Integrantes: Gustavo Fernández, Roberto Escavo, Ricardo Kruszewski, Juan Gagneten
En mayo del 2000, me llamó mi amigo Luis Mack (miembro de la Expedición en Kayaks al Cabo de Hornos de 1986), diciéndome que había lugares disponibles en el velero francés "Fernande", de Pascal Grinberg, para trasladarnos a la Península Antártica el verano del 2000/2001. De inmediato me puse de acuerdo con Pascal, y le confirmé mi interés de reservar de cuatro a seis lugares, más el traslado de los kayaks desde Ushuaia a la Península Antártica y el regreso a Ushuaia. A partir de ese momento, comenzó a concretarse esta segunda Expedición Argentina en kayaks, "Orca Antártida 2001".
La tenía en mente desde hacía casi diez años, cuando volví de mi Primera Expedición Argentina en Kayaks Proyecto Orca Antártida en 1991. En aquella oportunidad, presentamos un proyecto científico ante la Dirección Nacional del Antártico (DNA), autoridad gubernamental argentina en todo lo relacionado a la investigación científica en la Antártida.Para iniciar el examen del comportamiento de orcas en la Antártida, Ese proyecto fue aprobado e integrado a los proyectos científicos antárticos para la campaña 1990/1991. Esto significó en los hechos que la DNA (Dirección Nacional del Antártico), se encargaría del traslado de los miembros de nuestra Expedición y todo nuestro equipamiento desde Buenos Aires a la Antártida, Nos asignaron el uso del refugio de Puerto Neko en la Bahía Andvord, sobre el estrecho de Gerlache.
Allí estuvimos casi seis semanas, explorando y navegando las costas de la bahía Andvord y Bahía Paraíso. Esa expedición estuvo integrada por Juan Carlos López, como Director de Investigación, Carolina Diby y Omar Molea, como logísticos, y yo estuve como Director General del Proyecto. Esa expedición culminó exitosamente, quedando latente en mí, el deseo de volver a la Antártida para proseguir con las observaciones de orcas y proseguir explorando sus costas siempre usando el kayak como medio de transporte.
Quienes organizan expediciones saben muy bien que el factor más importante es la integración humana. También yo lo tengo muy claro. De inmediato, invité a participar a quienes mejor conocía desde hacía muchos años y sabía que no presentarían ningún problema. Es más, siempre había querido organizar una expedición con mis compañeros y amigos de kayak de muchos años. Cuando les hablé por teléfono a Gustavo Fernández (ejecutivo de marketing de una firma alemana de 42 años) y a Juan Gagneten (médico pediatra de 42 años) de inmediato les gustó la idea. Tan solo tenían que conseguir la aprobación de sus respectivas esposas, quienes accedieron rápidamente. El cuarto integrante, Roberto Scavo (profesor de Educación Física de 51 años de Viedma, ciudad Patagónica, mil kilómetros al sur de Buenos Aires) tuvo que pensarlo : tenía dudas en aceptar, pues quería estar presente en el nacimiento de su primer nieto que le daría su hija.. Una vez más, toda su familia lo convenció para que integrara la misma.
Hubo otros que lamentablemente, por diversas razones, no pudieron participar, aunque les reservé su lugar hasta último momento. Así quedó integrado el grupo humano para esta expedición a la Antártida en kayaks. Conocía de la experiencia en kayaks de cada uno, de sus habilidades personales. La consigna era que no tendríamos sponsors: cada uno cubriría los gastos de su propia participación. Todos estuvieron de acuerdo. Esto significó, más o menos, un aporte personal de $4000. Todos disponían de gran parte del equipamiento necesario y solo había que renovar o actualizar algunos elementos.
La importancia de contar con un buen grupo humano, responsable, consciente y motivado en participar, hace todo más fácil, aún superar los imprevistos que siempre se presentan. Roberto Scavo, estaba a 1000 km de Buenos Aires, el resto, Gustavo, Jony yo, en Buenos Aires. Solo que, en mi caso, los últimos meses, por mi actividad laboral, estuve casi permanentemente viajando. Así es que los pocos días de cada mes que nos encontrábamos, ajustábamos los detalles organizativos. Gracias a Internet y al e-mail, podíamos estar permanentemente en contacto, independientemente del lugar y la distancia. Esto facilitó la organización.
A todos les entregué un detallado y minucioso listado del equipamiento que debíamos tener: tanto los individuales como los de uso común. Gran parte de todo eso lo teníamos, pero siempre se aprovecha la ocasión para actualizar algunos elementos.
Los kayaks serían los de travesía SDK. Gustavo utilizaría su SDK 510 NEKO; Jony, el Yamana II; Roberto y yo usaríamos también el Yamana II. Cada kayak tenía sistema de timón SDK, más sistema de acople catamarán. El timón era de gran utilidad para enfrentamos con corrientes marinas, y particularmente, cuando había viento. Personalmente, no iba a usar timón, hasta que me convenció la diferencia de esfuerzo con mis compañeros que sí lo usaban. Ahora lo adopté definitivamente para regiones con fuertes vientos. Los remos que usamos Gustavo, Jony y yo eran los de madera laminada Yamana Travesía de 2,30 metros de longitud. Roberto usó su remo Rasmussen de Carbono. También llevamos dos remos desarmables.
Para la navegación, llevaríamos trajes secos de GoreTex o tejidos similares que respiraran, o sea, que fueran impermeables al agua, pero permitieran que la transpiración saliera al exterior. Debajo se usaría ropa interior sintética de polar, de diferentes espesores. Los pies debían estar protegidos con medias de polar, medias de GoreTex y la bota de neoprene, esto permitiría poner los pies en el agua sin mojarnos ni sentir frío. En las manos, usaríamos mitones para cubrir el mango del remo y la mano, protegiéndola del viento. También tuvimos guantes de neoprene, los que use cuando se me ampollaron demasiado las manos. La cabeza estaría protegida con una gorra o sombrero de polar que podía cubrir orejas y cuello.Sería imprescindible el uso de anteojos oscuros para protegernos de los reflejos de la nieve. En tierra o en campamento, se usaría también ropa polar de abrigo interior y exterior, más pantalones y anorak o parka de Goretex. Con esto tendríamos un conjunto liviano, cómodo y muy efectivo.
Luis Botesi y su hijo Nacho, nos proveyeron dos excelentes carpas tipo iglú, muy cómodas, resistentes, livianas y fáciles de armar. La cocina sería un calentador MSR multifuel, el de Jony y un viejo mini calentador Primus,mío. Calculamos tres litros de combustible cada uno, que llevamos en botellas MSR de aluminio. Solo utilizamos la mitad, pero en la Antártida hay que hacer los cálculos más extremos. También transportamos una batería de cocina para cuatro personas, más los pequeños accesorios necesarios. Además, siempre van los cortaplumas Victorinox de uso múltiple, pinzas multiuso, alambres, cuerdas, etc, De nada hay que olvidarse cuando se está yendo a lugares aislados y remotos. Debemos prever todo, aun lo peor.
Para la seguridad, llevamos chalecos de ayuda de flotación, silbatos, linternas, espejo de señales, mantas aluminizadas, bengalas de diferente tipo, etc. Para la comunicación, teníamos handys VHF, con baterías y antenas de repuesto en bolsas a prueba de agua y un pequeño equipo base movil HF, Kenwood TS-50, con sus alambres de cobre para el tendido de antenas de hilo largo o dipolos. La mayor molestia para estos equiposfue la fuente de energía: terminamos trasladando en mi kayak una batería de auto de 12 volts/70 amperes, sin mantenimiento, cuyo peso era de 18 kg.
El equipo HF nos permitió estar comunicados literalmente con nuestros amigos y familiares en Buenos Aires, gracias a la siempre dispuesta y desinteresada colaboración que prestaron los radioaficionados. Ante una emergencia, estábamos seguros de poder comunicarnos con el mundo en busca de ayuda.
Teníamos la suerte que Jony es médico, así es que la responsabilidad de prever lo necesario naturalmente cayó en sus manos. Así es como insistió en que cada uno se hiciera un chequeo general y a fondo, a fin de estar tranquilos y evitar sorpresas durante el viaje.
Una vez más, no tuve la suerte de poder llevar un camarógrafo profesional, que es la única manera de lograr fotografías y documentación de alto nivel. Pero como todo no se puede tener, llevamos lo que pudimos conseguir, sin entrar en excesivos gastos. Teníamos dos cámaras reflex de 35 mm, una Canon IXUS-1 muy pequeña y a prueba de agua más una Digital SONY DSC-P1. Para el video, Federico Kesler, nos prestó su cámara digital mini-DV JVC. Todo esto, con sus cables, conectores, baterías y cargadores.
Con el agua, no habría problema, solo había que derretir lo que se necesitara. Siempre se trataba de llevar lo más rico, sabroso, fácil de preparar, nutritivo y que ocupara poco espacio. Luego de consultas, Gustavo llegó a la conclusión que la Comida Mountain House sería la indicada. Así fue que compramos e importamos de USA, la cantidad necesaria, que complementaríamos con fideos, arroz, quesos, frutas desecadas y en lata, galletitas, chocolates, y dulces variados, etc.
Todo debía entrar en los compartimientos estancos de proa y popa de los kayaks y, a su vez, estar protegido de la humedad y del agua salada. De modo que lo necesario se guardó en bolsas a prueba de agua para evitar mojaduras indeseables.
Contábamos con las cartas náuticas de la región del estrecho de Gerlache. Cada uno llevaba en la cubierta su respectivo kayak, la carta plastificada del área que estaríamos navegando con la ruta y los puntos de posible desembarco o escape.. Llevamos dos GPS Garmin Etrex y un Garmin Etrex Summit. Estos modelos tienen la ventaja de su pequeño tamaño, su display amplio y son a prueba de agua. Además, por supuesto, siempre se lleva el compás magnético.
Primera sorpresa desagradable
El 13 de febrero, a las cinco de la mañana, estábamos volando ya de Buenos Aires a Ushuaia, con Gustavo y Jony. Roberto, desde el día anterior, estaba esperándonos en Ushuaia, a bordo del velero. Apenas llegamos al aeropuerto nos esperaban Luis Mack y Daniel Urriza, quienes trasladaron nuestro equipaje y a nosotros al Club Náutico AFASYN, muy cerca del aeropuerto. De inmediato, nos dirigimos al "Fernande", donde nos reunimos por primera vez los cuatro integrantes de la Expedición. Luis Mack nos llevó al transporte Cruz del Sur, para retirar nuestros kayaks, que habíamos enviado tres semanas antes. De Buenos Aires a Ushuaia hay 3200 km por tierra y los kayak se enviaron por camión. Nos dicen que solo llegaron tres y no cuatro kayaks. Tres se habían enviado desde Buenos Aires y uno, el de Roberto, desde Viedma. Pensamos que se trataba de una broma. Pero no, lamentablemente era cierto. El kayak SDK Yamana de Roberto no estaba. Luego de una serie de llamadas y averiguaciones nos dijeron que estaba en Buenos Aires y nadie supo explicar cómo había ocurrido eso. Roberto se había hecho un kayak Yamana especialmente para esta expedición, lo había puesto a punto por semanas y lo había enviado 15 días antes. Y se encontraba, a pocas horas de zarpar rumbo a la Antártida sin kayak.
Era imposible que su kayak llegará a tiempo, así que de inmediato pensé en una solución. Y sabía que el único kayak en condiciones para usar en ese momento era el de Daniel Urriza. Lo llamé, le expliqué y sin dudarlo, al instante, ofreció todo lo que necesitáramos. Sentí un cierto alivio y un profundo agradecimiento a Daniel por su espontáneo gesto. Destinamos parte del agradable día a clasificar y revisar por última vez todo el equipo, ordenarlo en varios bolsos y cargar todo en el velero, de acuerdo a precisas instrucciones de Pascal,capitán y propietario del Fernande. Así quedaron amarrados dos kayaks, uno a cada lado del cockpit y dos, el de Gustavo y el de Roberto, dentro de la cabina. Uno quedó colgado sobre la mesa, a lo largo de uno de los pasillos, y el otro de costado, debajo de la mesa y a lo largo del mismo pasillo. Pascal, personalmente, realizó los amarres de los kayaks en cubierta. No quería correr ningún riesgo en el siempre movido cruce del pasaje de Drakefamoso por sus terribles olas, temporales y tormentas, que hacen sufrir aun a los buques de mayor porte.
En las primeras horas del 14 de febrero, el Fernande partió de Ushuaia rumbo a la Antártida. Éramos nueve personas en total: los cuatro kayakistas; Pascal; su asistente y el cocinero, mi viejo amigo Alejandro Chizzini, Kiko, responsable de la empresa de turismo española NUBIS;, su camarógrafo Bernardo, argentino con más de 15 años de residencia en España, y el legislador de Tierra del Fuego, Miranda. Navegamos por el Canal de Beagle al este hasta dejar el canal de Beagle y la isla Nueva. Allí viramos al sur y al poco tiempo, el constante movimiento del barco comenzó a afectar, primero a Roberto, quien se mantendría por un día y medio vomitando, sin comer. Jony también fue afectado, Gustavo se mareaba menos y yo también me sentía mareado muchas veces. No obstante, acostándonos esto se hacía tolerable. A los demás pasajeros, en diferente medida, también los afectó el constante movimiento del barco. Mientras había calma, se turnaban, Jony, Gustavo, Roberto y otros en el timón, directamente, el trabajo lo realizaba el timónautomático. Siempre bajo la atenta y celosa mirada del capitán Pascal, quien aun durmiendo permanecía sensible a cualquier movimiento, ruido o sonido. Él, más que nadie, tenía la gran responsabilidad de conducir el Fernande a través del Drake, este encuentro de océanos de justa fama. Por la noche tuvimos un baile fuerte, movido y divertido que hizo trabajar bastante a la tripulación...
Debido a que tuvimos con frecuencia viento de frente, fue necesario navegar a motor, esto es lento y ruidoso, no yendo a más de 5/6 nudos. En una oportunidad, Pascal me cedió el timón. Había grandes olas y yo no conseguía sentir el barco. A los pocos minutos, una gran ola hizo barrenar el Fernande, y sin darme cuenta hizo un pequeño viraje que de golpe provocó una gran escorada del barco, por lo que el kayak amarrado sobre la banda a mi izquierda quedó bajo el agua. Por suerte, Pascal estaba a mi lado y con rápidos giros de timón, puso todo en orden. Fue la primera y última vez que dirigí el velero.Hasta hoy me cargan mis amigos por esa situación. Luego de tres días y medio de navegación, llegamos a la península Antártica. Fuimos acercándonos en una preciosa noche estrellada con una gran neblina. El timón automático llevaba el rumbo del barco, pero hicimos turnos de dos horas, por si avistábamos témpanos de hielo con los que pudiera colisionar. Afortunadamente, eso no sucedió. El día 18 de febrero, a las nueve de la mañana, estábamos bajando todo nuestro equipo y kayaks en la costa rocosa de la excelente Base del Ejército Argentino Primavera que ese año estaba deshabitada. En varios viajes del bote neumático, Pascal acercó nuestras bolsas y cajas, remolcó los kayaks, excepto el de Roberto, quien llegó remando desde el velero a la costa. Fuimos subiendo de a poco nuestro equipo.
Nos parecía imposible que pudiéramos empacar todo en los cuatro kayaks. Luego de una hora, Pascal se despidió de nosotros, volvió al Fernande, y reinició su navegación rumbo al norte de la Península Antártica, hacia la Base Esperanza, donde se debían encontrar con otros tres veleros para hacer un viaje con turistas españoles que llegarían en avión desde Ushuaia a Marambio, viaje que al final fracasaría debido al mal tiempo. Acordamos encontrarnos el 1 de marzo en Bahía Paraíso, donde nos pasarían a buscar para retornar a Ushuaia. Teníamos convenidas frecuencias de radio para comunicarnos.
Pusimos a buen resguardo del viento los kayaks y guardamos todo el equipo en la casa de botes, un pequeño galpón sobre el roquerío de la costa. De inmediato, recorrimos y nos asombramos por la limpieza,el orden y la prolijidad de todas las instalaciones de la Base. Absolutamente todas las instalaciones son accesibles, ya que las puertas tienen trabas pero no llaves ni candados.Finalmente,acordamos instalarnos en el salón comedor, aprovechando que nos encontrábamos solos. Estaba prevista la presencia de un reducido grupo del Comando Antártico del Ejército Argentino, quienes estaban informados de nuestra Expedición, pero ante un imprevisto accidente del Rompehielos Argentino "Almirante Irizar", el grupo destinado a Primavera, fue uno de los que vio cancelada su campaña antártica. Recorrimos todos los rincones de la Base, exploramos los alrededores y, por supuesto, izamos la Bandera Argentina.
Estaba realmente feliz, contento y muy tranquilo de estar nuevamente en la Antártida. A pesar de haber estado sólo seis semanas diez años atrás, sentía como si volviera a casa. Es difícil traducir lo que siente cada uno al estar en un lugar tan maravilloso,alejado de todo el mundo con solo la naturaleza, las aves y la fauna marina.
Y nosotros nuevamente aquí, con nuestros kayaks y nuestras casas a cuestas para intentar observar el medio ambiente, esperando encontrarnos con las orcas. Tenía muy claro que por haber estado ya aquí y por haber realizado expediciones por diferentes lugares, iban a ser diferentes mis percepciones, mi tranquilidad, mi seguridad de que todo saldría bien. Entendía que cada uno de mis compañeros sentiría cosas diferentes, Quizá estarían más tensos o preocupados por diferentes detalles pero era absolutamente normal, ya que era la primera vez que participaban de una expedición de esta naturaleza, en un Iugar aislado y remoto, donde llegamos luego de una dura navegación de casi cuatro días por el Drake.
Lo bueno fue que jamás hubo ningún problema en el grupo. Jony se ocupaba de hacer agua, juntando hielo y derritiéndolo; Roberto nos sorprendía haciendo alguna combinación con nuestras provisiones, no solo preparando algo rico y apetitoso, sino sirviendo la mesa de tal forma que hacía mucho más agradable la comida. Gustavo y yo instalábamos la radio,tendíamos y calibrábamos las antenas para dejar en condición todo para comunicarnos si era necesario. Revisábamos una y otra vez cada uno de los elementos de nuestro equipo, pensando en cómo estibarlo mejor. Decidimos descansar de la larga navegación a vela. La mañana del 19, permaneceríamos en Primavera, saldríamos a navegar y explorar en los kayaks la maravillosa bahía y sus islotes que se extendían frente a nuestros ojos. Además, estudiaríamos las dificultades de entrar y de salir del agua para subir a las rocas con los kayaks puesto que según de donde soplara el viento, esta maniobra se podía complicar si las olas golpeaban con fuerza.
Bajamos con los kayaks al agua y recorrimos tranquilamente la bahía, tomando las primeras fotos frente a gigantescos témpanos de hielo de curiosas formas. Al regresar, aprovechando el sol y el buen tiempo, fuimos preparando y estudiando la mejor forma de cargar los kayaks. Repartimos las provisiones y cada uno hizo los últimos arreglos de su respectivo kayak. Instalamos el equipo de radio y conseguimos comunicarnos con un radioaficionado de Buenos Aires, LU1BQ, José María, quien a partir de ese momento, sería nuestro nexo con Buenos Aires y los familiares de cada uno. Esos minutos de comunicación, nos hicieron sentir ligados a la civilización.
Desde muy temprano, estábamos despiertos. Apenas amaneció, ordenamos todo el salón, limpiamos, lavamos, barrimos para dejar el lugar tan limpio y ordenado como lo habíamos encontrado. Desmantelamos las antenas de radio y en sucesivos viajes, trasladamos todas las cosas hasta los kayaks. Tardamos no menos de dos horas para que todos tuviéramos todo cargado en sus respectivos kayaks.Por momentos, parecía que no entraba ni una aguja más, pero siempre era posible reordenar las cosas y ubicar algo que había quedado fuera. El viento estaba soplando con fuerza, pero no nos molestaría en nuestra ruta. Con mucho esfuerzo, acercamos los kayaks, cargando entre los cuatro y de a uno por vez, los pesados kayaks.
Debíamos tener cuidado de no dañar los botes y tampoco dar un mal paso para lastimarnos nosotros. No era nada fácil ni cómodo caminar con pesadas cargas entre rocas resbaladizas. Las olas que golpeaban las rocas hacían delicado entrar al agua. Primero lo hizo Jony, con sumo cuidado pero vimos que las olas golpeaban los kayaks contra las rocas, así que, a sugerencia de Roberto, él entro al agua y junto a Jony, remolcaron los kayaks de Gustavo y el mío a una reparada caleta, a unos doscientos metros de allí. Por fin, a las 12.20 horas, estábamos los cuatro navegando en kayak, a plena carga (estimo en unos 80 kg cada uno) en la Antártida. Una vez más me sentía profundamente feliz y tranquilo de estar concretando otro sueño junto a mis amigos.
No había palabras para el asombro o la sorpresa ante las curiosas formas,colores, reflejos de los gigantescos témpanos, icebergs de hielo con sus cuevas y túneles, sus cristalinas y transparentes masas de hielo sólido, las focas tomando sol plácidamente sobre placas de hielo, apenas mirando curiosas nuestro paso, una que otra ballena cruzando nuestro camino, los lobos acercándose y siguiéndonos, Las gaviotas, los cormoranes, los skuas, volando sobre nuestras cabezas.
Habíamos preparado la ruta en base a datos de navegantes a vela, quienes no necesitan prestar atención a detalles que son importantes para el kayakista como dificultad de aproximación a la costa, tipo de roca, lugar disponible para armar una carpa, etc.que, si había lobos en cantidad, no sería fácil ocupar el lugar.
Esto era parte de la incertidumbre de esta expedición. Por suerte el tiempo estaba bueno, y mientras no soplaba viento, no se sentía frio en las manos o en la cara. Por otra parte, estábamos muy bien equipados. Navegamos al sur por la caleta Santucci, dejando la Isla Apéndice a nuestra derecha, encontrando enfrente de nosotros una península pedregosa con una pingüinera apta para desembarcar si fuera necesario. La Caleta Escondida parecía bloqueada por témpanos de diferentes tamaños. Roberto sugirió que fuéramos a la costa sur. Luego de buscar camino entre los hielos, encontramos el camino despejado. Así, viramos a la Punta Py, luego a Punta Charles, todas rocosas y aptas para desembarcar en una emergencia.
El GPS nos marcaba un puntito naranja en el horizonte, 8 km nos separaban del supuesto Refugio Chileno abandonado. Cruzamos la Caleta Brialmont, navegando a buen ritmo. En el medio, vimos que había una fuerte corriente saliente de la caleta, pero, curiosamente, avanzábamos en diagonal, ayudados por el timón, pero a casi 4 nudos. Así nos fuimos acercando a Punta Spring, donde una vez más, hubo que encontrar el acceso entre los grandes témpanos de hielo. Roberto encontró una pequeña Caleta donde iniciamos el descenso. Eran todas rocas muy filosas, desgastadas por el paso del Glaciar.Se hizo muy difícil subir el primer kayak,por lo que con los siguientes y en particular con el mío, que era el más pesado, procedimos a aliviarlo de la carga más pesada. Solo así fue posible subir unos treinta metros los kayaks, para dejarlos en un lugar protegido.
Esta tarea nos dejó bastante cansados, a pesar de que habíamos remado solo unos veinte kilómetros. Exploramos las construcciones abandonadas: a una le faltaban ventanas, seguramente arrastradas por el fuerte viento, y la otra construcción, que habría sido la cocina/comedor, estaba un poco mejor. Le colocamos un vidrio faltante que afortunadamente encontramos tirado, limpiamos su interior y nos acomodamos en sus dos camas dobles superpuestas. En la otra mitad, pusimos la cocina, armamos la estación de radio, y la mesa para comer. Comimos bien esa noche y nos fuimos a dormir.
La mañana nos sorprendió con un viento muy fuerte, que no pararía en todo el día. Decidimos cancelar la navegación por precaución. Usamos el día para explorar la región, escalar los cerros próximos y estudiar el comportamiento del viento. En cada etapa, verificábamos las coordenadas de nuestra ruta, y las cargábamos en los tres GPS. Gustavo y Jony habían pensado ir a navegar para explorar la bahía pero, ante la intensidad cambiante del viento y la dificultad en entrar y salir del agua, no lo hicieron. El viento soplaba con tal intensidad que por momentos era difícil mantenerse de pie. Intentando montar la antena, subí a una torre de varios metros y poco faltó para que el viento me arrancara de allí, a pesar de que estaba fuertemente agarrado. Con Roberto, pensamos que era necesario darnos un baño, una ducha, ya que no lo hacíamos desde hacía cinco días, lo que era demasiado. Así que Roberto, con un viejo bidón, un alambre a su alrededor, unas cuerdas y unos mosquetones, armó nuestra primera ducha. Colgamos el bidón del techo y con una cuerda activábamos el sistema. Derretimos hielo y con unos diez Iitros de agua caliente fue posible tomar un delicioso baño. Son estas pequeñas cosas que aquí se valoran y se disfrutan.
Dejamos armado el sistema de radio y ajustamos el hilo largo de antena. Le había prometido a Roberto, que haría lo posible por comunicarlo con su familia.
Una vez más,JoséMaría LU1BQ estaba en frecuencia y gustoso nos hizo de puente, con la esposa de Jony y ésta con la mujer de Roberto. Por fin vino la gran noticia que él esperaba: su hija le había dado el primer nieto. Fue una gran emoción para Roberto y para todos nosotros. A su vez, Jony le hizo saber a su familia que estábamos bien y seguíamos nuestra expedición según lo planificado.
Antes del amanecer, ya estábamos aprontando todo para partir. Luego de un buen desayuno, y del día de descanso que habíamos tenido el día anterior, nos sentíamos en plenitud para una nueva jornada de remo. Dejamos el refugio más ordenado y limpio que como lo encontramos. Arreglamos unas ventanas para evitar que el viento y la nieve en invierno pudieran dañar aún más las instalaciones del refugio. Acercamos todo al lugar donde están los kayaks y decidimos embarcarnos en el mismo lugar por donde llegamos. Solo que ahora los bajamos hasta el borde del agua y recién allí los cargamos con todo el equipo. De este modo, se hizo más fácil la maniobra de embarque. El ánimo era muy bueno. El buen humor siempre estaba latente en cada uno de nosotros. Bordeamos las rocas de la costa y cruzamos la bahía Hughes hasta Punta Valdivia, un tramo de casi veinte kilómetros.
El GPS, en todo momento, nos iba mostrando la velocidad, la distancia recorrida, la media y cuánto faltaba hasta el siguiente way-point, o punto de referencia. En general, Gustavo era quien levantaba las coordenadas de las cartas náuticas y yo las verificaba y las cargaba en mi GPS. Al llegar a Punta Valdivia, no encontramos dónde bajar para descansar, así que nos metimos en Caleta Heroína con una delicada maniobra que consistía en esperar la ola para que levantara el pesado kayak y lo depositara sobre las rocas. Uno a uno descendimos sin problema. Comimos algo, bebimos agua, estiramos las piernas, pero, como comenzábamos a sentir frío, decidimos continuar, ya que esa pequeña isla rocosa no ofrecía ningún abrigo ni ningún cómodo ni seguro lugar. Rodeamos Punta Robles y cruzamos por el angosto Pasaje Correa, que separa la Península Ballve de la Isla Murray. Al llegar al Cabo Escalonado, comprobamos que las informaciones que nos habían dado sobre el lugar como apto para acampar, en absoluto se ajustaban a la realidad. Era posible bajar de los kayaks, y en una emergencia quedarse sentados en unos angostos bordes de piedra.
Como no había lugar para acampar ni lo encontramos en los siguientes puntos costeros de Punta Eckner, decidimos cruzar la Bahía Carlota hasta Portal Point, donde hace años existía un refugio inglés, que sabíamos que había sido desmantelado y llevado como museo a las Islas Malvinas. Cruzando Bahía Carlota, como cada día, nos cruzábamos con las ballenas Humpack, que nos acompañaban, se iban, regresaban y seguían con nosotros por bastante tiempo. Esta vez decidieron mostrar la inmensa cola fuera del agua en movimientos suaves y lentos durante un rato largo. También, cada vez que bordeábamos la costa rocosa, una cantidad de curiosos lobos, de a ratos, seguía de cerca los kayaks, sacando la cabeza y observándonos. A las 17 horas nos acercábamos a Portal Point y vimos una familia de Orcas: un macho, la hembra y dos pequeños. Estos se cruzaron lentamente, de derecha a izquierda y a unos 100 m delante de nosotros, se sumergieron, luego emergieron y volvieron a hacer el mismo recorrido, estimo que por debajo de nosotros recorriendo así unos doscientos metros. Desde la costa, los volví a observar en el mismo lugar.
En la costa, había una playa accesible y cómoda como para desplegar nuestras carpas, solo que había un pequeño grupo de lobos que, por suerte, se hicieron a un lado y nos permitieron desembarcar sin problemas. Este fue el día que más remamos: habíamos recorrido más de 50 km,así nos marcaba el GPS. Nos cambiamos de ropa y armamos las dos carpas KUENKA que nos facilitara Luis Botesi. Rodeamos las carpas con los kayaks, por si los lobos marinos de noche decidían curiosear de cerca. A lo lejos, vimos entrar un buque blanco de gran porte a la Bahía Carlota. Era un buque de nombre ruso que no recuerdo, pero tenía un cartel que decía “Ocean Expeditions”. Al rato, se acercó a nosotros un Zodiac negro y su guía bajó a saludarnos y a conversar. Eran australianos y neozelandeses y nos preguntaron si no nos molestaba que descendieran 40 personas a pasar la noche sobre las rocas y sobre la nieve. Por supuesto que accedimos y en efecto, la mayoría de esa gente era gente de edad y muy respetuosos. Nadie se instaló y ni siquiera pasó cerca de nosotros.
Otros vinieron a conversar. Uno de los guías era un experimentado kayakista neozelandés, Angus Finney, quien había navegado las Shetland y también todas las Georgias, además de escalar sus altas montañas. Fue muy grato charlar e intercambiar experiencias sobre rutas, expediciones y equipo. Les gustó mucho el alto nivel de equipamiento que teníamos. Aproveché la presencia y las buenas relaciones para pedir que en el buque recargaran las baterías de la cámara fotográfica y de video digital que, con el frío, habían bajado su rendimiento.
Muy temprano, aún oscuro, a las seis de la mañana, los turistas australianos y neozelandeses volvieron al Zodiac para regresar albuque. Quedamos solos nuevamente. Esperamos a que salga el sol, para secar nuestra ropa húmeda y congelada. Mientras tanto, verificamos las coordenadas de la ruta que navegaríamos y los cargamos en el GPS. Cerca de las once horas, estábamos en nuestros kayaks rumbo al extremo sur de la Isla Nansen Norte, en una mañana tranquila, Tuvimos como referencia que en una caleta vecina estaba a la vista un barco ballenero hundido hacía casi cien años.
En poco más de dos horas, paramos a descansar en un lugar con buenas playas, con lugares reparados y con muchos restos de la antigua actividad de los cazadores de ballenas. Se veían restos de botes a remo, toneles de madera, entre otros materiales. Mientras comíamos, comentamos que este sería un excelente lugar para acampar. Luego de una hora, continuamos remando. Pasamos entre islas donde se veían inmensas paredes de hielo vertical de más de 80 m de altura. Había lobos por todas partes. Cruzamos el canal que está entre las islas Nansen Norte y Sur y a medida que nos acercábamos al Gerlache, comenzaba mi asombro y confusión: el GPS señalaba Punta Carbone, casi 90 grados más al norte de donde debía estar. Gustavo advirtió mi preocupación y paramos para verificar una vez más si las coordenadas que habíamos tomado estaban correctas.
Todo estaba correcto, y ya no solo mi GPS sino también el de Gustavo marcaban cualquier otra cosa. Nuestro objetivo inicial había sido la Isla Delaite por sugerencia de un australiano pero en cuando asomamos al Gerlache, nos sorprendió un fuerte viento, con olas en contra. Seguimos bordeando la costa hasta pasar Punta Carbone y tratamos de acertar cuál sería la Isla Delaite. La visibilidad disminuida con neblina, el viento fuerte y el oleaje hacían parecer a la Isla mucho más lejana de lo que realmente estaba. Como pasaban las horas, y ya eran las 17 horas, tratamos de ver dónde acampar. Si bien había varios lugares aptos entre Punta San Luis y Punta Carbone, todos tenían una gran cantidad de lobos marinos que no pensaban ceder sus lugares a nuestra carpas. Por ello, decidimos retroceder hacia el lugar donde habíamos parado al mediodía. Desandamos unos diez kilómetros y antes de oscurecer, con marea alta, bajamos en un pequeño islote de piedras y pedregullo, donde había restos de una caldera antigua, un viejo bote a remos y maderas de algún refugio que debía haber existido en el lugar desde hacía un siglo.
El viento soplaba con fuerza, así que armamos las dos carpas en una leve pendiente, a escasos centímetros del agua, pero protegidos relativamente del viento. Rodeamos las carpas con los kayaks y maderas, por si los lobos se acercaban de noche a curiosear. Aseguramos con cuerdas las carpas, por si el viento aumentaba en intensidad. Luego de comer las ricas raciones de Mountain House, café y chocolates fuimos a descansar. Varias veces y por turnos, debimos levantarnos a pedirles a los lobos que no se acercaran. Por suerte, hacían bastante ruido y era posible anticiparse a sus movimientos.
El día amaneció gris pero calmo. Antes de que saliera el sol, en esta época lo hacía alrededor de las ocho de la mañana, teníamos prácticamente el campamento desmantelado, habíamos desayunado y estábamos entrando en los kayaks al agua.
A medida que pasaban los días, cada uno sabía con precisión dónde y cómo guardar cada cosa como para luego tenerla a mano al necesitarla. Así es como lo que el primer día llevaba más de dos horas, ahora ya lo hacíamos en media hora. Debo reconocer que sin mediar palabra, cada uno de nosotros se ocupaba de algo y todo se realizaba rápidamente: uno iba a buscar hielo, Jony encendía su calentador MSR y ponía el agua en botellas de plástico y café o té caliente en el termo, otros armaban la carpa, limpiaban el terreno, etc, etc. Siempre había múltiples tareas a realizar aunque también se encontraba el tiempo para usar la cámara de video y hacer fotografías Esto último tenía una segunda prioridad, cosa que no es bueno si se pretende hacer una buena documentación gráfica de la expedición.
Este día parecía que los GPS, recibían las señales del satélite y todos marcaban los mismo. Volvimos a navegar el recorrido que el día anterior por la tarde y después de pasar Punta Carbone y al ver las buenas condiciones climáticas y del mar, propuse al grupo que directamente siguiéramos para la Baliza King, pasando por el norte de la isla Delaite, en un cruce de 16 km según lo indicado por el GPS. Iniciamos el cruce de la Bahía Guillermina y a los cuatro kilómetros, estábamos bordeando las rocas de la Isla Delaite, las mismas que el día anterior parecían un fantasma. Antes de dejar la costa de la isla, comimos fruta seca, chocolates y bebimos agua. Teníamos doce kilómetros de un cruce abierto en el Gerlache y deseábamos que se mantuvieran las condiciones del viento. Roberto, quien normalmente era el más fuerte remador, desde el primer día se había lesionado su hombro izquierdo y a la hora de remar, se notaba su profundo dolor, pedía muchas veces parar porque no soportaba más, bajaba el ritmo y, aun así, nunca permitió que lo remolcáramos. Su orgullo era mucha más fuerte que su intenso dolor. Todos fuimos testigos de lo que sufrió Roberto en cada jornada de remo.
En la mitad de ese trayecto, varias ballenas cruzaron nuestro camino, se mantuvieron a la distancia, hasta que una de ellas, de pronto, emergió y se mantuvo un momento entre los botes de Roberto y Gustavo que venían un poco detrás mío.
A nuestra derecha, y a varios kilómetros teníamos la otra orilla del estrecho de Gerlache, la isla con altas montañas nevadas. De lejos, pudimos observar algún buque militar gris no identificado y un bote neumático con tripulantes de color naranja. Por fin nos acercamos a la Baliza King. Unas inmensas paredes de piedra, y de hielo señalaban la Península Arctowski. Ahora el viento aumentaba cada vez más en intensidad. Cuando lo teníamos a favor, nos ayudaba a avanzar, pero cuando se encajonaba y bajaba de los glaciares con fuerza, demostraba al grupo lo que significaba el viento, su intensidad y lo peligroso que podía ser. Estábamos algo cansados y de pronto encontramos el viento cruzado por lo que tuvimos que hacer un gran esfuerzo para acercarnos al Nunatak Negro. Seguimos pegados a las rocas de la costa hasta encontrar refugio en una pequeña caleta, bajo la baliza Lagarrigue. Jony quería seguir, pero Roberto y yo decidimos parar.
Nos sacamos la ropa húmeda de transpiración y preparamos una comida caliente rápida con las raciones de Mountain House, mientras el viento secaba la ropa y esperábamos que calmara el viento. Vimos que unos treinta metros más arriba, era un lugar apto y protegido para acampar por si teníamos que permanecer en el lugar. Con cuidado, permanecí observando el viento, su dirección, su intensidad, sus rachas. A pesar de que Jony insistía en que apenas nos faltaban seis kilómetros hasta el refugio inglés de la Isla Danco, sabía que el viento no era broma y menos aun estando en la Antártida. Sabía que cada uno era fuerte y tenía buen dominio del kayak pero presentía que iba a ser una dura remada. Al fin accedí y reanudamos la navegación. Bordeamos la costa este del Canal Herrera, donde gigantescas paredes de hielo dejaban oír los crujidos de poderosos derrumbes del vivo glaciar.
El viento no tardó en mostrarnos toda su fuerza. Al meterse entre los cerros se aceleraba y bajaba del Glaciar con mucha fuerza. Se lo oía venir. Allí solo se podía poner proa a la pared de hielo y remar con todas nuestras fuerzas, para tan solo avanzar unos metros o nada. Si nos acercábamos más a la pared de hielo, estaríamos protegidos del viento pero totalmente expuestos a los continuos derrumbes de miles de toneladas del macizo hielo que parecían acero transparente. Con esfuerzo y de a poco, nos fuimos acercando a la Isla Danco. De lejos se veían los mástiles de algún velero que estaba atracado. Buscando el paso entre escombros de múltiples pedazos de hielo flotante y a veces algunos grandes y fascinantes témpanos, terminamos llegando ayudados por el viento.
Frente al refugio estaba la tripulación del Sea Master, gigantesco velero de dos palos, del neozelandés Peter Blake. Este velero había sido anteriormente del explorador y navegante francés Jean Louis Etienne, con el nombre "Antarctic". Una de las mujeres que allí estaba de tripulante, ya sabía de nosotros. La francesa era la novia de Henk,el Capitán del Sara Von Werke, uno de los veleros que estaban navegando junto con Pascal. Ella, en perfecto español, le comentó a Jony que los barcos estaban en el Norte de la Península Antártica, en Hope Bay, inmovilizados por el hielo. También ella los esperaba pues debía volver junto con nosotros a Ushuaia. A la tardecita, encontramos la llave del refugio en un frasco, tirado al pie de la escalera. Roberto abrió la puerta y entramos. Un refugio en la Antártida es algo sumamente valioso y ni que hablar uno como este, que tiene todas las comodidades: cocina, estufas, víveres, cómodas camas y leña. Rápidamente, Roberto desclavó las tapas de madera que protegen los vidrios de las ventanas y tuvimos todo iluminado. Luego, encendimos la cocina y la estufa de la habitación. Rápidamente estaba todo calefaccionado.
Salimos a buscar hielo para derretirlo y tener agua para beber y para lavarnos. Estaba lleno de pequeños témpanos, pero el viento se había dado vuelta y a pocos metros de la playa, vimos solo uno. Gustavo se metió al agua, lo amarró con una cuerda y entre todos lo arrastramos a la arena. De este modo,, tuvimos hielo suficiente para nuestras necesidades. Instalé fácilmente la antena de la radio entre el refugio y el mástil de la bandera. En media hora, teníamos la estación de radio lista para transmitir. Esa noche descansamos muy bien. Sabíamos que lo más difícil de la expedición ya había sido superado. El tramo que aún faltaba hasta el final ya lo conocía por haberlo navegado en 1991.
Amaneció nublado y lluvioso y así sería todo el día. Cerca de las diez de la mañana, escuchamos la turbina de un helicóptero. Salimos y lo vimos sobrevolar. Aterrizó a unos 200 metros del refugio. Con Jony, fuimos hacia él. Bajaron dos personas, unos bolsos y el helicóptero se fue. Nos encontramos con las dos personas, los saludamos. Dijeron ser un militar inglés y un miembro del Foreign Office del Reino Unido. Estaban en inspección y venían del buque británico HMS Endurance. Como rutina de cada verano, estaban visitando todas las bases y refugios de la península. Preguntaron si el refugio de Isla Danco tenía una placa en sus entradas que lo identificaba como pertenecientes al British Antarctic Survey (B.A.S.). Respondimos que sí y les dimos la bienvenida a su casa. Rieron y fue muy grata su presencia. Revisaron el refugio, su estado y aceptaron una ronda de mate con nosotros.
En nombre del Reino Unido, agradecieron que hiciéramos uso del refugio, ya que con esto, se justificaba su existencia en estas lejanas latitudes. El resto del día, Gustavo y Jony salieron a caminar por la pequeña Isla Danco. Roberto y yo permanecimos en el refugio escribiendo y leyendo. Más tarde, todos nos dimos una reconfortante ducha de agua caliente. Esto significaba derretir la suficiente cantidad de agua, unos 10/15 litros para cada uno y luego subirla a un pequeño depósito en el techo, para que al abrir el grifo corriera con fuerza. Dejamos nuestro mensaje en el libro de visitas del Refugio que estaba desde hacía cuarenta años. Una vez más, estudiamos la carta náutica, fijamos las coordenadas de referencia de la ruta de los últimos 28 km que nos llevarían a la Base Argentina Brown en la Bahía Paraíso y verificamos su correcta carga en los GPS. Por radio, nunca pudimos comunicarnos en forma directa con el Fernande, pero habíamos enviado mensajes por medio de otros barcos y veleros acerca de nuestra posición. Sucedió que la radio del Fernande, funcionaba mal y los mensajes los recibía el "ara" de Henk.
Desde temprano, teníamos todo preparado para partir. Estaba lluvioso y con viento. Pedimos información meteorológica al Sea Master de Blake que nos informó que por unas horas se mantendría el viento en una dirección favorable a nuestro curso. También nos informaron por VHF que Pascal se encontraba navegando por el Gerlache y se lo esperaba por allí a la tarde. Al mediodía, decidimos salir para Brown y cumplir con la última etapa de nuestra expedición. Dejamos el refugio más limpio y ordenado que como estaba. Cerramos ventanas y puertas. Llovía suavemente y hacía un poco de frío. Dejamos Isla Danco rumbo a la Base Científica Argentina Brown. Navegamos por el Canal Herrera, esquivando gigantes y maravillosos témpanos de hielo. Al llegar al borde de la Bahía Andvord, paramos a esperar a Jony y a Roberto quien iba despacio por su dolor en el hombro.
El cruce de la bahía Andvord fue de unos diez kilómetros. Hubo algo de olas y corrientes cruzadas. El viento comenzaba a aumentar. Fue muy emocionante para mí navegar Andvord. Recordaba, como si si hubiera sido ayer, pero habían pasado justo diez años de mi anterior expedición en kayak, donde precisamente, en el fondo de esta bahía, a unos 15 km, en Puerto Neko, tuvimos nuestro campamento base por casi seis semanas en 1991. Siempre había querido volver y allí estaba a bordo de un kayak con una nueva expedición.
Si bien navegábamos a casi cuatro nudos, lo que en un kayak cargado es una velocidad excelente, me parecía que nunca llegábamos a la baliza que marcaba la boca del Canal Marinero. Roberto, por momentos, denotaba un gran sufrimiento, pero estaba dispuesto a llegar por sus propios medios a Brown. A la salida del Canal Marinero, estaba la Base Chilena Gonzales Videla. Al ver ondeando la bandera, pensé que habría alguien. Al bajar, comprobamos que estaba todo cerrado y nadie estaba allí, excepto millares de pingüinos. Para no seguir enfriándonos, subimos a los kayaks para navegar los últimos diez kilómetros. La Bahía Paraíso estaba tranquila, parecía un espejo y a lo lejos se veía el puntito rojo hacia donde nos dirigíamos.
Eran las construcciones de la base Argentina Brown que también este año estaban deshabitadas. La primera vez que navegué en kayak esta bahía fue en 1991, durante nuestra anterior expedición, en que junto a mi compañero Omar Molea, vinimos desde Puerto Neko a visitar Brown, regresando al otro día con un poco de carne para asarla. A las 16 horas 20 minutos, llegué a la playa cercana a la casa de emergencia de la Base Científica Almirante Brown. Pude filmar y fotografiar la llegada de mis compañeros, poniendo fin a esta Segunda Expedición Argentina en Kayak. Aunque aún faltaba el largo regreso a vela hasta Ushuaia.
Abrimos la casa de emergencia, que es donde normalmente se alojan los planteles científicos cuando vienen a la Base Científica Almirante Brown. Este año, según nos dijeron, por razones presupuestarias, no se había podido enviar a nadie a esta maravillosa y bien ubicada estación científica argentina. La casa era muy cómoda y confortable, con solo la cocina encendida, ya estaba cliente. Todo estaba limpio y en orden aunque se veía que recientemente hubo visitas, ya que su bolsa de basura estaba por la mitad y en el exterior también había desperdicios que limpiamos. La bolsa de basura la llevamos de regreso a Ushuaia en nuestro velero. Pusimos a secar la ropa húmeda, vaciamos los kayaks, ordenamos todo lo necesario en bolsas para cargarlo rápidamente en cuando llegara el Fernande. Dejamos una cantidad importante de víveres, que ya no nos hacían falta. Antes de oscurecer, llegó el buque María Yermolowa con cientos de turistas. Cada día en Brown, de mañana y de tarde, sin superponerse, entran buques de turistas que bajan a los mismos con sus zodiac, desembarcan en Brown y salen a correr por la nieve, a escalar el cerro que está detrás de la base, etc.
El coordinador de este buque, Juan Pablo, argentino, vino a conversar con nosotros y amablemente nos ofreció llevarnos de regreso a Ushuaia si por alguna razón nuestro velero no podía pasar a buscarnos. Este gesto, sin duda, nos trajo una mayor tranquilidad. Afortunadamente no fue necesario.
Mientras cada uno terminaba de ordenar sus respectivos equipos, dejamos alistados los kayaks para su transporte al velero. El día amaneció nevando, era la primera vez en los últimos diez días. Luego, llovió.
Gustavo, Jony y Roberto decidieron subir con un kayak al cerro y dejarse deslizar por la nieve. Les pedí máxima prudencia, ya que no quería que sucediera ningún accidente. Confiaba en su responsabilidad. Yo me quedé instalando la antena de la radio, saqué un alambre de cobre por la ventana y la extendí unos 20 m hasta el mástil de la bandera. Para hacer tierra, puse un pequeño clavo en una grieta de la roca y le sujeté un alambre. Luego, conecté la batería y la antena al Kenwood TS 50 y hablamos con Buenos Aires como si estuviéramos al lado. Una vez más, estaba nuestro amigo radioaficionado José María con quien conversamos unos minutos y él a su vez se comunicó con la esposa de Jony, diciéndole que estaba todo bien y que ya estábamos por abordar el velero. Por el VHF, escuchamos la voz de Alejandro Chizini,quien nos avisaba que en unos minutos estarían en Bahía Paraíso frente a Brown para recogernos. Rápidamente, me despedí de José María, desmantelamos la instalación, ordenamos todo en el refugio, dejándolo más limpio y ordenado que antes y colocamos todo nuestro equipo en varias bolsas, fuera del refugio.
Cuando llegó el Zodiac a buscarnos, bastaron dos viajes para cargar los bolsos y remolcar los kayaks hasta el Fernande. A las 20 horas, estábamos a bordo del velero y nos reencontramos con alegría con Pascal. Aún estaban el español Kico y su camarógrafo Bernardo, quienes por mal tiempo no pudieron trasladarse a Marambio para regresar en avión a Ushuaia. Pasamos la noche en una bahía, detrás de Brown amarrados junto al velero Sara de Henk. Tuvimos una excelente cena de bienvenida, sentados tranquilamente a la mesa.
Desde el 2 al 7 de marzo, navegamos hacia Ushuaia. Temprano, iniciamos la navegación durante cinco días hasta el muelle del Club AFASYN en Ushuaia. Salimos de Bahía Paraíso, pasamos el Canal Marinero y cruzamos la Bahía Andvort, para entrar al Canal Herrera, pasando frente al refugio de Isla Danco, a la isla Cuverville, cruzamos el Gerlache, luego el canal Scollaert y dejamosa nuestra izquierda a lo lejos las islas Melchior, rumbeamos para el Cabo de Hornos y Tierra del Fuego. Fueron varios días que se hicieron largos, siempre bastante movidos y con una buena tormenta al sur del Cabo de Hornos, que por muchas horas tuvo al velero Fernande a los tumbos igual que a sus tripulantes Pascal, Alejandro y Bernardo quienes tuvieron pesadas tareas, como es la de timonear y realizar todas las maniobras en medio de un temporal en el Drake, con sus inmensas olas de un mar encrespado, confuso y furioso.
Por momentos, este barco de treinta toneladas parecía un corcho en medio del océano y parecía explotar una y otra vez, cuando quedaba en el aire y caía sobre el agua con todo su peso. Aquí entendimos la importancia de la confianza en un experto capitán como Pascal, quien conocía bien los límites de su querido Fernande, No obstante, él mismo sufría cada uno de esos terribles impactos sobre el agua que hacían vibrar todo. Instalamos nuestro equipo de radio y la batería, ya que el original del velero no funcionaba. Hasta aquí fue útil nuestro buen equipamiento. Solo cuando entramos en el Beagle, fue posible descansar un poco de ese eterno cabeceo que nos mareaba. Solo manteniéndonos recostado en nuestros cuchetas o sentados afuera sobre cubierta, cuando el frío lo permitía y si las olas no nos mojaban, se podía sobrellevar algo mejor la navegación. Casi sobre el filo de la medianoche, atracamos en el muelle de Ushuaia, poniendo fin a esta Expedición, agradeciendo a Dios por habernos permitido realizarla exitosamente y siendo acompañados por un tiempo relativamente bueno y sin complicaciones.
Mail: info@culturademontania.org.ar
WhatsApp: +54 11 3060-2226
Instagram: @ccam_arg
www.facebook.com/ccamontania
Contáctate y comenzá
la aventura de integrarte
a la red cultural