A lo largo de la cordillera de los Andes, los incas resignificaron, construyeron y veneraron diferentes espacios del ambiente natural, otorgándole una marcada connotación religiosa. Las cumbres más altas formaron parte de esos paisajes sagrados. Hacia el sur de la ocupación del imperio, la sierra de Famatina está demostrando nuevas e interesantes perspectivas de su arqueología vial en los ámbitos extremos de alta montaña.
La Sierra de Famatina fue una de las regiones más nombradas del noroeste argentino en las crónicas escritas durante la conquista europea. Tal reconocimiento podría deberse a tres causas: la primera de ellas, por la ponderada y a la vez desconocida historia que se le atribuyó a la minería inca en los documentos de épocas fundacionales de La Rioja y que todavía hoy persiste en la memoria colectiva y en la tradición oral de sus comunidades; la segunda, por contener en su cercanía y en el mismo fondo de valle de Famatina un asentamiento precolombino (probablemente el sitio incaico más relevante de la provincia) que se conoce como Tambería del Inca. Ambos factores han estado integrados a un tercer elemento, no menos trascendente de la cultura regional, que también formó parte de estos territorios y que se destacó por presentar numerosas menciones a lo largo de la historia: el camino del Inca, Qhapaq Ñan o Camino Principal Andino. En esta nota, realizaremos una breve introducción al desarrollo alcanzado por este patrimonio lineal en el ámbito de los andes sudamericanos para luego desentrañar el porqué de su trazado en relación a las montañas más elevadas de este verdadero gigante de la geografía riojana.
El Qhapaq Ñan fue un sistema de caminos que en épocas de la dominación inca y desde Perú, se extendió abarcando los actuales territorios de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina, cubriendo ambas márgenes longitudinales de la cordillera de los Andes, formando un verdadero entramado que permitió una eficiente conexión y dominio territorial.
Como patrimonio lineal conectó los paisajes más extremos y además le valió ser calificado como el sitio más extenso del continente americano y uno de los más extensos a nivel mundial, si consideramos los más de 50.000 kilómetros que cubrieron sus sistemas de caminos y los más de 5.500 km lineales de norte a sur en los que se extendió y sobre el que se distribuyeron sus actividades.
Construido sobre las sendas preexistentes de las poblaciones originarias, el camino inca resume la magistral estrategia del hombre para dominar los disímiles ecosistemas andinos, vincular a sus comunidades y favorecer la circulación de gente, objetos, tecnologías, tradiciones, ideas y poder a lo largo y a lo ancho de todo el Tawantinsuyu. Es decir, la expresión material del Camino Principal Andino es el resumen de distintas estrategias y conocimientos de las sociedades que habitaron el área en tiempos previos a la expansión peruana, durante la expansión de esta y también de épocas posteriores, llegando incluso hasta nuestros días como un patrimonio vivo en el que se desarrollan las comunidades contemporáneas.
Existen ciertos relatos históricos que argumentan que, entre diciembre de 1552 y febrero de 1553, el adelantado Nuñez de Prado se encontraba recorriendo el norte de la actual localidad de Famatina. Sus contactos con las poblaciones locales y sus apreciaciones sobre el territorio dieron a conocer por primera vez la existencia de este cordón serrano. Sus apreciaciones fueron el inicio de una larga lista de menciones que insertaron a la sierra de Famatina como una de las más promisorias e influyentes del Tucumán colonial, fundamentalmente por las supuestas riquezas mineras que ya habían sido conocidas por los incas.
Casi 40 años después, luego de que se crea la Ciudad de La Rioja en mayo de 1591, su fundador Juan Ramírez de Velasco, realiza una de las campañas expedicionarias más grandes para esta época en el Tucumán colonial. Parte desde la capital riojana con destino a Famatina con 50 soldados españoles, 230 integrantes de las comunidades originarias y 30 caballos en busca de los socavones que le confirmaran el potencial como yacimiento minero. Pocos días después de este hallazgo, en cartas enviadas al Rey de España, comenta la opulencia y riquezas del cerro, que a decir del gobernador superaban incluso al mismo Potosí de Bolivia, valorizando y acrecentando aún más el renombre de este nevado.
La mentada fama de la sierra más alta del mundo, ya era bastante conocida por entonces y comenzaba a gestar desde allí en más una historia de encuentros/desencuentros entre las supuestas riquezas mineras y las explotaciones, quizás igual que en momentos de la dominación inca, que ha sido recurrentemente mencionada hasta la actualidad y sin embargo desde una perspectiva arqueológica continúa siendo inexistente.
Luego de varios años de minuciosas prospecciones y exploraciones hemos descartado una hipótesis de expansión del imperio inca para realizar una explotación minera intensiva del sistema serrano. La cultura material inca relacionada con actividades minero-metalúrgicas no fue detectada en los paisajes del Famatina e incluso los espacios ocupados por el estado peruano, incluidos sus caminos, se encuentran fuera de los límites de las áreas neurálgicas mineras.
A diferencia de la invisibilidad de las evidencias mineras, la Sierra de Famatina sí se caracterizó por manifestarse con una alta variabilidad de caminos que en su gran mayoría fueron formalmente construidos o demarcados sobre los distintos paisajes que atravesaba. Los caminos se extendían desde los fondos de valles cubiertos por profusa vegetación de monte, hasta las máximas alturas, donde los suelos denudados y las pendientes pronunciadas exigían realizar constantes tareas de conservación y acondicionamiento de los mismos.
Las tipologías más representadas en el ámbito serrano son aquellas que mayor inversión y mano de obra implicaron en su construcción, demarcación y conservación de la vialidad. Así, los caminos con muros de piedra (caminos con talud) para aterrazar las topografías con mucha pendiente y para nivelar las calzadas o áreas de tránsito, han prevalecido por sobre los caminos demarcados con dos hileras de piedras a sus lados (despejados y amojonados). También sobre aquellos que solo tienen huellas de uso de momentos prehispánicos (despejados) y que hoy todavía se pueden advertir en los paisajes andinos.
Casi todas las técnicas de construcciones viales identificadas en otras regiones de los andes están presentes en el Famatina; sus importantes relieves fueron el motivo que obligó a los incas a emplear estrategias para poder salvar la transitabilidad de la calzada: excavaciones en las laderas, contenciones de los bordes con muros para evitar los derrumbes o deslizamientos de detritos de la ladera, construcción de sectores empedrados, tallados de escalones en las rocas de base, construcción de escaleras de piedra y tierra, construcción de canales para desagües, etc.
Las ubicaciones y algunas formas de edificar los caminos coinciden también en gran parte con el desarrollo vial detectado en otras provincias argentinas, sin embargo, existen algunas características especiales que, por el contrario, desde lo cualitativo no resultan tan comunes para los caminos del entorno regional. Estas divergencias estaban presentes en algunas curiosas formas viales y en las dimensiones (anchos de las calzadas) y resultaron ser el disparador de cuestiones no contempladas o con poco desarrollo en otras regiones más allá del Famatina. A ellas nos estaremos refiriendo a partir de aquí en adelante.
Los estudios arqueológicos han demostrado que los incas se apropiaron de los territorios mineros, no solamente con fines extractivos o intereses económicos, sino también con motivos políticos y religiosos. Las montañas importantes, con nevados, glaciares y máxime aún si poseían minerales fueron consideradas wak’as, es decir lugares divinos, trascendentales y perpetuos, que tienen un origen eminentemente sagrado.
Estos espacios, con diversos tamaños y jerarquías interactuaban con los habitantes del territorio en la práctica de sus cultos regionales y a la vez eran útiles para facilitar la dominación de los territorios en todos los terrenos aledaños a ese sistema serrano. El cerro Famatina fue un instrumento importante porque estaba presente todo el día a la vista de la gente y por lo tanto les recordaba constantemente que debían venerarlo.
Los incas incorporaron estas veneraciones ancestrales de los pueblos locales hacia las wak’as y las resignificaban para conseguir resultados exitosos en su política expansiva. De esta manera, las montañas sagradas actuaban como puentes entre lo humano y lo sobrenatural, organizando los aspectos religiosos e impartiendo nuevos órdenes sociales entre las poblaciones que las frecuentaban. (Sanchez Garrafa 2006; Vitry 2017).
Las wak’as mineras han sido quizás uno de los factores más preponderantes que intervinieron en la transformación, configuración y resignificación de las geografías sagradas sobre las que el inca quería avanzar e imponer su dominio (Cruz 2009; Bouysse-Cassagne 2008; Platt y Quisbert 2008, Salazar et. al 2013). Generalmente, una wak’a minera importante marcaba la diferencia con el resto, al incluir en su territorio centros provinciales como Tambería del Inca en Chilecito. Una instalación ubicada en un lugar próximo y visible hacia las zonas mineras de altura, con dominio visual de los apus sagrados (cerros) más próximos y con estructuras arquitectónicas que permitieran llevar a cabo ceremonias públicas de índole religioso o administrativo.
Recapitulando, una región potencialmente minera como el Famatina, probablemente la wak’a más importante de la región, pudo constituirse en un elemento útil para la dominación territorial de todos los espacios aledaños a este sistema serrano; aunque para alcanzar esta legitimación debió generar la apropiación de las altas cumbres (incluidas sus menas metalíferas), que aun sin explotaciones efectivas formaron parte de estrategias que involucran diversas prácticas sagradas en un paisaje ritual de consolidación territorial para el estado.
Allí entran en escena los instrumentos que permitieron alcanzar los objetivos expansionistas del incanato: los caminos, que tanto en las zonas más bajas como en las de elevadas altitudes, otorgaron el marco apropiado para la demarcación de ciertos espacios que se consideraban especiales.
La ritualidad también estuvo presente en los caminos por medio del empleo de formas arquitectónicas excepcionales, por el trazado de caminos excesivamente anchos, por la delimitación de áreas con accesos visuales hacia los sectores sacros y por la construcción de sitios pequeños en donde se realizaban actividades ofrendatorias para mochar (venerar) los apus sagrados.
Muchas poblaciones andinas en general y los incas en particular incorporaron en su cosmovisión una concepción del mundo y de la vida diaria organizada o dividida en mitades, en tres partes o en más particiones. Esta mentada organización que fue en principio reconocida como la dualidad americana habría logrado entender que los opuestos en realidad no se enfrentan, sino que se complementan.
Más allá de las categorías duales más comunes como el día y la noche, la luz o la oscuridad, lo femenino y lo masculino o el cielo y el inframundo por solo citar algunas, el criterio dual fue detectado en diferentes aspectos de la vida de las poblaciones de los andes, por ejemplo, en el arte, en relatos míticos, formando parte de la cultura material de las distintas comunidades e incluso en el uso de los distintos espacios del ámbito cordillerano.
La dualidad y la tripartición fueron entonces durante épocas del dominio incaico normas básicas para definir criterios clasificatorios referidos principalmente al ordenamiento de un espacio sagrado y en la sierra de Famatina existen dos evidencias arqueológicas para explicar esta dualidad que forma parte de la cosmovisión andina: Los caminos dobles o duales de la ladera oriental y la construcción de dos plataformas o adoratorios ceremoniales ubicados en las dos cumbres más elevadas de este macizo.
Los caminos duales, dobles o paralelos fueron detectados en la década de 1960. Juan Schobinger identifica en la Pampa del Ajencal o Chilitanca un segmento de 2,5 kilómetros de caminos paralelos demarcados mediante hileras de piedras en sus bordes que siguen un rumbo E-W.
Ambas vías presentan anchos diferentes; 5 a 6 metros la ubicada más al sur y 3,5 metros la paralela de más al norte. El resto de los caminos que se aprecian en la actualidad fueron construidos después del reconocimiento de Schobinger tal como se puede advertir en una imagen de época tomada por el especialista en arqueología de alta montaña Beorchia Nigris.
Luego de las tareas de los citados investigadores las prospecciones realizadas por uno de nosotros desde el año 2001 hasta la actualidad, han permitido detectar más tipologías duales ubicadas antes y después de la Pampa del Ajencal (Martin 2015). Los caminos a diferencia de la pampa anterior presentan una excelente conservación y se extienden sobre un segmento de casi dos kilómetros. Conocida localmente como Pampa de Casablanca, esta geoforma presentó además una serie de sitios menores que hipotéticamente consideramos que podrían expresar la materialización de las deidades locales en torno a una wak’a, quizás simbolizando los dos nevados (Cerro General Belgrano y Negro Overo). En este caso y siguiendo terminologías de colegas peruanos, las denominamos wankas, es decir rocas naturales que se distinguían del resto por su forma, tamaño, color o ubicación y en la que se realizaban diversas prácticas ceremoniales.
Las wankas cumplieron la función de monumentos simbólicos; servían para realizar prácticas rituales polifuncionales, en algunos casos con sacrificios y depósitos de ofrendas y junto a otros sitios rituales pequeños sirvieron para comunicar, mediar y custodiar el legado de los ancestros. Estaban ubicadas en las márgenes de los caminos y desde ellas es posible tener contacto visual hacia las áreas de los nevados, donde se encuentran emplazados los adoratorios de altura, lugar de las prácticas ceremoniales hacia donde se dirigían también estos caminos.
El otro indicador de la dualidad andina presente en la sierra de Famatina que mencionamos está fundado en la construcción de dos plataformas ceremoniales sobre las cumbres del Cerro General Belgrano (6019 msnm) y del Cerro Negro Overo (5970 msnm). La espacialidad de estos dos adoratorios religiosos prehispánicos denota una curiosa particularidad: son hasta el momento los únicos santuarios de altura que los incas erigieron en los andes separados entre ambos por menos de 10 kilómetros de distancia. Sus motivos son hasta el presente parte de nuestras indagaciones científicas y a través de los estudios arqueológicos estamos desarrollando explicaciones sobre tales condiciones.
Es por ello que en el marco del programa Qhapaq Ñan Argentina, la Subsecretaria de Patrimonio Cultural de la Provincia de La Rioja coordinó durante el año 2022 dos expediciones a las cumbres mencionadas. El objetivo arqueológico de esta misión fue el registro y relevamiento del camino principal andino o camino inca en su derrotero a las áreas ceremoniales de altura; estudiar su tipología constructiva y verificar sus estados de conservación. En síntesis, las tareas apuntaron a completar la información existente de investigadores que nos precedieron y disponer de la línea de base de este patrimonio vial que se dirige hacia los adoratorios emplazados en las cumbres del citado sistema serrano.
Las expediciones interdisciplinarias fueron las más numerosas realizadas en la historia de la arqueología riojana. Se realizaron en abril del 2022 hacia las alturas del Cerro Negro Overo y en noviembre del mismo año hacia la cumbre del Cerro General Belgrano. De la misma participaron funcionarios de gestión patrimonial, arqueólogos, antropólogos, historiadores, arquitectos especialistas en conservación, especialistas en arte y curaduría, profesionales de registro audiovisual, guías de alta montaña y miembros de la comunidad de Famatina representados por integrantes de la Unidad de Gestión Local (UGL) del Qhapaq Ñan de este departamento.
El cerro Negro Overo es la segunda altura de la Sierra de Famatina. Con sus casi 6000 msnm. fue conocido por contener en su base el sitio Pampa Real (4053 msnm), asociado en su contexto regional con el adoratorio de altura del cerro Negro Overo (5971 msnm) detectado y relevado en esa cumbre por Juan Schobinger en la década de 1960 y revisitado parcialmente por Constanza Ceruti a comienzos del siglo XXI.
Aunque Pampa Real ha sido mencionado por Boman en 1920 y posteriormente por Rhomeder en 1941, corresponde a Schobinger, el mérito de haber realizado la primera descripción sistemática del mismo, con plano incluido.
Este sitio está constituido por tres unidades o conjuntos arquitectónicos y muros dobles de piedra está ubicado a orillas de la margen derecha del curso superior del Río Achavíl y asentado sobre un terreno compuesto por depósitos de valles aterrazados por efectos de los glaciares que ocuparon la geoforma.
Luego de su descubrimiento a principios del siglo XX se creyó que Pampa Real era una instalación minera de pobladores precolombinos, no obstante, la suma de resultados de trabajos posteriores de los distintos investigadores lo erigen como un sitio de funciones logísticas para las ascensiones al área de adoratorios. Esto es, una instalación dedicada a soportar contingentes de personas que en ciertas épocas del año concurrían a estos lugares para alcanzar y/o cumplir con sus objetivos religiosos/ceremoniales. También para albergar durante algunos lapsos de tiempo (solo en función de las condiciones climáticas predominantes), personas que se dedicaban a la manutención de las estructuras viales, de los edificios y seguramente el hábitat para aquellos que realizaban los preparativos de recibimiento y atención de las comitivas que ascenderían hacia los nevados y a quienes los acompañaban hasta ese lugar.
Dentro de los objetivos de la expedición al Negro Overo se proyectaba determinar cual había sido el área de ascenso desde este sitio hacia la plataforma ceremonial que coronaba la cumbre y saber, además, si existía un verdadero camino formalmente construido a lo largo de toda la ruta o si tan solo era una senda como mencionaron los investigadores que inspeccionaron esta zona antes que nosotros.
Luego de desarrollar las prospecciones se pudo constatar que el camino inca desde el sitio Pampa Real se encuentra formalmente construido, casi hasta los 5000 msnm. y que presenta evidencias camineras que arquitectónicamente se pueden considerar excepcionales.
Una de las características técnicas principales es qué a lo largo de todo su derrotero, el camino presenta 5 m de ancho; este es un dato de relevancia, porque no se han detectado hasta el presente, caminos de calzadas tan amplias en los sectores de ascenso ceremonial hacia los adoratorios cumbreros en otras montañas del kollasuyu, y también, porque hace cobrar sentido a lo narrado anteriormente respecto a las dimensiones del sitio Pampa Real. Un sitio que, por la jerarquía de su tamaño, hace pensar en una planificación previa muy importante para la recepción de las comitivas que estuvieron involucradas en las escaladas procesionales.
Durante su ascenso, el camino adquiere formas sinuosas, que se adaptan a la morfología de los conos de deyección de la hidrografía presente, aunque sin perder su tamaño. Precisamente, esta sinuosidad originó diversas estrategias constructivas para facilitar el traslado de las personas hacia las cumbres. En tal sentido, las prospecciones permitieron detectar caminos con superficies empedradas para atravesar las zonas inundables. Para ello, se dispusieron rocas de caras más bien planas o se tallaban las mismas, a los efectos de horizontalizar y consolidar la superficie del área de tránsito y garantizar al transeúnte no hundirse o mojar sus pies en las vegas, norma básica para realizar los ascensos hacia las áreas de alta montaña.
Otra de las estrategias técnicas presentes para salvar los distintos desniveles de este terreno está dada por la construcción de terraplenes o plataformas. Para ello se colocaban dos paredes o muros de piedra y se rellenaba el centro con tierra para terraplenar la plataforma. Aquí se pudo advertir también, que además de la tierra se adoquinaron las plataformas; seguramente por la acción mencionada más atrás de las vegas y a los efectos de minimizar el accionar de las escorrentías de los cursos de agua, fundamentalmente por ser un paisaje que a fines de las épocas estivales era surcado por corrientes hídricas que descienden desde los 5000 msnm. donde se hallan las áreas de vertientes y las producidas por efecto de los deshielos.
Otro rasgo arquitectónico relevante fue la detección de segmentos de caminos escalonados que también sirvieron para mitigar el esfuerzo durante el ascenso. Las prospecciones permitieron registrar peldaños o caminos escalonados que sortean los desniveles y que, en la actualidad por los efectos del agua y los derrumbes, sumado a los movimientos de detritos rocosos de las laderas próximas son prácticamente invisibles y pasan desapercibidos arqueológicamente.
En resumen, los incas para construir estos caminos eligieron primero el lugar por donde se iba a transitar, seleccionando las cotas de nivel que menor gradiente de pendiente tuvieran para la circulación humana a estas altitudes; luego de escoger el sector adecuado se regularizó la superficie vial con el propósito de emparejar los desniveles existentes; posteriormente para construir los peldaños se seleccionaron aquellas rocas de tamaños más o menos semejantes de las terrazas fluviales cercanas, de los depósitos coluviales aledaños y de los diques de las morrenas glaciares. Las rocas se escogían teniendo en cuenta las formas de sus caras; aquellas más planas eran importantes a la hora de la selección y si era necesario las caras se tallaban para generar una topografía los más llana posible y así garantizar una buena transitabilidad por parte de quienes participaban de estas procesiones ceremoniales.
Dentro de la arqueología de cerro Negro Overo también se detectaron sitios menores o estructuras con diferentes formas y ubicaciones contextuales. Una de ellas ubicada sobre la margen derecha del Qhapaq Ñan. Con paredes de piedra y con forma rectangular y abierta hacia el camino. Su forma es rectangular (3,70 x 3,90 m. de lado) y recuerda la morfología estructural de los sitios viales conocidos como chasquihuasis o bien como un puesto de control, que en este caso cumpliría funciones logísticas en el trayecto de ascenso/descenso desde o hacia las áreas ceremoniales.
Los puestos de control desde el punto de vista formal, han sido identificados cuando en los contextos arqueológicos estaban asociados a sitios que tenían vinculación con acciones militares o de defensa o bien en el interior de los espacios de los tambos, más que para las áreas ceremoniales. Sin embargo, en los últimos años hubo importantes intentos de distintos investigadores para clasificar los puestos de control o peaje. Uno de nosotros (Vitry en el año 2000), experimentó la transmisión de señales visuales y rescató valiosa información que permitió afianzar la idea de controles administrativos exhaustivos en ciertos sectores de importancia dominados por el estado peruano (Viry 2000).
En este caso, al igual que muchos otros sitios menores detectados sobre la red vial incaica, la forma y la arquitectura de la estructura no nos permite aún definir las actividades que allí se desarrollaron, aunque ciertos indicadores como su contexto de emplazamiento en una zona de acceso a los explazos ceremoniales, su asociación a un camino de características arquitecturales relevantes, así como sus dimensiones y su proximidad a una región con una importante función dentro del orden social inca, permiten inferir posibles actividades relacionadas con acciones de control en las prácticas profesionales. Por lo pronto, esto se considera solo a nivel hipotético, hasta tanto no se produzcan excavaciones en el futuro.
Tal como sucede en muchos otros espacios camineros del Tawantinsuyu, las hileras o bordes demarcatorios del área de tránsito del camino muchas veces se complementan con elementos propios de un paisaje vial que pueden cumplir funciones muy variadas; en algunos casos con objetivos administrativos; en otros con fines ceremoniales o simplemente cumpliendo actividades propias de las áreas viales. Por ejemplo, para fijar un rumbo, tomar distancias o evaluar los tiempos de caminata en o hasta determinados sectores. Para ello se han utilizado accidentes sobresalientes del entorno natural o la construcción de estructuras menores que complementaron y señalizaron los derroteros como son los hitos, mojones, marcas, wankas, etc.
Las wankas que se detectaron al borde los caminos duales también aparecen aquí en áreas de altura y son una “marca registrada” de la arqueología vial del Famatina y en el caso de las registradas en el segmento hacia las cumbres del Cerro Negro Overo, se ubican sobre ambas márgenes del camino y sobre los bordes del mismo. Las wankas están constituidas por rocas de tamaños medianos, aunque presentan varias de menor porte, formando una especie de plataforma con forma de circunferencia irregular a su alrededor. Este es un rasgo propio de estas estructuras, que coincide con las detectadas en otras regiones del NOA, aunque en algunos casos suelen ser de mayor porte (rocas muy grandes) y en ese caso han sido denominadas tokankas.
Las dos wankas detectadas son rocas ígneas, propias del lugar y son muy visibles entre ambas, estando separadas por un poco más de 350 m de distancia lineal.
La primera de ellas se ubica a 4441 msnm. presenta una base más amplia de forma más o menos circular con diámetros aproximados de 4,80 m en sentido E-W y de 5 m en sentido N-S. La roca presenta una dimensión de 1,30 x 0,90 x 0,90 m de altura.
La segunda está situada a 4539 msnm. Es de forma más irregular, aunque de mayor tamaño que la anterior. Su altura máxima es de 1,60 y la mínima de 0,70 m. Su base oscila entre los 2,90 m en sentido E-W y 2,40 en sentido N-S. Esta última se puede divisar a bastante distancia desde el camino que sube esta ladera e implica que amén de su función ceremonial, también pudo cumplir un rol relevante para señalizar el paso del Qhapaq Ñan y uno de los últimos sectores desde donde se puede descansar, previo a comenzar el más intenso esfuerzo de ascenso hacia las estructuras precumbreras.
Otra forma de materializar el camino fue a través del empleo de rocas con efecto “llipi”. Este tipo de evidencia ha sido detectada en otras regiones del NOA, fundamentalmente en áreas de paisajes sagrados vinculados con las cumbres de las montañas. En la provincia de Salta por ejemplo, las investigaciones han logrado establecer que la talla de ciertas rocas sobre las partes superiores de las mismas y el efecto blanquecino adquirido sería una alusión a la presencia de las cumbres nevadas y vinculada además con cuestiones alusivas a la fecundidad o fertilidad de la tierra (Cornejo et al. 2021).
Aquí se han detectado n=4 rocas de este tipo, todas ellas con diferentes tamaños y ubicadas indistintamente a ambas márgenes del camino. Todas ellas presentan huellas de extracciones y abradidos en diferentes ubicaciones de su cuerpo.
Las rocas están concentradas en el sector más oriental del segmento del camino inca, desde la salida del sitio Pampa Real, y en todos los casos al observar el contexto paisajístico, se puede advertir que las rocas intervenidas están ubicadas en sitios desde donde se establecen visuales con las cumbres del nevado. De igual forma, las distintas extracciones y abrasiones sobre las rocas son visibles desde el camino en su ascenso hacia las áreas ceremoniales y seguramente existe una congruencia entre un uso funcional (como señales demarcatorias del camino por ciertos sectores), aunque también en la edificación simbólica que los incas querían plasmar en los paisajes que estaban conquistando.
El conocimiento arqueológico del Cerro General Belgrano difiere notoriamente de su par, el Cerro Negro Overo. Este último, con una importante infraestructura vial asociada en los sectores ubicados por debajo de los 4000 msnm. con caminos formalmente estructurados hacia las áreas de mayor altura y con sitios que componen un verdadero sistema, estarían cumpliendo un rol importante en la logística de aproximación a estos espacios ceremoniales, tal como acabamos de enumerar.
El cerro General Belgrano por su parte, presentó un contexto más expeditivo. Su descubrimiento se produjo por la detección de un fardo de leña y unas posibles alineaciones de pircas bajas en la superficie cumbrera realizadas por el Profesor Carlos De Caro en noviembre de 1982, que fueron luego publicadas por Antonio Beochia Nigris en el año 1985. Estas observaciones fueron corroboradas arqueológicamente por Ceruti en el año 2007, donde además de la plataforma, da cuenta de una posible senda de filiación inca ubicada en el filo sudeste que asciende hacia la cumbre mencionada (Ceruti 2010).
Durante nuestra expedición efectuada en noviembre del 2022 intentamos recrear estas ascensiones previas. Se partió desde el refugio conocido como Cueva de Pérez (3876 msnm.), es decir desde el sector oriental del cerro General Belgrano
Allí, solo se pudo corroborar la presencia de una senda que Ceruti describe desde el filo del espino hasta el espacio conocido como La Lagunita (5064 msnm.), un reducido espejo de agua que gran parte del año se encuentra congelado. Esta es la ruta más común de ascensiones modernas que en los últimos años utilizan los montañistas para escalar el cerro Belgrano.
En los últimos tiempos las afluencias de personas con objetivos deportivos siguen generalmente usando estas áreas de ascenso e incluso se pueden advertir las trazas de sendas actuales, inscriptas dentro de las márgenes de un posible camino prehispánico que presenta 5 m de ancho y que tipológicamente correspondería a tipos despejado y despejado y amojonado que por acción antrópica se encuentra en un complejo estado de conservación y requerirá de un análisis más pormenorizado de sus elementos constitutivos.
Además de este camino situado en la vertiente oriental, se pudieron ubicar en las proximidades de “La Lagunita”, un sitio menor que consiste en un apilamiento de rocas (apacheta), que podría tener un origen posiblemente contemporáneo y dos sitios con diferentes ubicaciones y posiciones cronológicas.
El primero de ellos que hemos denominado Lagunita 1 (5069 msnm.) se encuentra ubicado a escasos metros al oeste de la pequeña laguna, en un sector elevado, aunque bastante desguarnecido de los vientos que del norte o del oeste principalmente impactan sobre el sector.
El otro sitio detectado, denominado Lagunita 2 (5064 msnm) se encuentra ubicado a unos 100 m al norte del anterior. La diferencia radica en que se sitúa en una zona de médanos y dentro de una topografía deprimida y por ende más resguardada que otorgaría un refugio para hacer frente a las características climatológicas propias de estas áreas de altura.
Por el tipo de matriz arenosa y de los efectos del derretimiento de la nieve que con frecuencia se deposita en este sector, el contexto del sitio es complejo. Los efectos postdepositacionales por el tipo de terreno y la inherente expeditividad de sus estructuras con paredes de piedra han generado procesos de formación que deberán ser motivo de aproximaciones específicas para intentar detectar posibles formas arquitectónicas, funciones y asignaciones temporales.
Este sitio presentó 6 estructuras de paredes de piedra comprendiendo no más de 170 m2 de superficie de ocupación del suelo y tal como en Lagunita 1 no se detectaron artefactos arqueológicos en sus superficies.
Además de estos sitios y del camino mencionado, las prospecciones permitieron detectar una nueva vía de ascenso hacia la cumbre oriental del Cerro General Belgrano. El camino también con un ancho que se mantiene dentro de los 5 m fue detectado y registrado hacia el noreste de la cumbre oriental, unos 750 m más al norte de la laguna Turquesa, fuente de agua ubicada en una zona amesetada sobre el ultimo espolón debajo de la cumbre mencionada. El registro vial permitió identificar caminos en zig-zag, con presencia de muros de talud y despejados y amojonados que comenzamos a identificar entre los 5900 y los 5960 msnm. y que a pesar de la escasa visibilidad arqueológica consideramos que alcanzan el área cumbrera.
Al igual que en la ladera oriental del cerro Negro Overo, existe en cerro General Belgrano un muy acentuado desnivel donde se demarcó y construyó el Qhapaq Ñan. Esta diferencia altitudinal debió ser mitigada para facilitar las ascensiones de la gente. La pendiente que existe entre las inmediaciones de la laguna Turquesa y la cota máxima donde registramos los caminos justificaron una sustancial inversión de trabajo vial y un costo energético realmente significativo debido a los ámbitos en los que se debieron trabajar. Las exageradas pendientes de más de 30° son factores topográficos que favorecen los derrumbes propios de cualquier paisaje de esta naturaleza; los deslizamientos aluviales, los derrumbes coluviales y el movimiento de detritos por causas hidrológicas y/o gravitacionales se sucedieron cada año en épocas de lluvias, con los deshielos y con los movimientos sísmicos, generando desprendimientos de material rocoso desde las laderas y produciendo acumulaciones de rocas y clastos en las áreas viales. Su mantenimiento en épocas incas demandó un esfuerzo organizativo necesario y periódico previo a las fechas de las ascensiones. Luego de la irrupción de la conquista europea y hasta la actualidad estos agentes alteradores del patrimonio vial solo continuaron favoreciendo la invisibilidad y la destrucción de los paisajes arqueológicos.
Las exploraciones viales a las zonas más altas de la Sierra de Famatina dejan abiertas nuevas preguntas e interesantes perspectivas. Ameritan realizar nuevos análisis de los indicadores arqueológicos detectados en los caminos hacia los Cerros General Belgrano y Negro Overo. Las diferencias cualitativas y cuantitativas entre los contextos arqueológicos de ambos adoratorios, su notable y única proximidad, sus aspectos cronológicos y los caminos formales que llegan a estos espacios de actividades religiosas son algunos de los aspectos a indagar próximamente.
Las evidencias de prácticas rituales sin la presencia de estructuras ceremoniales explícitas suelen generalmente superar nuestras percepciones como arqueólogos, sin embargo, en el cordón del Famatina las procesiones religiosas prehispánicas empiezan a cobrar sentido, incentivan nuevos desafíos y exigen la aplicación de nuevos marcos analíticos en las futuras instancias de investigación.
Por último, los resultados de su materialidad vial afianzan definitivamente la relevancia alcanzada por las cumbres de esta formación montañosa durante la época de la dominación inca y resaltan una compleja diferencia entre la sierra más alta de toda la región valliserrana y el resto de los santuarios en estas regiones meridionales del kollasuyu.
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Dr. Sergio Martin
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