En el verano del 2000, ascendiendo al volcán Tromen y mirando hacia el cerro Domuyo, me imaginé realizando otra vez un ascenso, pero esta vez en solitario. Un par de años habíamos logrado hacer el primer ascenso invernal con Jorge Gómez y Raúl Rebolledo.
Fue así que comencé la planificación de tal proyecto. La fecha designada era el mes de julio del mismo año, pleno invierno. Esta vez lo iba a intentar por una ruta nueva: por el Cajón del río Curi Leuvú. Serían más de 40 km de travesía, en la que me esperaría abundante nieve, mucho viento y varias charlas con los pobladores que invernan en la zona.
Comencé desde la escuela del paraje Cajón del Curi Leuvú. El primer día, caminé 14 km, siguiendo la costa nevada del río, que nace en las estribaciones del Domuyo, donde primero es Domuyo Sur, y al juntarse con el Curamileo, forman el Curi Leuvú.
Luego de una hora de caminata me encontré con don González.
Quizás la soledad, quizás la inmensidad, lo cierto es que me narró la historia del perro sin cabeza que deambulaba siempre por el mismo sendero que yo debía pasar al caer el sol. También tuve la advertencia de un puma que merodeaba el lugar. ¡Tenga cuidado!: me decía don González y, sin más, agregó que en el Cajón Grande, su veranada en donde habían tres ranchitos, no los usara para pernoctar. Allí penaban extraños ruidos, llantos y quejas. Debo confesar que con tantas advertencias me atemoricé un poco, pero más fuerte era el deseo de seguir mi plan. Sin embargo, pude ver a lo lejos al felino de los Andes. Estaba cazando las ovejas de los crianceros y sus huellas se hallaban a centímetros de mi carpa.
Durante la segunda jornada, no menos intensa que el día anterior, avancé alrededor de 18 km, llegando casi a la temida Pampa Ferraina. Acompañaron mi marcha una gran cantidad de cóndores y el silencio absoluto. Mi mente iba absorbida en lo que iría a encontrar más allá.
En la tercera jornada, continué hacia el Norte. Instalémi campamento en la zona de Lagunitas (campamento base) luego de unos 10 km de andar. Hubo un intenso viento previo al intento de cumbre. Un viento esperado por la época del año, pero no previsto ya que en aquella época no se contaba con los pronósticos actuales. Se apelaba al saber popular que muchas veces se relaciona con cómo estaban los astros. Por ejemplo, un cerquillo en la luna no anuncia un buen pronóstico. Ese día, pleno invierno, aún el alba dormía. A las 5 hs AM empezó mi odisea, con viento blanco y una baja temperatura de -25º. Helada sensación. Llegando a la zona de La Montura, el viento superaba los 100 km. No había otra que desistir, por el inminente peligro que esa velocidad implicaba.
Al año siguiente, 2001, hice un nuevo intento. Esta vez por la ruta tradicional y durante el mismo mes.
La aproximación fue desde el Cajón de Atreuco hasta Aguas Calientes en donde descansé y fui recibido por don Valentín de la Vega y sus hijos.
Ellos permanecían en ese alejado paraje del Norte Neuquino todo el año. De Don Valentín tengo hermosos recuerdos. Un gaucho como pocos. Nadie como él ha sabido cuidar la Villa de Aguas Calientes, su jardín, su alameda, desde la tranquera hasta las cabañas era un sendero lleno de margaritas, casi cuatrocientos metros. Me recibió atenta y cariñosamente. Recuerdo que preparó los mejores huevos fritos acompañados de pan casero.
Al segundo día, avancé hasta Punta de Camino, donde están los domos del ejército. Hace 22 años nada de eso había. Ni una cabaña de guardaparques, ni un kiosco, ni un poblador que espere con un chivito como hoy es.
El tercer día, arranqué con intensos vientos y mucha nieve. Eso me hizo usar obligadamente raquetas. Al atardecer, llegué al campamento base, Lagunitas. Continuaba sin cesar y cada vez con más fuerza el viento y la nieve volada, tapaban mi carpa. Otra vez, veía lejos la cumbre. Pero esta vez, decidí afrontar el temporal. Permanecí en mi carpa durante cinco días.
Mi cuerpo lo sintió y contraje gripe. ¡Qué duros momentos! Tenía temperatura alta, o sea, fiebre. El viento era terrible. Mi salud no estaba bien. Así que tuve que abandonar por segunda vez.
Ese noveno día, regresé y, tan solo logré avanzar 2 km debido a mi salud.
La neumonía que contraje solo me permitió recorrer eso. Dos días después llegué a Atreuco donde todo alrededor era de un blanco intenso. El vehículo asignado me encontró y regresé a Chos Malal con internación domiciliara. Recuerdo que mi recuperación fue lenta y mis pulmones sufrieron bastante.
Y llegó el año 2002. Arranqué el tercer intento, planificado en siete días. Era a todo o nada. Era la última vez que lo haría en solitario y en invierno. En esta oportunidad, la camioneta me dejó en cercanías del arroyo Las Ramadillas, a 20 km de la localidad de Varvarco, donde el estado de las rutas no es el actual.
Durante la primera jornada, recorrí 20 km caminando hasta la Villa Aguas Calientes. El paisaje que me rodeaba era blanco, era un invierno nevado. Don Valentín estaba enfermo y se había quedado en Varvarco. Me recibieron los hijos, todos ellos pequeños, eran menores de 12 años, al cuidado de las cabañas. Eran otros los tiempos, era otra la historia.
En la segunda jornada, me aproximé, luego de una larga caminata, a los 2900 metros de altura aproximadamente, a una hora del Campo Base. Caminé unas siete horas, lo que se sintió bastante por la abundancia de nieve. Esa noche me dormí pensando en cómo sería mi cumbre. Así me encontró el sueño.
La tercera jornada era el día esperado. La idea era tirar cumbre desde allí. Salí a las 5:20 hs AM. MI querido amigo el viento blanco, frío, intenso y fuerte me acompañaba, dejándome poca visibilidad. Por ese motivo, equivoqué el rumbo, subía y subía, y llegué a la cumbre del cerro que hoy llaman Cerro de los Cinco Colores que se sube para aclimatar. Gané altura sin sentido porque estaba lejos de mi objetivo. Al darme cuenta, ya que había amanecido, decidí avanzar por el filo llegando a las 11: 30 hs a los 3800 metros (Pircas), Muy tarde para hacer cumbre. Así que regresé a mi carpa, pero marcando los primeros metros con banderines de color rojo. Allí, repuse energías.
En la cuarta jornada, a las 5 hs AM consideré que era el gran día. Poco viento, mucho frío. Pero más intensas eran las ganas de llegar a la cima. Avancé rápidamente, sin pausa, a las 9 hs, quizás antes, me encontraba atravesando La Montura y me comuniqué telefónicamente con mi familia que estaba en Chos Malal. Veía a mi familia, mis hijas, esas vidas que esperaban mi regreso. Fue el impulso y la fuerza que necesitaba para alcanzar la cumbre, cada vez más cerca. La adrenalina estaba a full. Mis piernas eran incontenibles. A las 10: 40 AM llegué a la tan ansiada, esperada y deseada cumbre. A un paso de ella, me arrodillé y lloré.
Tres años de espera. Tres años de intento. Cientos de momentos de planificación, de entrenamiento, de sueños, de diálogos. Por fin lo había logrado. Sensaciones indescriptibles. Alrededor, todo gris como esos cortos día de invierno o los primeros grises del cielo que anuncia el otoño. Por Dios, ¡Qué duro! ¡Qué lindo! Tan mío. Recordar todo lo que había sufrido en estos años, la enfermedad, los pies con quemaduras, el puma cerca, la mirada maliciosa de quienes veían frustrado mi sueño. La alegría era inconmensurable.…
La cumbre fueron “quince minutos y abajo” y, como dicen las reglas del montañismo: despacio y con atención. A las 15 hs, nuevamente en mi refugio, en mi casa, en mi hogar. Había logrado así, el PRIMER ASCENSO INVERNAL EN SOLITARIO a la montaña más alta de la Patagonia, con mi pueblo, con mi ciudad Chos Malal al frente, cuando Domuyo era Domuyo.
Durante la quinta jornada, retorné a las termas de Villa Aguas Calientes. Los hijos de don Valentin estaban muy emocionados al verme llegar y más aún con el objetivo logrado.
En la sexta jornada, caminé hasta las cercanías del arroyo Auque, donde Guardafaunas me fueron a buscar. Ahora sólo quedaba regresar a casa en Chos Malal.
Además de la bella experiencia, la satisfacción del sueño cumplido, recuerdo que mis pies padecieron un congelamiento de 1er grado (ampollas).
Hoy tan solo son un recuerdo grabado en la piel que se acentúa con el frío.
Han pasado 20 años de esa experiencia, y es la primera vez que lo narro a un medio periodístico. Siento real y profundo agradecimiento a las personas que me acompañaron en aquellos momentos, mi familia, mis hijas, el cuerpo de Guardafaunas, don Valentín de la Vega.
Es inmensamente necesario rescatar y revalorizar a la persona de don Valentín de la Vega. Sobre todo, toda su labor y colaboración con los montañistas de aquella época y su entrega incondicional con el mantenimiento de la villa. Él se quedaba los doce meses del año, velando por el lugar que le dio trabajo. Lamentablemente, hoy eso no se ve y don Valentín ha pasado al olvido. Mi eterna gratitud y admiración. Si estuviera la decisión de bautizar a la plazoleta de la Villa Aguas Calientes con su nombre, seria un justo y un gran reconocimiento a su tarea cumplida, por él y sus hijos.
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