Desde tiempos inmemoriales, los volcanes han sido contemplados con reverencia por los seres humanos, tanto por su belleza como por su indiscutible poderío. Algunos siguen estando activos y el recuerdo de sus erupciones, o el temor a que se produzcan, es algo siempre presente. En cuanto a los volcanes que se consideran extinguidos, nadie puede asegurar que no van a despertar en algún momento las lavas que hoy duermen en su interior. De ahí que todos los volcanes inspiren a la vez admiración y temor.
En Malargüe, al Sur de Mendoza y al Este de la Cordillera de los Andes, se encuentra el Distrito Volcánico Payunia (vocablo que deriva del pehuenche “lugar donde existe cobre)”. Con más de 800 conos volcánicos (solo unos pocos tienen nombre) de diferentes tamaños, alturas y estilos eruptivos, distribuidos en una superficie de 36.000 km2, la Payunia constituye uno de los parques volcánicos de mayor densidad y diversidad del planeta.
Se trata de una gran planicie que se eleva hasta los 2.200 m sobre el nivel del mar, con una superficie de 36.000 km2, que abarca varios campos volcánicos, siendo los dos más destacados el de Payún Matrú – una altiplanicie de composición basáltica con fabulosos vestigios de antiguas y no tan antiguas erupciones, y el de Llancanelo, una profunda depresión ocupada por una laguna rodeada de volcanes. Entre ambos campos suman 15.900 km2.
Estos campos volcánicos se originaron por una dilatada actividad magmática que comenzó hace 65 millones de años y duró hasta tiempos recientes y que se manifiesta a través de todos los estilos eruptivos conocidos. Las últimas erupciones se estima que ocurrieron hace menos de 10.000 años, por lo que es muy probable que los pueblos originarios de esa zona las hayan presenciado.
Al atractivo innegable que los paisajes de la Payunia representan para todos los visitantes, se suma el de los yacimientos arqueológicos cercanos, que son tanto de interés turístico como científico y educativo.
Geólogos y vulcanólogos vienen a estos campos volcánicos desde todas partes del mundo porque los consideran lugares privilegiados para observar ejemplos de casi todos los tipos de procesos volcánicos que han ocurrido y ocurren en nuestro planeta. El clima seco, la variedad de formas de modelado, la juventud de los últimos episodios volcánicos y la escasa ocupación humana han conservado el paisaje como si las erupciones hubieran ocurrido ayer.
Los pocos pobladores que actualmente tiene el Distrito Volcánico Payunia (algunos descienden de comunidades originarias) viven dispersos en los típicos “puestos”, pequeñas viviendas rurales donde crían ganado, principalmente caprino. En algunos de esos puestos, las familias residentes ofrecen a los visitantes comidas típicas y otros servicios, y un lugar donde hacer un breve descanso en medio de las generalmente largas excursiones, o de un viaje de estudio.
Las principales actividades económicas son la producción de hidrocarburos, la minería, el turismo y en menor medida la agricultura y la ganadería. La localidad más cercana es la ciudad de Malargüe, distante unos 100 km, por donde pasa la mítica Ruta 40. Debido al alto nivel de protección del Distrito Volcánico Payunia y a la ausencia de caminos internos señalizados, es obligatorio visitar esta zona en compañía de un guía habilitado por la provincia de Mendoza.
La Payunia figura en la lista indicativa de la UNESCO como un bien para ser declarado Patrimonio Mundial por su Valor Universal Excepcional. Si bien en todo el mundo existen solamente 960 sitios designados como Patrimonio Mundial, en el rubro “sitios naturales” sería apenas uno en 188 en el mundo nominados por ser únicos, excepcionales y de valor universal.
Esta imagen nos muestra cómo es, en términos generales, la estructura interna de un volcán y cómo se producen las erupciones. Debemos tener en cuenta no solo que existen distintos tipos de volcanes sino que a través de sucesivas erupciones (el material expulsado no siempre es el mismo) la forma original puede sufrir muchas variantes, incluyendo que su estructura primitiva termine quedando casi a nivel del suelo. Por eso, la ciencia los clasifica en: estratovolcanes, calderas, volcanes en escudo, domos de lava y conos de ceniza y escoria.
El terreno está totalmente cubierto de materiales color negro, rojizo y cobre, que demuestran las diferentes manifestaciones volcánicas que allí se produjeron desde finales del período Terciario (65-1,8 millones de años atrás) y se estima que continuó, aunque espaciadamente, hasta hace unos 10.000 años. Es natural entonces que contemplar y recorrer esos campos provoquen en los visitantes admiración y respeto por la belleza y el poderío de la geología terrestre.
Dos son las alturas más destacadas de este territorio: Payún Matru y Payún Liso. Aunque ambos son volcanes y están muy cerca uno del otro – solo 15 km los separan – tienen características muy distintas.
El volcán Payún Matrú, con sus 3.680 msnm (unos 2.000 m de altura desde la llanura circundante) es muy joven en términos geológicos, ya que solo tiene 300.000 años. Una de sus erupciones fue tremendamente fuerte y lo hizo colapsar, lo que dio origen a una caldera volcánica de 9 km de diámetro. La cima se quedó sin pico y en su lugar se formó una laguna de aguas cristalinas que se alimenta con la caída estacional de nieve.
El Payún Liso es la cumbre principal de la Payunia, con sus cerca de 1700 m de altura sobre las llanuras que lo rodean (casi 3.800 m sobre el nivel del mar.) En su cráter contiene una plancha de hielo en invierno y una pequeña laguna en primavera y verano.
Particular interés suscita el volcán Santa María, de bastante menor altura, que durante una erupción emitió una impresionante colada que a medida que se fue enfriando conformó un río de lava solidificada de color azul oscuro, 2 m de altura, 17 km de longitud y 800 m de ancho. Se la conoce como “Colada de la Media Luna”, o “Escorial de la Media Luna” y es la colada de lava individual más larga de la tierra, comparable en longitud solamente a las que se han encontrado en el planeta Marte.
Pampas negras, campos de bombas y hornitos son otras de las maravillas que podemos encontrar en los campos de Payún Matrú.
En el área denominada “Pampas Negras”, al sudoeste del volcán Santa María, encontramos que todo el terreno está recubierto por un manto de material eyectado por el volcán, los “lapillis”, rocas volcánicas pulverizadas muy pequeñas y oscuras.
Los “campo de bombas” también se encuentran en las “pampas negras” y son trozos de roca fundida de distintos tamaños que luego de ser eyectados en estado viscoso por el volcán, a veces a kilómetros del cráter, se fueron enfriando y adquiriendo una forma esférica.
En ocasiones la lava forma en su camino estos amontonamientos tan llamativos y coloridos, a los que se llama comúnmente “hornitos”.
Este río es el más caudaloso de Mendoza, debido a que en su amplia cuenca se producen grandes precipitaciones de nieve. Nace en los Andes de la confluencia entre los ríos Cobre y Tordillo. En total recorre 275 km, atravesando los campos de Payún Matrú por una estrecha garganta de rocas volcánicas. Luego, junto con el Río Barrancas, forma el Río Colorado, en el límite de las provincias de Mendoza y Neuquén.
Las múltiples y voluminosas efusiones de lava que en lejanos tiempos expulsó el volcán Payún Matrú, llegaron hasta el río Grande y lo inundaron, formando un dique natural que embalsó las aguas del río. Con el transcurso de los milenios, el enorme poder del agua hizo posible que el río se abriera paso a través del negro y duro basalto, formando una estrecha garganta de 8 m de ancho y 25 m de profundidad (la altura depende del caudal estacional). La ruta 40, en el puente que cruza el río a esa altura, está a 1.216 m sobre el nivel del mar.
Situado a casi 1.400 m sobre el nivel del mar, estos campos abarcan un área de 10.700 m2 y tienen alrededor de 200 centros eruptivos, la mayoría situados alrededor de la laguna Llancanelo, un espejo de agua de poca profundidad, sin desagote (endorreica), que se alimenta de las aguas de deshielo que le aporta el Río Malargüe, y también de vertientes, arroyos y aguas subterráneas.
Esta zona tiene categoría de Reserva Provincial, de Sitio Ramsar (humedal protegido a nivel internacional) y está catalogada como AICA (Área Importante para la Conservación de las Aves).
En este extenso humedal rodeado de esteros, bañados, pantanos y salinas, encontramos varios volcanes alrededor de la laguna, entre ellos el Morado, el Trapal, el Carapacho y el Malacara.
Con su característica colada en forma de abanico, se eleva a 1.888 msnm, como uno de los guardianes de la laguna Llancanelo. Los bordes del volcán forman una gran depresión en su interior, lo que permite a los visitantes hacer una caminata a través del cráter.
Se erige sobre la orilla Oeste de la laguna, y con casi 1.500 m de altura sobre la llanura, es un mirador natural del espejo de agua y el paisaje circundante. Un sendero accesible conduce hasta el cráter.
Ubicado en el extremo sudoeste de la laguna, este volcán de 450.000 años de antigüedad, suave ladera y un cráter de 1.200 m de diámetro, se eleva sólo 90 m sobre la planicie.
Este volcán, de poco más de 1800 m sobre el nivel del mar, debe su nombre al parecido con la cara de los caballos criollos Malacara, donde tienen una gran mancha de color claro. Tuvo erupciones de gran violencia y también sufrió la erosión de las lluvias y el viento, todo lo cual contribuyó a formar grandes cavidades en su interior. Se considera que podría tener 450 mil años de antigüedad.
Se puede ascender al mirador del volcán mediante una caminata de unos 400 m de longitud, si bien representa un esfuerzo porque la pendiente es de 45°. También se pueden recorrer, en toda su extensión, dos de las varias cárcavas (cavidades), algunas de más de 30 m de altura.
De todos los volcanes del Distrito, éste es el único que se encuentra dentro de una propiedad privada y para ingresar hay que pasar por la boletería, atendida por el dueño del lugar.
El río Malargüe, bastante profundo, nace en los Andes, a 2.500 m de altitud, en la laguna de Malargüe y atraviesa los campos volcánicos de Llancanelo en un recorrido de aproximadamente 70 km, hasta desembocar en la laguna, de la cual es el principal afluente (otro aportante de agua es el arroyo Chacay). Estas aguas alimentan también al acuífero ubicado bajo la llanura de Llancanelo.
Para subsistir y prosperar, los seres vivos necesitan agua, alimento y energía, básicamente. Dependiendo del ambiente, estos elementos abundan o escasean y en consonancia lo hacen las plantas, los animales y los humanos. Por lo tanto, las poblaciones de flora y fauna de la Payunia difieren y abundan, o no, según el terreno en el que habiten. Como suele ocurrir, hay excepciones y algunas contadas especies las podemos encontrar en ambos campos.
Así, en los campos volcánicos de Payún Matrú prosperan plantas como los coirones, que resisten la aridez del lugar y poco a poco lo van colonizando. Los guanacos se alimentan de ellos y otras pocas especies que se han adaptado al terreno, los pumas cazan guanacos y los cóndores y otras rapaces terminan la faena. De ese modo la Naturaleza mantiene el equilibrio.
En los campos volcánicos de Llancanelo, el humedal propicia la biodiversidad y así encontramos variedad de especies de plantas y animales, entre las cuales algunas nos resultan familiares, y otras no tanto. Entre las primeras podemos citar a la mara (liebre patagónica), el piche patagónico (un armadillo), el ñandú petiso o choique, el zorro gris, y el zorro colorado.
Entre las especies menos conocidas estarían el gato del pajonal, la ranita de cuatro ojos ( enlas ancas tiene dos glándulas que parecen ojos), el chinchillón patagónico o pilquín, la yarará ñata,(el reptil venenoso más austral del mundo) y varios lagartos iguánidos, como el lagarto cola de piche, el geko austral y el mastuato de las flechas, entre otros.
Respecto de las aves, la laguna era hasta no hace muchos años el hábitat permanente o estacional de numerosas especies de aves, algunas acuáticas y otras no. Hoy están en peligro porque gran parte de la laguna se ha secado debido no solo a factores climáticos (hay menos precipitaciones) sino también a la derivación del agua sin planificación ni control.
Varias especies de aves que nidificaban allí como residentes ya no están, o sus poblaciones se han reducido enormemente. Es el caso del halcón peregrino, la garcita blanca, el cisne de cuello negro, el macá plateado y loro barranquero, entre otros.
Lo mismo ocurre con algunas de las especies de aves migratorias que llegadas desde el hemisferio norte solían elegir a Llancanelo como área de reposo reproductivo durante el verano, como el falaropo tricolor, el pitotoi solitario, el chorlito de collar y el playero blanco.
El flamenco austral supo ser la estrella de la laguna (unos 50.000 individuos). Ya no está, se ha mudado al embalse El Nihuil, sobre el Río Atuel, al Sur de Mendoza.
Las especies vegetales del Distrito Volcánico Payunia han tenido distintas suertes. Mientras que en el campo de Payún Matrú algunas especies, como el coirón, se afirmaron y fueron colonizando el terreno en forma sostenida, en el campo de Llancanelo hay especies que padecen por la escasez o falta de agua, por la presencia de animales y plantas exóticas invasoras, y por distintas formas de contaminación provocada por actividades humanas que no tienen mayor planificación ni control.
En la laguna y/o sus inmediaciones encontramos especies de plantas que desde los primeros asentamientos humanos en la región tuvieron diversos usos de gran utilidad, como por ejemplo forraje de cabras, techos de viviendas rurales, leña para hacer fuego, tinturas para telas, fabricación de jabón, entre otros. La corteza del Molle contiene látex y tanino ; la Melosa exuda una sustancia pegajosa que se usa para elaborar pinturas, lacas, barnices, tintas, gomas y pegamentos. Varias de estas plantas tienen propiedades medicinales, bien conocidas por la sabiduría popular. La Flechilla, por otro lado, es una gramínea oriunda de Argentina que consume el ganado que se cría en los campos de Llancanelo.
En la visita al Distrito Volcánico Payunia vale la pena incluir al Sitio Arqueológico de Grabados Rupestres Agua Botada, ubicado al Oeste de la laguna Llancanelo, sobre la Ruta Nacional 40 y a unos 50 km de la ciudad de Malargüe.
Este sitio tiene una antigüedad estimada de 3.000 años antes del presente y es un testimonio de los conocimientos y las creencias de las poblaciones humanas que en tiempos pasados habitaron la zona. Los grabados nos hablan principalmente de sus conocimientos astronómicos, que les permitían organizar un calendario de actividades tanto sociales, culturales y religiosas, como también de subsistencia.
Se encuentra dentro del establecimiento rural La Amalia, en uno de sus puestos, precisamente el de Agua Botada y está abierto a los visitantes interesados en conocer estas pinturas rupestres. Antes de proceder al lanzamiento de un sendero que conduce al sitio, se realizaron estudios científicos bajo la conducción del arqueólogo Hugo Tuker, de la Dirección de Promoción y Políticas Turísticas de Malargüe.
En el Sur de la provincia de Mendoza se pueden encontrar numerosos otros sitios – en total casi cien – con arte rupestre, expresión simbólica de las poblaciones humanas que en tiempos pasados habitaron el territorio.
La naturaleza alberga en sus tres Reinos (Animal, Vegetal y Funga [los hongos]) a todas las formas de vida conocidas, en un delicado equilibrio que hoy se ve alterado fundamentalmente por dos factores: el cambio climático y las actividades humanas. Sobre el primero hay actualmente un gran debate en todo el mundo, que por su complejidad no trataremos aquí. En cuanto al segundo factor, no se trata de propiciar la prohibición de actividades que representen claramente un progreso para la calidad de vida de las comunidades asentadas en las cercanías de los campos volcánicos de Payún Matrú, Llancanelo y otros, sino de realizarlas de manera responsable, prestando atención al cuidado del medio ambiente, del que todos los seres vivos dependen para subsistir y prosperar.
Las principales actividades antrópicas que se desarrollan en toda la cuenca hídrica de Llancanelo y afectan negativamente al medio ambiente son: la ganadería practicada sobre los pastizales de los bajos de la laguna, la extracción de gas y de petróleo por fracking (también se practica en los campos de Payún Matrú), la agricultura intensiva en chacras, y la captura del agua de los ríos y la laguna sin optimizar su uso, o sea sin planificación previa, para utilizarla en hogares e industrias.
Además, hay especies de flora y fauna exóticas, o sea introducidas en esa zona por los humanos, que pueden causar un daño sustancial al suelo y a la biodiversidad autóctona. Tal es por ejemplo el caso del jabalí, introducido para la caza, que afecta la reproducción de plantas y otros animales y que degrada el suelo con sus pezuñas. O del tamarindo, cuyas hojas contienen mucha sal y cuando en otoño caen al suelo no dejan que prosperen otras especies vegetales.
La Naturaleza no solo nos brinda alimento, energía, vestimenta, medicamentos y tantas otras cosas de utilidad; contemplarla y transitar por ella contribuye a nuestro bienestar emocional y espiritual. Ella no nos necesita, puede continuar y prosperar sin los humanos, como lo ha hecho por eones; nosotros sí la necesitamos, por eso debemos cuidarla y a ese fin hay que empezar por conocerla.
Confío en que aquellos de ustedes que todavía no hayan visitado el Distrito Volcánico Payunia puedan hacerlo en algún momento, seguramente será una experiencia enriquecedora.
La autora es Naturalista de Campo e Intérprete del Patrimonio Natural
Mail: info@culturademontania.org.ar
WhatsApp: +54 11 3060-2226
Instagram: @ccam_arg
www.facebook.com/ccamontania
Contáctate y comenzá
la aventura de integrarte
a la red cultural