Hablar de convivencia es tan amplio como la vida misma, entonces trataré de exponer mi punto de vista humilde y sincero, para destacar la importancia de compartir un ámbito de montaña por encima de los 4000 metros con comodidad, tolerancia y entendimiento.
Elegimos escalar Alta Montaña y nos encontramos con montañistas expertos o aficionados que se acercan a este noble deporte (¿es un deporte el montañismo?), nos encontramos también con personalidades egocéntricas y orgullosas y por suerte también, con personalidades increíblemente.
El ego nuestro peor enemigo y consejero nos lleva por caminos insospechados tratando de "escalar" siempre primero, antes que... adelante de… más rápido que.…
Es atractiva la posibilidad de realizar expediciones en solitario lo que hace difícil una postura objetiva respecto al tema de la convivencia desde mi lugar de montañista y guía. Sin embargo, es importante pasar por las distintas instancias de convivencia hasta llegar a la autosuficiencia.
Cuando se habla de convivencia nos referimos al bagaje de experiencias personales que hemos adquirido a lo largo de nuestra vida en el seno familiar, la escuela y la sociedad, todo va en nuestra mochila junto a la ilusión de hacer cumbre y alguna vianda. Todos estos elementos van a interactuar con los integrantes y compañeros de expedición, cuanto más alto y conocido es el objetivo más heterogéneo es el grupo, transformando para los que así lo entienden, un ascenso o expedición en una experiencia cultural enriquecedora, dónde no faltan peleas, celos personales y también los buenos momentos con experiencias positivas que nos ayudarán en el futuro a tomar decisiones en nuestra vida.
Cuando subimos a una montaña conocemos nuestra reacción a la altitud a niveles fisiológicos y en algún momento de la expedición la altura nos da la bienvenida y sentimos el rigor del ambiente, hostil a nuestras formas conocidas de vida.
Esta rusticidad es el factor desencadenante de procesos psicológicos inconscientes de supervivencia y se traducen a veces en cambios de personalidad que dificultan ampliamente la convivencia entre los integrantes de un grupo. Recuerdo una expedición al Monte Pissis (Provincia de Catamarca) donde alguien sentado sobre una roca a 6500 metros decía hablar con el Superagente 86… aunque hay pocos estudios científicos sobre este tema, no es necesario ser sicólogo para darse cuenta que esta persona no estaba aclimatada. De esta manera vamos descubriendo que la convivencia no solo depende de la buena voluntad de los integrantes de un grupo sino de un cúmulo de experiencias personales vividas en las grandes alturas junto a diferentes actores que pueden tener diferentes respuestas.
El o los compañeros son importantes por diversos motivos, pero fundamentalmente porque cuando tenemos un objetivo común el imaginario colectivo nos dice que llegaremos a cumplirlo juntos y felices… pero la realidad siempre nos pega una bofetada.
“A esta altura de las circunstancias... a esta altura del partido... tratar con altura a alguien..." la palabra “altura” en el terreno de la montaña es una frontera para algunos infranqueable y entonces solo queda el regreso como opción. Es ahí donde la bibliografía, el espíritu de grupo y toda la teoría que aprendimos ruedan desenfrenadamente como un alud de preguntas.
Es difícil ignorar el mensaje implícito en los medios de comunicación cuando vemos programas de aventura, si hasta dan ganas de tirar el control remoto, terminar la cervecita fría y salir corriendo a escalar alguna montaña, bajar algún río o explorar lugares remotos...
A manera de consuelo nacieron las carreras de aventura, aunque algunas no sean más que correr a la orilla del mar o por senderos vacunos, nos dejan extasiados luego de haber renunciado a la urbanidad y emprender la aventura para regresar unas horas después a la revolución productiva. Esta nueva "filosofía de vida" hace que mucha gente visite el reino de las alturas con una idea equivocada de las actividades de montaña, teniendo como condicionantes de su temeraria actitud el poco tiempo de vacaciones para lograr una aclimatación optima y la velocidad de ascenso muchas veces olvidando que una ascensión debería realizarse a ritmos que nada tienen que ver con una carrera de aventura.
Claro está, que en la historia del montañismo siempre hubo y habrá equipos fuertes, generalmente compactos (por no decir duros) que hicieron de las suyas, pero como ya sabemos el andinismo no es una actividad popular donde es posible cambiar de compañero como de medias y esto nos lleva una vez más a reflexionar que la buena convivencia es casi una cuestión de azar y dependerá mucho en el ámbito que nos toca en suerte. Mi caso personal es Mar del Plata, un pueblo marítimo alejado de las montañas (más de 1000 kmts. de los Andes) y lógicamente con poca fauna de montañistas, aunque sí bastantes escaladores deportivos bastante alejados de las alturas andinas.
Podría decir entonces que si somos emprendedores con espíritu de aventura y ganas de explorar las montañas, el compañero ideal quizás ni siquiera exista para cada uno de nosotros y muchas veces tenemos que estar contentos si conseguimos algún valiente que nos acompañe a subir algún remoto cerro (que si no es el Lanín o el Aconcagua generalmente no califican para el candidato) y después ver si congeniamos con el compañero que nos ha tocado en suerte.
En el caso de los grupos que se forman cuando contratamos los servicios de una empresa o guía de montaña las oportunidades de elegir a nuestros compañeros de ascenso son prácticamente nulas, pero todos tienen algo en común y es que generalmente hay un líder que toma las decisiones simples (como la hora del almuerzo) o complejas (como emprender la retirada cerca de la cima), estas decisiones dejan poco margen de conflicto entre los integrantes del grupo y permiten, no siempre..., una convivencia positiva.
También las empresas que manejan volúmenes más grandes de clientes tienen sus reglamentos escritos a los cuales hay que ajustarse, firma mediante, donde se aclaran derechos y obligaciones de ambas partes, permitiendo de esta forma expulsar si es necesario a algún desubicado o reclamar los clientes ante el incumplimiento del contrato.
Aunque no debemos olvidar que en general los Sudamericanos no estamos acostumbrados, todavía, a un servicio de guiado como en otros países de Europa o Norteamérica donde la profesión de guías existe hace más de 150 años y la imagen del profesional de montaña es vista como un engranaje indispensable para lograr el objetivo, esto se traduce en un mejor entendimiento grupal entre guías y clientes dando como resultado un menor índice de conflictos y una mejor convivencia.
En Argentina, el guía de montaña es una persona experimentada, físicamente privilegiada, contratada para llegar a la cumbre de algún cerro. En ocasiones, es imposible llegar a la cumbre y la frustración se vuelve la mochila más pesada. ¡¡¡Y un buen profesional es quien debe cargarla sin chistar!!!
La altura del Volcán Ojos del Salado
Si hablamos de experiencias personales recuerdo cuando fui convocado para formar parte de una expedición que midió las diferencias de altura entre las cumbres del Volcán Ojos del Salado.
Compañeros de Mar del Plata, Tucumán y Capital Federal nos juntamos en Fiambala,( pequeño vergel cordillerano de Catamarca que vale la pena conocer), para realizar un trabajo científico en la segunda cumbre de América donde se suscitaban menudas controversias con respecto a las alturas de sus 2 cumbres, argentina y chilena.
Para realizar la medición era necesario llegar a sus cumbres y en forma consecutiva una persona debía pararse en la cumbre Argentina con una regla de agrimensor mientras otra persona desde la cumbre Chilena (la más conocida por su ruta normal) debía armar un trípode con un nivel (utilizado en obras civiles de gas natural, cloacas, etc.) y anotar las mediciones correspondientes.
En este caso la convivencia fue excelente a pesar de conocer a nuestros compañeros de aventura en la expedición misma, que estuvo a cargo del ingeniero Claudio Bravo de Tucumán. Quizás porque el objetivo radicaba en hacer la medición correcta aunque esto implicaba llegar por lo menos con una persona en cada cumbre y el equipo (que no era nada liviano).
Primer ascenso invernal al Tupungato
En cambio cuando los que fuimos convocados para realizar el primer ascenso invernal al Tupungato nos juntamos en Mendoza, nunca imaginé que la convivencia podría llegar a fracturar un grupo de sólidos montañeros en el día más especial de una expedición, el día de cumbre.
Podríamos decir entonces que una buena convivencia entre los integrantes de un grupo si bien no garantiza que todos lleguen a la cima, por lo menos, nos da cierto margen de seguridad. Porque un compañero de escalada puede ser quien te salve la vida en una situación extrema pero también puede ser, inconscientemente, tu verdugo.
Para concluir, creo que la convivencia depende del cristal con que miremos las relaciones interpersonales, mirar el bosque y no el árbol, apreciar el vaso medio lleno sabiendo que el desafío, a estas “alturas” es conocer y ser conocido… porque ¡hasta los más corajudos le hacen retranca!
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