(Quiero hacer un agradecimiento especial a cada uno de los amigos montañistas que con sus hermosas fotografías me han permitido ilustrar esta nota).
Lo que me ha llevado a escribir está nota es el pensar en estos tiempos en los que la gente vive tan “a las corridas”, con cosas tan urgentes a solucionar con bombardeo de “modernidades” en todos los aspectos de nuestras vidas, con nuevos conflictos bélicos, una violencia creciente en los ámbitos de la sociedad, inestabilidad y fluctuación en las relaciones humanas, crisis en lo referente a lo espiritual y a su vez una búsqueda frenética de el “sentido de la existencia”.
Una época de máxima “individuación” y paralelamente una “masificación” en los hábitos y costumbres y una pérdida de la identidad individual o el otro extremo, que nos lleva al máximo egoísmo.
Sin embargo y por suerte, con estas circunstancias alrededor, pareciera ser que siempre hay una “soga” que “nos tiran" para que nos agarremos fuerte y podamos “regresar a casa" (en todos los sentidos).
Quien ha tenido alguna vez el privilegio de adentrarse en la montaña, de intentar una cumbre, de escalar una pared, de transitar sus senderos, sabrá de qué hablo cuando digo que estar en la montaña se parece a un retiro del Espíritu…
En este ámbito tan nuestro, tan humanamente nuestro hay elementos que parecen volver cada vez, para ayudarnos si es que “nos permitimos este regalo” para salvarnos por unas horas, unos días, unas semanas de lo cotidiano, saliendo, es verdad, de nuestra "zona de confort”, pero es justamente este “ejercicio” el que nos ayuda a crecer y esto ocurre para recordarnos en esos silencios infinitos de la montaña, por ejemplo : quiénes somos, qué hacemos en esta tierra o qué nos hemos propuesto realizar en ella… adentrarnos en nosotros mismos, alejándonos de las multitudes y los acontecimientos diarios para buscar eso que no encontramos en el ruido constante de las ciudades… ¿Será ese el motivo?, me pregunto… o en realidad, uno de ellos.
La cuestión es que he podido percibir, como mujer que ama el montañismo y que debe a la montaña más de una "sanación" del cuerpo y del Alma, que esta generosa “Amiga”, últimamente está extendiendo sus brazos y llamando a más de uno para que se acerquen a sus faldeos y laderas, a sus caminos, sus sendas, sus cumbres, sus infinitos y diferentes paisajes:
Con nieve, pedregosos, austeros, agrestes, con tierras resecas por el sol, cuarteadas, deshidratadas, con anegadas zonas plenas de verdor y de frescura, con selvas y humedales, con paisajes de altura donde apenas algunos se atreven a llegar y entonces son bendecidos, casi siempre por sus ásperas manos amorosas y sus entrañas que no hacen más que enseñar acerca de la vida, de la muerte, del Amor y el coraje, de los miedos y las luchas …Y que nos llevan al autoconocimiento, a la introspección, al más enorme de los silencios que es el que nos permite “encontrarnos con nosotros mismos” aunque seamos parte de una cordada de veinte individuos subiendo una montaña.
En los últimos años y en una forma impresionante está creciendo el número de personas, de todas las edades que eligen acercarse a la montaña.
En días en los que ya no alcanza con seguir una rutina cotidiana de trabajo o estudio porque el Alma tiene “necesidades” que a veces no pueden expresarse pero que se perciben si "nos llevamos el apunte":
-Quiero algo más
-Necesito moverme
-Tengo que salir a respirar
-Estoy todo el día frente a mi escritorio, sentado
-No me alcanza caminar por la ciudad
-Quiero sentirme bien físicamente
-Voy a probar algo diferente
-Escuché algo y me intriga saber de qué se trata…
Por estas necesidades conscientes los gimnasios se encuentran saturados, dando sitio también a un auge de las nuevas tendencias deportivas, nuevas técnicas de entrenamiento y nuevos métodos de sostén para nuestros cuerpos físicos que al parecer cada vez duran más tiempo y hay que cuidarlos de manera más amorosa y responsable.
También hay un gran crecimiento de las “palestras de escalada”, “climbing arena” o como quieran llamarles… donde uno puede "entrenarse" (para ello surgieron las palestras en la antigüedad clásica).
Qué sirvan para estar en forma y luego escalar en la naturaleza, en la montaña… Porque el “plus” con que te recompensa la montaña te deja algo diferente de lo que puede dejarte “un muro" (por muy hermoso, técnico y moderno que sea)
Ojalá se revierta esta realidad existente en la que mucha gente que va a las palestras no conoce las sendas de los cerros.
Aquí aparece también y por suerte, la gente que crea los grupos de montañistas, ya sea trekkineros, escaladores o cumbreros que invitan a la gente a transitar la montaña y en los que puede percibirse el impresionante aumento de integrantes día a día.
Cada vez más organizados y responsables a la hora de afrontar una travesía, una expedición, un trekking de horas o de días, cada vez más cuidados y reglamentados, hay un abanico amplio abierto para todos los gustos y para todas las edades.
Ahora, debemos saber que justamente en estos tiempos en los que el movimiento es enorme y las voces, opiniones y modos de actuar igual de grandes, debemos comenzar a “sembrar” o “regar” conciencias.
Y hablando claro, con la montaña no podemos “jugar”, quien decide abrazar el montañismo en alguna de sus formas, debe saber que ella es muy seria en sus tratos, tiene sus propias reglas secretas e intrincadas y soy testigo de que “se reserva muchas veces el derecho de admisión”.
No acepta ser subestimada y hay que trabajar bajo sus reglas tornándonos sensibles, “escuchadores” y generosos.
Aprendamos a “respetarla” sobre todo lo demás. A cuidarla, a nombrarla como corresponda, a conocerla, a admirarla, aprendamos a escucharla, a descubrir sus misterios más profundos, a protegerla de otros y de nosotros mismos.
Tengamos la valentía de levantar la voz o de “agarrar la pluma” para decir cuáles son las cosas que no deben hacerse y para que los que no la conocen, la conozcan desde nuestro Amor y a través de nuestros pasos por sus sendas.
Aquí me saco el sombrero para saludar y honrar a quienes nos hablan de ella cuando nombran minería y turismo respetuoso, educación, ecología o cuidado del medioambiente etc.
Y las necesidades que tiene de nosotros no se agotan allí. Estemos atentos en todo caso y actuemos donde haga falta porque si esto no ocurre muchas tragedias ambientales van a ser “inarregables” en corto tiempo… y tristemente, como ya está ocurriendo, a muchas montañas ya no vamos tener acceso.
Estamos en tiempos donde se presentan muchas más posibilidades en todos los ámbitos para viajar, realizar expediciones e ir a la montaña: el transporte en general, cada vez más rápido, específico y moderno, la indumentaria de montaña, cada vez más técnica y apropiada, los modos de comunicaciones que se modernizan a cada instante, permitiéndonos estar cada vez más cerca y más comunicados.
Y todo esto no implica la necesidad de invertir grandes cantidades de dinero en cada expedición porque de nuevo, hay para todos los gustos y necesidades y gracias a tanta información, los montañistas con menos recursos también pueden equiparse correctamente y subir a los cerros sin gastos tan excesivos, es cuestión de organización, solidaridad y practicidad y esto también está bueno hablarlo.
Las nuevas tendencias de enseñanza que van abriéndose camino y son las responsables igual que, cada vez más ámbitos familiares, donde los individuos se preocupan por ayudar a vivir a sus miembros de un modo crecientemente más humano, ampliando el conocimiento y el respeto por la Tierra y los seres que la habitan.
Hay escuelas que han creado un espacio en la currícula para dar lugar a que los niños puedan salir a caminar respirando el aire puro de las montañas, todos sabemos que los hábitos adquiridos en la infancia permanecen para siempre y si se lleva a los niños a transitar sendas con un adulto responsable que ame hacer esta actividad vamos a facilitarles una búsqueda a la que, de todos modos, regresarán en la adultez y estaremos fortaleciendo sus piernas y su corazón además del camino al autoconocimiento y el desarrollo saludable de la fuerza de voluntad, la alegaría de vivir y el sentimiento de caminar “con otros” en esta tierra…nada de esto es poca cosa hoy en día.
En estos tiempos, convivimos “los antiguos montañistas” algunos de ellos ya nombrados cariñosamente (¿quizá erróneamente?), como “los dinosaurios” (aunque les falta mucho para estar “extintos”), que vamos a las montañas buscando lo que siempre encontramos en ella:
Sosiego, alegría, cansancio del bueno, introspección, soledad con sentido, momentos de camaradería con amigos, fortaleza física y anímica, retiro del mundo un rato para encontrarnos con nosotros mismos, y para cobrar coraje para estar aquí abajo con nuestras cotidianidades etc. convivimos, digo, con los jóvenes e increíblemente preparados nuevos escaladores y montañistas atentos a las nuevas tecnologías y a los adelantos científicos que saben muy bien utilizar como herramientas para moverse en la montaña como peces en el agua y ¡aleluya! cuando esto ocurre así, en forma felizmente respetuosa y entonces los individuos pueden verse beneficiados porque la bendita montaña los recibe con los brazos abiertos dispuesta a mostrarle todos sus secretos y a desvestirles también la propia Alma para que se miren sin tapujos y sientan lo que también sentimos nosotros los que la transitamos hace años.
En este tiempo de convivencia entre generaciones bien distintas se puede ver en todas las provincias, (y aquí hablo de nuestro país, Argentina, pero sospecho que está siendo un fenómeno mundial), que surgen por todos lados: clubes, organizaciones, grupos de WhatsApp, agrupaciones que fomentan, proponen e invitan a “acercarse a las montañas” sus sendas, sus cimas, sus paredes… cada una de sus distintas fases.
Creo yo que hay una enorme necesidad humana de “volver a las fuentes”, se puede ver esto en los nuevos hábitos, la búsqueda de una alimentación más saludable, un cuidado más consciente del sueño y de la salud en general, una mayor atención a las necesidades globales del hombre, no sólo en su aspecto físico sino también anímico-espiritual (por nombrarlo de alguna manera).
También ahora se puede percibir que hay un mayor interés por las tareas “sociales” de toda índole.
Los seres humanos ya nos estamos dando cuenta que de nada vale “sentirnos felices” o “ conseguir logros” si a nuestro alrededor el mundo se cae en pedazos.
Muchos jóvenes he visto, preocupados por “llevar nuevos aires de esperanza” a este mundo tan materializado que sólo parece atender a un aspecto de nuestro organismo, entonces veo que por ejemplo con este pensar, mucho humanos que tienen ya la experiencia de haber hecho montaña intentan transmitir esta vivencia humana y edificante a los que los rodean a veces lográndolo, a veces no pero suelen surgir emprendimientos increíbles, elogiables y altruistas.
Obviamente que no todo es un jardín de rosas, siempre me lo recuerdan los acontecimientos cotidianos a mi alrededor y los humanos que continúan “mirándose el pupo” (como decía mi abuela) hablando del “egoísta”. Pero hoy me paro en la vereda de levantar la bandera de la esperanza y elijo creer y apostar por eso estoy sentada escribiendo acerca de estas cosas. (De las otras hablaremos otro día, si hiciera falta).
Creo que la vida en esta tierra es “finita". Quizá Martin Luther King también opinaba así cuando dijo:
“Si mañana el mundo habría de desintegrarse, yo igual plantaría mi manzano”.
¿Y he aquí el tema? ¿Qué podemos hacer? Quizá solamente cosas simples y plenamente humanas. Esta revista del CCAM, por ejemplo, depende para su publicación de un grupo de seres humanos que nos hemos propuesto escribir sobre montaña y cultura de montaña siendo respetuosos, manteniéndonos imparciales en cuanto a ideas ajenas, respetándolas y llevando en la medida de nuestras posibilidades noticias, ideas y temas de interés a todos nuestros lectores. Esta entrega nuestra es genuinamente desinteresada en cuanto a que no recibimos dinero a cambio de nuestras publicaciones ni beneficios de índole material, sino que hacemos nuestra labor por “puro y auténtico Amor” a las montañas y al ámbito montañero en general poniendo en verdad, cada mes lo mejor de cada uno de nosotros para que esto ocurra.
He tenido la experiencia de escuchar a muchos “caminadores” decir que hay que divulgar los beneficios de hacer montañismo, de realizar esta actividad y llevar este conocimiento a los distintos ámbitos en los que pueda tener cabida.
He visto a muchos “dinosaurios” hacer frente a sus propias dificultades físicas y anímicas cargándose de nuevo una mochila a la espalda o llevando a gente a que los siga por las sendas con el sólo fin de “acercarlos” a un sitio que ellos saben muy bien que “da sentido a la vida”.
Pude escuchar a gente joven que hace montaña contándome que están organizando grupos nuevos para acercar a sus amigos a la montaña, porque muchos han expresado que quienes nunca han andado en nuestros cerros, no saben por dónde comenzar a iniciarse en esta actividad porque no hay quien los vaya guiando para que comiencen.
Hay muchas cosas buenas que hacer.
Los montañistas (de todos los ámbitos), nos hemos convertido en difusores de la cultura de montaña debido, en gran parte, al amplio crecimiento de los medios de comunicación. Ojalá cada uno de nosotros tenga la convicción de ser responsable porque hay mucha gente mirando nuestros movimientos y escuchando nuestras experiencias.
Hago un pedido expreso para que seamos mensajeros humanos, genuinos y apasionados para que nuestra Amiga, la montaña, pueda delegarnos su futuro y su presente en paz.
He tenido la experiencia de ver regresar a gente que nunca ha subido una montaña jurando que nunca más iba a dejar de hacerlo y que “quería más”, incluso he visto a estos novatos, jóvenes y no tan jóvenes, arrastrar a otros amigos o parientes hacia los cerros para “contagiarlos" de este éxtasis recién experimentado que no se parece a ninguna otra experiencia.
"Subir montañas nunca fue sólo cosa de fuerza, de piernas jóvenes o de pulmones que no se cansan.
Era el olor a tierra húmeda, el crujir de las hojas bajo las botas, el viento frío que te cortaba la cara mientras el sol te calentaba el alma.
De chico, trepaba por puro instinto, como si el cerro me llamara, como si cada cima tuviera un secreto que solo yo podía descubrir. Las rodillas no dolían, el tiempo no pesaba, y el mundo allá abajo parecía pequeño, manejable, casi insignificante.
Hoy, con más años encima que los que me gustaría contar, las montañas siguen ahí, igual de tercas, igual de imponentes. Las canas se me cuelan en la barba, las articulaciones crujen como ramas secas, y cada paso cuesta un poco más. Pero sigo subiendo. No porque sea el más rápido ni el más fuerte, sino porque en cada sendero, en cada piedra suelta, en cada vista que quita el aliento, encuentro pedazos de mí que creí perdidos.
La montaña no pregunta tu edad, no te juzga por las arrugas ni por el ritmo que llevas. Solo te pide que sigas, que respires hondo, que te dejes llevar por el latido del camino.
A veces, mientras subo, pienso en los que ya no están, en las risas que compartimos en alguna cumbre, en las promesas que hicimos mirando las nubes. Y sigo. Porque parar sería traicionar ese fuego que aún arde, ese que me empuja a cargar la mochila, a atarme las botas y a mirar hacia arriba, siempre hacia arriba. No importa si tardo más, si el sendero se siente más largo o si el cuerpo protesta.
La montaña me enseñó que la cima no es solo un lugar, es un estado, un desafío que no entiende de calendarios.
Así que seguiré subiendo, con el corazón lleno de recuerdos y los ojos puestos en el horizonte. Porque mientras pueda poner un pie delante del otro, mientras el aire de la sierra me llene los pulmones, no hay edad que me detenga. Las montañas y yo tenemos un pacto: ellas no envejecen, y yo no me rindo."
(Autor: ¡algún viejo montañista!")
Quizá las palabras de esta nota a algunos les suenen familiares. Es una invitación en todo caso a que nos “ocupemos" de que las cosas en la montaña sean como tienen que ser, simplemente ”humanas", que no haya mezquindades, ni competencias, ni negociados egoístas.
Que cada vez sean más los acontecimientos de camaradería, altruismo, alegría, trabajo grupal, consciencia, cuidado, respeto…
Y que esto pueda dar lugar a buenas cosas y a momentos de agradecimiento, de crecimiento, de introspección que permitan que el ir a la montaña siga siendo una experiencia, si no religiosa, “casi”, como dice la popular canción.
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