Apenas se divisa Laguna Brava, el sol, reflejado sobre su superficie salina, enceguece. Con 25 kilómetros de largo, este salar sólo posee agua en algunas pequeñas partes. En 1986 tardamos casi una semana en arribar en mula desde Jagüé. En 1996, ya con el camino construido, sólo 3 horas. Rápidamente, aunque sin la magia que tenía cabalgar como antaño tras los antiguos arreos de ganado hacia Chile.
A comienzos de 2006, junto con Antonio Pontoriero, acampamos en el suroeste de la laguna. La poderosa camioneta manejada por el intendente de Vinchina, Ariel Oviedo, nos dejó en unas ruinas incas por consejo del conocido guardaparque Cirilo Urriche, una verdadera leyenda. Rápidamente armamos nuestra carpa junto a los bidones de agua potable, un bien escaso allí. Las vicuñas, nuestras inseparables vecinas durante 12 días, parecían bestias fantásticas para nuestros ojos confundidos por las ilusiones ópticas propias del desierto. Desde allí divisábamos algunos de los altivos volcanes de esta región, los más altos de la Tierra: el Veladero, de 6436 m.s.n.m., y el Bonete, de 6759. La altura en la que nos encontrábamos a 4200 m.s.n.m.–, nos hacía latir frenéticamente el corazón.
Con el paso de los días, nos fuimos aclimatando y comenzamos a recorrer los alrededores. Cerca de nuestro campamento descubrimos una vega de agua pura, habitada por una familia de patos. En nuestras incursiones hacia el Sur, ascendimos el cerro Chepical (4646 m.s.n.m.), de laderas empinadas aunque la cima es ancha y plana. Siempre fue una referencia para los viajeros: de cima virgen, aparece en los mapas. Desde allí divisábamos, en el límite con San Juan, el Cerro El Potro (5879 m.s.n.m.) y al Norte, los volcanes limítrofes con Catamarca. Volviendo, nos cruzamos con un tramo del Camino del Inca, a la sazón una simple senda.
Hacia la laguna, a una distancia de casi dos kilómetros, divisábamos los restos del avión Curtiss C-46 de Aerolíneas Carreras Transportes Aéreos. Este avión “acuatizó” el 30 de abril de 1964. Venía de recalar en Antofagasta y traía caballos de carrera árabes desde Lima. Todas las yeguas estaban preñadas y, además de la tripulación, iban dos cuidadores. Un motor falló y debieron utilizar el salar como pista de emergencia. Varias yeguas murieron y otras fueron sacrificadas. Una escapó y aún hoy se dice en la región que las yeguas que ganan las carreras en los hipódromos locales son “hijas de la yegua que cayó del cielo”. En cuanto a los tripulantes, sufrieron penurias varias pero fueron rescatados, en tanto el avión fue desguazado, lo cual permitió encontrar un contrabando de radios. Los restos del combustible, por otra parte, permitieron a un cazador recorrer durante un tiempo la región luego de extraerlo de los restos. Existe sólo una foto del avión entero en la laguna: la descubrí de casualidad en un puesto de Gendarmería Nacional, en Tocota, San Juan. Con estos antecedentes, nos dirigimos hacia los restos. Pisábamos el salar con cuidado, dado que el terreno es blando.
De pronto, un gigantesco remolino de sal se formó cerca de nuestro objetivo, mientras nosotros andábamos y desandábamos el camino por los puntos más anegados. Finalmente, arribamos al lugar. Parte de un ala aparece junto a una de las llantas infladas, todavía en excelente estado de conservación.
Desde la cabina, el paisaje es sobrecogedor, en especial si una mira a través del parabrisas, cuya rajadura denuncia rastros de la caída. Al lado, una yegua está conservada en sal.
El regreso fue más azaroso. Pasamos por los restos de otras dos yeguas y justo antes de tocar tierra firme, Tony resbaló. La sal hizo contacto con una pequeña herida en su mano y mi compañero tuvo la “suerte” de ver las estrellas...
Casi sin tiempo ya, decidí subir el cercano cerro Fandango, un volcán de 5173 m.s.n.m. Curiosamente, en las cercanías hay un volcán más alto, de 5612 m, con el mismo nombre. Como mi compañero no se encontraba en condiciones, lo dejé a las 9 y me dirigí al elegante cono, bajando y subiendo breves quebradas, en donde las vicuñas se espantaban al divisarme.
La carpa era ya sólo un punto cuando ataqué la ladera, empinada y con varios acarreos. Muchos años antes había pensado en subir el Fandango, pero aquel viaje nunca se realizó. Pensaba esto cuando arribé a una planicie, tras lo cual alcancé la cumbre, descubriendo un panorama bellísimo ante mis pies. En el punto más alto, una rudimentaria pirca fue la prueba de la presencia de los primeros escaladores, los incas, 500 años antes. Decidí encarar el descenso por una quebrada por donde discurría un pequeño hilo de agua. Contrastando con el paisaje, una única planta amarilla contrastaba brutalmente en medio del desierto. Con las últimas luces ya menguando, volví al campamento para tomar unos mates junto a Tony, quien estaba algo preocupado por mi retraso. Unos fideos fritos devolvieron las energías perdidas.
La última mañana, temprano, la cerrada y fría niebla no dejaba ver más allá de unos pocos metros. Oíamos la camioneta de los guardaparques, pero no teníamos contacto visual. Una hora después, la niebla se disipó y nos pudimos encontrar con nuestros amigos, tras lo cual emprendimos el regreso a Jagüé, dejando atrás al Fandango y a la maravillosa Laguna Brava, y prometiendo volver muy pronto. Y así lo hice: sólo un mes después cumplía mi promesa, pero esa será otra historia…
Para ir a Laguna Brava es indispensable una buena logística. En una expedición como la que emprendimos nosotros, hay que ser autosuficientes. Mucho agua, una buena carpa, equipo de abrigo, GPS, mapa, anteojos 100% UV, protector solar, etc., son elementos que no pueden faltar.
En una travesía con vehículo no deberían faltar dos 4x4, por lo menos. Siempre hay que avisar y escuchar los consejos de guardaparques y gendarmes. Ellos, junto con la intendencia de Vinchina, son muy serviciales y hospitalarios.
Ubicada en zona de la cordillera de Los Andes en la provincia de la Rioja, es uno de los sitios más espectaculares del país, debido a la riqueza y belleza multicolor que se conjuga con historia, flora y fauna puneña, enclavada a 4.300 m.s.n.m., en la región de la Puna. Las 405000 hectáreas de Laguna Brava fueron declarados a principios de los años 80 como Parque Provincial y luego Sitio Ramsar, declaración que se les otorga a algunos sitios para resguardar la vida de sus ecosistemas.
En su recorrido puede disfrutarse de montañas de más de 5000 metros y volcanes que superan los 6 mil, en su ámbito natural se resguardan un serie de animales salvajes, como guanacos, vicuñas, pumas, flamencos y otras aves migratorias que en busca de alimento regresan en cada primavera para procrear.
Recomendamos, vehículo 4x4, acompañados por un guía de sitio, todos los puntos ubicados y mencionados anteriormente en todo el Valle del Bermejo podrá contratar diferentes servicios de transporte y de guías. Se recomienda que por seguridad y al no haber poblados cercanos alrededor de la Laguna, ir siempre más de dos vehículos. Hay estaciones de servicios en Villa Unión, Villa Castelli y Vinchina. Tener en cuenta que las estaciones de servicio solo cuentan con nafta súper, gasoil (no euro), tampoco proveen gas.
No todo el recorrido dentro de la reserva esta asfaltado, por lo que debe tener y prestar mucha atención de no salirse de los caminos establecidos. Hay que circular con precaución, debido a la presencia de animales sueltos o trabajos de mantenimiento en las rutas. No se puede ingresar a la reserva después de las 15:00 hs, en cualquier época del año.
Mail: info@culturademontania.org.ar
WhatsApp: +54 11 3060-2226
Instagram: @ccam_arg
www.facebook.com/ccamontania
Contáctate y comenzá
la aventura de integrarte
a la red cultural