. Las coordenadas son de una minuciosidad fuera de lo normal para su época, tomando como referencia el ecuador, y además incluyen no solo el Himalaya, sino otras cadenas montañosas al norte, como el Karakorum, Hindu Kush, Pamir o los Montes Sulaimán, junto a vastas regiones de la India, Afganistán y Pakistán”.
Pero, si hablamos del Tíbet, tenemos que referirnos a Antonio de Andrade, quien nace en Oleiros del Priorato de Crato (Portugal) en el año 1580 y fallece en Goa (India), en el 1634.
Según el Atlas mencionado anteriormente, el siguiente extracto nos permite conocer un poco más sobre esta singladura a tierras tibetanas:
“Entre las grandes felicidades y victorias del notable año 1625, puede España con razón contar y cantar la alegre nueva del nuevo descubrimiento del Gran Catayo y reinos del Tíbet, cosa tantos años que los portugueses deseaban, y con tantos trabajos y peligros de los predicadores evangélicos en vano hasta ahora intentada”. Así daba comienzo la primera de las tres cartas que el jesuita Antonio de Andrade escribió en las que recogía sus descubrimientos en el Gran Catayo (parte de China) y los reinos tibetanos, en la cordillera del Himalaya. Una aventura fascinante que se inició cuando, tras solicitar los permisos pertinentes a los superiores de la Compañía de Jesús en Coimbra, pasó a Oriente, concretamente a Goa (actual estado de la India con capital en Panaki), adonde llegó en 1600. Durante veinte años, el sacerdote se dedicó a su labor evangelizadora hasta que obtuvo una autorización para viajar a los reinos del Tíbet y el Gran Catayo, donde, según noticias no contrastadas (y que resultaron no ser ciertas), quedaban dispersos algunos vestigios de cristianismo primitivo. El misionero partió de Agra a Delhi, y de allí hacia el Indostán. Él y su hermano Manuel Márquez siguieron a los peregrinos que acudían al templo de Badre, a cuarenta días de marcha desde la India, y allí tomaron el cauce del Ganges hasta Siranagar, residencia del rajá, donde Andrade fue tomado por rey y explicó que marchaba hacia el Tíbet en busca de otro hermano por allí perdido. Varios meses de penosa travesía entre las montañas más altas de la Tierra lo llevaron a Caparanga, capital tibetana, en donde fue recibido muy cordialmente por sus habitantes y gobernantes. Eran los primeros europeos que alcanzaban el Tíbet. “Traen todos grandes relicarios de plata, oro y cobre; y lo que dentro anda por reliquia son ciertos papeles, escritos con palabras santas de sus libros, que les dan sus lamas”. (…) En 1625 (…) volvió al camino y repitió la aventura, volviéndose a encontrar con sus huéspedes: “El rey del Gran Tíbet supo de nuestra venida, alegrose mucho y envionos a recibir con sus criados algunos días de camino”. Y una vez más, en 1627, emprendió otro viaje como los anteriores”.
En las publicadas cartas de Andrade desde el Tíbet, pueden advertirse los detalles de estos viajes trascendentales.
Como bien mencionamos anteriormente, los casos de Montserrat y de Andrade son sólo dos ejemplos de exploradores a cadenas montañosas durante los siglos previos a la Ilustración. Recordemos que en tal período existe una vuelta a la naturaleza y, con más énfasis que antaño, a la montaña. Pero para nuestro caso, los datos sobre estos exploradores españoles nos pueden resultar interesantes no sólo por el carácter de la exploración misma sino por su referencia al terreno himalayista –interesante para toda persona amante de la orografía, como bien advertimos. Sin embargo, también nos posibilita pensar, en esta ocasión, sobre la cuestión misma de la exploración en nuestros días.
Y es en este sentido que podemos sostener que la exploración nos permite adentrarnos por diversos territorios que nos permitirán reconocer, indagar y registrar espacios que están allí esperándonos para que realicemos experiencias con la naturaleza y la montaña en forma más genuina, garantizando el aislamiento y la novedad, mientras se evita la multitud y lo saturado.
La pregunta constante en nuestros tiempos es si aún hay espacios por explorar, y si ello se contrapone a la seguridad (física y jurídica). Por otro lado, se dice que la exploración hace referencia a una época pasada y que hoy la actividad la determina la promoción de cumbres garantizadas y la superación de records. Sin embargo, la estética montañista es algo latente desde siglos: todos viven su actividad según el estilo que desean practicar para completar su experiencia montañista de una manera plena y lograda. Para que la exploración adquiera desarrollo, es preciso la libertad de acceso a las montañas y, como en toda actividad, la gestión de riesgo correspondiente. La exploración continúa siendo hoy un modo interesante de experimentar el montañismo, permitiendo aún vivenciar lo que otros, en tiempos lejanos, lograron alcanzar al recorrer por vez primera territorios hoy poblados. Y si hoy en día la exploración no es el criterio más general cuando se planifican actividades en la montaña, no por ello debe descartarse tal opción sino, más bien, acompañar propuestas que permitan incorporar tal modo de acercarse al territorio montañero. Es por ello que tanto la SGE, como la FAA, entre otras instituciones, se permiten difundir, homenajear y fomentar actividades exploratorias.
Mail: info@culturademontania.org.ar
WhatsApp: +54 11 3060-2226
Instagram: @ccam_arg
www.facebook.com/ccamontania
Contáctate y comenzá
la aventura de integrarte
a la red cultural