La actividad minera en los Andes es milenaria, tal vez tan antigua como el hombre en nuestro continente. Por supuesto que, cuando nos referimos a la minería lo hacemos en el sentido amplio del término, incluyendo por ejemplo la extracción de sal y boratos de los salares, la explotación de los bancos de arcilla para la fabricación de recipientes cerámicos, la extracción de vidrio volcánico y basaltos para la confección de puntas de proyectil u otras herramientas cortantes, la recolección de sedimentos de diferentes tonalidades para su empleo como pigmentos, la localización de vetas de cuarzo y rocas semipreciosas para la elaboración de adornos, los afloramientos de roca granítica con la que fabricaban martillos, molinos o esculturas, la utilización de barro para los ladrillos y revoques y la lista continúa con cuantiosas variedades de elementos de origen volcánico, metamórfico y sedimentario que fueron utilizados para distintos fines desde tiempos inmemoriales.
La región de la Puna es la zona minera por excelencia, su clima desértico y paisaje casi desprovisto de vegetación ponen en evidencia la riqueza mineral que el hombre supo aprovechar desde siempre. En la provincia de Salta, en uno de los tantos poblados mineros, hay uno en particular que reviste gran importancia para las investigaciones arqueológicas relacionadas con la minería, esto el la localidad de Cobres.
Ubicado a casi 70 Km. al norte de San Antonio de los Cobres y próximo al salar de Salinas Grandes se emplaza el pueblito de Cobres, donde, entre otras cosas, existe un antiguo maray, constituyéndose en un mudo testigo arqueológico de la intensa actividad relacionada con la extracción de cobre, desde antes de la llegada de los incas y hasta tiempos históricos recientes.
Históricamente se sabe que la primera explotación del cobre en el viejo mundo tuvo lugar en Egipto, durante la Tercera Dinastía, es decir en el 1600 antes de Cristo. Su nombre deriva de aquella época, ya que era conocido como Chipre y fue cambiando a Chuprun y finalmente Cuprum que es el nombre difundido universalmente.
En América existen fechados tan antiguos como los egipcios, por ejemplo en contextos de entierros de la cultura Cupisnique se hallaron objetos de cobre que datan entre el 1500 y 1200 antes de Cristo, existiendo otros ejemplos similares en otros sitios arqueológicos del actual Perú. Podemos imaginar a los indígenas cateadores recorriendo los cerros en busca de rocas de colores que indicaban la presencia de determinados minerales. Llamaron “llanca” al color verde silicatado que identificaba la presencia de cobre.
En la actual localidad puneña de Cobres, los indígenas prehispánicos no solamente hallaron una importante veta de “llanca”, sino también un terreno propicio para vivir, con buena cantidad de agua y protegido de las inclemencias típicas del altiplano. El interés por este metal no ha disminuido, de hecho en el norte de Chile se encuentra Chuquicamata, la mina a cielo abierto más grande del mundo. En el noroeste argentino existen varias empresas dedicadas a la exploración y localización de vetas cupríferas, geólogos y mineros entrenados recorren los cerros y lugares más inhóspitos, son los modernos buscadores de “llanca”.
El pueblo de Cobres y su importancia minera fueron dados a conocer al mundo científico por el sueco Eric Boman durante los primeros años del siglo XX. Boman realizó una minuciosa descripción de todo el complejo minero, destacando la presencia de algunas “huairas” u hornos prehispánicos, ubicados en lugares expuestos donde el viento hacía de fuelle y un maray o roca para triturar los minerales antes de la fundición. En la actualidad solo se conserva el maray, que los habitantes del poblado de Cobres lo reubicaron en la plaza como ornamento y símbolo de un glorioso pasado.
El maray o quimbalete, como también es denominado, básicamente fue una roca de gran tamaño que, apoyada sobre otra roca de superficie alisada o batán, era movida por balanceo y trituraba el mineral que, seguidamente, era introducido en las huairas u hornos de fundición, aunque algunos autores proponen que estos molinos también servían para laminar el oro u otros metales nobles. Lo que marca la diferencia entre el maray de la localidad de Cobres respecto a muchos otros, es su fina terminación, constituyendo el objeto en sí una escultura que muestra la obra del ingenio humano. Boman lo describe de la siguiente manera:
“…encontré un MARAY, uno de esos grandes bloques de piedra que los indios prehispánicos empleaban para moler los minerales (…) El indio dibujado al loado del MARAY está destinado simplemente a servir de escala de proporción. El MARAY es una obra de picapedrero bien terminada con superficies planas y perfectamente lisas; las aristas están redondeadas. La roca empleada es granito duro y compacto, grisáceo con granos de mica negra. Esta roca existe solamente en un lugar de la quebrada de Cobres, a cerca de 2 km. de las minas: es probable que los indios hayan traído desde allí este enorme bloque. El MARAY tiene 0.880 m. de altura vertical, 0.70 m. de largo máximo, 0.54. de ancho máximo. (…) Hacia la cima, el MARAY disminuye poco a poco en largo y en ancho. Sobre la cara superior, hay una depresión longitudinal, y, a 0,30 m. por debajo de la cima, el MARAY está rodeado por una ranura bastante profunda. De los dos lados menos anchos, en la parte superior existen dos agujeros de más o menos 0.05 m. de diámetro y de casi diez centímetros de profundidad. Estos agujeros, la depresión en la cima y la ranura han servido para atar las barras de madera que debían poner el MARAY en movimiento. Dos, o más bien cuatro hombres, visto el peso considerable del bloque, debían imprimir este movimiento, clocados uno y uno, o dos y dos, de cada lado.”
Este objeto y muchas ruinas relacionadas con la actividad minera prehispánica y de época de los jesuitas aún permanecen en Cobres, es de esperar que no desaparezcan antes que algún investigador las estudie nuevamente y nos brinde renovada información. Asimismo, que los habitantes de Cobres tomen conciencia de la importancia de ese poblado en la historia regional y no destruyan los sitios antiguos en aras de la modernidad, pues se puede modernizar integrando y revalorizando los elementos que quedaron como evidencias materiales de un pasado, del cual poco sabemos y que tenemos la obligación de conservar, investigar y difundir.
Dibujo del Maray de Cobres apoyado sobre el batán, instrumentos de molienda de mineral de la época prehispánica. Hoy adorna la plaza de la localidad de Cobres.
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