Desde hace varios años tenemos un grupo de Whatsapp con Eduardo “Turco” Namur y el vasco Alex Gárate. Si bien lo utilizamos para saludos de cumpleaños, mantenernos al tanto, despotricar sobre algún tema y algo de humor, esencialmente es para coordinar salidas a la montaña. El tiempo pasaba, y el grupo no se movía mucho, todos estábamos lesionados, solo saludos para fin de año y cumpleaños. Poca montaña. Incluso llegamos a pensar en denominarlo Cordada Betametasona, porque era el potente antiinflamatorio en común con que todos tratábamos nuestras dolencias. El Turco la rodilla, Alex la columna y yo una avanzada artrosis de cadera. 2019 fue el año de las intervenciones quirúrgicas y hacia diciembre, no recuerdo bien quien, empezó a agitar nuevamente el grupo, hasta que surgió el Tupungato.
La betametasona quedaba atrás y con “nuevas cubiertas” partiríamos a probarnos de nuevo a la montaña.
El porqué de la elección del Tupungato, en parte estaba dado porque era el último +6500 que nos quedaba pendiente, para culminar una lista caprichosa de los 12 principales que existen en Argentina y Chile. Bah, al turco también le faltaba el Llullaillaco, pero es inminente su partida para alcanzar también la cumbre del sagrado volcán de los Incas.
El Tupungato es el más meridional de los +6500 andinos, y como tal, es el que presenta el clima más hostil. Posee aproximaciones largas y hermosas, enormes desniveles, campamentos expuestos a los rigores del medio y una ruta normal no exenta de pasos delicados. Podríamos decir que es una montaña exigente.
El Tupungato sobresale como único +6500 de la región que se encuentra al sur del Aconcagua y reina entre las montañas cercanas a Santiago, la capital chilena. El Río Colorado, que nace de sus nieves, desagua en el Maipo, el cual discurre por las inmediaciones de la gran metrópolis. Por su cumbre pasa la frontera internacional y pese a su relativa proximidad a grandes centros poblados, se mantiene salvaje y solitario.
El Tupungato es un volcán con forma de cono truncado en el cual se suceden filos rocosos, neveros y glaciares. La Cumbre Principal o Sur (6.570 m) se halla rodeada por las Cumbres Norte (6.565 m) y Este (6.563 m) siendo todas bordes del derruido cráter de la cumbre.
El franco y extenso Filo Norte, por donde asciende la ruta normal, divide la predominantemente rocosa cara occidental de la englaciada vertiente oriental, cubierta por el Glaciar Este. Más al Sur se presenta el Glaciar Sureste, cuya parte inferior, mezclada con material morrénico, gira al noreste e ingresa en el alto valle del Tupungato. El importante Glaciar Sur, que domina el flanco meridional de la montaña, desciende largamente y finalmente confluye con el Glaciar Este del Tupungatito y el Glaciar Tunuyán. Finalmente, el Glaciar Suroeste se extiende entre los farellones rocosos que nacen de la cumbre y el collado Tupungatito. Amplios neveros cubren gran parte de la montaña, habitualmente sembrados de penitentes, especialmente en sus partes bajas.
El primer intento documentado de escalar el Tupungato corresponde al ingeniero chileno J. H. Figueroa en 1868, alcanzando los 5.630 m. No fue hasta 1897 cuando realmente se elaboró un plan sólido para su conquista. La expedición dirigida por Edward Fitz Gerald, que lograra el primer ascenso del Aconcagua, posteriormente se dirigió al Tupungato.
Luego del éxito en el coloso de América se propusieron lograr el primer ascenso de la que en ese momento era considerada la tercer cumbre de los Andes. La expedición partió de Punta de Vacas, remontando el Río Tupungato, y durante un mes asediaron el volcán. El inglés Stuart Vines era quien dirigía los intentos y alternaban con él baquianos y guías. La Ruta elegida partía desde un campamento junto al alto Rio Tupungato y establecieron dos campos de altura, uno a 4.600 m y otro a 5.700m. Finalmente el 12 de abril de 1897 a las 15.45 hs, ya entrado el otoño austral, Vines con Mathias Zürbriggen alcanzaron la cumbre pasando previamente por el pico Norte.
En 1912 el padre del Andinismo, Frederick Reichert, logró junto con Robert Helbling el segundo ascenso siguiendo una Ruta diferente a la del primer ascenso. Reichert había escalado con anterioridad un pico al que llamó Observación, desde donde vio que era posible avanzar por una quebrada paralela a la del Paso, y alcanzar el filo Norte desde un alto collado a 5.100 m. Partieron junto al arriero Damasio Beiza e instalaron un campamento a 4.000 m y luego otro a 5.100 m, pero debieron desistir del intento. Unos días después, el 21 de febrero, partieron nuevamente desde el campamento de 4.000 m, y en este caso subieron con las mulas hasta casi 5.500 m (el aneroide de Reichert indicó 5.800 m). Prosiguieron la escalada, logrando el segundo ascenso del Tupungato habiendo encontrado un trozo de carne momificada de la expedición de 1897 en el filo Norte.
En 1936, Federico Strasser junto con Carlos Anselmi, organizaron una expedición desde Chile, siguiendo el valle del Río Colorado y alcanzando seguramente una cota cercana a los 6400 m. Este es el primer intento de la Ruta Noroeste, actual Normal. Al año siguiente, Anselmi junto con William Lance y su esposa Nydia de la Canal, lograron culminar el ascenso de la nueva Ruta logrando la tercer escalada del Tupungato. Un año más tarde, el 16 de febrero de 1938, por la misma Ruta desde Chile, Antonio Mercado y Carlos Piderit lograron el cuarto ascenso.
El 24 de febrero de 1943, desapareció intentando la Ruta por Argentina, el socio del Club Andinista Mendoza, Pablo Franke. Su cuerpo nunca fue encontrado y varios picos y pasos de la cordillera lo recuerdan.
En enero de 1946, el militar argentino Emiliano Huerta (1º ascenso invernal al Aconcagua) dirige una expedición que parte desde Punta de Vacas. A lo largo de ese mes y los primeros días de febrero se lograron el quinto, sexto y séptimo ascensos del volcán, siempre por la Ruta de Reichert.
El 1948, Alfredo Magnani junto con Héctor Perone y Vicente Cichitti (1º ascenso al Bonete) ingresó por la Ruta por él mismo explorada un año antes del Portezuelo del Fraile. El 9 de enero los dos primeros lograron el octavo ascenso por la Ruta de Reichert. El noveno ascenso también fue por la misma Ruta (Orlando Araujo, 2 de febrero de 1949), mientras por la Ruta chilena se desencadenó la tragedia de Werner Hoff, quien murió a los 5.600 m luego del intento que los llevó hasta 6.400 m. El décimo ascenso lo logró la expedición de rescate de Hoff (18 de febrero) y el undécimo, el matrimonio Marmillod (1º ascenso al Filo SO Aconcagua) junto con la Srta. Koch.
La cuarta Ruta abierta en el Tupungato, fue la ideada por Alfredo Magnani, y el 30 de enero de 1963 culminó la ruta del Glaciar Sur junto con Juan C. Tretrop y Oscar A. Ortiz.
A fines de 1974 los alemanes dirigidos por Josef Heinl ingresaron por la Quebrada de Santa Clara, y cruzando el Portezuelo del Fraile descendieron al Glaciar Tupungato. En los días subsiguientes abrieron la vía del Glaciar Este, alcanzando la cumbre del 3 de enero de 1975.
En febrero de 1977 la Sezione di Vercelli del Club Alpino Italiano logró el primer ascenso del Glaciar Sureste y tres años más tarde otra expedición italiana abrió la variante de la arista SE.
En enero de 1985, se escribió una de las historias tristes del montañismo argentino. Ingresaron por el Portezuelo del Fraile los andinistas liderados por Guillermo Vieiro, quien junto con Leonardo Rabal abrieron unos días después la canaleta SE, perdiendo ambos la vida durante el descenso por el Glaciar SE.
El 16 de octubre de 1984, Fernando Garrido informó haber logrado el primer ascenso invernal, aunque el invierno en el hemisferio Sur termina el 21 de septiembre. El 13 de septiembre de 2007 Darío Bracali, Guillermo Glass, Rolando Linzing, Fernando Garmendia y Diego De Angelis, por la Arista SE lograron el verdadero primer ascenso invernal (los tres primeros alcanzaron la Cumbre Principal y los últimos la Este).
Con el objetivo definido, la elección de la ruta llevó varios intercambios en el grupo de Whatsaap. La ruta que más nos atraía era la sur, ingresando por el Portillo Argentino, barajando también la posibilidad de ir por el oeste, desde Punta de Vacas. Pese a estos intentos de buscar “más aventura”, atendiendo que hacía apenas unos meses habíamos pasado dos de nosotros por sendas intervenciones quirúrgicas de columna uno y de reemplazo de ambas caderas el otro, optamos por una más convencional ruta: la normal por Chile.
Nos encontramos en San Luis el 5 de febrero de 2020, nosotros habíamos viajado desde Mar del Plata y Alex desde Córdoba. Luego de una noche ahí, continuamos viaje temprano, llegando a la frontera con Chile al mediodía para almorzar en el paso de los Libertadores, en un buen lugar donde ya lo habíamos hecho en otras oportunidades, justo frente al peaje del paso.
Luego de los trámites fronterizos, nos encaminamos a un enmarañado paso por Santiago, para luego buscar el Cajón del Maipo, hacia San José de Maipo para hacer sellar los permisos en Carabineros. Acá vale la pena hacer un alto para hablar el permiso para ingresar al Tupungato por Chile, ya que no es un trámite sencillo. Hay que solicitar autorización para ingresar al Predio Rio Colorado dependiente del Ministerio de Bienes Nacionales, firmar una declaración jurada, informar el plan de ascenso y de evacuación en caso de accidente, el lógico del DIFROL por ser cumbre limítrofe, ser federado, socio de un club o de una asociación afiliada a la UIAA y sellar todo en Carabineros. Todos estos trámites tienen una ida y vuelta de varios días o semanas y es conveniente comenzar con suficiente antelación. Si alguien desea solicitarlo, el trámite se inicia enviando un mail a predioriocolorado@mbienes.cl
Superados el papeleo y con la documentación presentada en el ingreso a la Central Hidroeléctrica Alfalfal, a la nochecita estábamos armando la carpa atrás de la casa de Doña María (33°30'09.7"S / 70°11'16.4"O, 1.355 m), vieja conocida de Alex de otras incursiones por el Tupungato.
La actual posibilidad de verificar fielmente el pronóstico meteorológico a través de internet, posibilita al andinista un plan más ajustado, y la posibilidad de planear un día de cumbre para cuando se den las mejores condiciones.
Frente a la información de Mountain Forecast, sabíamos que durante los próximos días el viento llegaría a los 90 km/h arriba de los 6.000 metros y recién en una semana se iba a dar un día con vientos menores a los 60 km/h. Por esto, planeamos realizar la aproximación en los tres días tradicionales, pero deberíamos aguardar tres noches extras en el campo base para recién comenzar el ascenso.
Dejamos internet atrás, y con las mochilas ya armadas, partimos en la camioneta para recorrer los 47 km que nos separaban de Chacayar (33°27'31.3"S / 70°01'21.5"O), que no es más que un puesto de pastores ubicado a 2.070 metros.
En este punto comienza la aproximación, que es una de las más extensas de los +6500 andinos con 40,5 km y la de mayor desnivel, ya que salva 5.070 metros positivos, ya que en todo el trayecto pierde 570 metros al descender a los profundos cauces de los ríos.
La primera jornada, soleada y tranquila nos hizo disfrutar un trayecto de 14 km hasta Agua Buena (33°23'13.2"S / 68°56'11.0"O) sobre los 2.650 metros, donde instalamos la carpa cerca del río. Habíamos superado primero el vadeo del rio Museo y luego del Azufre, ambos por sólidos puentes construidos para arrear ganado. En ocasiones, estas construcciones son barridas por las crecientes y superar estas corrientes de agua, se transforman en el paso clave de todo el ascenso. En el campamento coincidimos con un grupo de arrieros que subían a la Vega de los Flojos en busca de sus animales. Pensamos que el vino transformaría en larga la noche y nos sería difícil conciliar el sueño, pero no fue así, aún nosotros estábamos cenando cuando ya se habían acurrucado sobre sus recados y dormían bajo la luz de la luna.
La mañana siguiente, partieron temprano, cuando nosotros recién nos levantábamos. Desarmamos todo y nuevamente nos pusimos en marcha. El punto a superar era el “Paso Malo” (33°20'38.1"S / 69°52'37.1"O, 3.250 m), un flojo barranco de tierra suelta y canto rodado que se levanta luego de superar un arroyo cargado de sedimentos. Sobre el mediodía, habiendo ya pasado por el Paso Malo, almorzamos en Vega de los Flojos, sitio utilizado como campo base tradicionalmente. A la tarde y luego de haber tenido que mojarnos las botas en alguna ocasión, llegamos a Vega Perdices (33°18'41.4"S / 69°50'19.5"O, 3.560 m).
Los tres, como es habitual funcionábamos muy bien, caminábamos parejos, disfrutábamos de nuestras charlas, pero también de nuestros silencios, nuestras pretensiones eras las mismas, un mate caliente, un techo para dormir y el compartido sueño de cumbre.
Respecto a las viejas dolencias, habían quedado atrás, nuestras piernas cansadas nos transmitían seguridad y las ganas de seguir adelante se renovaban en cada parada y cada campamento.
La última jornada de aproximación nos llevó por el alto río Colorado hasta el cambio de pendiente que lleva al campamento Españoles, sobre los 4.050 m, pero de acuerdo al plan, continuamos hasta Penitentes (33°18'45.1"S / 69°48'01.0"O, 4.420 m). Actualmente, este emplazamiento es el utilizado como campo base, tiene un hilo de agua que al mediodía se descongela y existen varios pircados aptos para instalarse cómodamente. Desde Perdices el tramo fue relativamente corto, unos 5,5 km, debiendo salvar 900 metros de desnivel.
Armamos la carpa junto a un pircado, dispuestos a pasar esa noche y también las próximas tres. De esta manera, pensábamos pasar lo más fuerte del temporal abajo y comenzar a subir a los campamentos altos cuando disminuyera.
Luego del primer almuerzo comenzaron los equilibrios entre los silencios, algún interrogante interno, las risas, las anécdotas que recordábamos de otros viajes y algún dejo de nostalgia por los tiempos cuando comenzamos a transitar los Andes. Este último punto hacía más vívidos nuestros momentos, abrazándolos con intensidad, sabiendo que no son eternos y reconociéndonos muy cómodos en esa vida asceta y despojada que ofrece la alta montaña.
Alex, quien es matemático, compartía junto con Eduardo, que es ingeniero, la resolución de complejos sudokus. El vasco había llevado un libro con cientos de ellos e invertían tiempo en resolverlos. Por su lado, el turco había llevado uno de problemas matemáticos y en ese hasta yo me animaba a participar.
Mi tiempo pasaba entre preparar las comidas y leer, disfrute dos libros en esos días. Uno, “La Noche del Oráculo” de Paul Auster, llegó a atraparme por horas entre sus páginas.
Una tarde Alex y Eduardo subieron hasta el hito limítrofe ubicado sobre los 4.850 metros. Finalmente llegó el viento y el cielo negro, el hongo sobre la cumbre y pasó el temporal. Estábamos listos para continuar el camino.
Nos levantamos contentos, hoy nos poníamos en marcha. Cada uno re armó la mochila, dejando lo no imprescindible en el campamento base. Aprovechando que aún estaba presente el viento, llevábamos bastante ropa puesta, por lo cual no teníamos que encontrar espacio en las mochilas para acarrearla. El plan consistía en ascender en tres jornadas, instalando campamentos a 5.150 y 5.770 metros respectivamente.
El primer acarreo para alcanzar el filo norte del Tupungato se hizo pesado, así que lo tomamos con calma y lentamente fuimos ascendiendo sin detenernos, hasta que un par de horas después, nos acurrucamos detrás una derruida pirca arriba de los 4800 metros, para descansar y resguardarnos del viento, que ahora soplaba fuertemente desde el suroeste.
Un par de horas después visualizamos un óptimo sitio de campamento, con pircados en muy buen estado y un pequeño hilo de agua líquida que venía de un gran campo de penitentes. Siendo aún temprano, tomamos unos mates mientras almorzábamos tardíamente algo, antes de armar la carpa. El viento seguía soplando fuerte, pero nuestro emplazamiento estaba protegido (33°19'22.0"S / 69°47'02.7"O, 5.150 m).
Descansamos bien y al otro día partimos no muy temprano. El clima mejoraba y el sol brillaba con intensidad. Superamos un tramo por la ladera este del filo norte y luego nos montamos nuevamente al filo. A veces encontrábamos huellas y en algunos casos verdaderos senderos en las partes donde el acarreo era fino. Manchones de nieve y campos de penitentes, rompían con la monotonía cromática y alto relucía el glaciar este que cae hacia la vertiente argentina. En el horizonte comenzaban a recortarse los blancos picachos de esta parte de los Andes, sobresaliendo magnífico, el rey de América, el Aconcagua.
Superamos Piedra del Guanaco, luego pasamos la Mula Muerta, para luego acceder al campamento conocido como Argentinos (33°20'18.4"S / 69°46'30.4"O, 5.770 m). El frio era intenso, por lo que no encontramos agua líquida, así que luego de armar la carpa nos dedicamos a derretir lo necesario.
Pasamos la noche tranquilos, con una oreja atenta a los embates del viento que ya no era el vendaval de días anteriores. Cuando la noche ennegrecía todo, finalmente aflojó definitivamente la intensidad y dio paso a esas ráfagas de 50 km que indicaba el pronóstico, con incluso períodos de calma que podría denominarse brisa intensa.
A las 4,30 nos despertamos para desayunar y salimos de la carpa 5,30 hs. Noche, frio, poco viento y esa cuota de ansiedad que solo los años han logrado calmar, en ese instante lleno de interrogantes, que se produce al estar listo para partir.
La primera hora siempre es la más dura, la superamos y ganamos altitud en el acarreo. Acá la ruta era pura intuición, ya que no existía ninguna huella que seguir. Veíamos la canaleta por donde deberíamos escalar sobre los 6200 metros y el interrogante era como acceder a su base. Optamos por continuar por el acarreo hasta una banda de roca que superamos con unos pasos utilizando las manos. Sobre este sector, se levantaba una pared y por uno de los laterales subía una lengua de nieve dura, que nos permitió prácticamente hasta la base de la canaleta. Una corta travesía sobre hielo nos dejó ver el canal íntegramente. Habíamos superado el punto crucial de la ruta, y por el sector menos cómodo, lo lógico hubiera sido ascender por un campo de penitentes que descendía hacia el noroeste. A partir de aquí se sucedieron horas de ascenso con algunos descansos para tomar algunos tragos de café y comer algo. Luego de un último acarreo empinado accedimos a la Cumbre Norte (6.550 m), donde existe un cofre con una libreta con algunos ascensos anotados. Desde aquí descendimos al col por la parte final del glaciar este, que en este sector es un amplio campo nevado, disfrutando la visión de la cumbre principal y luego emprendimos el ascenso final a la cumbre por un estético filo bicolor, blanco al naciente, negro al poniente.
Pisamos la cumbre juntos, caminando hasta el pequeño mojón que señala el punto más alto. Entre las piedras hallamos una bolsita ziploc con dos testimonios. Para sorpresa, uno de ellos era de nuestros amigos Eduardo Salas, Ulises Kusnezov, Gabriela Cuadra y Matías Marín. Justo este último, luego de haber encontrado en varias ocasiones testimonios nuestros, una vez me escribió “otra vez encontramos a nuestros viejos conocidos en la cumbre”. Ahora éramos nosotros quienes los encontramos a ellos. La rueda había girado en las altas montañas andinas.
Si bien autores como José Manuel Olascoaga explican el origen del topónimo en la conjunción de “Tupun Uta”, que significa “azotador malo o perverso”, o Vicente Fidel López en la palabra “Putuncatu” que significaría “punta del cielo”, seguramente está originado en el huarpe “Tupun Catu” que significa “mirador de las estrellas”. Al menos esta es la acepción más arraigada entre los autores que han tratado el tema.
Día a día durante la expedición, ya dentro de la carpa, tenía el pensamiento recurrente de detenerme a mirar las estrellas y admirar profundamente ese espectáculo. Los días se habían escurrido mientras ascendíamos y ya la última noche, luego del descenso desde el campo 2 hasta Agua Buena, recorriendo ese día prácticamente 23 km, distendidos luego de la cumbre y a pocas horas de terminar una expedición que habíamos disfrutado mucho, decidimos vivaquear sin armar la carpa, cenamos y nos metimos en las bolsas.
Cerré los ojos cansado, mientras mis amigos ya estaban dormidos. Ese instante fue uno de los más intensos del viaje. Estaba contento, había disfrutado otro ascenso con una cordada que parece a la medida de los tres, habíamos alcanzado la cumbre terminando un ciclo en los +6500 y ahora, recordando ese pendiente de observar detenidamente el cielo nocturno, abrí los ojos para descubrir un hermoso espectáculo contrastante de brillantes astros recortados en el mas profundo negro del cielo.
Estaba esa noche disfrutando “mi mirador de las estrellas”.
Mail: info@culturademontania.org.ar
WhatsApp: +54 11 3060-2226
Instagram: @ccam_arg
www.facebook.com/ccamontania
Contáctate y comenzá
la aventura de integrarte
a la red cultural