Entre 1958 y 2004 conquistó 42 picos de más de 5.000 metros de altura del país (entre los que se cuentan el Aconcagua, el Mercedario, la primera ascensión al Pico Polaco), y algunos otros en Chile y Bolivia. Durante todos estos años de ascensiones el vínculo deporte-exploración fue indisoluble. Usted ha demostrado esa pasión por descubrir, investigar, aprender, comprender, saber, y compartir; características fundamentales de un explorador.
Explorador nato, aventurero incansable, insigne deportista e investigador, con una tremenda fuerza de voluntad; andinista de la vieja escuela; escritor apasionado; periodista; autodidacta y pionero de la Arqueología de Alta Montaña; premiado y distinguido tanto en Argentina como en el extranjero por su labor de exploración, investigación científica y arqueológica; director de Parques y Paseos y de Recursos Naturales de la provincia de San Juan; presidente del Club Andino Mercedario y director de su revista; fundador, director y coautor de seis tomos del Centro de Investigaciones Arqueológicas de Alta Montaña (CIADAM). Antonio Beorchia Nigris es abundantemente generoso a la hora de compartir sus experiencias de vida con el enorme deseo de despertar en otros el interés por la vocación montañera.
¿Por qué cree que esta cualidad del ser explorador ya no se tiene en cuenta entre las nuevas generaciones de andinistas?
Aclaremos: desde mi óptica, nunca pensé el andinismo-exploración como un deporte; siempre lo intuí como una intensa vocación; una urgencia casi espiritual; un sentimiento y a la vez una necesidad imperiosa de saber qué hay más allá, o más arriba. Significó en cierto modo la búsqueda de una respuesta trascendente al sentido de la vida; también un encuentro conmigo mismo y con la naturaleza por entonces casi virgen; o sea, un encuentro con la AVENTURA, es decir con el misterio que hasta hace 60 años aún encerraban los valles altoandinos con sus grandes nevados, algunos desconocidos entonces hasta para la cartografía nacional.
Que las nuevas generaciones de andinistas amen poco las actividades explorativas es una verdad a medias. Nosotros los “dinosaurios” como nos dicen hoy, es decir los viejos montañeros, teníamos a nuestra disposición cordilleras inmensas casi inexploradas. El misterio que conllevaba este privilegio estimulaba las fantasías y en cierto modo nos “obligaba” a la acción. No era lo mismo marchar casi a tientas, sin referencias geográficas, sin certezas sobre la altura de cierta montaña, con equipos de fantasía (cuerdas de cáñamo, grampones de seis puntas, bolsas-cama obtenidas cociendo frazadas, mochilas, mosquetones, pesados clavos y botas de milico)… No era lo mismo, digo, partir así equipados hacia una ilusión, que hoy las posibilidades de nuestros montañeros, cuyos sofisticados y livianísimos equipos personales entonces ni soñábamos.
Los actuales adelantos técnicos (fotos satelitales, computadoras, cartografía mucho más precisa y a pequeña escala, G.P.S., programas que permiten estudiar una zona desde la propia casa, cursos de montañismo, máquinas todo terreno para la aproximación en lugar de las mulas, apertura de nuevos caminos y nuevas huellas en valles impensados, bibliografía especializada, etc), significan espléndidos logros que facilitan enormemente la práctica del montañismo. Sin embargo –toda medalla tiene su revés- también quitan en parte la ilusión del descubrimiento. Nuestros jóvenes andinistas parten con un bagaje de conocimientos técnicos y geográficos muy superiores a los de mis tiempos; algunos entre ellos son escaladores excepcionales, o atletas, que a veces se ven obligados a re-inventar rutas y objetivos para de algún modo poder gozar la añeja euforia del descubrimiento.
Ciertamente el exceso de comodidades que facilita cada iniciativa, ha ablandado el carácter de la mayoría de los jóvenes, sea cual fuere su actividad. Nuestros muchachos en general no aman el rigor del esfuerzo de largo aliento… Prefieren las ascensiones rápidas, las expediciones livianas, o la escalada extrema con ribetes circenses, pero a la carta. Sin embargo, -como siempre sucede-, existen excepciones, por ejemplo cuando andinistas “extremos” efectúan ascensiones increíbles que nosotros los “dinosaurios” ni nos hubiésemos atrevido a imaginar.
Entre todas las facetas que despierta el interés por la montaña, la relación hombre-montaña ha pasado de ser un hecho cultural a uno puramente deportivo, buscando retos cada vez más difíciles, incluso hay escalada sin montaña. ¿Cuánto han perdido las nuevas generaciones en este cambio de paradigma?
Acabo de contestar parcialmente a esta segunda pregunta Sin embargo agregaré un pensamiento más: el alpinismo, el andinismo y el himalaysmo, en sus primeros balbuceos fueron actividades más científicas que deportivas. Con los años se volcaron a la actividad cultural-deportiva y por último al montañismo puro, pero fraccionado en variadas facetas. Hoy está quien ama la escalada extrema sin importarle el logro de la cumbre; quien prefiere los altísimos nevados a las montañas de entrecasa; quien ama los glaciares, quien el senderismo o la contemplación estética, quien colecciona cumbres de pre-cordillera, etc. Estas y aún mayores actividades en montaña, son facetas de una misma pasión, esto es, el amor por la montaña, en la naturaleza.
¿Qué piensa de la frase de Reinhold Messner: “Cada generación de alpinistas diseña sus imposibles. […] Hay muchas cosas imposibles hoy; pero cosas que son imposibles hoy serán posibles mañana. Es la evolución de la humanidad.”?
No había oído con anterioridad la frase de Reinhold Messner que tú citas. En realidad nunca leí un libro de ese autor porque, con excepción de las grandes ciudades como Buenos Aires o Córdoba, en provincias con poca población como San Juan casi no se consiguen libros sobre alpinismo, andinismo o montañismo en general.
Libros famosos como “Más alto que los cóndores” de Victor Ostrowski (a quien conocí personalmente), donde ese autor narra la primera ascensión al monte Mercedario en 1934, nunca los vi expuestos en alguna librería de aquí. Sin embargo hace de esto unos 40 años, Sergio Fernandez, por entonces presidente del glorioso Club Andino Mercedario, adquirió en Buenos Aires, a precio de remate, una notable cantidad de ejemplares de dicha obra, que por supuesto todos los socios del CAM adquirimos…
Volviendo a Messner: todos sabemos que es el alpinista más grande y completo que ha tenido Italia hasta hoy. (En realidad los padres o ancestros de Messner debieron tener orígen austriaco, a juzgar por su nombre y apellido y por ser el Alto Ádige, donde él nació, un territorio de legua y habla alemanas). Sea como fuere, sus hazañas trascendieron el mundo y por supuesto su pensamiento no puede ser tomado a la ligera.
Estoy de acuerdo con él cuando afirma que “Cada generación de alpinistas diseña sus imposibles”. Fíjate como hace incapié en las palabras “…diseña sus imposibles”. Es una verdad inobjetable. Considera por ejemplo las ascensiones de mis tiempos entre los andinistas más renombrados de aquí, en San Juan. Sin dudas éramos fuertes pero… siempre buscábamos la ruta más expedita y fácil para alcanzar la cima de un nevado virgen. Raramente elegíamos la escalada en roca, porqué los Andes centrales son muy meteorizados. Más experiencia teníamos sobre hielo, ya que nuestros glaciares son buenos y muchas veces no los podíamos esquivar.
Dice además: “Hay muchas cosas imposibles hoy; pero cosas que son imposibles hoy serán posibles mañana. ¿Es la evolución de la humanidad?”.
No creo que se trate de evolución, por lo menos no entre los deportistas. Se trata –pienso- de mejores entrenamientos; de mucha mejor información y preparación técnica; de muy superiores equipos; de mayores conocimientos geográficos; de una más prolija selección de los deportistas. En mis tiempos a nadie se le ocurría pasar por la criba a los interesados en participar de una expedición… ¡Caramba!, si a duras penas conseguíamos reunir un puñado de buenos muchachos… ¡y no todos eran grandes atletas!
Por lo expuesto estoy de acuerdo con Messner cuando afirma lo siguiente: “… cosas que son imposibles hoy serán posibles mañana”.
¿Cómo se puede conjugar en el montañismo el aspirar a obtener un “logro deportivo” con un verdadero espíritu de aventura?
¡El montañismo casi siempre es aventura!, nunca llegará a ser exclusivamente un deporte en el sentido extremo que le damos hoy a cualquier competencia deportiva. Digo más: el futbol hace añares dejó de ser un deporte para evolucionar hacia el espectáculo deportivo. El mismo camino ha seguido el tenis, el ciclismo, el automovilismo, el box, etc. Sus cultores han dejado de ser deportistas para transformarse en profesionales a sueldo. No me consta sin embargo que existan andinistas rentados, a menos que cumplan funciones de guías o de instructores. En estos casos el límite entre el deporte y la profesión rentada se diluye, se difumina, porque un guía de alta montaña –para dar un ejemplo- debe velar por las vidas de las personas que conduce y, además, instruirlas de ser ello necesario. Quiero decir que el sueldo en este caso pasa a segundo plano.
Yo estoy convencido de que el montañismo, por más que lo disfracen de solo deporte, siempre tendrá un porcentaje de aventura genuina. Hoy nuestros jóvenes andinistas ven la montaña con otra óptica que nosotros los “dinosaurios”; sin embargo el espíritu de aventura debe permanecer intacto en sus corazones.
Su aporte para encender en otros la pasión por el andinismo y la exploración, ha sido a través de abundantes notas periodísticas y varios libros. Sin embargo, a lo largo del tiempo encontró cada vez menos cabida en las páginas de los diarios y sus valiosos conocimientos al igual que su archivo -el más completo- sobre arqueología de alta montaña de los Andes del Sur (que donó en 2014 al MAAM), es consultado especialmente por científicos interesados en la temática. ¿Cree que este cambio de paradigma que se dio en el andinismo también se vivió a nivel social como un desinterés de la sociedad por el descubrimiento y la aventura?
La contemplación de un magnifico valle, las vivencias de una esforzada ascensión, el logro de una cumbre virgen, el trazado de una nueva ruta, el descubrimiento de una zona inexplorada, el hallazgo de importantes testimonios del pasado indígena, el asombro ante una flor de alta montaña, etc., a mi entender no alcanzan su plenitud estética o vivencial si no se comparten.
Por lo menos yo siempre sentí la urgencia de transmitir oralmente -o por escrito mediante notas periodísticas- ciertos momentos mágicos de contemplación; o de relatar las peripecias de las ascensiones más esforzadas, o de transmitir la íntima satisfacción que se experimenta junto el fuego acre del “cuerno” en un campamento base después de muchos días vividos a grandes alturas.
Si bien he disfrutado y disfruto las horas de soledad en la naturaleza, ese gozo estético no es comparable cuando la misma vivencia se comparte con otros, porque somos seres gregarios y por tanto necesitamos transmitir a otras personas nuestras emociones.
Cuando el 20 de Agosto de 1980 Reinhold Messner alcanzó la cima del monte Everest en ascensión solitaria y sin oxígeno, se transformó en una leyenda viviente del alpinismo. Fue una hazaña inmensa, digna de “nigro notanda lapillo”como decían los antiguos romanos, o sea, en interpretación libre, “digna de ser escrita con letras de molde”. Pero ¿qué emociones sintió, como vivió el momento? ¿Fue lo mismo estar solo en la cima del mundo, que poder abrazar uno o más compañeros en la misma cumbre? ¡Piénsalo y saca tus propias conclusiones!
En cuanto a la suposición que yo con los años habría encontrado “cada vez menos cabida en las páginas de los diarios”, es una verdad a medias. La culpa del escaso interés de la gente por la exploración, por el andinismo o la arqueología de alta montaña es más nuestra que de los lectores. En efecto, en el seno del CAM hemos sido siempre reacios a la auto-publicidad y si bien yo escribí muchas notas referentes al tema, una golondrina no hace verano…
Nuestros jóvenes deberían publicar en las páginas de la prensa local los resultados de sus expediciones, pero raramente lo hacen. Entonces nos encontramos frente a un círculo vicioso: ellos no dan a conocer, el público no se entera, por tanto no adquiere interés por el tema y, llegada la hora de solicitar colaboraciones económicas, por lógica consecuencia los comerciantes o los industriales miran hacia otro lado.
¿Si los clubes de andinismo ofrecieran a sus jóvenes la educación técnica básica en cuidado, exploración y relevamiento de sitios arqueológico de las altas cumbres, de tal manera que los mismos andinistas fueran la mano derecha de los científicos especialistas en el área; cree usted que esto lograría que ciencia y deporte vayan indisolublemente de la mano?
El Dr. Juan Schobinger, -de muy querida memoria-, a partir de la década de los años 60 fue el único arqueólogo-andinista que se interesó por la arqueología de alta montaña y, gracias a sus libros, difundió el interés por los santuarios indígenas de altura con sus correspondientes sacrificios humanos. Fue también el único que entonces aprovechó los hallazgos de los andinistas en Argentina, siendo él mismo miembro de algunas expediciones de rescate arqueológico.
A partir de los años 80 surgió un antropólogo norteamericano con orientación arqueológica, el Dr. Johan Reinhard el cual, lo puedo afirmar, fue y es además de arqueólogo, un gran andinista. Sus fabulosos hallazgos de origen incaico, especialmente los del Vn. Llullaillaco, fueron el motor para la fundación del actual MAAM (Museo Arqueológico de Alta Montaña) en la ciudad de Salta.
Para la misma época se perfilaron en el horizonte de la arqueología andina el Lic. Christian Vitry (salteño, andinista e himalaysta actualmente en plena actividad) y la Dra. Constanza Ceruti, (en cuyo haber figuran las cumbres de los mayores nevados de los Andes). Estos cuatro ilustres investigadores (Schobinger, Reinhard, Vitry y Ceruti) son los únicos, por lo que yo sé, que han trepado y excavado a más de 6.000 metros con esplendidos hallazgos. Ellos, en su calidad de arqueólogos y andinistas han ilustrado y guiado a muchos montañeros.
Ahora bien, los clubes de montaña podrían por cierto solicitar el asesoramiento de los últimos tres profesionales (Schobinger ya falleció); tal vez podrían hasta organizar breves cursos en materia, pero de allí a que “los mismos andinistas fueran la mano derecha de los científicos especialistas en el área” media un largo trecho. Con excepción de los profesionales ya nombrados, los arqueólogos no son andinistas… Entonces queda flotando la siguiente pregunta: ¿Qué debe hacer un andinista si observa construcciones de pirca en determinada cumbre?
Debe limitarse a documentar el sitio fotográficamente; de poseer un GPS es importante anotar las coordenadas con su altura; si observa algún objeto en superficie conviene que lo rescate para entregarlo al MAAM de Salta junto con los datos obtenidos; ¡no debe excavar por su cuenta! Será una persona prudente y responsable si informara a su club de lo visto y observado.
Al final de viaje de 3200 kilómetros de recorrido a caballo, en la primavera-otoño de los años 2000-2001, usted sentenció: "Sé que no quería terminar el viaje, porque allí se va la ilusión. Porque con esta travesía cierro 45 años de andanzas y de aventuras: de aquí en más me declaro viejo." Y sin embargo; en 2009 -con 74 años de edad-, partió nuevamente, desde el Calahoyo en Jujuy, 50 días a caballo por el Camino del Inca hasta los llanos de San Guillermo en San Juan. ¿Qué significó en ese momento aquella frase cuando dijo que se declaraba viejo y que significado tiene ahora? ¿Se siente entonces todavía fuerte?
La cabalgata de 5 meses siguiendo las huellas del gran explorador y marino inglés George Chaworth Musters (en los años 1869/1870 Musters se unió con la tribu tehuelche del cacique Orkeke y recorrió a caballo las antiguas rastrilladas que unían la actual provincia de Santa Cruz con Carmen de Patagones en el Río Negro), recién la pude concretar a los 65 años de edad, es decir una vez jubilado. Aquella fue para mí una gran aventura, no exenta de peligros y de duros trabajos. Obviamente esa travesía no puede relacionarse con el andinismo, pero sí con el espíritu de exploración que debería tener todo montañero.
La árida meseta patagónica es monótona, aburrida, inmensa, con un clima –especialmente el de Santa Cruz- más apto para pingüinos que para seres humanos. Y sin embargo, ¿por qué la recuerdo con nostalgia?
Siento nostalgia por aquellas infinitas soledades, donde el viento siempre brama y el clima puede cambiar varias veces en el día…
Fue en San Antonio Oeste, casi al concluir la larga cabalgata patagónica, cuando un ómnibus repleto de gauchos de la Confederación Gaucha Argentina, me alcanzó en San Antonio Oeste. Y fue allí cuando me entrevistó el prestigioso periodista de LA NACIÓN, el gaucho Mariano Wüllich, a cuya pregunta “¿qué piensas hacer en adelante?”, contesté casi sin pensar: “¡de aquí en más me declaro viejo!”.
No es una frase de mi cosecha, se la pedí prestada al gran Domingo Faustino Sarmiento escrita por él en una carta dirigida a cierta dama… La encontré oportuna y la repetí a Mariano.
De hecho después no dejé de cabalgar y, como bien dices, a los 74 años recorrí a lomo de mula la traza del camino del Inca desde la aldea de Calahoyo en Jujuy, hasta el caserío de Malimán en el departamento Iglesia de San Juan. Durante la expedición conté a tramos con la participación de amigos de fierro como el instructor de alta montaña Domingo Álvarez, el cual entre sus sorprendentes logros escaló también la pared Sur del Aconcagua. Participaron asimismo, a tramos, el alpinista vasco Antón Piñél –un antiguo compañero de aventuras- y el bonaerense Erico Nordensthal.
Esta última expedición tal vez fue para mí el canto del cisne… En efecto, algunas otras salidas organicé después aquí en San Juan, (por ejemplo al valle Colorado o hasta las nacientes del río Volcán, siguiendo en parte la ruta Sanmartiniana), pero los achaques propios de mi edad me invitaron por último al sosiego. Ahora me dedico a la jardinería y a la cría de canarios; vendí mi caballo sillero y, raramente, escribo o leo lo que otros hacen.
¿Luego de estos 60 años de aventuras y travesías, de exploraciones y descubrimientos, de responder con pasión al llamado de las montañas y de procurar en otros ese amor por las mismas, ha llegado ahora sí el tiempo de hacer balance sobre su experiencia en la exploración de cumbres andinas ?
Mira, ¡no se puede vivir de solo recuerdos!
Conoces el refrán criollo que dice: “¡el zorro pierde el pelo pero no el vicio!”.
Es esta una gran verdad. Si por mí fuera ensillaría “ya” un caballo y partiría hacia cualquier rumbo… Pero esos tiempos se acabaron para mí: la hipertensión, la molesta artrosis a una cadera, el exceso de peso, la enorme mochila de años que tengo sobre los hombros, me han transformado –quiera o no quiera- en una persona casi sabia.
Por lo menos ahora asumo todas las cosas que no puedo hacer.
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