Releer una nota escrita con cierto desparpajo juvenil hace cuatro o más décadas, siempre me causa una sutil añoranza, no exenta de emoción, por tiempos y ascensiones que no han de volver.
Debo este regalo al renombrado andinista Guillermo Martin, cuya loable misión autoimpuesta es la de desempolvar y dar a conocer añejas crónicas de montaña, olvidadas a veces por los mismos protagonistas, como aconteció con el presente relato de la primera ascensión al Pico Mario Fantin, que tuvo lugar en el año 1970 y que a su tiempo publicó la prestigiosa revista La Montaña.
De veras no la recordaba y… me gustó. Para su nueva publicación me tomé sin embargo la libertad de corregir algunas frases –sin cambiar el sentido del texto original- ya que mi castellano de entonces dejaba mucho qué desear.
Antonio Beorchia Nigris – San Juan, abril de 2010 |
Era una mañana espléndida. Los sauces mecían apenas sus largas melenas movidas por la brisa. Cual telón de fondo, la cordillera de Ansilta resplandecía blanca, cubierta de nieve hasta sus pies.
Vacunos y ovejas pastaban en los potreros inundados de sol; en el corral rodeado por una acequia, baqueanos y peones se entretenían pialando corderos para luego marcarlos en una oreja con el cuchillo de monte. Los animales al huir en tropel levantaban densas nubes de guano seco y las risas y los gritos se confundían con los balidos, dando a la escena un sabor de fiesta campera.
Así pasamos el día, las dos expediciones juntas, la arqueológica que acababa su campaña de 40 días, y la del club Andino Mercedario que recién iniciaba su excursión.
Tuve que tramitar mi permiso para poder unirme a la expedición organizada por el conocido andinista Adán Godoy, obteniéndolo sólo en forma parcial, es decir, por cinco días: suficientes de todos modos para escalar uno de los siete picos de Ansilta.
El ocho de febrero nos sorprendió caminando a lo largo del arroyo Fiero, con las mochilas al hombro y un gran entusiasmo animándonos. Sergio Job, Jorge Varas, Adán Godoy y César Eguaburo eran nuevos en esa zona y por tanto se sentían eufóricos: admiraban los espléndidos paisajes que el arroyo ofrecía a cada recodo y en especial la frescura de los bosquecillos de chacayes, engalanados con el verde intenso de las vegas y por el cantar de innumerables zorzales.
El sol apretaba y era menester refrescarse con las aguas cristalinas del arroyo, sobre cuyas orillas grandes matuastos verdosos, molestos por nuestra presencia, se eclipsaban bajo una piedra o entre las ramas de un arbusto.
¡Y pensar que dos días antes yo había bajado por ese mismo lugar tiritando de frío y con el temporal pisándome los talones! ¡Del más crudo invierno al verano más espléndido en el giro de 48 horas, y en la misma zona!
Era tarde cuando acampamos en una pirca construida por los arrieros, a más o menos 3.000 metros de altura. Godoy, con sus cien y tantos kilos, llegó un poco atrasado pero en buena forma. Eguaburo también se sentía abatido, pues a los 52 años es necesario tener mucha voluntad, sin previo entrenamiento, para sobrellevar contento las fatigas de una marcha forzada.
Por supuesto, después de 40 días pasados a 3.000 metros, yo me sentía como en casa y no sin malicia hacía exagerado alarde de mi buena aclimatación, acelerando la marcha durante el día o repitiendo a cada rato que me sentía fresco como una lechuga. Eso no era cierto, pero el prestigio hay que mantenerlo ¿no?
Cuando a la nochecita regresó nuestro baqueano José Pérez -quien a la mañana había subido con dos mulas cargueras para dejar nuestros equipos a la altura del campamento base- tomó una sopa con nosotros y a continuación regresó a la estancia de Los Arroyos.
El 9 de febrero continuamos nuestro viaje de aproximación alcanzando a las 16 hs. una laguna de origen glaciar, ubicada a 4.000 metros a los pies del Pico nº 4 de Ansilta. Los equipos sin embargo no estaban allí.
"Evidentemente el baqueano interpretó mal mis indicaciones - dije -: aquí es donde acampamos con los hermanos Altrichter hace diez años... y aquí debió dejarlas Pérez"
"Habrá que buscar en otra quebrada - sugirió Job - porque en este lugar no podemos quedarnos".
No hubo más remedio que faldear el cerro Yamaco, sorteando enormes bloques de roca, y caer al arroyo que baja desde la pared este del Pico n° 5. Allí descubrimos varias lagunitas cuyas orillas recorrimos minuciosamente: nada. Entonces resolvimos regresar para dormir más abajo.
Con las últimas luces del día entramos así en un vallecito ameno, surcado por un hilo de agua, escondido entre roquedales romos y brillantes que presentaban profundas estrías en el sentido del valle, como si los hubiese tallado una poderosa lima.
Se trataba del fondo de un antiguo glaciar que en su retroceso dejó una serie de plataformas o vallecitos cerrados por morrenas frontales, en cuyo lecho se formaron posteriormente lagunas de aguas verdosas que ocuparon parcialmente el lugar dejado por los hielos. En otros sitios en cambio las aguas se habían escurrido a través de los escombros, dejando la hoya cubierta por una delicada alfombra vegetal.
Observando las huellas aún visibles, parece que el glaciar en su período de máxima expansión tuvo una longitud de seis kilómetros por dos de ancho. Hoy (por 1970), está reducido a dos cuadras de hielo verde ubicado al pie de la pared este del Pico nº 5; el mismo está cubierto de escombros, como si pretendiera ocultarse bajo su manto, buscando así prolongar una agonía que difícilmente durará más allá de este siglo.
En la luz del crepúsculo pasaron volando varios tortolones. Un guanaco relinchó sobre nuestras cabezas, pero por más que lo rastreamos con la mirada, no lo pudimos ubicar. Finalmente, un llamado de Varas nos hizo regresar sobre nuestros pasos. Allí estaban pues los equipos, adosados a una piedra, en el centro mismo del vallecito. Reanimados con el hallazgo, armamos febrilmente una carpa para aprovechar los últimos minutos de luz y, cansados, nos metimos en nuestras bolsas de dormir. Ese día caminamos 14 horas corridas.
La mañana siguiente la dedicamos al descanso y a completar los arreglos en el campamento base. Así juntamos leña, acondicionamos la “cocina”, levantamos otra carpa, clasificamos los víveres y charlamos.
Por la tarde el cielo se cerró dejando caer un leve garrotillo que se derretía ni bien tocaba el suelo. El fenómeno duró tan sólo una hora; luego volvió a brillar el sol. Más tarde el fogón alegró las primeras horas de la noche.
El día 11 resolvimos dividirnos en dos grupos: un primer grupo para intentar el Pico sur del nº 5 de Ansilta, compuesto por Varas, Job y yo, y el Yamaco, por Godoy. Eguaburo se sentía algo indispuesto y por tanto prefirió permanecer en el campamento base.
Remontando los roquedales labrados por el desaparecido glaciar, bordeamos la pared este del Pico nº 5 y a continuación trepamos hasta el portezuelo de La Fortuna, en busca de una ruta accesible a nuestro cerro. Desde ese lugar se veía áspero, difícil, cubierto de acarreos, superpuestos a escalones inclinados hacia el valle y rematados en su porción final por una torre oscura, al parecer de roca meteorizada.
Nosotros no somos grandes escaladores, no hemos resuelto nunca problemas superiores a un 4º grado de dificultad, (en la escala de 6 puntos vigente en 1970), quizás debido a que San Juan carece de grandes paredes donde entrenarnos, o tal vez al hecho de que sus cerros son todos inseguros, de mediana pendiente y de roca mala.
Miramos pues a nuestra cumbre con cierta desconfianza y, teniendo en cuenta que no llevábamos soga, resolvimos continuar sin arriesgarnos demasiado hasta donde nuestra capacidad nos lo permitiera.
Primero tuvimos que bregar con un largo y pesado acarreo hasta alcanzar el pie de la torre. Allí las cosas se complicaron, pues aparte la mayor pendiente, había una serie de pequeñas terrazas cubiertas en su porción superior por cortos acarreos de escaso espesor donde, de no realizar los movimientos con suma cautela, arriesgábamos partir cuesta abajo disparados como balas. Las terrazas a su vez inclinaban sus aristas hacia afuera, formando pequeños techos sumamente incómodos de superar.
Con las precauciones del caso ganamos altura; continuamos en faldeo; trepamos; avanzamos entre un dédalo de corredores con paredes verticales o nos deslizamos transversalmente bajo las mismas terracitas, hasta hallar un pasaje factible.
Increíblemente, cada paso difícil superado nos daba nuevos ánimos para continuar. A las 12 hs. llegamos al pie de un planchón de hielo liso que remataba contra una pared de 20 metros de alto. Imposible superarla sin un equipo adecuado. Después de analizar con calma la situación, descubrimos sobre nuestra derecha un estrecho pasaje que subía hacia lo alto hasta quedar oculto por la pared.
Era necesario arriesgarse. Labrando escalones donde el hielo aparecía mezclado con arena y piedras, cruzamos unos metros con gran cautela, en procura de suelo firme. Justo en el centro de la travesía, donde había un salto de 10 metros hasta el próximo escalón, perdí estabilidad y salí disparado, patinando sobre el pedregullo. Con el Jesús en la boca, corrí a los saltos en diagonal hasta parar apenas a tiempo.
"Ojo, esto es peor de lo que parece – grité - ¡muchachos, labren escalones más profundos!".
Job avanzó haciendo saltar grandes lascas de hielo con la piqueta hasta cruzar sin novedad. Varas lo siguió. Adelante entonces.
El estrecho corredor nos condujo zigzagueando a la parte superior de la pared para finalmente ensancharse en un corto acarreo increíblemente empinado. Era un verdadero milagro que todo ese material suelto se mantuviera quieto y no rodara cuesta abajo. Ocupaba el centro del mismo un reguero de grandes piedras, y sobre ellas trepamos, cuidando de no producir avalanchas.
Así llegamos a un filo que caía verticalmente hacia el lado opuesto, pero que allí formaba una especie de remanso cerrado en su parte superior por una pared en extraplomo.
Ahí nos sentamos a descansar. Eran las 13.30 horas.
"La cumbre no ha de estar lejos - dijo Job - podríamos preparar el documento".
Saqué mi libreta de apuntes y empecé a escribir, pero de pronto quedé con el lápiz quieto levantado en el aire.
"¿Cómo lo bautizamos?".
"¿Bautizamos qué?".
"El cerro, pues".
Los tomé desprevenidos y los dos quedaron meditabundos.
"Podría ser.. . a ver... esteee... la pucha que es difícil pensar en estas alturas".
"Sugiero que lo bauticemos Pico Mario Fantin; es un alpinista y escritor italiano que bien se merece una pequeña atención y que además aprecia mucho al club Andino Mercedario".
"Está lindo —dijo Job—. Pico Mario Fantin.. . sí, suena bien".
"¿Usted Varas, qué opina?".
"¡Sí, puede ser!".
Así escribí: Pico Mario Fantin - mts. 5.100 aproximadamente.
Firmamos los tres y colocamos el documento en una bolsita de plástico.
"Espere —dijo Varas—, ponga esto también".
Era un sobre blanco.
"¿Qué es?".
"¡Ábralo y vea!".
Era una fotografía de sus dos hijos mellizos y de su mujer.
"¡Eh! míralo al papá; ¡se le caen las babas por sus chicos!".
Varas rió un tanto emocionado. Entonces, para no ser menos, saqué también de la billetera una fotografía de mi hijo menor y de mi mujer y puse ambas imágenes junto a las de Varas.
A continuación guardé todo en el anorak y seguimos.
Tuvimos que bordear por debajo de la pared hasta cruzar a otro filo y por éste trepar por una cresta aérea, hermosa: cielo por todas partes; parecía como caminar en el azul. Media hora después pisamos cumbre.
¡Qué abrazo nos dimos! ¡Qué lindo fue eso!
La cumbre del Pico nº 5 es una torrecita de lajas donde apenas podíamos movernos. Levantamos una pirca y guardamos en ella los documentos. Mirando hacia todas direcciones se veía tan sólo roquedales y vacío. Allá al fondo, dos puntitos nos indicaban el lugar del campamento base. Una cuchilla áspera, cortada como una sierra, bajaba un centenar de metros para levantarse casi verticalmente hacia la cumbre central del Pico n° 5: una travesía difícil pero factible y sólo medianamente expuesta.
Finalmente emprendimos el regreso, alcanzando la base a las 18 horas.
Anochecía cuando llegó Godoy. Apareció sobre la morrena caminando con su paso lento y parejo. Todos fuimos a su encuentro para abrazarlo.
"¿Y bien?".
"Pues, que el que diga que el Yamaco es un cerrito, miente alevosamente", contestó alegre.
"¿Llegó?".
"Por supuesto —dijo—, aquí están los documentos. .. ".
Nos sentamos alrededor del fogón para festejar el doble triunfo y comimos con buen apetito la polenta preparada para la cena.
El día 12 tuve que regresar a Los Arroyos y de allí a San Juan. Los demás mudaron ese mismo día el campamento a los pies del Pico nº 4 de Ansilta, donde levantaron dos carpas de ataque en las orillas de una laguna.
Hubo temporal esa noche; el 13 amaneció encapotado y blancos los alrededores. Ellos resolvieron de todos modos intentar la ascensión. Rumbeando hacia el alto portezuelo que se levanta entre los picos nº 3 y nº 4, alcanzaron la ladera norte de este último, que es bastante áspera y empinada.
Treparon durante siete horas entre roquedales y grandes pedrejones hasta alcanzar la cumbre a las 16 hs. Fue un momento emocionante. Eguaburo escondió la cara para no llorar de alegría: era su primer 5.000, a los 52 años. He aquí un ejemplo para los andinistas jóvenes y para los que, pasada cierta edad, esgrimen dicho argumento como principal motivo de su inactividad.
El andinismo es uno de los pocos deportes que puede practicarse durante toda la vida. No es competitivo; por lo tanto, ¿qué importa llegar una hora después? Como ejemplo podemos recordar al alpinista italiano Piero Ghiglione quien a los 80 años aún conquistaba cumbres vírgenes en todos los rincones del mundo: falleció a causa de un accidente automovilístico de regreso de una excursión a los Alpes.
Una hora después llegó también Godoy, con su paso mesurado. Increíblemente agregaba una cumbre de alta montaña más a su ya considerable curriculum. Siempre me asombra una victoria de este hombre gordo, ya no tan joven, cuyo aspecto recuerda más a un bien alimentado gerente de empresa que a un esforzado andinista. Sin embargo él trepa despacio, parejo, hora tras hora sin parar; y llega. Llega tan seguro como un muchacho de 20 años. A veces se queja porque cree sufrir de angina péctoris, de un principio de artrosis y no recuerdo qué otras dolencias imaginarias, pero parece que su mejor medicina es la montaña. Después de cada expedición regresa con varios kilos menos y un gran entusiasmo por las cosas buenas de la vida. Claro que los kilos perdidos los recupera en menos de una semana.
Con tres cumbres en su haber regresaron los expedicionarios a San Juan el día 17 de febrero del año del Señor de 1970.
Este es, en breves palabras, el relato de nuestra expedición a la cordillera de Ansilta. La revista “La Montaña” publicó en algunas oportunidades relatos de anteriores ascensiones a esa cordillera y muchos se habrán interesado por conocer los antecedentes andinísticos de sus siete picos.
He tenido la oportunidad de reunirlos buscando en los archivos del club Andino Mercedario, o solicitando datos a los mismos protagonistas.
Una descripción esquemática será desde luego monótona, pero útil al andinista que necesite realizar alguna vez una excursión a esa zona. El que de estas cosas no se interese, o por muy joven o por vivir lejos, suspenda aquí la lectura y siga con algún relato más ameno.
Diré primero dos palabras acerca de la cordillera de Ansilta. Podemos ubicarla entre los 31° 35' y 31° 49' S. y sobre los 69° 55' W., es decir, considerando la gran curva que realiza hacia el este, esa cordillera cubre apenas unos 30 kilómetros de extensión en la dirección aproximada norte-sur. No es mucho en verdad; además se encuentra tan a mano que, proponiéndoselo, todos podrán escalar los siete picos en menos de un mes.
Con una o dos jornadas de mula, se alcanza cualquiera de los cuatro campamentos base conocidos: al pie del Pico nº 7 y nº 6, partiendo desde la estancia de Los Arroyos (a la misma se llega con movilidad por una huella en regular estado) y, siguiendo por el arroyo Casa de Piedra, se acampa entre ambas montañas.
Al anfiteatro formado por el Pico n° 3, nº 4 y nº 5 puede llegarse arrancando desde el mismo lugar, pero desviando la marcha por el arroyo Fiero.
Los picos nº 2 y nº 3 se alcanzan siguiendo el arroyo Largo, pasando por las cercanías de Los Morrillos de Ansilta, hasta parar bien al fondo de la quebrada. Finalmente los Picos nº 1 y nº 2 se alcanzan partiendo desde el poblado de Tamberías hasta los Potreros de Ansilta, para desde allí acampar entre ambos nevados.
Estas montañas presentan distintas dificultades, desde la ruta fácil a la vía difícil sobre roca o a la escalada en hielo.
Nadie ha trepado aún (para 1970) por la cara Oeste de ninguno de los siete picos.
El nº 2, 4 y 7 son los únicos que poseen grandes glaciares; los demás presentan neveros más o menos extensos. El agua abunda en todas partes, es siempre cristalina y de agradable sabor, pero los arroyos se insumen antes de llegar al río de Los Patos; por consiguiente la amplia altipampa entre este río y la cordillera, de unos 20-30 kilómetros de ancho, es desértica. Recomiendo recordar este último detalle.
Leña puede hallarse hasta los 3.800 - 4.000 metros; es especialmente abundante durante el viaje de aproximación. La más común es la leña de acerillo (Adesmia pinifolia – una leguminosa), que puede alcanzar el grosor de la pierna de un hombre, hallándose también árboles como el chacay hasta los 3.000 metros (Chacaya trinervis – una ramnácea) y el cuerno de cabra (Adesmia subterranea – una leguminosa) hasta los 4.000 metros.
La fauna local está representada por numerosas tropas de guanacos, por zorros, liebres, cuyes, chinchillones (Lagidium Famatinae), algún raro puma, cóndores, lechuzas, tortolones, algunos patos, variados pájaros, en especial zorzales y, además, por distintas especies de lagartos. Insectos peligrosos como escorpiones o arañas escasean y muy raramente se ve una víbora: en los 45 días que pasé en la zona tan sólo observé una culebra.
Los animales domésticos están representados por pequeñas tropas de vacunos, mulares, caballares y piños sueltos de ovejas que los baqueanos o arrieros cambian de una a otra vega a medida que se acaban las pasturas.
El clima es bueno, con raras tormentas de nieve que nunca duran en verano más de dos o tres días. A su vez, las tormentas de viento son bastante comunes y pueden soplar hasta diez días seguidos, resultando al final un tanto molestas.
Las alturas de los siete picos principales varían desde los 5.800 a los 5.200 metros. Los picos menores (nº 1, 4, 5 y 6) se escalan desde el campamento base en un solo día; los demás (nº 7, 2, 3) en dos o más jornadas según la vía elegida.
El más interesante andinísticamente hablando es sin duda el Pico nº 7 -bautizado con el nombre de “Domingo Faustino Sarmiento”- debido a la coraza de hielo que cubre sus tres cumbres y que, bajando en anchos ríos blancos, conforma tres glaciares principales: La Fría, el Schiller y el de los Italianos.
El glaciar del Pico nº 2 es colgante en su parte inferior y supera un desnivel de unos 1.400 metros. El del Pico n° 4, también colgante pero muy corto, supera unos 600 metros de desnivel. Exceptuados los glaciares Schiller y La Fría, los restantes no han sido aún recorridos. (En realidad los primeros podríamos clasificarlos como glaciares semi-colgantes en su parte inferior, esto es, el del nº 4 y del nº 2, con paredes verticales de hielo de unos 10 o más metros de altura.)
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