Integrantes: Jorge Gómez, guardaparque del Área Natural Tromen, Raúl (Pelado) Rebolledo, guía de montaña, Juan Carlos Olave, Sepúlveda y Beto Fuentes, docentes y guías de Montaña
Pensar en hacer un ascenso invernal al Cerro Domuyo era una aventura casi imposible de concretar.
Las creencias populares hacían impensable intentar su cumbre. ¿Por qué? Cuenta la leyenda que un caballo y un gran toro bravo custodian a la princesa que pasa sus días peinando su cabellera con un peine de oro, en una laguna cercana a su cumbre.
El Domuyo es el gigante del norte de Neuquén, con sus 4.709 metros. Por eso es conocido como el techo de la Patagonia. Todos los años son muchos quienes se animan a intentar un ascenso. Decimos "intentar" porque no es nada fácil escalar por los glaciares eternos o resistir la acción de los fuertes vientos que originan desprendimientos de rocas y avalanchas. De todas maneras, nos dispusimos a emprender esta expedición y así rendir homenaje a nuestro pueblo, Chos Malal, en el Norte del Neuquén, que estaba próximo a cumplir 110 años el 4 de agosto del año 1997, ya hace 25 años.
Éramos cinco personas los gestores de esta odisea: Jorge Gómez, Guardaparque del Área Natural Tromen; Raúl (Pelado) Rebolledo, Guía de Montaña; Juan Carlos Olave, Sepúlveda y yo, Beto Fuentes, docente y Guía de Montaña.
Nos preparamos con un arduo entrenamiento. Conseguir equipo era un gran tema, ya que en aquella época no era fácil conseguir equipamiento como lo es hoy. Hubo amigos que nos facilitaron dinero para comprar el material necesario de montaña.
Salimos de Chos Malal, el 29 de julio del año 1997.
Quiso el destino que ese año se desatara uno de los temporales más duros de la temporada. Del pueblo salimos con una copiosa lluvia que, a los pocos kilómetros, se transformaría en una nutrida nevada. Si en Chos Malal llueve en invierno, en el paraje El Llano, seguro es nevada porque aumenta la altitud y la cercanía al mar.
Ya en Varvarco, al Norte del departamento Minas, se nos aconsejó que no continuáramos porque la Ruta Provincial 43 estaba intransitable por la cantidad de nieve acumulada.
Decidimos continuar, porque no contábamos con mucho tiempo. Cada uno de nosotros teníamos un trabajo con el cual cumplir. Además, confiábamos en nuestra preparación y equipo.
El transporte que conseguimos, fue una camioneta del cuerpo de guardafaunas, manejada por el Sr. Rodríguez. Fue una gran ayuda ese transporte del cual estamos altamente agradecidos. En esos tiempos era inexistente que los arroyos que surgen desde las laderas de la Cordillera del Viento y descienden hacia el río Varvarco, estuvieran alcantarillados. Por lo tanto, era impresionante su caudal.
Avanzamos no más de 18 km desde Varvarco. La nieve nos detuvo. Se acumulaba minuto a minuto; entonces el vehículo regresó y nosotros continuamos lentamente la aproximación hacia lo que es Villa Aguas Calientes.
Nos urgía llegar. Pero la inclemencia del clima no lo permitió. No más de una hora avanzamos. El temporal continuaba. Encontramos refugio en la casa de unos pobladores, la familia Guerrero, quienes nos recibieron sin saber de qué se trataba nuestro plan.
Nos vieron llegar con un equipo no común a ellos. Cabe aclarar que, para los pobladores de la zona, el caminar las montañas no es una actividad recreativa. Los crianceros lo hacen por trabajo, buscando a los animales que crían (generalmente, las chivas, es decir animales caprinos) y así, se solventan económicamente. ¡Se imaginan el espectáculo que fue para ellos vernos llegar con grandes mochilas! Eran dos personas adultas, con avanzada edad, que gentilmente nos dejaron compartir el resto del día y la noche con ellos.
Al día siguiente, 30 de julio, continuaba nevando copiosamente y con la misma actitud del día anterior, emprendimos otra vez la caminata, avanzando 2 km. Algo sumamos. Nos refugiamos en lo de la familia Valdez, moradores de la zona: Allí no nos quedó otra que parar dos días ya que la nevada alcanzó, prácticamente, unos 60 a 70 cm.
Dormíamos en dos carpas que nos ayudaban a sostener las bajas temperaturas que ese día llegaron a los -15, -17 º C. Continuamos avanzando hasta el cajón del arroyo Atreuco, por la ruta, que era lo más propicio y llegamos el día 1 de agosto. Ante la sorpresa del Sr. Valdez quien nos dejó alojar en su puesto.
El intenso frío nos congelaba la ropa; se hacía dificultoso el desarmado de carpas por la humedad y el hielo. Al día siguiente llegamos a Aguas calientes. Don Valentín de la Vega nos recibió amablemente. De Don Valentín tengo hermosos recuerdos. Un gaucho como pocos. Nadie como él ha sabido cuidar la Villa de Aguas Calientes, su jardín, su alameda, desde la tranquera hasta las cabañas era un sendero lleno de margaritas, casi cuatrocientos metros.
Allí estuvimos un día evaluando la situación. Olave había decidido volverse. Sepúlveda se quedó a esperarnos. Pelado, Jorge y yo decidimos emprender la cumbre. Minimizamos al equipo, descansando todo el día 3 de agosto.
El día del cumpleaños de nuestro pueblo, el 4 de agosto, caminamos con el equipo elegido hasta Punta de Camino, donde hoy en día están los domos del ejército. El día entero nos llevó llegar allí, con temperaturas de -20 a - 24 grados.
A esa altura, se nos hacía difícil hidratarnos ya que las garrafitas de gas butano y propano se nos congelaban. Nuevamente, comenzó a nevar. En la veranada cercana a los domos nombrados, pasamos la noche en lo de don Heraldo Castillo. Ya no había gente puesto que sólo permanecen en ese lugar desde los meses de diciembre a marzo, luego arrean los animales a tierras más bajas donde las nevadas son menos intensas.
Al día siguiente, 5 de agosto, con una jornada de constante nevisca y viento blanco, con partes en que la nieve alcanzaba el metro y medio o los dos metros, nos dispusimos a caminar.
Nosotros no disponíamos de raquetas así que era abrir huella a la antigua, pisoteando la nieve, no más.
El día 6 de agosto, luego de una fría noche en campamento, iríamos a la cumbre. Era el día elegido, el día del Montañista. Lo que nos sobraba, gracias a Dios, era el estado físico. Subimos por la arista de la derecha inclinándose hacia el campamento base.
Avanzamos muy rápido hacia la montura. Habíamos salido a las 7 am. Atravesamos la montura. La acumulación nívea era importante; la nieve no estaba congelada y usamos una cuerda fija para evitar cualquier incidente. Con una nieve profunda, nos aproximamos a la cumbre al mediodía, con fuerte viento y una temperatura de -30ºC.
Nos recibió en la cima con una vista majestuosa. Un mar de nubes del cual solo sobresalen los picos superiores a los 2500 metros.
Nos quedamos en la cima 45 minutos. Apreciando el paisaje, sintiendo la alegría del objetivo cumplido. Poco antes de las 13 hs., descendimos y a las 15: 30 hs., nos hallábamos en el Campamento Base.
El día 7 de agosto, salimos del CB a las 07:30 hs, con un andar lento porque continuaba el viento blanco y la nieve era profunda. Ese día, llegamos a Villa Aguas Calientes. Doce horas tardamos en llegar.
Hoy, en la actualidad, ese paisaje estepario y blanco ha sido modificado radicalmente. La estepa se ha cubierto de forestación de coníferas y otras especies arbóreas.
La alegría de don Valentín de la Vega al vernos llegar fue inmensa. Para él, era aún más grande porque todos éramos neuquinos y del Norte del Neuquén, como él.
El día 8 de agosto, salimos de madrugada, luego de habernos bañado en las termas. Nos ayudó su hijo, con animales de carga, donde transportamos la mochila, siguiendo otra ruta distinta en ese regreso, hasta la confluencia del arroyo Atreuco con el río Varvarco.
La familia Bravo nos tomó la posta, quienes nos cargaron nuestro equipo en mulares. Nos acompañó Nicasio Fuentes, por la ruta de atrás de la zona de Los Bolillos, llegando a lo que es la zona del arroyo Aunque, donde nos esperaba la camioneta de guardafaunas.
Fue una larga jornada, con muchísima nieve, con mucho barro, pero el clima nos acompañó favorablemente. Llegamos a nuestra ciudad de Chos Malal, a las 23:30 hs. el 8 de agosto de 1997, hace ya 25 años.
Habíamos logrado el regalo pensado para el cumpleaños de nuestro querido Chos Malal, que aún cobija y nos regala sus bellos atardeceres.
Cuentan algunos pobladores que hasta el toro colorado y el negro potro salvaje quedaron admirados de su osadía, pero los guardianes del Domuyo no quedaron vencidos. Quien decida volver a escalarlo, escuchará los relinchos de uno y verá las piedras que arroja el otro: es que la niña se sigue peinando al borde la laguna, y ellos cuidan para que nadie perturbe su tranquilidad.
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