Integrantes: Lucas Sbriglio, Marcelo López, Marcelo Ortiz, Luis Fusi y Joaquín Barbeito
Arrieros: Raúl Flores, Miyagi y los hermanos Abel y Leonardo Pizarro
En la provincia de Mendoza hay una historia recurrente “La historia del Aluvión de 1934” cuando la rotura de un dique natural en el río Plomo (uno de los principales efluentes del Tupungato y por consiguiente del río Mendoza) provocó una crecida. Esta llegó desde la Cordillera de los Andes hasta los llanos de la localidad de Palmira. La potencia de la destrucción destrozó todo a su paso, dejando inutilizada la estación ferroviaria de montaña Zanjón Amarillo: destruyó puentes y vías del Trasandino, ocasionó terribles daños en la Central Hidroeléctrica de Cacheuta, en el Hotel Termas de la misma localidad, y también provocó la pérdida de vidas humanas. Por todo esto, fue una de las catástrofes naturales más importantes que tuvo la provincia de Mendoza durante el siglo XX.
El río del Plomo, afluente del Tupungato, tiene su origen desde las entrañas de la cordillera central de Mendoza recibiendo deshielo de los glaciares Nevado del Plomo y Juncal. En un lugar denominado Rocas Pulidas (3165 msnm), el Glaciar Grande del Nevado del Plomo interceptaba transversalmente este río desde el Oeste (cuando todavía los glaciares avanzaban). Esa temporada (1933/34) se produjo, por un lado, una gran nevada que hizo que el glaciar avanzara endicando al rio Plomo) y, por otro lado, un muy acalorado y derretidor verano que generó un dique natural de millones de metros cúbicos de agua. Cuando el hielo se rompió, se liberaron millones de metros cúbicos de agua que destrozaron todo a su paso.
Por esto el entonces Ministerio de Obras Públicas de Mendoza (MOP) decidió hacer una serie de refugios (seis) como postas para poder monitorear todas las temporadas los glaciares de la zona.
En ese momento, era inalcanzable para la incipiente fuerza aérea sobrevolar la zona con los aviones. Por esta razón, se construyeron los refugios Río Blanco, Chorrillos, Las Taguas, Polleras, Toscas y, finalmente, el refugio Plomo.
Desde hacía muchos años y con varios intentos, nunca se había podido llegar al sitio mismo ni recorrer los seis refugios que contenían tantísimas historias en sus paredes. Sin dudas, esta era una “la temporada” para hacerlo. Al no trabajar Aconcagua por la pandemia, conseguiríamos arrieros y animales de manera más sencilla y a menor costo. Para esto, contactamos a Raúl Flores que con sus hijos y escoltados por otros arrieros amigos nos acompañarían a tan osada aventura.
La idea era ir montados en mulas y caballos como también llevar mulas cargueras a fin de ir con las comodidades mínimas para una empresa de diez días.
Lejos de toda ayuda, fuimos cinco expedicionarios (Marcelo López, Marcelo Ortiz, Luis Fusi, Joaquín Barbeito y quien relata Lucas Sbriglio) y contábamos con cuatro arrieros uspallatinos de lujo (Raúl Flores, Miyagi y los hermanos Abel y Leonardo Pizarro, más tarde Raúl sumaría a sus hijos) que habían llevado tiempo atrás a algunos expedicionarios pero solo hasta las Taguas, el tercer refugio, De allí en adelante era territorio desconocido para todos ya que en el año 2014 yo había llegado hasta ese mismo lugar caminando.
El día 14 de febrero, comenzamos con nuestra marcha tras haber dormido en el puesto cordillerano de Raúl, cercano a los puquios. Preparamos nuestras cargas y alforjas mientras los arrieros terminaban de herrar y cargar las albardas de los mulares. Nos pusimos en marcha finalmente a las 10 de la mañana, luego de dos horas ya nos encontrábamos en la localidad de Punta de Vacas donde nos hallamos uno de los históricos refugios, Casuchas del Rey, construcciones del siglo XVIII que sirvieron como postas del correo real y refugio de viajeros.
Éstas fueron declaradas Monumento Histórico Nacional en 1973 (Decreto N° 1299).
Este sistema de refugios o casuchas de la cordillera o Casuchas del Rey, están ubicadas relativamente próximas unas de otras. Esta ubicación permitía la seguridad del abrigo y el pernocte ya que se encontraban con leña y alimentos a disposición.
Como es conocido, la idea y los refugios son obra de Ambrosio O´Higgins (1720-1801), de importante trayectoria como comerciante, como profesional al servicio del gobierno y luego como presidente de la Capitanía General de Chile y Virrey del Perú. No es un hecho menor, que su hijo fuera Bernardo O'Higgins, prócer chileno de la independencia americana que acompañó a José de San Martín en la campaña libertadora del cruce de los Andes.
Ya en la localidad de Punta de Vacas, nos adentramos al corazón de la Cordillera de los Andes y nos encontramos con el primero de los refugios del MOP: el refugio Río Blanco en la unión de la quebrada homónima con el río Tupungato.
Pasando este refugio, nos hallábamos con la gran dificultad el cruce del caudaloso río Tupungato.
Para esto utilizamos unos antiguos cables de acero colocados varias décadas atrás por alguna empresa minera que operó en la zona.
Con unos arneses y mosquetones, armamos la tirolesa donde todos pasamos uno a uno. Luego, cruzamos las cargas más importantes, para después comenzar con el cruce de los animales que tuvimos que largar uno a uno. Todo este trabajo duró cinco horas, pero logramos vadear el río sin perder siquiera una cuchara. Anocheciendo, una fogata y un reconfortante asado nos esperaban tanto para calmar el hambre y reconfortar el espíritu como para secar las monturas ya que algunos animales, literalmente, habían buceado en el río.
Al día siguiente, luego de desayunar y de un asado campero, ensillamos y salimos nuevamente rumbo Sur, pasando por el refugio Chorrillos y las Taguas cuyas paredes nos deleitaban con escritos de las décadas del 40 de patrullas militares, expediciones andinistas hasta chilenos que escapaban de la dictadura militar por esas rutas para no ser encontrados.
A esas alturas, ya habíamos cruzado varias quebradas como la Quebrada Fea, la de Santa María o la Del Cura que invitan a recorrer parajes desconocidos aún. Ahora, nuestro objetivo era llegar a las Piedras Pulidas, el lugar del aluvión del ‘34.
Los tres refugios que ya habíamos pasado estaban enteros, al menos las paredes y los techos, aunque no así sus aberturas que el paso del tiempo habían destrozado. Cuando llegamos al tercer refugio, Taguas, la quebrada se bifurca siguiendo el río Tupungato al sur y el río Plomo al norte. Seguimos con dirección al Oeste, donde nos encontramos una vertiente de agua gasificada que acompañó a nuestro vino y picada de campo. En ese momento, al estar disfrutando de nuestra soda natural, visualizamos, en la margen contraria al río, otro refugio de forma cilíndrica que decidimos ir a investigar.
Al llegar, nos encontramos un refugio increíble con ventanas de doble vidrio, literas marineras, escritorio y hasta un leñero. No sabíamos si sería un refugio táctico militar o bien minero pero nuestra sorpresa fue que estaba en muy buenas condiciones.
Luego de las rigurosas fotos, nos adentramos a lo desconocido en el valle de las Taguas ya que ninguno había recorrido esos parajes con anterioridad.
Finalmente, encontramos el cuarto refugio, Polleras, que contenía escritos en sus paredes de las expediciones al Juncal y Plomo de Rudy Parra y otros andinistas de la época. También vimos una cocina a leña en buen estado. Lamentablemente, no había comida para los animales cerca por lo que cruzamos a la margen sur del río Plomo donde nos esperaban unas reconfortantes aguas termales para bañarnos luego de tres duros días.
El cuarto día no tendría grandes acarreos ni bajadas, pero no por eso nos dejaban de sorprender los paisajes paradisíacos. Estábamos a los pies del majestuoso cerro Polleras, girando levemente hacia el Noroeste. En él, en un alto y con todos sus cimientos en el aire y como flotando, aparecía el quinto refugio, Toscas. Éste era el único refugio con techo de chapa, pero ya demasiado inseguro para entrar dado que el río se había comido el sustento. Toda su estructura había quedado como levitando en el barranco.
En el quinto campamento, decidimos dormir a los pies de una vertiente debajo de unas cuevas que parecían indicar que era alojamiento de pumas ya que estaban llenas de pequeños huesos de animales que habían oficiado de presas en algún momento.
Si bien los arrieros ya venían nerviosos porque habíamos visto algunos rastros, sólo teníamos ese paraje con comida para nuestros animales y agua para nosotros.
El sexto día, nos encontraba llegando al último de los refugios, el Plomo, del cual sólo quedaban vestigios.
Pues se notaba que alguna avalancha lo habría derrumbado. No obstante, encontramos latas de aceite y restos de comida en lo que alguna vez ofició, seguramente, de despensa.
Desde allí, subíamos a nuestro objetivo: las famosas Piedras Pulidas. La sorpresa fue inmensa cuando descubrimos que el glaciar que alguna vez produjo un dique natural ya prácticamente no existía. Apenas quedaba un vestigio en lo alto del nevado del Plomo que muy poco se acercaba a las fotografías de 1986 obtenidas por el IANIGLA con grandes bloques y masas de hielo que bajaban desde los cinco mil metros hasta el cauce del río Plomo.
La vista era impresionante e imponente.
Y nos daba un cachetazo de realidad en tanto podíamos ver el calentamiento global en primera fila. A lo lejos, del otro lado del río y abajo, se divisaba un séptimo refugio perteneciente al Instituto Argentino de Nievologia y Glaciología que supo ser visitado en helicóptero por algún glaciólogo de IANIGLA. Estaba abandonado desde hacía décadas.
Lamentablemente, no podíamos bajar con nuestras mulas para ir a verlo ya que habíamos decidido que nuestros arrieros levantaran campamento para empezar el regreso ese mismo día. Nos iban a estar esperando más abajo que el osado campamento bajo las cuevas de los felinos andinos.
Desplegamos mi bandera del ejército de los Andes para la foto grupal de rigor y bebimos un whisky con un poco de nieve de alguna ladera.
Comenzamos a bajar en silencio, solo se escuchaban los cascos de nuestras mulas deslizándose por el acarreo. Descendíamos desde las piedras pulidas contemplando lo que alguna vez fue un glaciar majestuoso y el génesis de una de las peores catástrofes naturales de nuestra provincia. Pero estábamos ahí, donde alguna vez soñamos estar, es decir, donde quisimos que nos llevara la vida.
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