Muchas personas nos preguntaron y se deben preguntar por qué tres escaladores argentinos con bajo presupuesto eligen viajar al otro lado del mundo, a una cordillera perdida en medio del Himalaya indio, donde los nombres de las montañas son conocidos apenas por un puñado de escaladores en todo el mundo donde los logros obtenidos no serán tapa de revistas ni ocuparan páginas de diarios. Donde muchos cerros están vírgenes aún y otros ni nombre tienen y donde algunos valles están prácticamente inexplorados. Por qué ir a un lugar donde la logística para acceder a las montañas es mucho más compleja, donde conseguir porteadores o caballos para trasladar nuestros bultos es prácticamente imposible y muy costoso. Donde no tenemos aviones que nos metan en los pueblos altos del valle y así acortar la aproximación o helicópteros que nos saquen de las montañas en caso de que algo ocurra.
Integrantes: Carloncho Guerra, Aztlan Medio Salgado y Lucas Alzamora
Por qué ir a un lugar donde estaremos solos, absolutamente solos. Donde el ser humano más cercano se encuentra a 50km de distancia o más. Por qué ir a un lugar donde subir una cumbre exige total autosuficiencia, donde no existen cuerdas fijas que nos ayuden a subir y que en la bajada nos den esa tranquilidad tan ansiada de poder volver sanos. Por qué ir a un lugar donde hay que asumir tantos riesgos, donde un accidente significa estar bien jodido, donde no existen equipos de rescate ni otros alpinistas en la montaña que puedan brindarnos ayuda...
Creo que la respuesta es justamente todo eso... queríamos ir al Himalaya de otra forma a un Himalaya diferente donde ponernos a prueba a nosotros mismos y sabiendo que no había margen de error.
Con esa idea comenzamos a planear el viaje unos 3 años atrás. Barajamos varias opciones pero un encuentro casual con la catalana Silvia Vidal, un hermoso día de Enero en el refugio de Frey (Bariloche, Provincia de Rio Negro), nos terminó de definir por el Miyar Valley en India. De boca de ella pudimos comprender que todo lo que buscábamos para nuestra aventura estaba allí... era nuestro Himalaya soñado. Un año después de aquel encuentro y con todo listo y organizado tuvimos que cancelar todo. Aztlan había extraviado su mochila de mano con toda su documentación un día antes del vuelo. Seguramente en algún descuido en la terminal de buses de Retiro, ni bien llagados a Capital Federal desde la provincia de Córdoba, alguien aprovechó nuestra distracción al ir y venir cargados con las grandes mochilas con equipo y logró arruinarnos el viaje... aunque días después lo interpretamos como una buena señal ya que al menos para Carloncho el viaje se vería frustrado igual. Él, sin saberlo aún, estaba por viajar a India con un tobillo quebrado. Unas semanas antes del vuelo sufrió un accidente escalando en Mogotes (Córdoba) y los dos médicos que vio en Capilla del Monte le dijeron que sólo era un esguince. Al no viajar pudo hacerse mejores estudios que le demostraron que se trataba de algo más grave. Tenía fractura de tobillo y el tiempo que transcurrió desde el accidente hasta el nuevo diagnóstico hizo que algo que se podía solucionar en poco menos de un mes le lleve más de cuatro y le deje secuelas hasta el día de hoy.
Luego vinieron meses de dudas, donde hubo bajas en el equipo y donde otros quisieron sumarse a la expedición. Y la motivación que por momentos llegó a perderse volvió a nosotros para Septiembre de 2013. Casi tres años después de comenzar a soñar con el Himalaya.
Al llegar la fecha de partida nos vimos sumergidos en una vorágine de días y días de viaje sin un sólo día de descanso durante casi diez días. Después de viajar de Capilla del Monte a la Capital, nos subimos al avión que nos depositaría casi 30hs después en Delhi, India. Con la desgracia de llegar en fecha festiva, por lo que conseguir hotel para dormir nos fue imposible. Así que decidimos continuar viaje a Manali, donde organizaríamos todo para entrar al Himalaya. Otras 16hs de viaje y por fin una cama. A la mañana siguiente a recorrer el mercado para hacer las compras, luego armar las mochilas y a dormir que al otro día un largo viaje para entrar al valle. No teníamos tiempo para perder. El buen clima es raro en la zona y sólo se da algunos días de Septiembre. Otras doce horas de autobús por caminos de montaña de esos que dan miedo nos depositaron en el último pueblo al que se llega en vehículo, ya en el mismo valle de Miyar.
Ahora sí, a cargar las pesadas mochilas con 40kg de comida, equipo y demás, y comenzar el largo trekking de aproximación. Un poco por elección propia y otro poco por no encontrar gente que nos ayude con el porteo, tuvimos que cargar nosotros mismos con absolutamente todo para veinte días de expedición incluyendo equipo de roca, hielo, carpas, comida y ropa. Por eso el minimalismo fue la base del viaje, cuidándonos en no cargar ni un gramo de más, pero así y todo las mochilas eran un terrible lastre.
Tres días agotadores de trekking por un valle hermoso nos dejaron en lo que todas las expediciones usan como campo base. Es un gran plano con hermosa pastura y arroyos con agua cristalina. A menor altura que los campos altos en medio del glaciar, y en consecuencia mucho menos frío. Para nosotros sólo sería un campamento de pasada. Descansamos una noche ahí, al otro día un porteo hasta 4.500 mts. para ganar aclimatación y al otro día a continuar a las paredes. Nos llevo otros tres de aproximación llegar a lo que sería nuestro campamento base en medio de la morrena glaciar, con una vista increíble de las montañas que nos rodeaban. Los días de lluvia hicieron más lenta la aproximación y el peso de las mochilas no permitía movernos con comodidad en ese terreno.
Nos llevó horas lograr un lugar medianamente plano para las carpas, y al ver que no mejoraría mucho, dimos por terminada la tarea.
El lugar era imponente rodeado de grandes paredes y montañas que sus cumbres estaban todas entre los 5.500 mts. y 6.200 mts. Casi todas con rutas súper técnicas de escalada alpina. Había paredes de excelente granito para donde uno mirara. No podíamos creer el potencial del lugar y no parábamos de imaginar líneas de escalada por todos lados e infinidad de ascensos.
Pero el clima no ayudaba en nada para intentar escalar. En todos los días que llevábamos en el valle habíamos tenido un sólo día bueno, y fue durante la aproximación.
Los días pasaban y llegamos a pensar que el sueño de escalar en el Himalaya se nos escapaba entre las manos. Estábamos ahí, motivados, ilusionados, con ganas de darlo todo en las paredes, pero las montañas, cada día que pasaba, se cargaban más de nieve. Así parara de nevar íbamos a tener que esperar varios días a que se limpiara todo. Pero la duda era si tendríamos tantos días de buen clima. Al estar incomunicados, sin teléfono satelital ni internet, no teníamos posibilidad de chequear el clima. No era como en Chaltén o los Alpes, donde los pronósticos nos permiten entrar a una montaña con una tranquilidad extra sabiendo cómo va a evolucionar el clima en los días siguientes. Acá era diferente, debíamos seguir nuestros instintos y conocimientos, pero esto no era joda, si una tormenta nos agarraba bien arriba, a cientos del metros del piso estábamos jodidos. A casi 6.000 mts. el frío, el viento y la nieve no perdonan.
Un día intuimos una leve mejoría en el clima y nos sumergimos en la escalada de la pared norte del Masala Peak. Una tapia de 700 mts. increíble, una pared que de encontrarse en Europa o Estados Unidos sería un súper clásico.
A mitad del tercer largo el clima volvió a ponerse terrible. Loncho venía primereando y el cambio del tiempo lo sorprendió sin darle tiempo a abrigarse. Minutos después estábamos rapelando con una tormenta terrible y Loncho con un dolor muy fuerte en los dedos que habían sufrido un enfriamiento muy fuerte. Otros días de mal clima, y cuando ya habíamos fijado fecha límite para retirarnos del valle, el buen clima hizo acto de presencia. Me levanté antes de que amaneciera y vi que el cielo estaba despejado.
Había que salir cuanto antes a la pared. Desayunamos rápido y a escalar lo más rápido posible para salir en el día de la pared. Nos planteamos no llevar equipo de vivac ni herramientas de hielo para ir más livianos. Iríamos hasta donde pudiéramos, si llegábamos arriba bien. Si no sería un buen intento igual.
La escalada se fue dando de manera muy natural. Íbamos bastante fluidos y a buen ritmo en cada largo. La pared tenía una debilidad y se la fuimos encontrando. Nuestro olfato nos fue llevando por buen camino y tras 14 largos de escalada y más de 11 hs. sin parar de subir, con poquísimo aire por nuestra falta de aclimatación, llegamos al final de la pared, escalamos 705 mts. con desafíos de hasta 6b+ con una dificultad sostenida de 6a+. Para la cumbre del cerro había que hacer un gran rodeo a nuestra derecha y subir por una rampa de nieve, pero la cumbre de la montaña no era nuestro objetivo. El llegar no representaba dificultades técnicas pero si una gran pérdida de tiempo.
La pared había sido escalada por primera vez, era la primer ruta de escalada argentina abierta en el Himalaya indio. Decidimos ponerle el nombre de "Los Crotos". Todo nuestro viaje a esas montañas era digno de crotos (linyeras). Creo que fue el estilo más minimalista y con menos presupuesto que haya tocado el Himalaya.
Al día siguiente el buen clima continuaba. Lo que tomaríamos como día de descanso lo tuvimos que usar yendo a recuperar las cuerdas y el equipo a la pared ya que dos rapeles antes de llegar al piso la cuerda se engancho de tal forma que no la podíamos sacar. Estábamos muy cansados, con mucho frío y con pocas ganas de renegar así que decidimos dejar las cuerdas fijas y bajar, y al otro día subir a buscarlas.
Estábamos muy cansados tras escalar el Masala Peak pero si el buen clima continuaba había que aprovecharlo. No sabíamos cuando se pondría feo nuevamente así que muy motivados pero con poca energía.
Un día después fuimos por lo que nos había llevado hasta ahí... El cerro más imponente y representativo de todo el valle: la Neverseen Tower. Queríamos intentarla. Queríamos buscar nuestro propio camino en semejante montaña. No nos interesaba intentar una de las dos rutas abiertas. Preferíamos arriesgarnos a fracasar, a tener que pegar la vuelta pero con nuestras propias reglas. Este era nuestro juego y queríamos hacer nuestra propia jugada. Queríamos dejar una ruta argentina en la montaña más bella de todo el Miyar Valley.
La Never presenta quizá el máximo desafío de todo el valle. Fue escalada por primera vez por un grupo de italianos, en tres días, en el año 1992 tras un intento previo el año anterior. Pasó mucho tiempo hasta que en el año 2003 Silvia Vidal y Eloi Collado trazan una nueva ruta, pero en un estilo más pesado y más seguro. Escalan con hamacas de pared y cuerdas fijas. Terminando su vía tras permanecer once días en pared.
Luego vendrían tres intentos más de apertura pero ninguno pudo escalar más de 300 mts. nuevos en la torre.
El desafío era importantísimo y muchas veces nos preguntábamos si estaríamos a la altura de semejante reto. Pero estando ahí las dudas desaparecieron. No podíamos irnos de ahí sin al menos intentarlo. Salimos no muy temprano, luego de armar las mochilas y comer algo. Tras poco más de una hora de marcha desde las carpas comenzamos a subir por los 400 mts. de rampas de hielo que nos llevaban directo a la base de un gran diedro que surca la mitad inferior de la pared.
Era nuestro diedro, era nuestra ruta, pasado el medio día comenzamos a escalar, nuevamente la línea elegida nos permitía escalar fluido. ¡No lo podíamos creer, estábamos escalando en la Never y abriendo ruta!
Varias horas después y bañados por una oscuridad total, nos pusimos a tallar una pequeña plataforma en un estrecho col de hielo y piedra para poder acomodarnos los tres y pasar la noche.
La noche fue terrible, ninguno de los tres pudo pegar un ojo y lo que menos hicimos fue descansar. El frío nos calaba los huesos, no podíamos parar de tiritar y rogar que pase la noche y que de una vez por todas se terminara esa tortura. El fantasma de las congelaciones se hizo presente en mí y despertó una preocupación aparte. No quería volver a pasar por lo mismo.
Nos dimos cuenta que habíamos cometido un grave error, habíamos decidido no llevar bolsa de dormir, y a esa altura, sólo con la ropa puesta, necesitábamos descansar para poder dar todo lo mejor al otro día, pero no fue así. Cuando empezó a amanecer estábamos deshechos, se sentían los días anteriores de escalada. Las calorías perdidas en la noche nos habían debilitado más todavía. Así y todo seguimos para arriba. Los largos a partir de ahí ya no fluían de forma tan natural. Demorábamos mucho en cada largo, nuestro cansancio, la altura y la cantidad de nieve y hielo acumulado en algunas partes comenzaron a jugar mal en nuestras cabezas. Estábamos muy alto, muy cansados y muy estresados escalando en esas condiciones, sabiendo que estábamos a punto de ponernos un palo (tener un accidente) y que de ser así, de ahí no nos sacaba nadie...
La peleamos hasta el final, pero avanzábamos muy lento. Cada vez más hielo y verglas en las fisuras, con la mala suerte que a esa parte de la montaña el sol sólo le pega un par de horas a la tarde.
Llegamos a un punto donde nuestra ruta se une a la ruta italiana, a la altura de su segundo vivac, pero con mucha angustia y tristeza, tras no poder continuar avanzando, los tres nos miramos sabiendo que no teníamos más opción que bajar. O bajamos ahora sanos o la seguimos peleando, sabiendo que arriesgábamos mucho y encima el clima estaba empezando a cambiar.
No se habló mucho y en pocos minutos comenzamos a montar los rapeles para nuestra retirada de la montaña. Toda la bajada la hicimos en silencio, supongo que cada uno reflexionando para sí mismo. Era seguro que nunca más volveríamos ahí, que era nuestro último intento en el Miyar Valley y eso nos angustiaba, pero la montaña es así, unas veces nos deja ser los seres más felices del mundo cuando llegamos a una cumbre y otras nos hace sentir humillados, sentir que tanto esfuerzo, tanta dedicación y tanto dinero invertido no sirvió de nada.
Pero esos pensamientos se fueron apenas llegamos nuevamente al glaciar, al terminar los rapeles. Creo que recién ahí comprendimos que habíamos escalado en el Himalaya y eso era lo que habíamos ido a buscar. Que habíamos abierto una nueva ruta en una pared virgen de 520 mts. con desafíos de hasta 6c con una dificultad sostenida de 6 grado, la cual llamamos Changa Style. No podíamos pedir nada más, la alegría nos invadió y pudimos retirarnos del valle felices y orgullosos con lo que habíamos hecho. Podíamos volver felices sabiendo que dimos todo y tratando de mantener un estilo limpio y autosuficiente. Quizá la vida nos sorprenda y nos permita regresar a esos lejanos valles a terminar lo que empezamos o será un desafío pendiente para otros escaladores con ganas de vivir una intensa aventura.
Esta aventura contó con el apoyo de las empresas: Petzl - Beal, Altus, Lepau y Cuerdas Mendy Hermanos.
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