Nació en la Cuarta Sección, de la ciudad de Mendoza, el 19 de julio de 1924. Conocido por sus compañeros de cordada y amigos por el mote de Gallego.
Hijo de padres españoles, su madre, Antonia Rodríguez y don Fernando Grajales, de cuyo matrimonio nacieron dos hijos varones, siendo Fernando, el mayor.
Su infancia fue humilde, a los ocho años solía vender el pan que elaboraba su madre, cocinado en un horno de barro que su padre había construido y que caldeaba todos los días levantándose a las cuatro de la mañana, para que pudiera salir en hora, y ser degustado por los vecinos mendocinos.
Hizo la escolaridad primaria hasta cuarto grado en el horario de la tarde, disponiendo de la mañana, para trabajar en una verdulería que le aportaba además, algunas frutas y verduras para el hogar de su familia, finalizando los últimos años de este nivel educativo, en un colegio nocturno; podemos advertir de esto, dos cosas, cuán difícil fue su niñez de una dura y difícil situación especialmente económica y por otro lado, y más importante, fue el orgullo y la alegría, con que lo manifestaba con dignidad, cómo lograba el pan de cada día, como lo dice la Biblia, ganaras el pan nuestro de cada día, siendo esta una escuela de carácter para su futura vida que lo llevó a enfrentar los problemas cotidianos de no solo la situación de su familia, sino también de los pormenores que este país ha dado a la gente en particular, y al pueblo en general, para salir adelante y despegar hacia una vida más holgada.
Sus primeros pasos en la actividad de montaña se desarrolló en la precordillera próximo a su ciudad natal, de ello, nos manifestaba, el propio Gallego: La precordillera fue mi escuela, mi dura escuela, y fue tan importante para mí que quedaron grabados a fuego y para siempre mis primeros pasos en este ambiente, y el que me motivó para futuras empresas andinísticas y empresariales, que logré para el futuro de mí vida; esos momentos están fijados en mi retina de tal manera que, cuando a veces me alejo de la montaña, no recuerdo tanto la gran cordillera o el Himalaya, sino aquella sencilla montaña, humilde en cuanto a alturas, que esculpió mis primeros pasos y me dio las herramientas, de forjar cada día el sustento.
Cómo voy a olvidar esos lugares con olor a jarilla, tomillo, ajenjo, mezclado con el olor a guano de cabra de los puestos en donde tan bien he sido recibido y atendido por esa gente humilde que custodiaba, vigilaba y hacia su vida diaria en esas tierras…
Comenzó su amor por la montaña, como un amor inesperado, pero enfermizo, cuando mirando desde el patio del colegio de la escuela, especialmente, en los recreos de cada hora de estudio y observaba a lo lejos el misterio oculto que despertaban esas alturas de esas montañas poco pobladas de bosque y árboles, más bien de pocos arbustos, de una vegetación de clima desértico, es decir, la montaña pelada y dura de este sector de la Patria; ese despertar del conocer, más allá del horizonte cortado hacia el Oeste por las siluetas de las sencillas montañas de la precordillera que circundan la ciudad hacia el Poniente; claro está que en aquella época no existían edificios altos, lo cual su vista se alejaba, se prolongaba a lo profundo, hasta el corte del horizonte que eran esas pequeñas montañas, que lo invitaban a visitarlas, que lo incitaban a llegar y descubrir los secretos que escondía en el más allá.
A los doce años, realizó las primeras incursiones en las montañas cercanas y tentadoras que había admirado; las fue subiendo casi a todas, algunas muchas veces, un ejercicio que no solo iba acostumbrándolo a los esfuerzos de largo aliento, sino que lo hacía soñar en sus proyectos futuros, a despejar su mente y soñar y soñar… con tantas cosas lindas para el futuro mediato, así se iba formando un tesonero e idealista caminante, un perseverante en su andar.
En sus salidas de los fines de semana, la mayoría de las veces las incursionaba solo, caminando desde su casa, con la compañía inseparable de una modesta mochila, que incluía siempre entre otras cosas, un par de alpargatas de repuesto y dos pares de medias de lanas que se las había tejido con gran cariño, tesón y amor su laboriosa madre, eso le permitió valorar más ese tesoro que cuando hacía frío abrigaba su modesto calzado, todo esto iba haciendo valorar las pequeñas cosas de la vida y el destacado esfuerzo de sus padres en el trabajo diario, para llevar adelante la dura vida de aquellos tiempos.
Siendo todavía un adolescente, integró un pequeño club llamado Andinistas Argentinos.
Nos decía respecto a su educación empírica: Cuando entré a la adolescencia, me gustaba leer y entender a filósofos Orientales y, además, mi maestro argentino en la lectura fueron los libros de José Ingenieros, siendo mi libro favorito, El Hombre Mediocre, del cual aprendí mucho: ¡cuánta sabiduría llevaban esas páginas que me forjó mi pensamiento de lo que debía ser una comunidad, en lo social y en el comportamiento ético que deben tener los hombres!
A los dieciocho años, tuve que seguir buscando el sustento diario y me dedique a sembrar papas en una finca en Tupungato; posteriormente, me marche a San Luis, a la Carolina, donde compre un terreno próximo al cauce del río, y en compañía de un burro que había adquirido, nos íbamos diariamente hacia las nacientes del mismo, todas las mañanas, para intentar un mejor lugar e intentar extraer oro, el cual, y con lo poco que saqué solo me dio para pagar los gastos y las provisiones que el almacenero próximo al lugar me entregaba diariamente; ilusionado y con el deseo de encontrar algo redituable, que permitiera salir adelante, soñando siempre de salir de mi situación económica precaria.
Ante tan poco expectativa que me daba este trabajo, de regreso a la provincia, me ofrecieron un puesto de acomodador en un cine, trabajo que me duró una tarde; prefería hacer un trabajo más duro, pero más acorde con mi carácter y mi forma de ser, no el servilismo que me provocaba atender gentes con poca cultura y educación, y que no entendían de la amabilidad del servicio, y que, con una gran arrogancia, pretendían que por la sola entrada que había adquirido tener quizás más derechos que un jeque árabe.
Recordaba, además, quienes fueron sus primeros guías o maestros en sus primeros pasos de este deporte: Escuchábamos con mucha atención, casi absortos a los mayores, que habían sido los que abrieron las sendas del montañismo en nuestro medio, fueron nuestros guías y maestros. Entre ellos, el doctor Luis Leal, Juan Semper, Domingo López, Miguel Gossler, este último, compañero de cordada de Hans Stepanek, primera víctima del cerro Aconcagua, en el año 1926, y otros tantos andinistas de aquella época del andinismo exploratorio y romántico para los argentinos, donde las carencias de medios nunca faltaban.
Además, éramos muy amigos de la lectura, cuanto libro que cayera en nuestras manos y tuviera relación con la montaña nos lo pasábamos de uno a otros e íbamos descubriendo los secretos de este basto deporte y pensando en un futuro mediato para acariciar alguna cumbre, disfrutar de la belleza de la naturaleza, del silbido del viento entre las rocas, imaginando en cada salida la próxima y respetando las consideraciones y precauciones que nos alertaban de los peligros.
Y después, nuestra gran escuela fueron los cerros próximos a nuestra ciudad, que, con alturas modestas, nos fueron forjando, formando y modelando nuestra actividad y enriqueciendo nuestra experiencia.
Como el propio Fernando nos relataba, las primeras ascensiones fueron realizadas en la zona de la precordillera, lugar que visitaba durante los fines de semana, y luego, en la escuela que pasa todo aquel que se inicia, como paso obligado para empeños mayores, la región del Cordón del Plata, empezando por el San Bernardo, su primer cuatro mil, siendo la puerta de entrada y un paso obligado de todo aquel principiante que intenta iniciarse en la alta montaña, en ese gran escenario que es obligatorio para los futuros montañistas, aún hoy sigue siendo un paso obligado para los que se inician.
En el año 1945, junto a Pablo Giannaccari, realizó la primera entrada al Cordón de la Jaula, bautizando el primer cerro virgen que ascendieron con el nombre de San Antonio, de 5.500 metros SNM., en homenaje a tres viejos andinistas conocidos de ellos, que tenían ese nombre y que les habían propuesto este desafío, pero esta primera experiencia importante en la montaña, les costos algunos sacrificios, dado que por sus falta de experiencia realizaron mal los cálculos de los víveres y estuvieron haciendo estirar los víveres como chicle, por cinco días más de lo contabilizado inicialmente, todo fue un gran esfuerzo y un conocimiento empírico duro, que se hizo en el terreno.
Expedición argentina al Dhaulagiri 1954. Foto: Colección Roberto Busquets
Al día siguiente de esta salida y de su llegada a la ciudad, le comunicaron su incorporación al servicio militar obligatorio, actividad esta que no le resultó fácil, dado a su personalidad un poco retobada a las jerarquías y a recibir órdenes, lo que lo llevo estar durante casi nueve meses sin salir de franco, por las sanciones que se le imponía por sus repuestas diarias inoportunas para el lugar en donde estaba que la disciplina se maneja por la jerarquía y especialmente, por los porqué, de cada cosas, que requería que se le dieran.
Pasada esta obligación ciudadana, siguió matizando el trabajo con sus salidas a la montaña, era una forma de probar su físico a las fatigas y de quizás de alejarse del quehacer diario y rutinario de la dura vida.
En el año 1951, se preparó para intentar el Coloso de América, un gran desafío y una gran oportunidad que había manifestado con anterioridad: Lo voy a subir, cuando pueda hacer lo que quiera con él y cuando esté seguro de mi preparación para afrontarlo; sabía del gran esfuerzo que involucraba y quería estar seguro de sus pasos.
En el periodo estival de 1952, una cordada conformada por él, Bernardo Razquín y el matrimonio López Barbosa, llegaron hasta el refugio Plantamura, a los 5.850 metros de altitud, en las estribaciones del Aconcagua, por la ruta normal; y por razones de salud, quizás, porque no se habían adaptado todavía o no se sentían en buenas condiciones, regresó el matrimonio acompañados por el meteorólogo mendocino don Bernardo Razquín; al día siguiente, Fernando, salió solo hacia la cumbre del Coloso, ascendiéndolo por la vía normal, y luego de coronarla, regresó a Plaza de Mulas, en donde se volvieron a integrar toda la cordada y a festejar el triunfo del Gallego.
En este lugar, fue en esa oportunidad que conoció al matrimonio suizo Marmillod; además del intercambio propio en esa oportunidad de saludos y datos, el matrimonio valoró el arrojo de lo que el Gallego, acababa de realizar, su ascensión en solitario.
Se continuó esta amistad mediante el intercambio de correspondencia y junto a Francisco Paco Ibáñez, que se conocían desde hacía un tiempo, conformaron la cordada que al año siguiente coronaron el Aconcagua por una vía nueva, es decir por el filo Sudoeste.
Haciendo un poco de historia de esta ascensión, como parte de su entrenamiento para la expedición del Himalaya, Grajales e Ibáñez, hicieron un reconocimiento de la vertiente Sudeste del Aconcagua. Tropezaron con muchos problemas al intentar subir por la vertiente Sudoeste y se dieron por vencidos, decidiendo unirse a sus amigos Marmillod al año siguiente.
La escalada comenzó desde el Valle Horcones a mediados de enero en 1953. Hacía muy poco que Ibáñez, había subido hasta la cima del Aconcagua, su quinta subida, mientras que los Marmillod, habían hecho su primer ascenso al Cerro Mirador, de 5.509 metros y desde allí con una panorámica cercana y observando las posibilidades, pensaron en la posible ruta a seguir en el ascenso.
Grajales, los estaba esperando en Plaza de Mulas. Con tres mulas y un arriero, los escaladores atravesaron la ladera Oeste hasta el campamento de altura, a los 5.500 metros, el punto más alto, accesible para las mulas, pero con gran dificultad.
Había estado un día entero preparando la ruta, sacándole la nieve con la piqueta, y una de las mulas, sufrió una caída de cinco metros, por suerte sin ningún tipo de daño, tanto para ella como para el equipaje. Luego de un día de reconocimientos, la subida comenzó el 20 de enero de 1953, cada escalador cargando 15 kilos en su espalda. Confiando sus vidas en un equipo liviano, una bolsa de dormir cada uno, colchones de aire, y una carpa Zdarsky y comida para unos días.
Entre los 6.000 y 6.600 metros, el filo Sudoeste, era difícil su acceso por las características de las rocas, que eran de un conglomerado, poco confiable.
La clave de la ruta, era un gran paso alto, que bajaba por la cara Sudoeste. Los cuatro avanzaron entre dos y tres kilómetros. Escalaron desde el campamento de altura hasta la primera torre y luego descendieron 200 metros, donde colocaron un vivac, debajo de una roca sobresaliente que les hacía de techo.
La mayor parte del día siguiente fue utilizado en el pasaje del canalón o couloir. Luego de varios cientos de metros se estrechó más y dio paso a una rampa de nieve donde los escaladores se debieron colocar los grampones y escalaron encordado, por primera vez.
Un rato después, que habían pasado la parte más estrecha, un gran bloque se desprendió de la ladera, la única roca caída durante el ascenso, gracias a la atención que llevaban, no produjo ningún contratiempo.
El canalón o couloir, se ensanchó en la pendiente empinada, y a 6.400 metros, emplazaron el segundo vivac. Durante la noche, el tiempo se deterioró, escribió Frédy Marmillod, las nubes descendieron en nuestra montaña y comenzó a nevar torrencialmente, acompañado de un fuerte viento. Poco a poco, la nieve comenzó a entrar en nuestras bolsas camas de dormir, empapando todo. En la mañana, tuvimos que extraer trabajosamente la nieve de todos lados. Nuestro estado de ánimo era malo, y dado el mal tiempo que seguía, ni si quiera pensamos en subir más alto.
Teníamos comida y combustible para dos días. Afortunadamente, el tiempo mejoró por la tarde. El sol del Poniente, aumentó nuestras esperanzas antes que llegaran las horas de la noche. El 23 de enero, el ruido amigable del horno de alcohol, había estado sonando desde las 02,00 de la mañana. Rellenamos nuestros bolsos y a las 07,30 horas, comenzamos la última etapa. Las dos primeras horas fueron las peores. Habíamos escalado sólo un poco cuando el viento nos atacó violentamente.
Siguiendo una segunda ruta en la vertiente Oeste, llegamos al verdadero Filo Sudoeste, a los 6.700 metros. El cielo estaba sin nubes y la vista se extendía a lo lejos en cualquier dirección sin límites, como si estuviéramos mirando para abajo desde un avión.
Paramos para masajear los pies de nuestros compañeros, y al rato, continuamos. Habíamos pensado que la cima estaría llena de nieve, pero nos encontramos con una extensa cima dónde la nieve se alternaba con rocas sobresalientes. Poco a poco, el viento se calmaba.
Este fue el día más lindo de las tres semanas en la Cordillera. Ascendimos con una paz enorme, disfrutando inmensamente nuestra ascensión. Del Mercedario al Tupungato, la gloriosa serie de picos y glaciares de la Cordillera Central se dispersaban a lo largo de doscientos kilómetros. Mientras bajábamos, ya estábamos planeando las rutas en la Cara Sur.
A las 17,00 de la tarde, nos dimos el tradicional abrazo en la cima Sur del Aconcagua, de 6.930 metros.
Allí, bien enterrada, encontramos la piqueta que habían dejado seis años atrás, Thomas Kopp y Lothar Herold, los primeros en realizar esa cima, subiendo por la ruta Norte. Cambié las piquetas, sin saber que unos pocos días después la mía sería bajada por una expedición japonesa y se la ofrecerían solemnemente al presidente Perón.
¡Esas son las pequeñas bromas del destino en la cima del Aconcagua! La camino o ruta, por la que continuamos, era estrecha y requería cruzarla con cuidado, más que nada porque estaba cubierta de nieve. Luego de 200 o 300 metros, el camino se puso más fácil y finalmente guardamos los grampones y enrollamos la cuerda.
Luego, pasamos el cadáver del guanaco. Ibáñez, le cortó una pezuña como souvenir. La cima Norte, parecía saludarnos como un amigo desde el otro lado de la calle. Nos hubiera gustado contestarle y subirla, pero no había mucho tiempo, y pasar otra noche con frío, no era parte de nuestro plan. A las 21,00 horas en punto, entramos en el pequeño refugio presidente, General Juan Domingo Perón, luego, cambiado su nombre, en el año 1955, por el de Independencia.
Rápidamente, Grajales limpió la nieve que había entrado por la puerta y nos instalamos. Al otro día descendimos hasta Plaza de Mulas, previo a dos largo descansos, uno en el Plantamura y luego, en el primer hilo de agua que encontramos en el descenso.
¡Qué linda música que hace el agua cuando corre! Nuestras sedientas gargantas dieron grandes tragos, y luego nos quedamos un largo rato, mientras el sol acariciaba nuestra piel... después de pasar varios días en un mundo helado, da la sensación de una intensidad excepcional.
La memoria de nuestra hermosa aventura se nos arraigó, lista para brillar en los tiempos más oscuros. En la ruta del filo Suroeste, la cual tuvimos la satisfacción de abrir, se pueden encontrar solo dificultades técnicas.
La ruta es, sin embargo, mucho más interesante, más alpinística, que la habitual ruta Norte. Pasamos siete días en la montaña, incluyendo uno para investigar la ruta y otro, por mal tiempo. Indudablemente, un equipo bien preparado puede hacer la travesía en cuatro o cinco días, con condiciones favorables.
El 23 de enero de 1953, se realizó esta primera ascensión por la vertiente Sudoeste, conformaron la cordada, el matrimonio Dorly y Federico Marmillod, Fernando y el entonces, teniente Francisco Paco Gerónimo Ibáñez, éstos últimos, ambos argentinos; con esta conquista se concretó también, la primera ascensión a la cima Sur, realizada por una mujer.
Lothar Herold, andinista alemán que, junto a Tomás Kopp, realizaron la primera ascensión a la cima Sur del Aconcagua, nos relataba: Nuestro piolet se mantuvo incrustado entre las piedras, en el segundo punto más alto de América durante 6 años. En marzo de 1953, regresando de una expedición en la Patagonia, me tope en Bariloche con el andinista y oficial de Tropas de Montaña, Francisco Paco Ibáñez, al cual conocía muy bien, quien me saludo radiante con estas palabras: ¡Le tengo una noticia bomba! ¡Estuvimos en la Cumbre Sur! Lo felicité, pero luego siguió mi pregunta: ¿Encontraron la piqueta? Desde 50 metros por debajo de la cima la vimos contra el cielo, dado que se recortaba en el firmamento, contestó Paco. Después le pregunté por el esqueleto del guanaco, que se encontraba en el filo que une ambas cumbres. Me respondió: Le sacamos una patita. Ellos cruzaron los despeñaderos al Oeste del Aconcagua sobre el valle de Horcones superior, llegando a la Cumbre Sur, subiendo por la cresta que cae hacia el Suroeste, ¡una gran hazaña andina por una nueva ruta!
El matrimonio Marmillod se quedó con el piolet y lo guardó por muchos años. Luego me lo entregó el doctor Marmillod con estas palabras: ¡Es para Ud! La tablita de madera llevada desde Misiones con inscripciones de nuestros nombres, que habíamos depositado en la Cumbre Sur, se la llevó Paco Ibáñez.
Años más tarde, encontró la muerte durante una expedición argentina al Himalaya, en el Monte Dhaulagiri. En cierto modo se había sacrificado por sus camaradas. Durante su sepelio oficial, en Buenos Aires, en presencia del presidente Perón, ayudé a sacar su féretro desde el avión, junto a 3 oficiales y 2 andinistas.
Años después, cuando el Club Andino Bariloche, CAB, festejaba en Buenos Aires un aniversario, me tocó pronunciar un discurso oficial sobre mi última expedición en la Patagonia, a continuación, la viuda de Ibáñez, me devolvió solemnemente ante la congregación, la tablita misionera que habíamos dejado en la cima y me dijo: ¡Es toda suya! yo se lo entregué luego a mi amigo y compañero de montaña, Thomas Kopp.
El histórico Piolet de la Cumbre Sur del Aconcagua todavía adorna la pared de mi habitación en Münster/Westfalen, Alemania.
Tiempo después en un reportaje decía Fernando, referente a esta ascensión: Había un proyecto de Ibáñez y los Marmillod, de hacer una ruta nueva en el Aconcagua; Federico iría con su esposa e Ibáñez y yo, con un grupo de gente para realizar los reconocimientos y en nuestro caso, con el fin de preparar una selección de escaladores para ir al Himalaya.
Paco y yo, estudiamos la posibilidad del filo Sudoeste, mientras que los Marmillod lo hicieron cerca el filo Sudoeste. Cuando terminamos el trabajo nos reunimos en Plaza de Mulas e intercambiamos las experiencias; por supuesto tuvimos un largo diálogo y decidimos intentar por la ruta estudiada por los Marmillod. A veces son extraños los vericuetos de la historia.
Los distintos avatares de la vida y tratando de bautizar las distintas rutas de acceso al cerro, llevaron a que algunos andinistas y escritores de montaña, la designaran con mi nombre, sin querer y sin llegar a forzarlo por mi parte, pero creo que lamentablemente, era el único vivo, Paco, había fallecido en el Himalaya en el año 1954 y los Marmillod, en la década de los setenta en los Alpes, el único vivo y que mucha gente encontraba previo de ingresar al Parque Aconcagua era yo, quizás que por ello, lo asociaban y lo mencionaban así, de todas formas, la vía o ruta pertenece a los cuatro, los Marmillod, Ibáñez y Grajales, de lo cual me he sentido orgulloso de compartirlo.
No se volvió a escalar el filo Suroeste, hasta el año 1979. Fernando Grajales explicó por qué: Creo que es porque el acceso a la ruta es complejo. Una vez arriba, no es difícil. Pero el filo Suroeste requiere mucho estudio porque en la parte más baja hay muchos couloirs y barrancas y es necesario elegir la correcta.
En los primeros días de abril de 1953, ingresaron a las proximidades del cerro Nieveros o Limón, una cordada al Sur del cerro El Plata entre las quebradas de Casas y Guevara, y por esta última quebrada paralela por el Sur con la de las Casas, arroyo Negro-glaciar del Plata Sureste, desde la Estancia Palma, ubicada al poniente del valle de Las Aguaditas, Tupungato.
Instalaron el campamento al pie del glaciar Sureste de la montaña; cabe recordar que, hasta fines del siglo XIX, se extraía el hielo natural de este glaciar que luego, era bajado a la ciudad y consumido en la misma por los clientes del cálido verano mendocino; a partir de allí y trepando sobre el ventisquero lograron hollar por primera vez la cima del cerro, el 7 de abril del mencionado año, la cordada estaba compuesta por Francisco Paco Gerónimo Ibáñez, Beatriz de Ibáñez, Salvador Sánchez y nuestro biografiado, Fernando.
En el año 1953, durante el periodo estival europeo, julio-agosto, al cual corresponde el periodo invernal austral, una expedición italiana partió para el Aconcagua para realizar un intento en la estación más fría del hemisferio Sur.
Inicialmente, estaba compuesta por Piero Ghiglione de Turín, Ettore Giraudo, también de Turín, Guido Mezzatesta de Roma, Michele Pala de Macugnaga y Giorgio Brigatti de Milán; la expedición, que era demasiado numerosa y, por tanto, impracticable, por tal motivo, se excluyen a los dos últimos.
Pala, Mezzatesta y Giraudo, con un programa preciso fueron directo a probar una invernal en el Aconcagua; cuando arriban a la zona del Coloso, se enteraron que había otra expedición presto para realizar también un intento; la misma bajo la conducción del entonces mayor Emiliano Huerta, estaba en los preparativos para su intento.
Los italianos no bien arribaron, se desplazaron hacia Plaza de Mulas, presurosos en ser los primeros, y luego de un intento que llegaron hasta los 6.200 metros, y tras un duro castigo por el mal tiempo, nevadas y ráfagas de un fuerte viento, los hizo desistir de su objetivo, para alegría de la cordada argentina que se aprestaba a incursionar hacia las huestes del cerro.
Replegados, se trasladaron hacia otro escenario más al Norte e intentaron una ascensión, por la ruta normal al cerro Mercedario, en la provincia de San Juan, la cordada se formó junto a dos argentinos, el teniente Gerónimo Paco Ibáñez, Fernando Grajales, los italianos Héctor Giraudo, Michele Pala y Guido Mezzatesta, que al poco tiempo de su arribo en las estribaciones del cerro, un gran temporal de nieve que se extendió nuevamente en gran parte de la Cordillera Central de los Andes, los mantuvo en sus estribaciones.
Varios días de temporal los detuvo y solo pudieron alcanzar los 5.000 metros de altitud, los días pasaban y los alimentos se consumían, quedándose sin los necesarios alimentos, haciéndolos estirar en espera que amainara el bruto temporal que los azotaba y que duró varios días, más de los normales, es por ello que, realizaron en medio del temporal una retirada difícil y fatigosa por la nieve acumulada; fue tan grave que, entre los dos argentinos, el Gallego y Paco, según nos comentó en su momento Fernando, llegaron a despedirse, pensando que no saldrían vivos.
Con el propósito de seguir probando algunos equipos ya fabricados en el país para el Himalaya, se buscó un escenario más norteño, esta vez, el Chañi; cerro que, si bien ya había sido visitado y conquistados sus cimas, desde antaño, inclusive por nuestros ancestros, en la era moderna de nuestro deporte, había todavía actividades por hacer en sus laderas y cimas.
La cordada estuvo integrada, como jefe de la misma, Paco, y el resto la conformaron, su esposa Beatriz, Fernando Grajales, los italianos, Giorgio Brigatti y el ingeniero Piero Ghiglione (este último, integrante de la expedición italiana al Aconcagua, en el año 1934, conducida por el doctor Renato Chabod; ambos italianos luego de esto, realizaron un viaje hacia la cordillera Blanca del Perú) y dos jóvenes suboficiales del Ejército, Pedro Segundo Domingo Zonni y Guillermo Arnoldo Poma.
Fue así que el 28 de junio de 1953, realizaron la cuarta ascensión al cerro Chañi, integrando la cordada con el teniente Francisco G. Ibáñez y su esposa Beatriz, Fernando Grajales, los suboficiales del Ejército Argentino, Pedro Zonni y Guillermo Arnaldo Poma; ambos suboficiales, siendo los primeros en coronar la cumbre en esta época del año del hemisferio Sur, invierno de 1953, posteriormente lo hicieron Paco y Fernando.
La ascensión se desarrolló de la siguiente manera, llegaron luego de tres días de marcha en mulas, al campamento base, ubicado a casi 4.600 metros; siendo las condiciones climáticas más extremas de las que esperaban, con temperaturas que llegaban a los 20º grados bajo cero, en el campamento base.
Hasta ese momento nunca había sido intentada su cima en época invernal, al menos no había registros; se sumaron a estas temperaturas bajas, el fuerte viento que hacía bajar aún más la temperatura. El vendaval que tuvieron en su primer intento, les malogró el mismo, destrozándoles un par de carpas.
El 27 de junio, salieron hacia la cima, adelantándose al resto de la cordada los jóvenes suboficiales Poma (éste ya tenía dos ascensos e iba como baqueano) y Zonni (Que junto al Suboficial Araujo, realizaron el 17 de agosto de 1954, la primera invernal del Cachi), quienes dado a que fueron con un ritmo más rápido que el resto, lograron coronar la cima ese mismo día, mientras que el resto, regresaron al campamento de altura, retrocediendo por el vendaval, que luego del mediodía se tornó peligroso, continuando el descenso hacia el campamento base, llegando a alcanzar los 5.600 metros de altura; para los italianos, fue su última oportunidad, dado que no disponían de más tiempo, para un segundo intento, porque debían trasladarse al Perú, escenario donde tenían planificado realizar varios ascensos.
Al día siguiente, festejaron el primer triunfo, mientras que los italianos se replegaron a Jujuy, para trasladarse al Perú; el 29 de junio, se produjo el segundo intento, el mismo lo realizaron Paco Ibáñez y el Gallego Grajales, que siguieron una vía nueva, con la idea de intentar la cumbre la Noreste, aún virgen del Chañi.
La misma, tiene en su parte final una composición granítica, en la cual, se debe emplear la técnica de escalada en roca. Sin embargo, la energía física de estos dos escaladores y su tesón, les permitió conseguir coronar la cima invicta, a las 16 horas, del 29 de junio de 1953, depositando en la misma cumbre, el testimonio en una lata de sardina, cuyo testimonio fue encontrado y bajado, por el destacado andinista cordobés Jorge Abel Tarditti, 32 años más tarde.
Fernando, no pertenecía al mismo club de Paco, pues el primero era del Club Andinista Mendoza e Ibáñez, del Club Talleres; de todas formas, era tal la confianza que le tenía Paco, que lo designó como integrante y colaborador para seleccionar el grupo que los acompañarían en la expedición, y una segunda misión fue la de participar en la reunión del material que llevarían en la misma.
Confirmada y dado el visto bueno del gobierno argentino para iniciar los preparativos de la Primera Expedición Argentina al Himalaya, y luego de confirmarle por parte de Paco Ibáñez, la participación en la misma a Fernando, éste se trasladó un tiempo a la localidad de las Cuevas para entrenarse, con caminatas diarias y ascensiones en las montañas aledañas a Cuevas.
Posteriormente, el Gallego, se trasladó a Buenos Aires, en donde se encargó de realizar un estudio con otros colaboradores, en temas de nutrición para aplicar en el desarrollo de la expedición al Himalaya; también, se trasladó para entrevistar a empresarios que le dieron o le brindaron algunos apoyos para la misma; siendo el esfuerzo principal de los que apoyaron a la misma, el Ejército Argentino, que en sus talleres confeccionaron desde el calzado, como muchas otras indumentarias que sirvieron para equipar a los integrantes.
Durante los domingos previos al viaje, su entrenamiento lo realizó y complementó con el remo, por medio del Club de Regatas L'Aviron, un club privado con fines deportivos situado en la localidad de Tigre, en la provincia de Buenos Aires, a unos treinta kilómetros de la ciudad, quien lo asoció en forma gratuita.
En la casa de un amigo en común conoció a la señorita Beatriz Díaz, profesora de piano, que durante su estadía en Buenos Aires y luego de su primer encuentro, comenzaron a compartir el deporte de remo, el cual, le permitía estar en forma para la expedición que se avecinaba al Himalaya.
Esa amistad, fue madurando durante este periodo de tiempo y se concretó en un noviazgo, que tuvo una pausa durante el tiempo que estuvo concretando la expedición.
Partió hacia Nepal, junto con la nutrida expedición a cargo de su amigo y compañero de cordada el entonces teniente Francisco Ibáñez, su labor como los de todo el equipo fue una pieza importante de ese engranaje, que marchaba muy bien, pero, quiso las leyes del destino que al final de la escalada de la cordada de asalto, el mal tiempo y el estado de Paco, hiciera que no pudiesen coronar la tan ansiada cima, y a pesar de la muerte del jefe de expedición, en Pokhara, fue muy enriquecedora en lo humano y en lo técnico, este primer intento argentino en el Himalaya.
A Fernando, le toco junto a otros integrantes como Godoy, que se hicieron cargo de parte de la carga, de su control y seguimiento en el tren hacia su destino final Nepal, para luego ser trasladados desde Katmandú a Pokhara, y desde este lugar a la base del Dhaulagiri.
También, estuvo en la selección de los lugares de instalación de los campamentos, tanto del base como de los de altura, llegando a subir hasta el campamento de altura 6, conformando los grupos de apoyo para permitir un mejor aprovechamiento de la cordada de ataque seleccionada para atacar la cima.
Tras el repliegue, que se hizo hasta Bombay, lugar que las cargas fueron enviadas en barco y la expedición regresó vía aérea a Buenos Aires, donde todo un pueblo expectante lloró la muerte del joven y experto montañés que fue el teniente Ibáñez, caído en la lucha varonil en una montaña del Asia Central, sin perder durante un segundo de las horas tristes su apostura de caballero completo.
Para el Gallego fue un golpe muy duro, había perdido su amigo, con el cual había realizado varias montañas andinas y tras compartir los esfuerzos y conversaciones en las alturas de las montañas, bajo el abrigo de una carpa, el intercambio de ideales y sueños compartidos, se le producía un vacío que nunca más pudo llenar en cuanto a amistad, camaradería y afectos.
A su regreso, y luego de un periodo de noviazgo, se casó con la señorita Beatriz Díaz, pero fue un matrimonio que tuvo una duración corta, algunos pocos años.
Integrantes de la 1º expedicion Argentina al Dhaulagiri, Himalaya Presidente Perón. Foto: Archivo del CCAM
En el mes de marzo de 1956, Fernando, realizó la ascensión del cerro San Bernardo, de 4.300 metros, en la región del Cordón del Plata, por la vía Canaleta Noreste, quebradas de las Morenas Coloradas, siendo la primera ascensión por esta ruta, conformando la cordada junto a Alfredo Eduardo Magnani y Haydée de Magnani.
En el mes de agosto de 1958, el Club Andinista Mendoza organizó su segunda expedición al extranjero, más precisamente a la Cordillera de Huayhuash, una cordillera en los Andes del Perú, y como jefe de expedición estuvo designado Fernando, y los demás integrantes fueron, el sargento primero Humberto Vasalla, Ulises Vitale, Herman Kark, Carlos Cardoso. El veterano Vasalla, integrante de la expedición al Dhaulagiri (1955/56) y Ulises Vitale, luego de un esfuerzo técnico importante lograron coronar la cumbre Sur del Yerupajá.
El grupo además de los mencionados, fue integrada la expedición por la esposa de Fernando Grajales, Beatriz Díaz, viajando luego de arribar a Buenos Aires, en un avión correo Avro Lancastrian, desde Buenos Aires a la ciudad de Lima, Perú.
Nos relataba sobre este tramo hacia la montaña, uno de sus integrantes, el entonces joven, Ulises Sila Vitale, nos decía: Ultimamos los preparativos en Lima y nos largamos a la gran aventura. Primero viajamos desde Lima a Barrancos, en la costa y desde allí, nos internamos por las montañas. Atravesamos la Cordillera Negra hasta Conococha y luego, a Chiquián, desde donde ya podíamos visualizar la Cordillera de Huayhuash, en toda su extensión, Rondoy, Jirishanca, Yerupajá Chico, Yerupajá, Siula, etc., una hermosura de paisaje, con sus andenerías o terrazas de cultivo que amarillaban por la estación en la que nos encontrábamos.
Nos fuimos internando por la quebrada de Jahuacocha hasta la laguna homónima y establecimos un campamento base que siempre recuerdo como un campamento ideal.
Teníamos agua, leña, caseríos indígenas donde podíamos abastecernos con un poco de carne y leche y con la presencia del Rondoy y el Jirishanca, que conformaban un conjunto de montañas englaciadas de extraordinaria belleza. Lamentablemente, en este momento, el único sobreviviente soy yo, el resto de mis compañeros por distintas enfermedades fueron falleciendo.
Establecimos el campamento base y tres campamentos de altura y con el sargento primero Humberto Vasalla, del Ejército Argentino, nos tocó la responsabilidad de integrar la cordada de ataque a la cumbre.
Salimos muy temprano del campamento 3, alrededor de las 06,00 horas y lentamente fuimos ganando altura.
El estado del glaciar nos permitió progresar bien y con bastante seguridad hasta que llegamos a un corte muy vertical de hielo cristalino que pudimos superar gracias a los clavos tubulares que en ese momento teníamos, pero la seguridad que nos brindaba más bien era más aparente que real.
Una vez superada esta gran barrera, nos permitió ingresar a una arista de hielo que nos llevaba directamente a la cumbre.
La pendiente se hacía cada vez más grande y al final nos topamos con una cornisa de hielo que cubría toda la cresta de la montaña.
Por debajo de ella nos fuimos deslizando, reptando, para ir buscando un paso que nos permitiera subir sobre ella.
En esos días el alpinista italiano Walter Bonatti se encontraba escalando el Rondoy y también se encontraron como nosotros con el problema de las cornisas, pero ellos fueron más inteligentes que nosotros y cavaron una cueva hacia el otro lado por donde ingresaron sobre el filo.
Al fin encontramos un pasaje que nos llevó a la cumbre sin problemas. Logramos ascender la cumbre Sur, era la primera vez que se lograba coronarla, pero en ese momento, no teníamos ni idea de la odisea, que nos esperaba al regreso.
Después de tener unos días hermosos, despejados durante casi todo el tiempo, justo el día que hicimos cumbre, nos cubrió una densa nube que no nos permitió distinguir nuestras huellas de subida, no veíamos hacia adelante donde ir; fue así entonces que nos fuimos retrasando y el frío comenzó a actuar sobre nuestros pies y manos.
Llegamos al campamento 3, a la cuatro de la mañana, allí nos esperaba y nos dio apoyo Fernando Grajales y cuando comenzamos a sacarles los zapatos a Humberto Vasalla, comprobamos que el cubrebotas, zapatos, medias y pie, era todo un solo bloque de hielo.
Con un cuchillo, Fernando cortó y rompió y despejó de hielo todo hasta llegar al pie y comenzamos a darle baños de agua tibia en su pie más afectado.
A la mañana siguiente, intentamos colocarle unas botitas de duvet y sobre ellas le ajustamos sus grampones y comenzamos el descenso.
En un momento dado, Fernando apuró el paso de bajada para pedir ayuda a los compañeros que estaban en el campamento base y con Humberto, comenzamos a bajar lentamente como podíamos hasta que Humberto cayó al suelo y me dijo que no podía caminar más, el dolor del pie congelado lo se lo permitía.
Entonces sentados en el hielo, con los pies de Humberto sobre mi vientre, comenzamos a arrastrarnos, como reptando todo el glaciar del Yerupajá.
Llegamos exhaustos al campamento 1. Al día siguiente llegó la ayuda de nuestros compañeros del campamento base y entre todos pudimos bajar a Humberto y regresar todos a Lima. Allí quedamos internados Humberto y yo, en el Hospital Militar de Lima.
Humberto, lamentablemente, volvió a caminar después de un año de convalecencia y hubo que amputarle varios dedos del pie izquierdo y yo con cuatro dedos muy comprometidos de mis manos, que hasta el día de hoy me los debo cuidar de enfriamientos.
Esta triste experiencia en mi vida iba a dejarme también su lado positivo. Así fue como conocí a Fernando Grajales, con quien hice mucha amistad y aprendí a descubrir muchas cosas de la vida, la fotografía, la belleza de la naturaleza, sus colores, experiencias vividas por él en distintas circunstancias de su vida, de alguien que realizó muchos intentos laborales, agricultura, gerente de Ferrania, chacarero, fruticultor y tantas otras cosas que hizo Fernando hasta que el fin pudo convertirse en el pionero en Mendoza, al igual que “Rudy” Parra, del Trekking, hermosa forma de conocer los rincones bellos de nuestra tierra.
Integrantes de la Expedición Argentina al Dhaulagiri en Nepal al regreso de la misma, 1954. Foto: Archivo del CCAM
A Través de él conocí a Alfredo Magnani y con ambos compartí varias salidas a la montaña y pude seguir nutriéndome de su conocimiento.
El regreso desde Lima lo realizamos parte del grupo en avión y con Fernando nos volvimos por tierra con todos los materiales de la expedición. En el recorrido de vuelta incluimos a Cuzco y allí tuvimos una experiencia extraordinaria como fue el hecho de conocer esa gran cultura que fue la de los Incas.
Recorrimos los alrededores de Cuzco como Sacsayhuamán, Kenko, como así también las ruinas de Machu Pichu.
Quedamos sorprendidos de las construcciones que realizaron los Incas, era increíble ver con la perfección como colocaban una piedra sobre otra.
Como montañistas se nos ocurrió subir el Huayna Pichu para dormir en su cumbre y esto fue una experiencia inolvidable.
Pudimos ver bien el emplazamiento de la ciudad de Machu Pichu, con el río Urubamba envolviéndonos en su recorrido. Esta experiencia también se la debo a Fernando que como un imberbe de un pueblito de Luján de Cuyo, que era en ese entonces, no se me hubiese ocurrido realizar este itinerario incluyendo atractivos tan importantes como lo es la de tomar contacto con la cultura incaica.
Esto me permitió en el futuro adentrarme leyendo sobre esta cultura tan importante, y por un tiempo me tuvo bastante atrapado el tema.
Con Fernando luego regresamos al país sin inconvenientes en el recorrido hasta nuestro arribo en Mendoza.
Este logro de la primera ascensión al Yerupajá Sur, de 6.515 metros, el 3 de agosto de 1958, realizada por la cordada Vitale–Vasalla, siguiendo la arista Suroeste; respecto a la misma, nos relataba su versión el propio Humberto Santiago Vasalla, nos decía: Organizada por el Club AndinistaMendoza y con el comando de Fernando Grajales, en el mes de agosto de 1958, se llevó a cabo la Expedición Argentina al cerro Yerupajá, en los Andes Peruanos, de 6.550 metros de altura.
La empresa fue constituida además por Ulises Vitale, Herman Kark, Humberto Cardoso y el suscripto, Humberto Vasalla.
El lugar elegido por los andinistas argentinos para medir su capacidad, fue el pico Sur del Yerupajá, en los Andes Peruanos.
Tanto la Cordillera Blanca como la de Huayhuash, son consideradas en el ambiente montañés, como lugares donde las dificultades técnicas se pueden comparar con las de mayor jerarquía, incluyendo las del Himalaya.
La época elegida para la tentativa, si bien en un primer momento parecía impropia, había que tener en cuenta que la influencia de los vientos del Este y por tratarse de una zona próxima a la línea del ecuador, en las altas cordilleras, existe clima cálido mientras que en la llanura es invierno, cambiándose a la inversa, esto es, cuando al nivel del mar es verano, en las alturas comienzan las precipitaciones de agua y nieve. De ahí la importancia de escoger el periodo propicio, ya que de esta manera era sumamente riesgoso e inadecuado.
Luego de las comunes preocupaciones respecto al equipo, vituallas y viaje, todo completo, encontramos al grupo escalador al pie del cerro con una voluntad de triunfo extraordinaria. La capacidad y la amistad reinante en el grupo, factor decisivo en un posible triunfo, había formado un conjunto armónico y eficaz que aceptaban las directivas del jefe sin dilaciones y con verdadero espíritu de equipo.
Vayamos sin trámites hacia la parte más jugosa y dramática de la acción, nos referimos a la conquista de la cumbre y el descenso.
El día 4 de agosto, a las 06,00 horas, iniciamos el ataque final; luego de una hora de marcha, Ulises y el suscripto, la cordada de asalto a la cumbre, llegan a la cuerda fija que se había instalado y a las 09,00 horas superamos la dificultad, trasmitiendo señales a Grajales, quien nos esperaba en el campamento de altura; seguimos tallando escalones metro a metro, y a las 14,30 horas, estábamos muy próximo a la cumbre, por la pared derecha del pico.
Nos arrastrábamos por debajo del techo helado o cornisa, y luego avanzamos algunos metros a horcajadas sobre el filo estrechísimo. No sabíamos si debajo estaba la roca o pisábamos simplemente hielo suspendido en el abismo. No teníamos tiempo para pensarlo. La cumbre Sur, estaba próxima. Alrededor de las 15,00 horas, hollamos por fin la cima virgen, nos abrazamos y agitamos las banderas argentina y peruana y registramos fotográficamente el momento especial.
Luego venía lo más difícil. Pocos montañeros suelen tener en cuenta los problemas del descenso. Aquí, sin embargo, teníamos calculado el tiempo necesario para el mismo. No obstante, ello, el coloso peruano no iba dejar tan fácilmente a los que habían hollado su techo.
Efectivamente, al descender tomamos la ruta muy a la izquierda del campamento base, y equivocamos el camino. Por si esto fuera poco, una espesa niebla cubrió totalmente el cerro. Empezó una odisea interminable, así nos pareció a nosotros, ya que solo veíamos a medio metros y no más allá.
Todas las rutas eran iguales. No obstante, algunos destellos de luz nos animan en la lobreguez de la noche infinita. Seguimos caminando, dando tumbos, agotados, pero conscientes de que no podíamos parar. Ello hubiese sido el final. Y las horas iban pasando y por fin, después de dos intentos fallidos logramos llegar hasta la cuerda fija, la señal salvadora, la logramos a las 03,00 horas, hacían doce horas que habíamos iniciado el descenso…
Con la ayuda de Grajales iniciamos el descenso a los campamentos bajos. De los dos vencedores de la cumbre, Ulises, se encontraba bien, sus cubre botas, les han conservado los pies secos; no así el suscripto, que no podía sacarse los zapatos, que formaban con los pies y las medias, un elemento compacto. En el campamento de altura, lo friccionan varias horas y al parecer, los miembros reaccionaron.
Es necesario destacar el espíritu de solidaridad y compañerismo de Herman Kark, que al enterarse de mi situación, inició en la noche del 6 de agosto, un ascenso forzado desde el campamento base al campamento 2, y al encontrarlos me aplicó dosis de penicilina para prevenir una posible infección.
El suscripto, no estaba en condiciones de caminar, los pies me producían cada vez mayor dolor y entonces Kark, tomo una heroica y extraordinaria determinación: me cargó sobre sus hombros y durante seis horas descendió con la preciosa carga de su amigo en desgracia. Los que han cargado una mochila de 25 kilos, bien saben lo que es ese peso, ¿se imaginan los 70 kilos de su compañero?
Pero el espíritu de compañerismo ha debido aliviar sensiblemente el peso, y así en una notable demostración de capacidad física y moral, llegan hasta las mulas y desde allí por las tierras bajas hasta Chiquian. Luego, Barran y por fin, el día 8 de agosto, en el Hospital Militar de Lima.
La retirada fue vertiginosa, pero no se podía perder un minuto ante la posibilidad de complicaciones en las congeladuras. Destaco también, la inmediata, generosa y amplia colaboración de civiles, militares y entidades afines.
En la afueras de Mendoza en una propiedad que tenían los Magnani en Lunlunta, 1968.
Foto tomada en ocasión de una de las reuniones de todos los integrantes de la expedición al Dhaulagiri 1954.
De izq. a der.: Godoy, Gerardo, Jorge Iñarra, El Dr. Ruiz Beramendi, Busquets, Tito Magnani y Grajales. Foto: Archivo del CCAM
El Club Andino Huaraz, actuó rápidamente en conexión con el Hospital de Lima, donde fuimos internados para atacar los principios de congelamientos que padecíamos.
La victoria sobre el Yerupajá, fue indudablemente la victoria argentina de solidaridad y compañerismo más destacada. Los valores morales que exhibieron todos los componentes ante un compañero en desgracia que sirva de ejemplo permanente de cuál es el ideal del montañés: “Volver todos y en las mejores condiciones posibles.”
En el mes de enero de 1959, integrando la cordada del Club Andinista Mendoza, ascendieron por la pared Sur el cerro Cuerno, satélite del Aconcagua, conformando la cordada además de Fernando, Alfredo Magnani, el capitán Benjamín Nazar, Pedro Lauryssens, Juan C. Tretrop, Antonio Sarrode, Rogelio Bustos, Ángel Mordazzi, Carlos Caniggia, Renzo Vidone y Fernando Belinaud.
En el mes de noviembre del mismo año, ascendió el nevado de Matienzo, en la Cordillera Central de los Andes, integrando la cordada además de Fernando, el capitán Benjamín Nazar, Alfredo Magnani, Antonio Burgos Santa Cruz, el suboficial de la Fuerza Aérea Manuel Svars y Cesar Darvich.
En el mes de marzo de 1960, realizó la segunda ascensión al cerro Pircas, en el cordón del Portillo, de la Cordillera Frontal, integrando la cordada además de Fernando, Vicente Cicchitti, Alfredo Magnani, Alberto Vendrell, el suboficial de la Fuerza Aérea Manuel Svars y Enrique Sánchez Lahoz; ingresando por el Cajón de los Arenales hasta el Segundo Tapón y de allí, por la vertiente Occidental lograron coronar la cima por la cresta Oeste, encontrando en la cima la tarjeta personal del Sargento Manuel Rodríguez.
En el año 1962, una expedición hacia el Sur de la Cordillera de los Andes, tuvo nuevamente la participación de Fernando, como integrante y también Ulises Sila Vitale, éste nos relataba: Este fue el destino que llevábamos con Fernando Grajales, Beatriz Díaz, su esposa, Alfredo Flury y yo; fueron 30 días maravillosos, cuatro locos por el Sur con ganas de pasarla bien.
Viajábamos en un Jeep viajo, pero que nos llevó por este recorrido sin problemas, en esa época los camiones eran muy diferentes en Chile y había tramos que pensábamos que nuestro “jeepito”, se nos desarmaba.
Subimos los tres volcanes, Villarrica, Lanín y Osorno, ¡y nos deleitamos con la belleza de todo nuestro entorno y las araucarias preciosas! Comimos sus frutos ganándole de mano a los roedores que les quitábamos su comida cuando caían los piñones de lo alto.
¡No existían los riesgos, nos parábamos donde se nos ocurría, al lado de un arroyo, de una costa del mar, al lado de una laguna, era la felicidad en su plenitud!
Recorrimos en una lancha para ver los vestigios del maremoto que destruyó Valdivia, donde la tierra bajó un metro ochenta.
También este terremoto fue el que destruyó el puerto de Bariloche, frente al Centro Cívico de esta ciudad.
Años después, volví en distintas oportunidades y con José Dibarbera y Jorge Vega, subimos el Villarrica y lo bajamos esquiando; y en otra oportunidad con mi hijo, con Martín De Rosas y un amiguito de él, Pablo Díaz Valentín, bajamos esquiando el volcán Osorno.
Cuando bajamos fuimos a visitar un amigo de Fernando, que estaba a cargo de la obra de abrir el Paso Puyehue de lado argentino y nos dio pena ver caer esos tremendos arboles por donde iba a pasar la ruta.
En el mes de julio de 1963, para un periodo de un año, se efectuó la renovación de integrantes de la Comisión Directiva del Club Andinista Mendoza, que, tras la Asamblea General Ordinaria, se produjo la renovación de la comisión, integrando la misma como vocal suplente, el Gallego.
En el año 1964, integró la primera expedición que coronó la cumbre del Tupungato, de 6.500 metros SNM., por la vertiente Sur.
Luego, invitado por el Club Alpino Italiano, en el año 1972, se sumó a la expedición al cerro Langtang Himal.
En Puente del Inca donde el Ejército Argentino le entrego el Condor de Oro Foto Jaime Suarez.
De izq. a der.: Jose Hernandez, Alfredo Magnani, Jaime Suarez y Grajales. Foto: Jaime Suarez, Archivo del CCAM
Luego de este periodo, se dedicó durante varios años a la agricultura, realizando una importante plantación de frutales, que durante un tiempo lo mantuvo entretenido, pero no podía dejar de lado su amor, hacia ellas, las montañas, y vuelta a vuelta lo aproximaba a ellas; fue así que anduvo estudiando el poder dedicarse comercialmente a las actividades que las montañas brindan; visitó el Sur de la Argentina, en la Patagonia, pero volvió a sus altas montañas que lo vieron nacer en el deporte, más precisamente el Aconcagua, y se estableció en la localidad de Puente del Inca, portal de entrada al coloso de América, el Aconcagua.
En el año 1976, decidió instalarse y comenzar a llevar turistas y andinistas a las estribaciones de los cerros Aconcagua y Tupungato, tanto para los intentos a los mismos, como para contemplarlos mediante las cabalgatas y marchas, incorporando en Mendoza, una palabra y una actividad que si bien se realizaba, no se conocía como tal: el trekking.
En diciembre de 1976, fundó su empresa Grajales Expediciones, obteniendo la primera concesión en la Dirección del Parque Provincial Aconcagua, para prestar servicios de montaña, convirtiéndose en un pionero en el desarrollo de este tipo de servicios. Su fundador, aplicó en la empresa los conceptos de seguridad y ética que usaba en sus propias escaladas. Sus primeros servicios fueron trasladando cargas y personal en mulas hasta el campamento de Plaza de Mulas; también, brindaba el asesoramiento de como encarar el cerro, los posibles campamentos base para las distintas rutas; su nombre era reconocido mundialmente, por haber entrado en la historia del montañismo al haber realizado una vía nueva en el coloso, fue la tarjeta de presentación para los que arribaban a desafiar el cerro.
Con el tiempo, fue incrementando sus servicios e incluyendo carpas en los campamentos base y en los de altura, portadores y guías tanto argentinos, como extranjeros, su fama y seriedad, fue el mejor marketing directo, que hizo popular su empresa.
En pocas temporadas la compañía se transformó en una marca registrada, sinónimo de Aconcagua.
De la mano de esta actividad, trajo al lugar a una turista marplatense, Mabel Abad, que no solo se enamoró del lugar sino de quien le había mostrado estos paisajes, Fernando, ese solitario andinista; a partir de ese momento, tuvo una compañera con quien idealizar no solo esa actividad, trabajar juntos y conformar una familia, que con el tiempo creció no solo comercialmente, sino que trajeron al mundo un vástago, Fernandito, que como su padre, desde pequeño se nutrió de la escuela que forma y educa, en esa porción majestuosa de la naturaleza que se llama, La Montaña.
Para Fernando, fue lograr lo más grande que debe aspirar un padre de familia, que es la proyección de su vida, en un hijo, Fernandito, como todos lo conocen, se fue criando entre las cuerdas, mosquetones, carpas y, albardas y sillas de mulares, que todos los veranos se acomodaban para prestar los servicios de los ansiosos andinistas que llegaban a Puente del Inca, para desafiar a la gran montaña. Así fue creciendo, recibiendo el conocimiento diario que su padre le daba y su fiel madre, que acompañaba cada temporada a sus dos amores.
Así fue creciendo, Fernandito, que, con el tiempo, no solo se formó como un experto guía de alta montaña, sino como decimos los viejos, ese lema, que te supere tu alumno, así se dio, con el tiempo, para orgullo de Fernando, lo superó en el montañismo, dado que hizo grandes escaladas en distintos continentes, y cuando recibió la empresa, la hizo crecer aún más.
En síntesis, podemos decir, que Fernando realizó una treintena de importantes cerros en la Alta Cordillera de San Juan y Mendoza, que engrosaron su vasto curriculum. Nos decía el doctor Alfredo Magnani, en su libro “Argentinos en el Himalaya”: … ¿Cómo olvidar las honrosas misiones cumplidas en la cordillera, por un hombre como Fernando Grajales, que desde su infancia sintió la vocación de andinista y de acariciar las cumbres de las heladas montañas? Y en otro lugar del mismo libro, continúa: Diversas han sido las actividades personales: minero, agricultor, comerciante, funcionario, pero por sobre todas de ellas, montañés.
Mabel, su esposa, que lo acompañó durante los años de los inicios como empresario de montaña, nos comentaba: Fernando, amaba la naturaleza, las tormentas, los cielos, los glaciares y esto también le dejó como herencia a su hijo; Fernandito, admirador incansable de la Epopeya Sanmartiniana y de José Ingenieros, del cual se nutrió de sus pensamientos socialistas.
Fue también, miembro honorario de la Escuela de Guías de Alta Montaña y Trekking coronel Valentín Ugarte, a la cual, varios alumnos de la misma, recibieron la beca que año a año él solventaba, para que se capacitaran y lograran ser profesionales de la actividad, es decir, guías de montaña.
Recibió el 9 de agosto de 1997, por parte de la Comisión Virgen de la Nieves, del Ejército Argentino, la máxima distinción de las Tropas de Montaña, el cóndor dorado Honoris Causa, por su trayectoria en este deporte y por su ejemplo como deportista y su aporte a esta especialidad en el Ejército.
Buscó desde pequeño la vereda del sol para transitar y fue el sol a través de un cáncer de piel lo que lo llevó a la muerte, el 14 de abril de 2004; sus restos fueron llevados por pedido expreso de él, al Cementerio de los Andinistas en Puente del Inca, en donde reposan junto a muchos de sus amigos que le precedieron y al pie de sus queridas y majestuosas montañas.
Unos años después de su muerte, el escritor Nicolás García, publico la vida de Fernando y tituló su libro Montañas en Alpargatas, la vida de Fernando Grajales, una hermosa bibliografía de un pionero de la montaña argentina.
En el prólogo del mencionado libro, Ulises Sila Vitale, compañero en la expedición a la Cordillera Blanca del Perú, y en el Sur argentino-chileno, nos decía de Fernando: Siendo muy jovencito, allá por el año 1958, tuve el gran honor de ser incorporado a una expedición organizada por Fernando al cerro Yerupajá, en la Cordillera de Huayhuash, en Perú. Ya de regreso, visitamos Cusco. Ascendimos el Huayna Pichu y pasamos la noche en la cumbre, contemplando desde arriba la fortaleza de Macchu Pichu. Las impetuosas aguas del Urubamba y la maravilla construida por los incas nos colmaron de alegría y asombro.
Desde entonces Fernando —que ya tenía la experiencia de la primera expedición argentina a los Himalayas (Dhaulagiri, 1954)— fue transmitiéndome su capacidad para la organización de expediciones y su ingenio para suplir con imaginación la falta de materiales para el equipamiento personal y general.
Recuerdo, por ejemplo, que Fernando ideó una especie de botín interior confeccionado con trapos de piso para solucionar el problema de absorción de la humedad producida dentro de los zapatos. Su conocimiento y habilidad lo distinguieron en la logística de los numerosos emprendimientos que realizó en su vida.
Otro aspecto que quiero destacar es el de su visión e imaginación. Fernando tuvo el mérito de iniciar el turismo de aventura en Mendoza. Gracias a él, esta actividad se desarrolló y una gran cantidad de gente pudo conocer tantos lugares bellos de nuestras montañas, antes reservados exclusivamente a un pequeño grupo que practicaba el andinismo.
Quisiera tener más capacidad para exaltar la personalidad de Fernando. Sin duda, fue un hombre con una fuerza de voluntad asombrosa y una sensibilidad extraordinaria frente a la condición humana.
Lo conocí a Fernando en el año 1993, en Puente del Inca, allí compartimos dos años viendo cada tanto sus tareas en apoyo a las expediciones que iban al Aconcagua, fue una persona de pocas y justas palabras, sin dobles, acuñaba el valor de la palabra, siempre dispuesto a darte una mano y con sinceridad te la pedía cuando la necesitaba.
Era un gran trabajador, todo lo hacía con empeño y dedicación, tras esa dura imagen que parecía tener, se escondía un hombre con una gran bondad y sinceridad.
Nos vimos, además, en varias oportunidades más, en una de ellas, me dijo, Que sigas construyendo con amor. Esa frase me caló para toda la vida. Gracias, querido amigo, veo tu vástago y recuerdo tu imagen, ¡porque es sangre de tu sangre!
Pintura de Fernando Grajales. Realizada por la profesora Adriana Scarso, Universidad del Salvador
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