En su sede principal de Ginebra, Suiza, el CERN – Consejo Europeo para la Investigación Nuclear– exhibe entre dos de sus edificios una estatua de bronce de Shiva que le obsequió la India en conmemoración de una colaboración que comenzó en la década de los 60 y continúa hasta el presente.
Cabe preguntarse qué relación puede existir entre el CERN, cuyo principal objetivo es “contribuir a desvelar de qué está hecho el Universo y cómo funciona” (sic), y una de las principales divinidades hindúes. Pues bien, sucede que la cosmogonía del hinduismo guarda cierta similitud con algunas de las teorías cosmológicas actuales, que también proponen un Universo cíclico.
En esa representación de Shiva y su “danza cósmica”, una de sus manos señala una lengua de fuego como recuerdo de que el Universo actual un día se destruirá; en otra mano la divinidad sostiene un tambor con el que hace sonar las notas que dan lugar a la creación de un nuevo Universo. Así, la imagen representa la idea de creación y destrucción cíclicas. Una idea que no sería descabellado relacionar con los volcanes, cuya capacidad destructiva resulta luego ser creadora de vida.
Habitamos un planeta dinámico, donde se estima que, en mayor o menor grado, cada año unos sesenta volcanes entran en erupción. Muchísimos volcanes más han estado erupcionando en todo el mundo durante miles de millones de años, a veces en proporciones difíciles de imaginar.
En efecto, los cráteres de los volcanes llevan emitiendo gases desde el principio de los tiempos terrestres. El vapor de agua es el más visible de todos y aunque inocuo, es el principal motor de las erupciones volcánicas. Su origen sigue siendo un misterio para la ciencia; todavía nadie puede explicar de dónde procede el vapor de agua que surge del interior de la Tierra. Muchos científicos piensan que llegó a bordo de cometas o asteroides, pero algunos descubrimientos recientes apuntan en otra dirección.
Según una nueva teoría, hace cuatro mil millones de años, o más, cuando la Tierra todavía se estaba formando, ya había agua debajo de la corteza, atrapada en el magma líquido. Cuando la corteza comenzó a enfriarse y a endurecerse, los volcanes actuaron como perforadoras, permitiendo que de a poco fuera escapando el vapor de agua. Luego de millones de años, todo ese vapor de agua se condensó y volvió a la superficie de la tierra en forma de lluvia. De esta manera creó mares y océanos y permitió el surgimiento de la vida en nuestro planeta. Ese habría sido el papel vital que tuvieron los volcanes, sin los cuales la mayor parte del agua seguiría atrapada entre la corteza y el manto. Y como bien sabemos, donde hay agua hay vida.
Las consecuencias catastróficas de las erupciones volcánicas son ampliamente conocidas, no así las benéficas, que también merecen ser divulgadas. Los volcanes han desempeñado un papel vital en la formación de la Tierra y siguen propiciando el desarrollo de la vida, ya sea creando entornos en los que ésta pueda florecer o aportando los nutrientes que cada ecosistema necesita.
Si bien actualmente permanece inexplorado cerca del 75% de los océanos de nuestro planeta, se estima que en el fondo de ellos hay miles de volcanes activos. Gran parte de su portentosa actividad se produce en las dorsales oceánicas, allí donde las placas tectónicas se separan permitiendo que aflore el magma. A través de esas enormes grietas, los volcanes submarinos expulsan lava, producen columnas de humo y ceniza y también liberan nutrientes que hacen posible el desarrollo de la vida. En ocasiones dan lugar al nacimiento de islas sobre las que se desarrolla luego una rica biodiversidad.
La actividad volcánica submarina puede dar lugar a la formación de fumarolas, que son aberturas en el fondo del océano a través de las cuales emergen fluidos calientes ricos en minerales. Estos sistemas hidrotermales submarinos albergan ecosistemas únicos y diversas formas de vida adaptadas a condiciones extremas tales como oscuridad, enormes presiones y altísimas temperaturas. Aunque a ciertas profundidades apenas llega la luz solar, o no llega en absoluto, diferentes especies utilizan como fuente de energía las sustancias químicas generadas por las fumarolas.
Según una de las varias teorías científicas que existen acerca de cómo surgen las islas volcánicas del fondo de los océanos, el magma encuentra a veces una vía para escapar del interior de la tierra y así surgen volcanes del lecho marino. Ese podría ser el caso de la muy nueva Isla Surtsey, en Islandia y también de la mucho más antigua isla La Palma, integrante del archipiélago de Las Canarias, frente a la costa africana.
Las sucesivas erupciones de esos volcanes submarinos van aportando materiales nuevos que se solidifican lentamente y van formando capas que finalmente afloran a la superficie y forman plataformas territoriales sólidas. El continuo aporte de nuevos materiales favorece la creación de un suelo donde luego la flora y la fauna se pueden establecer.
Estos gigantes de la Naturaleza que son los volcanes nos presentan dos caras: una dramáticamente destructiva y otra, menos conocida y sorprendentemente positiva. A esta última nos vamos a referir en esta nota, citando ejemplos de efectos benéficos derivados de las erupciones de volcanes terrestres y submarinos situados en distintos continentes
En Sicilia, Italia, se yergue el Etna, el volcán más activo de Europa, cuyo comportamiento, desde que se tiene registro hasta el presente, ha probado ser impredecible, ya que puede expulsar lava en forma silenciosa, sin apenas explosiones, o entrar de repente en erupción con gran violencia. Alrededor del Etna, incluso en sus laderas, viven hoy cerca de un millón de personas. Aunque los ríos de lava surgidos del volcán han causado estragos en varias ocasiones, quienes viven junto a él consideran que vale la pena correr el riesgo. La justificación para esa temeraria actitud colectiva está en que gracias al sustrato rico en minerales generado por el volcán, los vinos y productos agrícolas de esta región generan riqueza y bienestar para los habitantes, ya que son muy apreciados en toda Italia.
En Tanzania, África, encontramos el Ol Doinyo Lengai, uno de los volcanes más altos y más activos de ese continente, capaz tanto de destruir como de favorecer la vida. Las cenizas que expulsa este volcán tienen una característica especial: son muy ricas en carbonatos, unas sales minerales que al llegar las lluvias hacen crecer en las llanuras circundantes los pastos más nutritivos de toda África, de los que se nutren varias especies de herbívoros de todo el Serengueti, en especial los ñus, que han convertido a esta región en una escala imprescindible de su migración anual; incluso tienen allí a sus crías.
En medio del vasto océano Pacífico está el archipiélago de Hawaii, surgido de una poderosa actividad volcánica que en forma incesante le ha ido ganando terreno al mar... y continúa haciéndolo. En una de las islas encontramos al Kilauea, el volcán más activo de Hawaii, que en 1983 comenzó una nueva etapa eruptiva que continúa al día de hoy. La lava que fluye de este volcán en enormes cantidades ha traído la destrucción tanto a zonas urbanizadas como a zonas boscosas, pero también ha creado en su camino hacia el mar nuevos espacios que no tardan en ser ocupados, porque cuando la lava se enfría y se endurece, la vida comienza a surgir entre las cenizas. Un ejemplo de este fenómeno es el árbol Metrosinderos polymorpha, endémico de Hawaii, muy bien adaptado a vivir en la lava. No necesita tierra y puede crecer sobre la roca extrayendo del agua de lluvia los nutrientes que necesita. Al crecer va descomponiendo la roca, que se convierte en tierra para crear un ecosistema completo.
El 4 de Junio de 2011 tuvo lugar la última erupción del volcán Puyehue, en del lado chileno de los Andes del Sur, provocando una columna de material piroclástico (ceniza, humo, arena, lava) de 14 km sobre el nivel del mar y 5 km de ancho. El fenómeno impactó en poblaciones de Chile y de Argentina. El viento que sopló desde el Oeste hacia el Este generó que la mayor parte del material que expulsó el volcán cruzara la cordillera y se asentara en una amplia zona de nuestra Patagonia central, incluso en el Sur de la Provincia de Buenos Aires
La caída de ceniza volcánica sobre el suelo, dispersada por el viento a lo largo y ancho de una amplia zona del territorio argentino, tuvo un efecto sorprendentemente benéfico, según los estudios científicos realizados.
Por lo general, cuando se habla de especies vegetales y animales afectadas por erupciones volcánicas lo más común es que nos vengan a la mente imágenes de personas evacuadas, casas destruidas, árboles incendiados y mamíferos, aves y reptiles huyendo despavoridos, pero probablemente no incluyamos entre esas imágenes a los seres vivos que habitan debajo del suelo, que también se ven afectados. En relación a estos últimos vale la pena señalar que la fase destructiva de la erupción del Puyehue en 2011 fue sin duda impresionante, pero también tuvo la benéfica consecuencia de que la gran cantidad de ceniza expulsada por el volcán contribuyera a la fertilidad de los suelos.
Investigaciones científicas realizadas conjuntamente por la UBA y el CONICET luego de la erupción del Puyehue arrojaron luz sobre un campo del conocimiento casi inexplorado: la forma en que la ceniza volcánica afecta a los organismos del suelo, haciendo hincapié en el servicio que brindan como descomponedores de la materia orgánica y el reciclado de nutrientes. Para sorpresa de las investigadoras, las cenizas habrían producido un efecto benéfico sobre el ecosistema. Un ejemplo sería el considerable aumento de especies integrantes de la fauna del suelo – o edáfica - edáfica, lo que contribuye a dar fertilidad al suelo.
De las 18 ecorregiones que se identifican en la Argentina, en siete podemos encontrar volcanes: Puna, Prepuna, Altos Andes, Monte de Sierras y Bolsones, Monte de Llanuras y Mesetas, Estepa Patagónica, Bosques Patagónicos y Espinal (¿deberíamos agregar Antártida?) Estas ecorregiones tienen una relación directa con el volcanismo. El resto pueden estar sujetas al impacto de erupciones distantes, tal como ocurrió en 2011 con la antes mencionada dispersión de cenizas sobre la ecorregión Pampeana.
Tanto los investigadores científicos y amateur, como quienes hacen el ahora llamado “turismo de Naturaleza”, cuando estén frente a un volcán podrían mirarlo o estudiarlo de una nueva forma, viéndolos como fuerzas a la vez destructoras y creadoras de vida, como partes vitales de este planeta dinámico que habitamos y que si medimos su actividad en tiempos geológicos tal vez realicen, como Shiva, una danza cósmica de construcción y destrucción, en el marco de ese Universo Cíclico del que nos hablan las nuevas teorías científicas.
Laura Antoniazzo
Naturalista e Intérprete del Patrimonio Natural
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