Quien intente explorar la historia del montañismo chileno desde las últimas décadas del siglo XX hasta las primeras del siglo XXI, no dejará de encontrarse con un número considerable de nombres que recuerdan los logros de algunos de ellos en el extranjero.
En 1971, el mayor de ejército Arturo Aranda fue invitado por Guido Monzino como segundo jefe de la expedición al Polo Norte. La exploración se inició en noviembre con muy poca luz invernal y temperaturas de hasta -60°. Fueron 3000 kms de ida y regreso, en medio de muchas dificultades logísticas. En julio de 1978 y en Perú, Gino Casassa y Alejandro Izquierdo intentaron el complejísimo Yerupajá, para luego coronar la pared este del Rasac (6040m) junto a J. Lindsay y M. Riesco. El invierno siguiente, consiguieron la ruta francesa del Huandoy (6395 m) en estilo alpino. En marzo de 1980, Casassa y Walter Bertsh escalaron en primera la Pared Sur del Cerro Altar.
En 1983, Chile organizó su primera expedición al Everest, por la vía tibetana. Quienes lo intentaron fueron J. Bassa, G. Casassa, C. Gálvez, L. García, C. Lucero, N. Muñoz, el jefe del grupo G. Oyarzún, Pardo, E. Párvex, D. Peña, N. Rivera e I. Vigoroux. En la arista norte instalaron siete campamentos, el más alto a 8300m, donde el 18 de mayo se posicionaron para intentar la cima Lucero, Oyarzún, Peña y Vigoroux. El clima los mantuvo bloqueados allí hasta el día 20, cuando Oyarzún manifestó síntomas de edema cerebral y se determinó abandonar el intento.
Se organizó otra expedición al Everest tres años después. Se siguió la misma ruta del primer intento. Solo alcanzaron 7600 m. Durante esa misma época Mauricio Purto escaló en solitario el Yakawa Kang 6482 m y el Khatung Kang de 6484m.
En la época pre monzónica de 1989, Purto lideró a G. Casassa, O. Cattoni, R. Mujica e I. Valle al monte Shishapagma en China. Las revueltas políticas en Tíbet obligaron a las autoridades chinas a suspender los permisos de escalada a todas las expediciones. Por esta razón, decidieron intentar el Dhaulagiri. El mes de trámites buscando el pase al Tíbet los hizo arribar tarde al campo base, Habilitaron dos campamentos en el espolón noreste, el último a 7200m. Casassa y Puorto lograron la segunda ascensión absoluta a la cima suroeste del Tukche 6680 m. La tercera expedición chilena al Everest tuvo lugar en septiembre de 1989. Acompañados de un equipo de la televisión intentarían la arista oeste. Instalaron un campamento 5 a 8.000 mts.
En 1992, la Univerdidad Católica acometió otra vez el Everest. Jordán se reforzó con tres escaladores técnicos del Club Alemán Andino: Christian Buracchio, Dagoberto Delgado y Juan Sebastián Montes, que se sumaban así a C. Lucero, A. Díaz, C. García-Huidobro. Fijaron dos mil metros de cuerda y el 13 de mayo llegaron a los 8.000 mts. del Collado Sur.
El mismo 1992 del doblete en el Everest, la FEACH organizó una expedición al Broad Peak (8047 m), formada por D. Alfaro, el jefe C. Gálvez, M. Moreno, M. Quiroz y S. Zárate. Sólo lograron llegar a 7.400 msnm.
El 15 de septiembre de 1993, Purto y Valle subieron la Pirámide Carstensz, punto más alto de Oceanía. Purto se convirtió en el primer latinoamericano y el más joven de los diez hombres que en ese momento habían ascendido las “siete cimas”. Este logro fue igualado por Ernesto Olivares en 2005.
El 13 de agosto, de 1996 tras un agobiante trabajo de once hombres por más de tres meses Cristián García-Huidobro consiguió la cima del peligroso K2 (8.611 mts), en el marco de una expedición de la Universidad Católica por la ruta sur-sureste, o vasca, con solo dos ascensos previos. Después, arribaron Miguel Purcell (34) años, Waldo Farías (25), y Misael Alvial (34), en ese orden.
El 2001 se conquistó el Makalu (8463 m). Ernesto Olivares llegó a la cumbre sin la ayuda de oxígeno, un hecho fortuito: no funcionó su regulador ruso. En julio del mismo año, la expedición de la Universidad de Chile al Gasherbrum I (8068 m) consiguió hacer la primera cumbre chilena.
En mayo de 2006, una expedición encabezada por Rodrigo Jordán trepó al Lhotse (8516 m), la cuarta montaña más alta del mundo.
El primer ascenso chileno al Nanga Parbat (8125 m) se realizó en 2007 por la vertiente del Diamir. Ese año dos grupos de montañistas pusieron sus ojos en la Montaña Asesina: un grupo de la USACH (Universidad de Santiago de Chile) y otro de la UC.(Universidad Católica )Coincidieron en la montaña y unieron fuerzas. Cinco de los chilenos pisaron la cumbre: Luis Álvarez, Ernesto Olivares, Pablo Gutiérrez, Andrés Jorquera y Cristián García–Huidobro.
El año 2017 fue una buena temporada para el himalayismo chileno. El 11 de mayo, Sebastián Rojas y Juan Pablo Mohr conquistaron el Annapurna, el más peligroso de los ochomiles. El 25, Tamara Muñoz y Rodrigo Vivanco afirmaron haber coronado el Dhaulagiri, la montaña blanca, pero las pruebas fueron insuficientes.
En julio de 2017, Andrés Bosch -del Club Andino Alberto Hurtado- y Jimmy Mora alcanzaron la hasta entonces nunca escalada cumbre sur del Praqpa Ri (7.049 mts) en el Karakorum paquistaní. Días antes, habían ascendido junto a Armando Montero el Mirchi Peak, cumbre de 6270 metros. Lograron así por primera vez la bandera chilena en los registros de primeras ascensiones a cumbres de más de seis o siete mil metros en el país asiático.
De todos los montañistas chilenos antes mencionados, uno de los más conocidos a nivel internacional ha sido Rodrigo Vivanco. Es probable que su reconocimiento se deba a sus hazañas polémicas y a su trágico final. No obstante, eso no mengua su condición de montañista audaz y resuelto.
Rodrigo practicaba un montañismo con marcado espíritu deportivo, heredado de su padre Francisco Vivanco. También estaba totalmente alejado del "turismo en altura", puesto que consideraba que personas con recursos económicos podían acceder a cumbres sobre 8.000 metros sin experiencia y a través del esfuerzo de otros. Su estilo, en cambio, "apuntaba a ser lo más puro posible".
Respecto de las controversias, las más notorias tuvieron que ver con que ciertos organismos oficiales y expertos internacionales pusieron en duda algunas de sus cimas. En octubre de 2017, Emol, un portal informativo alimentado por los contenidos de las ediciones en Internet de El Mercurio, Las Últimas Noticias y La Segunda, además de noticias de última hora, publicó un reportaje en el que se expusieron las dudas que generó el ascenso de los chilenos Rodrigo Vivanco y Tamara Muñoz hacia la cumbre del Dhaulagiri, la séptima montaña más alta del mundo. En esa ocasión, organismos internacionales pusieron en tela de juicio la palabra de los nacionales porque no mostraron una foto clara de cumbre ni un registro de GPS en el que se viera fehacientemente que fueron los primeros latinoamericanos en subir hasta la cima del cerro de 8.167 metros de altura.
A pesar de que no mostraron pruebas concretas de haber conseguido ese hito, desde Himalayan Data Base, la base de datos nepalés más acreditada en certificar quiénes son las personas que suben los Himalayas, los incluyeron a fin de año en la lista oficial de montañistas que llegaron al tope del Dhaulagiri.
La decisión se tomó basándose, según afirmaron, “en la confianza y palabra" de los escaladores.
A este acontecimiento se sumó otro. En una entrevista, el mismo Rodrigo Vivanco aseguró haber llegado, el 20 de mayo del mismo año, a la cima del Kanchenjunga, otro de los 14 cerros de más de ocho mil metros que hay en todo el mundo. Kanchenjunga es la tercera montaña más alta del mundo, después del Everest y del K2, con una altitud de 8586 metros sobre el nivel del mar. Es también la más alta de India y la segunda más alta del Nepal, situada en el distrito de Taplejung. De haber llegado a su cumbre, lo convertía en el primer latinoamericano en la historia en conseguirlo. Luego de ese anuncio, la reconocida revista chilena Escalando, especializada en montañismo, subió en su sitio web un artículo fijando la falta de pruebas para demostrar su ascenso hacia la cima.
Ante las dudas, Emol consultó a Himalayan Data Base¸ quienes se especializan en hacer registros de todas las expediciones que han escalado en el Himalaya de Nepal. Se le preguntó si tenían registros sobre el ascenso de Vivanco hacia el Kanchenjunga y la respuesta fue: "Me temo que su subida no puede ser considerada como cumbre, es incomprobable. A pesar de que hizo un gran esfuerzo demostrando su habilidad y estilo de resistencia, está comprobado que Rodrigo no llegó a la cima esta vez, deteniéndose en cambio a 8.450 metros, por razones que ignoramos”.
Sin embargo, no fue posible confirmar el no ascenso. De lo que sí hay seguridad es que Vivanco no fue el primer chileno en tratar de subir el Kanchenjuga. En 2012, la cordada chilena integrada por Luis Álvarez, Daniel Rutllant, Alex Koller, Rodney González, Mario Sepúlveda y Rodrigo Retamal lo intentó. En ese entonces, esta expedición no logró la cumbre, sólo llegaron a los 8.420 metros, altura similar a la que dicen los expertos que habría alcanzado Vivanco.
El 15 de mayo de 2019, primera jornada de la temporada de escalada a la tercera montaña más alta del planeta, Rodrigo Vivanco llegaba a Kanchenjuga a las 17:30 horas de Nepal. Luego, la señal de su INREACH (GPS) no registraría su descenso de altura.
El montañista chileno planificó ascender esta montaña en un estilo ligero, es decir, prescindir de O2 suplementario, sin la ayuda directa de sherpas, en solitario y sin uso de cuerdas fijas. Un ascenso en tales condiciones era extremadamente complicado, sobre todo en una montaña cuya altitud es de 8.586 metros.
Rodrigo estaba a mucha altura, por lo que cualquier labor de rescate era difícil y, posiblemente, imposible. Además, en esos momentos ya no quedaban personas descendiendo al campamento 4. La agencia Peak Promotion activó un equipo de rescate que subió al campamento 4 para realizar la búsqueda de Vivanco e intentar recuperar los cuerpos de otros montañistas que habían muerto y de los que habían hallado sus restos. Lo cierto es que los conocidos del chileno sostienen la idea que a Rodrigo no le hubiese gustado que se expusiera a más personas en estas circunstancias.
Finalmente, no se supieron ni se conocen las causas de su desaparición. Se exponen una serie de hipótesis que van desde un posible resbalón o una caída en una grieta o una avalancha. Otros sostienen que, al parecer, habría tenido problemas en su descenso al campamento 4, ya que se habría desviado de la ruta en algún momento y en el primer resalte del GPS dejó de moverse. Se especuló también en que subió a la cumbre casi sin agua o con una insuficiente aclimatación, considerando que lo hizo en solitario y sin oxígeno Lo cierto es que no se sabe ni nunca se sabrán las causas de su deceso.
Ese día subieron 59 montañistas y varios no lograron volver. En la zona peligrosa de la cuarta montaña más mortal del mundo, se encontraron los cuerpos de dos indios: Kuntal Karar (46) y Biplab Baidya (48), a quienes se les había perdido el rastro el mismo día, en la llamada zona llamada “de la muerte” próxima al campamento 4. No son los únicos casos. En mayo de 2013, a unos 7.900 metros, murieron cinco alpinistas: cuatro cayeron en una grieta y el otro se quedó colgado de su cuerda.
Si bien su cuerpo no se logró recuperar aunque hay proyectos de hacerlo, quienes lo conocían tienen la tranquilidad que Rodrigo se fue haciendo lo que más le apasionaba.
En esta emotiva carta, Sabine, con gran valentía y sinceridad, nos camparte sus reflexiones, recuerdos y sentimientos, ante la pérdida de su compañero de viaje:
“El amor permanece…
Desde muy pequeño, el amor a la montaña y la pasión por la escalada y el montañismo marcaron su vida. Con dedicación transmitió a su entorno esa pasión, inspirada y heredada desde su primera cordada de la mano de su padre Francisco y de otros grandes montañistas de la época. Sus logros en montaña incluyen difíciles paredes de roca, escaladas en hielo, altas cumbres de Sudamérica, Europa y el majestuoso Himalaya.
Sin lugar a dudas, la montaña era su vida, lo que lo llevó a perfeccionar sus estudios en España, logrando los más altos títulos universitarios. Trabajó como guía de montaña, profesor universitario y se desempeñó como especialista de seguridad en alta montaña, transcurriendo y dedicando, por cierto, toda su vida a las más altas y desafiantes cumbres.
Algunos de ustedes seguramente conocieron a este gran montañista, ya que trabajó muchas temporadas como guía de montaña en el Aconcagua. Guiaba turistas a la cima de la cumbre más alta de Sudamérica, rescataba montañistas perdidos y después de la tragedia del año 2009 en la cual murió el guía argentino Federico Campanini y la montañista italiana Elena Senin, fue contratado por la familia de ella con la misión de subir al Aconcagua para cubrir el cuerpo.
Siempre siguió su impulso de superación ampliando sus propios límites, siendo una persona que vivió la vida intensamente en muchos aspectos: física, emocional, intelectual y espiritualmente.
A pesar del coste, la sociedad necesita personas que se arriesguen; que se atrevan a dar grandes saltos a lo desconocido, que lleven los límites de la imaginación de la época en que viven más allá de las hazañas ya existentes. Rodrigo Francisco Vivanco Figueroa fue una persona de aquellas.
Rodrigo Vivanco fue y seguirá siendo en lo más profundo de mi ser, mi marido.
Las historias de verdadero amor sólo pueden comenzar en los lugares donde nos une la verdadera pasión y en nuestro caso, no podía ser de otra manera si no que en la mismísima montaña, ambos esquiando en Portillo, Provincia de los Andes en Chile y poco tiempo después, en el volcán Llaima, Región de la Araucanía de Chile.
Acompañar y poder observar a Rodrigo escalar en uno de aquellos días, fue absolutamente hipnotizante. Se movía con una facilidad nunca antes vista; siendo uno con la roca que escalaba, reflejando una felicidad tan sencilla y absoluta. Sin duda alguna, el estar colgando en la pared de piedra y roca le llenaba de gozo. Esa imagen tan viva e intensa me había enamorado.
Sabía que yo no podría hacer lo que él hacía. Y por los sacrificios que ello implicaba, tampoco quería, pero lo envidiaba por el hecho de ser uno y completamente conectado con la roca que escalaba en ese minuto. Era mucho más que escalar y dominar las técnicas de la escalada deportiva. Era una constante en su vida querer vivir experiencias exigentes y duras para enriquecer su ser y con cada escalada, iba despertando una conciencia superior a las propias posibilidades y revelando su propia identidad.
Con esa perseverante exigencia de sí mismo y su necesidad de dar cada vez un paso más allá para explorar lo desconocido y con el avance o progreso de nuestra relación, no era de sorprender su preocupación por mi punto de vista respecto de los riesgos que él tomaba. Rodrigo temía que, una vez que nuestra relación estuviese más afianzada, yo le impidiera seguir subiendo sendas paredes o cumbres.
Entonces, ¿Por qué elegiría amar a una persona que arriesga repetidamente su vida en las montañas?
Para empezar, ese brillo en sus ojos, irradiando la sensación de estar intensamente vivo, reflejando una felicidad y salud, viviendo el aquí y el ahora, sin pasado ni futuro, más allá de las mundanidades y de lo terrenal, y con una sensación fugaz de inmortalidad.
Rodrigo también tuvo la ventaja de que mi padre subía con mucha dedicación cerros los fines de semanas y desaparecía por unos días en sus excursiones para volver con una cumbre en su mochila. Si bien fue a un nivel más recreativo, la pasión por la montaña era la misma y por ende para mí fue algo “normal”. Asimismo, el haber practicado parapente por un par de años y haber observado el cambio de varios parapentistas que dejaron las alturas por exigencia de sus parejas, era algo de lo que no quería ser responsable, de ninguna forma iba a apagar ese brillo en los ojos del cual me había enamorado. Quitarle a un deportista extremo su vela, su cuerda, su tabla de surf es simplemente como cortarle las alas a un ave y pretender querer algo que ese deportista no es.
Ese brillo, ese impulso y las ambiciones es lo que me había atraído y enamorado, y si Rodrigo hubiese cambiado, bien podría no haberle amado.
De hecho, hubo una etapa en nuestro matrimonio en la cual Rodrigo eligió estar más en casa y más lejos de la montaña. Fue una época en que estuvo trabajando como Profesor en la Universidad. Si bien le llenaba su vocación de maestro, se le notaba la ausencia de su pasión: la montaña. De repente, era como cualquiera de nosotros, cautivado en el pasado y en el futuro, muchas veces distraído y por ende descontento. Se estaba apagando ese brillo en sus ojos, ya no era la persona de la cual me había enamorado y aunque sabiendo que cada partida hacia la montaña también significaba tener que soportar una nueva separación y la no menos triste invitación a quedarme sola nuevamente, prefería a ese Rodrigo con la voluntad de poner la vida en peligro para estar vivo y con la pasión que lo llevaba a las alturas físicas y mentales, coronada por la satisfacción de desafiarse a sí mismo y preferir el camino menos transitado.
Nunca me he comparado con las montañas preguntándome a quién él amaría más. Su vínculo con la montaña fue lo que definió su vida profesional y personal. Las montañas le han dado forma a quien era y como él se relacionaba con el mundo y con los que compartían la misma pasión.
La capacidad de soportar separaciones largas e inciertas es un atributo deseable en la pareja de un montañista extremo. Rodrigo me confesó un día que se había sentido atraído por mi independencia y estaba orgulloso de que yo mantuviera mis propios intereses y amigos.
Creo poder decir, sin temor a equivocarme, que la montaña se hace con el alma del montañista, atrayéndolo con un canto de sirena que sólo el montañista, cual Ulises moderno, puede oír y para mí, este constante devenir no siempre fue fácil. En el día a día, muchas veces Rodrigo se convertía en profesor Einstein, trastornándome con su fino intelecto, su agudo ingenio, y la determinación de concentrarse exclusivamente en lo que quería hasta conseguirlo; lo cual siempre estaba relacionado con su pasión por la montaña, pero poco y nada con la vida diaria de ambos.
Al final del día, me encontraba atrapada en el trabajo mundano de la vida diaria y siendo invisible a su lado, deseando que su determinación y disciplina asombrosa también la aplicara a nuestra cotidianidad, apoyándome en las tareas que implica llevar un hogar en pareja.
Si bien el montañismo ambicioso afecta a los que se quedan atrás y tiene sus complejidades estar enamorado de alguien que se va de expedición, vuelve a casa, se entretiene brevemente en el placer de amar y ser amado, pero ya nuevamente se inquieta planificando la próxima expedición, no es tarea fácil. Creo que simplemente hay que entender y aceptar la naturaleza egocéntrica de los escaladores, la cual carece de una comprensión obvia de la sociedad.
Muchas personas me han preguntado cómo es vivir con la siempre presente posibilidad de pérdida. Si bien nosotros hemos hablado mucho sobre la muerte y el posible riesgo de destruir la vida a los que lo rodean y romperles el corazón a los que más lo amamos, me he concentrado más en ser testigo de su pasión y enfocarme en la intensidad y emoción de nuestra relación que en pensar en su posible “no volver” con cada ausencia. Quizás, igual como la riqueza y el poder, me imagino que el peligro puede ser de alguna forma atractivo.
Su muerte hace dos años fue completamente inesperada. Para su último reto, el Kangchenjunga en solitario y sin oxígeno de apoyo, se preparó acuciosamente, tal como lo hizo para todos los anteriores. Es por esto que reconozco lo ocurrido como uno de los caminos que se transitan en la montaña. Pero eso no significa que no sea difícil su ausencia. Afortunadamente antes de partir a lo que fuera su última expedición, habíamos conversado toda la noche sobre nosotros, la muerte y nuestros planes después de la expedición. Hacía tiempo que no lo habíamos hecho y agradezco que se diera la oportunidad. Sé que estaba contento, lleno de proyectos y planificando un giro diferente a su montañismo para después de su expedición al Kangchenjunga.
Hoy en día es fácil seguir los pasos de un montañista querido durante su expedición y sobre todo durante su ataque a la cumbre.
Es difícil describir mi angustia al notar que su GPS dejó de moverse después de haber alcanzado la cumbre. El saber que algo anda mal, pero no poder estar ahí acompañándolo, ayudándole, despertándolo. Eso te da una impotencia indescriptible. Con todo el conocimiento sobre la zona de muerte de los 8 miles adquirido durante los años de nuestro matrimonio a través del mismo Rodrigo, yo sabía lo que significaba quedarse demasiado tiempo sin moverse a esa altura y simplemente no podía hacer nada.
Tuve la gran suerte de poder viajar inmediatamente a Nepal aun sabiendo que nada lo podía salvar.
Rodrigo fue el último montañista en hacer la cumbre el 15 de mayo del 2019 y por el tremendo logro de ir en estilo alpino, solitario, sin sherpa y sin oxígeno adicional, con poco descanso en los días anteriores, se debe haber sentado “un ratito” a descansar. Simplemente sé que se fue durmiendo.
Respetando su deseo, la idea es dejarlo descansar en la montaña. Él no quería arriesgar la vida de terceros para rescatar su cuerpo desde tan elevada altura y además le gustaba la idea de quedarse en su querida montaña. Sí tengo que admitir que me quita el sueño el temor de encontrarme con una foto “selfie” de un montañista con el cuerpo de mi amado esposo en las redes sociales. Un ejemplo reciente de personas sin escrúpulos son las fotos que le sacaron los empleados de la funeraria a Diego Armando Maradona. Creo que no hay más que explicar.
Cada duelo es personal y diferente. No quiero ni puedo dar consejos de cómo vivirlo. En lo personal, me ayudó mucho el haber estado en Nepal los primeros días después de su fallecimiento. Si bien no había posibilidad de ir a buscarlo, fue reconfortante estar cerca de él, hablar con las personas que estuvieron con él los últimos días en la montaña, sabiendo que fue respetado, querido, fuerte y admirado. Lamentablemente no faltó el desacertado opinando sin conocimiento, pero al final lo que cuenta es el cariño que yo sentía de las personas que conocían, respetaban y querían a Rodrigo.
Personalmente, creo que no es el tiempo el que disuelve el dolor de forma mágica, sino que es lo que uno hace con su tiempo y por ende determina que el duelo emocional “avanza” y uno logra aceptar y adaptarse internamente, permitiéndonos restablecer nuestro equilibrio personal. Pero sin duda alguna, la mejor descripción que puedo hacer sobre cómo pasé los primeros meses después de la muerte de Rodrigo es en “piloto automático”.
Fuera del apoyo de mi familia y de amigos, me ha sido de gran ayuda la organización de diversas actividades en nombre de Rodrigo, considerando siempre fechas importantes.
Por su cumpleaños, celebramos su vida y lo que hubiera sido su 50 cumpleaños en un refugio de montaña. Para mi cumpleaños, subimos con un grupo cercano a dejar una placa con memorial en la cumbre del cerro San José de Maipo a 5856 m, un desafío y logro personal ya que hasta entonces mi cumbre más alta había sido de 4750 m. con Rodrigo en Perú. Y créanme, cerca de la cumbre del San José tenía mil excusas para bajar, pero solamente una razón para seguir subiendo.
Rodrigo y yo nos conocimos en la montaña, nos enamoramos en la montaña y ciertamente en estos 13 años que estuvimos juntos, todo giraba alrededor de la montaña. Vacaciones, fines de semanas, entrenamientos, alimentación, conversaciones, juntas con amigos, noticias, películas…
Me ha costado mucho acostumbrarme a mi nueva vida, mi vida sin Rodrigo, sin compartir ideas y proyectos, sin reírnos de las travesuras de los perros, sin escuchar atentos el canto de los pájaros o una obra de tango que tanto amaba, sin disfrutar juntos en silencio la puesta de sol o simplemente y tener ahora el control de la tele a mi total disposición.
Extraño nuestras conversaciones; las largas sobremesas charlando de todo un poco. El escuchar su opinión o su punto de vista en diferentes situaciones me ayudaba mucho a encontrar un equilibrio.
Cuando Rodrigo pasaba mucho tiempo en Santiago y lejos de la montaña, se inquietaba a tal punto que parecía un león enjaulado y se podía poner de muy mal humor. Tanto es así que, literalmente, yo lo mandaba a la “punta del cerro”, y funcionaba, porque Rodrigo volvía renacido, con esos ojos llenos de felicidad, irradiando una alegría infinita que me hacían volver a enamorarme de él.
Sus expediciones, fuesen de un día, un fin de semana, varios días o un largo tiempo (como cuando iba al Himalaya), siempre y sin excepción, las finalizamos no solamente con su regreso a casa sino con algo muy importante y significativo para ambos: ¡con un gran abrazo!
Siento la necesidad de darle un último abrazo y despedirme, dejándolo en el lugar que él tanto amó, un rincón tranquilo entre las rocas y nieves eternas de las altas cumbres.
Este “último abrazo” consiste en ir a encontrarlo, acompañarlo al sitio de descanso final y abrigar su cuerpo y cobijarlo con uno de los emblemas del país que él tantas veces representó al momento de alcanzar la cumbre, su amada bandera chilena, firmada por su familia, sus amigos y por mí. Organizar el financiamiento del último abrazo me ha mantenido ocupada y de alguna manera me ha ayudado y acompañado en el procesamiento de mi luto; sin embargo, el impedimento por ir a este último encuentro producto de la pandemia durante el año 2020 y nuevamente el 2021, me ha afectado mucho, ya que siento la necesidad de querer cerrar ese capítulo.
Cuando muere alguien a quien amas, parte de ti muere con él. ¡Y algo de él vive en tí!
No es una tarea fácil estar al lado de una persona que ejerce un deporte extremo. Pero lo que Rodrigo me entregó en nuestros años juntos es mucho más de lo que habría pedido. Incluso su temprana partida me dio la lección de vivir más el ahora que el mañana, porque el final puede llegar repentinamente y sin aviso.
Si de algo he de arrepentirme es el haberme enfocado a veces en pequeñeces caseras en vez de disfrutar más el tiempo juntos.
A veces pienso en todo lo que me perdí y que me aisló de lo que Rodrigo vivió porque él sí que vivió la vida intensamente en todos los aspectos.
El haber participado junto a Rodrigo de sus vivencias, haber conocido y experimentado otras tantas a través de él y ahora mediante las historias y anécdotas narradas por sus amigos, compañeros de trabajo, y ex –alumnos, ha enriquecido y seguirá enriqueciendo mi vida, haciéndome sentir un orgullo inmenso hacia él.
Y aun así, sabiendo el final de esta historia juntos, no cambiaría la elección de mi compañero de vida.
Rodrigo, en las montañas estas cerca de mi…
Sabine”.
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