"El día Viernes 27 de marzo de 1981 bajo un cielo sin nubes y con buen tiempo en San Juan y siendo cerca de las 18:30 horas ascendíamos mi hermana Paty y yo ( de 20 y 21 años) junto a nuestro maestro y amigo, el experimentado andinista Sergio Bossini, la hermosa e imponente pared Sur del cerro Mercedario. Sin entrar en mayores detalles narraré que habiendo transitado aproximadamente dos tercios de la pared y sin que pudiésemos evitarlo, Paty sufrió un accidente que en un segundo le costó la vida.
Desde donde cayó hasta la base de la pared, dónde hallamos su cuerpo, estuvimos bajando dándonos seguro mutuamente Sergio y yo, durante toda la noche. Al llegar abajo comenzó a nevar copiosamente.
El movimiento continuo del glaciar y las inclemencias del tiempo nos impidieron encontrar su cuerpo jamás, pese a intentar el rescate durante años"...
42 años después…
El día 24 de enero del año 2023,descendiendo del cerro Mercedario, tres andinistas, dos de ellos norteamericanos y el tercero argentino, hallaron un cuerpo sin vida que vestía indumentaria de montaña, al pie de la pared Sur.
Habiéndose notificado a las autoridades, éstas deciden la búsqueda y el rescate del cuerpo y tras dos intensas semanas de trabajo exhaustivo a cargo del cuerpo médico forense de la provincia de San Juan se logra determinar que "sin ningún tipo de dudas' el cuerpo encontrado correspondía a la joven andinista tucumana Paty Altamirano, quien sufriera un fatal accidente hacía 42 años intentando hacer cumbre en el cerro Mercedario.-
Ahora sé cómo empezar, todo tiene un comienzo. Ninguna historia ocurre de repente, nada se gesta de la nada…
Eran cerca de las cinco de la tarde en San Juan. El sol de este verano volvía blancas las calles, las siluetas, los troncos de los árboles. El Zonda nos acariciaba con sus dedos de fuego. Nos mirábamos a los ojos, no hablábamos mucho y no teníamos angustias, sólo liviandad, melancolía, paz, certezas, amor. No teníamos inquietud, sólo calma y un profundo agradecimiento. No teníamos miedo, sólo esperanza, confianza en nosotros, en la vida en esta tierra, en el mundo espiritual que nos circunda sin que lo veamos.
Mamá pidió cantar una canción que ella le había escrito. Este video fue el día que despedimos sus cenizas en el campo. Yo la acompañé a cantar para " darnos coraje".
No estábamos mis tres hermanos y yo ni a la orilla del mar, ni de vacaciones, ni en un mundo de puras cosas bellas. Estábamos frente a la puerta gris y pesada de la Morgue de San Juan, esperando que nuestro nuevo Amigo/ Hermano, Sergio Farre, montañista y socio vitalicio del Club Andino Mercedario, coloque en un cajón elegido de pino simple los restos de mi hermana para llevarlos al Crematorio, por fin nos llevaríamos sus cenizas a Tucumán donde la despedirían nuestros padres, Martha y Hugo de 88 y 91 años y también sus amigos, los nuestros y quienes aún la amamos.
Esperábamos en silencio y dentro de la camioneta, sonaba con su voz calma y profunda la negra Mercedes Sosa con su "Volveré siempre a San Juan". La escuchamos una y otra vez, a repetición, sin fin, sin intentar sostener el silencioso llanto. La canción era lenta, sentida, nostalgiosa. Nos abrazaba, nos entendía, ponía las palabras como telón de fondo; "Volveré siempre a San Juan a cantar...Por las tardes de sol y alameda, San Juan, se me vuelve tonada en la voz y las diurnas acequias reparten el grillo de mi corazón".
Podría seguir describiendo olores, colores, sensaciones como en una película. Podría hacerlo pero dejo aquí este ratito de silencio y les cuento que, con los ojos húmedos y con una sensación indescriptible de sentimientos encontrados, dejamos el playón de piedritas blancas, rodeado de viñedos donde está el crematorio y le pedimos a Sergio que nos acompañara hacia el dique Ullum y el Punta Negra, para terminar de pasar la tarde como a ella le hubiese gustado.
Era nuestra necesidad regresar a los sitios tan amados por Paty y por nosotros, a ese paisaje sanjuanino donde nada malo parece gestarse. Mirábamos el agua turquesa y las montañas preñadas de minerales, abrazados. Estábamos en un sitio conocido y amado, cerca de las montañas. Entonces, comenzamos a "hablar", a contarnos experiencias, a asombrarnos de historias de montañas y de montañistas, de lazos fraternales. Era un tema tan afín a nosotros, tan igual a lo que Sergio había expresado al ofrecernos su ayuda : "La gente de montaña somos una gran familia dispersa por el mundo, hablamos el mismo idioma, vivimos de modo similar los acontecimientos de la vida". Sabemos de qué hablamos cuando decimos cumbre, vivac, senderos, camaradería, compañeros de cordada. Esa tarde y en ese paisaje de San Juan, nos sentimos "en casa". ¿Cómo no estar agradecidos por esos segundos de plenitud, de fraternidad auténtica, de miradas francas y de ojos que se maravillaban con la vista de la piedra, el cielo azul, el agua, las montañas?
Debían ser cerca de las seis y media de la tarde y ese día, a esa hora, desde la galería de la antigua casa de mis abuelos en el campo, un enorme arcoíris se dejó ver sobre el cielo azul y limpio en Tucumán, desparramando sus mejores colores..
Cuando nacimos mi hermana Paty y yo que nos llevábamos un año de diferencia, "viajamos", por primera vez, a días de nacidas, al campo de mis abuelos: Horco Huasi. Ahora que lo pienso, hasta el nombre en Quechua, "casa en el alto" era premonitorio.
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Nuestra casa en ese campo estaba sobre una loma, trepábamos la loma para ir a comer. Lo hacíamos para ir a dormir, a cambiarnos la ropa, para buscar algo, a dejar el tacho con leche que traíamos del tambo. Una, cinco, veinte veces por día, corriendo, saltando, caminando. Esa "pendiente" nos era tan familiar como el aire.
El amor a la naturaleza, a la tierra y el amor a las montañas se gestó para nosotros en esa casa de Horco Huasi, rodeada de eucaliptos añosos y enormes algarrobos, sitio de pájaros, de lagartos y de corzuelas...agreste y rudo, tan forjador de voluntades...tan amado.
En ese ambiente, rústico y espinoso pero con la presencia ética y amorosa de padres y de abuelos, se forjó también nuestro carácter y nació esa "libertad interna" que aún portamos y llevamos con orgullo los cuatro. Esa misma fortaleza, libertad, amor a la vida y profundidad tenía Paty al morir feliz en la montaña a los 20 años.
Cuando terminaban las clases en verano y en invierno, viajábamos al campo, también en cada fiesta del año, cada fin de semana, cada feriado. Quizá, éramos más campesinos que ciudadanos pero la ciudad nos dió la escuela, la cultura, la diversidad, los libros, la sensibilidad para con el otro, el arte …
Me preguntan cómo eras?
Mamá te describe cantando:. "Eras un gorrión alegre, una rosa roja y un sauce llorón / y eras toda la alegría /y la melancolía de mi corazón./Como un tordo bullanguero/ pasabas las siestas cantándole al sol/y un silencio misterioso/ te enredaba a veces en su caracol"...
Yo también te describí a vos y a mí:
Desde las primeras caminatas por el campo, subiendo y bajando lomas pedregosas, plenas de cactus en el espinoso monte tucumano hasta nuestro intento por subir el Mercedario y todas nuestras expediciones en los cerros y cumbres es un largo camino, un gran proceso que de no haberlo vivido no seríamos nosotras, sino otras.
Mamá era arqueóloga aficionada, caminábamos tras ella o sin ella, toda la extensión del campo, buscando puntas de flechas, cacharros de barro, morteros de piedra, petroglifos.
Incursionábamos por cañadones nunca antes transitados, hacíamos ranchos en la zona de vertientes y pasábamos allí días enteros como si fuera nuestro "refugio"en el monte.
Andábamos a caballo en pelo, nos bañábamos en el río de pura piedra punzante, arena gruesa y agua agreste como las plantas, como el clima, como nosotros´. Así, libres y fuertes, alegres, seguros, arremetiendo sin temor pero también "volando alto".
El campo en que crecimos está rodeado de cerros azules y verdes en todas sus gamas. Cada día salíamos a caminar con primos, con amigos, siempre una gran bandada. No usábamos mochilas en esos tiempos sino bolsas de tela en "bandolera" con lo mínimo indispensable. En los pies alpargatas con suela de yute e incluso ojotas de goma. Las espinas en los pies eran moneda corriente, parte de nuestras experiencias igual que la sed o el cansancio o que no nos amedrentara para "seguir" una lluvia. "Alto entrenamiento "para la vida misma.
De nuevo podría describir hasta el hartazgo esas vivencias del Alma porque son como fotos infinitas y fieles en el recuerdo. Pero quiero que esto me sirva para decir : qué otra cosa podríamos querer mas tarde, sino subir una montaña … y otra… y otra… como una necesidad del Alma? como comer y dormir. Un "hechizo" del que no se sale, a decir del "Poli" Tarditi.
Con ese anhelo, esa sensación de plenitud, de estar tocados por una mano mágica que nos torna "privilegiados" prueben salir a la montaña para empezar a sentirla porque lo que se vive es "intransferible".
Cuando terminamos la secundaria, Paty se inscribió en Biología y yo en Geología, nunca terminamos las carreras. Ella porque partió de esta tierra antes y yo porque la vida me fue llevando hacia otros sitios. En esa época, conocimos a mucha gente. Empezamos a reunirnos en la Peña Cultural El Cardón con andinistas de la Asociación Tucumana de Andinismo y el Club Andino Tucumán (CAT), tiempos de maravillosas reuniones semanales en las que nos juntamos a ver "diapositivas "de viajes nuevos y antiguos, a compartir equipos y experiencias, a hacer cursos teóricos y prácticos de escalada, a planear excursiones y a ver rutas antiguas en las paredes de los cerros.
También compartimos novedades, logros, información de equipos y de cursos. Al llegar nosotras fuimos un tiempo las únicas mujeres del C.A.T, luego fueron llegando unas que otras conocidas de la Universidad. Esas reuniones de camaradería montañera fueron el sitio donde queríamos estar.
Cuando partimos al Mercedario, llevábamos lo mejor de los equipos de cada uno de nuestros compañeros de montaña. Estaban todos con nosotros durante ese viaje, en las piquetas y en los crampones importados, en los abrigos de pluma, en el cariño con que nos acompañaron y nos desearon lo mejor.
Si dejara mi cabeza y mi sentir a la deriva, mi mano no cesaría de escribir, pero he escrito lo esencial.
Quizá me quede por decir que mi hermana Paty, a quien bauticé así por no poder decirle Martita, sino "Patita", perdió la vida intentando subir junto a mí y a Sergio Bossini la pared Sur del cerro Mercedario por la ruta llamada en aquel entonces: "directísima al balcón". Ella tenía veinte años, yo veintiuno y Sergio, cuarenta.
Nuestro amor y respeto a la montaña era idéntico. Emprendimos este ascenso conscientes y seguros de lo que estábamos haciendo, preparados para llegar hasta la cumbre.
Paty, en un segundo, desapareció de nuestro lado a una altura de la pared y en circunstancias en que un pequeño error o descuido podía ser fatal. Cayó por esa pared Sur del Mercedario en segundos, como por una pista enjabonada. Fue un accidente fatal, pero el accidente podría haberme sucedido a mí o a nuestro compañero. Los tres éramos conscientes del riesgo. Le ocurrió a ella y sólo Dios y la vida saben por qué.
Sergio, nuestro compañero, hizo cumbre en el cerro en su honor en 1984, pero aún hoy después de 42 años y con más de ochenta años cumplidos, dice tener "una enorme congoja" alojada en el alma. Los seres humanos somos "individuos en el sentir".
Mis hermanos y yo hemos pasado por muchas diferentes circunstancias. y alguna vez escribí:
Estoy, sin saber cómo
sumando Amor
a todos mis poemas
por la simple manía de extrañarte...
Y tengo tantas ganas!
de levantar la vista
y encontrarte.-
Mis padres, mis hermanos, realizaron sus propios procesos. Yo escribí un cuaderno enorme que me llevó seis años hasta que me llegó el consuelo. Entonces pude escribir :
Por supuesto que todo eso ocurrió pero fue parte de un proceso de vida, pleno de sanación y crecimiento espiritual y anímico.
Ahora, parada aquí sobre mis piernas de haber andado tanto, sólo quiero transmitir lo que de verdad quedó desde aquel "telegrama "que dirigí a mi madre desde Barreal :"Paty murió en la montaña. Se hacen trámites por Gendarmería. Nosotros estamos bien".
Y ese "estamos bien" sigue aquí después de 42 años…
Al caer al pie de la pared, la nieve cubrió el cuerpo de Paty muchos metros. Luego el deshielo y el calor abrieron una gran grieta en ese sitio. El invierno escondió la fisura bajo la nieve y al final, cuarenta y dos años después, los brazos enormes del cerro Mercedario "aflojaron su abrazo" y la dejaron ir, aún sabiendo que ella no quería dejar de estar en sus brazos (su cuerpo tenía alrededor un cinturón de hielo macizo que debieron romper para trasladar sus restos).
Lejos de ser una tragedia, nuestro encuentro con ella fue una fiesta. Una sucesión de hechos mágicos y reales que se fueron ensamblando como en un rompecabezas perfecto durante dos semanas. Un lazo de manos y de apoyo amoroso que fueron allanando las dificultades. Encuentro con personas que se tornaron increíblemente cercanas, sin que nos hayamos visto nunca antes.
Quizá aquella infancia bendita y protegida en Horco Huasi, quizá nuestros infinitos pasos en las montañas y las experiencias que de todo esto sacamos es lo que nos permite ahora (y hablo en nombre de todos los que la amamos) sentir que no fue en vano nada, que la vida es siempre frágil y que cuando ocurre una muerte sólo es un paso más que debemos enfrentar.
Coraje, Amor, Confianza, Libertad, Fortaleza, Respeto y Consciencia. Por los demás, por la tierra bendita en que habitamos, hacen que TODO tenga sentido y que podamos intentar contagiar a los demás de este espíritu que nos hace de verdad sentirnos privilegiados. Así lo expresaba Paty a los 18 años :
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