Integrantes: Suboficial Segundo Buzo Táctico Gustavo Pérez, el Cabo Primero Buzo Táctico Adrián Núñez, Julieta Rimoldi, profesora de Educación Física de la Escuela Naval Militar, Verónica Schro, cronista de Gaceta Digital, Antonio González en representación del Instituto “Luis Piedrabuena” y Guillermo Tibaldi (por aquel entonces Capitán de Fragata, hoy Capitan de Navío RE)
El 25 de diciembre de 1615, a bordo del navío Concordia, el Capitán holandés Guillermo Cornelio Schouten y el Jefe Mercantil Jacobo Le Maire documentaban el descubrimiento del territorio que llamarían "País de los Señores de los Estados". Ellos desconocieron el carácter insular de los territorios descubiertos.
En 1643, el holandés Hedrick Brouwed circunnavegaba la isla por primera vez, verificando que no se trataba de continente y quedando definitivamente bautizada como "Isla de los Estados".
Situada al sur de la República Argentina, frente a la Tierra del Fuego y separada del continente por el estrecho de Le Maire, la isla del fin del mundo, como la llamaría posteriormente Julio Verne, posee una superficie de 534 kilómetros cuadrados y una extensión de 65 kilómetros de este a oeste y entre 15 kilómetros a 500 metros de norte a sur.
Esta aparición insular, brote de la Cordillera de los Andes, se encuentra a 240 kilómetros de Ushuaia, a 200 kilómetros de Río Grande y 400 kilómetros de las Islas Malvinas. Sobre sus basamentos, mole de Piedrabuena irregular que desarrolla un perfil agresivo, se levantan cerros irregulares y abruptos, con picos agudos. Sus costas de Piedrabuena desnuda, muestran senos profundos que penetran por el corazón de sus montañas.
Su entraña, inexplorada, deja ver permanentemente su intenso verde. Allí abundan los turbales, la vegetación extremadamente cerrada, los montes escarpados, ríos torrentosos difícilmente franqueables, troncos caídos, residuos de vegetales en putrefacción, musgos resbaladizos y también terrenos inundados y pantanosos.
Se desarrollan profusa y únicamente tres especies forestales, el Ñire o Lenga, el Guindo o Coihue y el Canelo. Donde el bosque ralea un poco, y penetra tenue el sol, abundan los arbustos espinosos como el Calafate, muy ramificado y que llegan a medir 3 metros de altura.
Sobre la fauna de la costa, mucho se conoce (pingüinos, lobos de uno y dos pelos, nutrias marinas, gaviotas, cormoranes, petreles, etc.). Veremos qué hay en su interior. Seguramente se podrán encontrar algunas cabras (introducidas por Piedrabuena en 1872), tal vez algún ciervo colorado (introducidos en 1973), una exuberante avifauna y en las lagunas interiores la nutria de agua dulce de más de un metro de longitud -el Huillín- que corre peligro de extinción; el pez Galaxia o Puyén, pequeño y rápido, que otrora existiera en toda la Tierra del Fuego, (en la Isla Grande fue desplazado por los salmónidos quedando su reino reducido a esta isla), o bien alguna rata almizclera.
George Anson, Comandante de una escuadra de barcos británicos, trazó en 1790 el primer croquis de la isla y dejó en sus libros una aterradora descripción de la misma:
"Territorio de horror, con cumbres de prodigiosas alturas y terribles precipicios, es difícil imaginar nada más salvaje y sombrío..."
Ingleses, holandeses y también españoles en busca de las Indias, recorrieron y exploraron sus costas. Fue el ilustre Luis Piedrabuena la primera presencia de la República Argentina en estas tierras. La Isla parecería haber sido para él uno de los más grandes amores de su existencia. Fue en 1862 cuando el famoso marino argentino levantó en uno de sus puertos (Cook) una casita con camas para refugio, imprescindible para que pudieran sobrevivir quienes zozobraban en su vecindad. Piedrabuena pintó en un peñón del Cabo de Hornos: "En la Isla de los Estados se socorre a los náufragos". Un promedio de ocho naufragios anuales se producían en la isla por esta época. Infinidad de actos de arrojo y coraje en salvatajes de náufragos guarda hoy el anecdotario naval argentino, sobre Luis Piedrabuena. Su labor fue reconocida internacionalmente.
El clima contribuye para dar al territorio un aspecto triste y deprimente, pocas veces visitado por el sol puro. Los cambios meteorológicos pueden ser muy bruscos durante cada día. Las lluvias, aunque no se cuenta con registros muy confiables, superarían los 2000 milímetros anuales. La humedad relativa ambiente se ve enriquecida, además, por el aporte horizontal de los vientos marinos. En cuanto a los vientos, éstos son constantes, predominando del NW y SW. Los temporales son fuertes (fuerza mayor a 8 durante 73 días al año). Los vientos del SW producen rachas arremolinadas que llegan a elevar en espirales el agua pulverizada, hasta una altura de 40 mts. La nubosidad es alta en la zona. Habitualmente el techo de nubes se apoya virtualmente sobre la isla impidiendo la visualización de las cumbres de las montañas.
La Carta Topográfica del Instituto Geográfico Militar Argentino (Hoja 5566 y 5563) la indica como terreno INTRANSITABLE.
Dado que ha sido declarada reserva provincial ecológica, histórica y turística, desde el año 1991, el acceso está restringido a determinados contingentes turísticos que parten desde Ushuaia, quienes deben pernoctar en la embarcación que los traslada. Todo el archipiélago es administrado por el Gobierno de la Provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur con la participación de la Administración Nacional de Parques Nacionales y la Armada Argentina que en conjunto conforman la Comisión Mixta de Isla de los Estados.
Habíamos zarpado de Ushuaia para allí, debíamos recorrer los bollones que se habían instalado en los últimos años, para servir de apoyo al amarre de nuestras unidades de combate, en el conflicto con Chile por el Canal de Beagle. Corría marzo de 1975. Cruce el Frontón Gable…parecía que la tierra se nos venía encima, la caída justa, milimétrico cambio de rumbo a 35 nudos, para afrontar el Canal Makinley. Dejábamos a babor a nuestro Puerto Almanza y en frente, sobre estribor, desafiante, Puerto Williams, que deja ver las bocas de sus cañones camuflados entre las lengas y los ñires.
Era simplemente una misión más para la Lancha Rápida INDOMITA, donde hacía apenas unas semanas había llegado de pase. Pero para mí no sería simplemente una misión más, se sellará desde ese día, el amor al pedazo de tierra más enigmático de nuestra tierra argentina, la ISLA DE LOS ESTADOS.
El mar azotaba con rabia, parecía que quería dejarme el mensaje… no es fácil la idea que germinaría luego de verla…hacia donde volará tu mente de joven… imberbe y atrevida.
- ¡Michi!, (así le dicen a los guardiamarinas los oficiales más antiguos) se escuchó en el bullicio de las olas y el viento helado la voz del Comandante…¿Ve algo en la proa?… la lancha de unos 45 metros de eslora se clavaba de punta y no sé cómo recuperaba la estabilidad. Vibraba al alzar nuevamente su proa.
Sí algo veía, yo era el jefe de navegación y no podía hacer papa en las primeras navegaciones…
- Si veo la silueta de la isla Sr, Comándante….
- Ponga rumbo al borde de babor… comprendido Sr Comandante
- Timonel timón a babor 10 grados hasta el rumbo 070
Cruzamos a los tumbos el Estrecho de Le Maire, el timonel debía dar pala a un lado y al otro incansablemente para mantener el rumbo.
Ya estábamos a su lado… Guau, que tremendos paredones, por primera vez en mi vida estaba conociendo una costa de fiordos. Quizás muchos años después mientras navegaba en las Islas Giorgias del Sur, comprendería como se habían formado ese tipo de costas. Allí aun caen al mar los glaciares que aparecen múltiples entre sus costas de acantilados. En la Isla de los Estados, otrora se habían derretido y desaparecido, lo que deja formados esos puertos naturales entre paredones de 200 mts de altura.
Y mi mente voló, como sería factible poder caminar por allí arriba... Habría forma de subir?
Unos años después, por el 1984, muy reciente la guerra por las Malvinas, y en una época que el patriotismo y las dudas por la preservación de nuestros límites era más fuerte que ahora, estuve en un proyecto de población de la Isla de los Estados. Estuvimos a punto de concretar una expedición exploratoria, pero eso ya es otra larga historia. No se pudo concretar, pero ya rondaba en mí, poder recorrer la isla “De Extremo a Extremo”.
Quizás para dar hilo a la historia sin irme demasiado debo contar que el 12 de octubre de 1991 en la ciudad de Mar del Plata fundé el "Centro de Adiestramiento en Supervivencia Deportiva" C.A.S.De., como una Asociación Civil sin fines de lucro legalmente constituida, con el ideal de fomentar un deporte amateur de alto sentido social.
La "supervivencia", es (o era por aquellos años) una verdadera multidisciplina que apoyaba a otras tantas actividades (turismo aventura, campismo, trekking, escalada, montañismo, yachting, canotaje, enduro, mountain-bike, etc.). Es una importante herramienta ante el desastre (terremotos, huracanes, tornados, inundaciones, atentados). Es hacer "medicina preventiva", pasando a ser algo más que un pasatiempo, para transformarse en una verdadera filosofía, que en convivencia con la naturaleza, eleva el nivel de ética, moralidad, y estimulación hacia el esfuerzo en grupo, lo que genera un solidario estilo de vida.
Con aquella asociación rápidamente encontré gente que apoyó el proyecto y comenzamos a realizar muchas expediciones que siempre alentaron -además de la aventura- los homenajes y los actos solidarios.
Siempre estaba en mi mente un homenaje a al Comandante Piedrabuena, cruzando a pie totalmente aquella isla que me había cautivado de tan joven.
Y comencé a diseñar el homenaje. Pero siempre caía en que la única forma de llegar a la isla (por aquel entonces, ahora hay veleros que van) era que la Armada me cruzara.
Dio la casualidad que un Comandante mío en un submarino fue de Jefe a la Base Naval de Ushuaia. Lo llamé, le conté el proyecto y me dijo…Yo lo cruzo! Empecé a trabajar desde la Asociación. Rápidamente conseguí sponsors, declaraciones de interés, parecía que todo el Homenaje, sería un éxito. Pero un día me llamo desde Ushuaia para decirme que SU JEFE, no autorizaba la expedición. Guarde todo, gran fracaso con todo casi listo.
Pero el destino me tenía guardada otra historia.
Pasaron casi un par de años, yo era Comandante del Submarino San Juan. Hacia unos meses atrás había llevado a navegar al Director de la Revista Tiempo de Aventura, a quien conocía hace tiempo y me pidió la experiencia, pues quería hacer una nota en la Revista por la conmemoración de sus 10 años de edición. Fue un hermoso artículo de difusión de nuestra actividad como submarinistas.
Un día cualquiera, el nuevo Comandante del Área Naval Atlántica con sede en Mar del Plata, iba a pasar inspección por los alojamientos de nuestro personal, por lo cual el Comandante de la Fuerza de Submarinos, mi jefe directo, había ordenado a los Comandantes debían estar en ese momento por los sollados (nombre marinero de los dormitorios)
Allí esperaba yo cuando de repente entraron y se produjo el siguiente dialogo:
-Yo dije: ATENCIÓN! El personal que me acompañaba en el dormitorio se puso de pie.
-¿Cómo está esto Comandante? Me dijo…
-Todo bien señor, respondí, mientras caminábamos hacia el final del dormitorio, una sala de 15 por 10 metros con techos altos y donde había pocas camas cuchetas, la de la gente que vivía “trocistas” (se dice así a quienes tiene la familia en otra localidad y viajan solo los fines de semana cada tanto) y además unos pocos solteros.)
-Yo: Solo hay una pequeña filtración de agua por el borde de una ventana
-Alte: Habrá q arreglarlo.
-Yo: Si ya hicimos el pedido a Reparaciones de Base…
-Alte: ¿Armaron una salita aquí?...mientras esquivaba algunas taquillas que habían servido para aislar un sector donde había un televisor con la antena hecha con una papa y dos agujas de tejer…
-Yo: Si aquí se reúnen y ven televisión los trocistas a la noche…
Sin saberlo faltaban escasos segundos para que la expedición a la isla de mis sueños iniciara su concreción después de tantos años de espera…
- Bueno, gracias Tibaldi dijo…y empezó a abandonar la sala …Cuando estaba ya a unos 5 metros tras la puerta (tengo garbado como se iba...ya lejos), el Comandante de la Fuerza de Submarinos, que llevaba en la mano la revista Tiempo de Aventura que yo le había dado minutos antes …le dijo..
- AH! Señor Almirante, después le voy a enviar esta revista Aventura donde salió un artículo del Submarino de Tibaldi….
- El Almirante, se detuvo, dio la vuelta y comenzó a acercarse hacia mi….
- Ah Tibaldi, cierto que a usted le gusta mucho las actividades de aventura… ¿Cómo le fue en la expedición a la Isla de los Estados?
- Quedé paralizado…no sabía que él conocía mi proyecto (el Almirante conocido mío de Ushuaia era compañero de promoción, algo le habría contado, seguramente) No señor, no la realice…El Comandante de Operaciones Navales no lo autorizo…
-¿No la hizo?…NO!...Véngame a ver mañana a mi despacho con su proyecto…
Esa tarde desempolve todo lo que había guardado, las notas, las declaraciones, los auspicios que había conseguido.
Al otro día me dijo: “ Quiero que la haga, pero desde la “Armada Argentina”. Se anima? Deberá usar sus vacaciones…” CLARO QUE SI!. Así pude concretar este “Primer Cruce total a pie de la Isla de los Estados” (que seguramente daría para un libro) como justo Homenaje a quien tanto trabajó en ella, el Comandante Luis Piedrabuena. Fuimos 4 hombres y dos mujeres.
Todo el equipo se sentía invadido por una corriente de ansiedad y excitación. Ya estábamos viendo la marca de la cúpula del Faro del Fin del Mundo... había soñado durante muchos años estar en ese lugar, hacía apenas unos minutos habíamos comenzado a transitar por la que por el 1899 llamaban “Avenida Piedrabuena”, un camino de lajas que unía la primera Subprefectura del país con el antiguo faro de San Juan de Salvamento. Me embargaba una gran congoja... suspirando, inspirando profundo para contenerme y no largar un llanto descontrolado de emoción avanzábamos los últimos metros, de los más de 150 kilómetros que estimábamos haber recorrido. Fue una maravillosa sensación que nunca podré olvidar.
El desafío propuesto fue atravesar la Isla de los Estados desde su extremo oeste, Punta Cuchillos, a su extremo este, Punta Leguizamo. El trayecto, que es de 65 kilómetros en línea recta sobre un mapa, se vería triplicado en extensión por las diferencias de altura del terreno y los rodeos que se deben realizar cuando se torna imposible la circulación por el trayecto trazado sobre una carta de una escala poco favorable.
Desde que se me ordenó preparar la expedición había estado ajustando los detalles para plasmarlos definitivamente en una orden de operaciones. Sabía que una planificación detallada nos serviría para llegar a dilucidar el mínimo contratiempo, además de dar la mayor seguridad a las posibilidades de éxito y confianza a los que pudieran tener dudas del riesgo de lo que se proyectaba hacer.
Se confirmó quienes serían los partícipes de esta experiencia inédita: el Suboficial Segundo Buzo Táctico Gustavo Pérez, el Cabo Primero Buzo Táctico Adrián Núñez, Julieta Rimoldi, profesora de Educación Física de la Escuela Naval Militar, Verónica Schro, cronista de Gaceta Digital, Antonio González en representación del Instituto “Luis Piedrabuena” y yo (por aquel entonces Capitán de Fragata Guillermo Tibaldi). Faltaban cuatro meses para la fecha prevista y comenzamos nuestros entrenamientos en conjunto, en la zona de las sierras de Balcarce. Nuestra finalidad: entrenar en terreno escarpado, aunque lejos estaría de lo que íbamos a encontrar. No obstante era necesario conocernos a fondo. El complemento de las capacidades de cada uno de los expedicionarios sería fundamental para el éxito del emprendimiento.
La expedición perseguiría varios objetivos: en principio homenajear al Comandante. Don Luis Piedrabuena en los 170 años de su nacimiento y los 120 de su fallecimiento. Qué mejor manera de reconocer el memorable trabajo y valor de este prócer nacional, que recorrer los terrenos que a él pertenecieron hace más de un siglo, observar la misma vegetación y sortear los mismos avatares topográficos y climáticos que él debió sortear. Por cierto también otro objetivo sería la exploración del interior de la isla. Recorreríamos algunas de sus lagunas interiores para relevar sus características, efectuar análisis de agua, etc. Fotografiaríamos y filmaríamos el interior de la isla.
El 20 de enero de 2004 estábamos zarpando de la Base Naval Mar del Plata en el Buque Oceanográfico A.R.A. Puerto Deseado. La sirena de todos los buques en la dársena, los familiares, amigos y los medios de prensa despidiéndonos fue un marco que erizó la piel de todos nosotros. Formados en el alerón del puente les murmuré al resto de los expedicionarios... ”Después de esto, más vale que logremos cruzar la isla...”
Aprovechamos la navegación para revisar minuciosamente el equipo completo, teníamos que contar con lo necesario, pero intentando minimizar el peso. Sin embargo las mochilas acusaban peso del orden de los 30 kilogramos.
Cada mochila contenía una bolsa de dormir, elementos para el armado de las dos carpas, un juego de ropa de recambio, alimentos, dos teléfonos satelitales Globalstar, cámaras fotográficas y de video y algunas herramientas que se podrían utilizar durante el cruce de la isla.
La dieta que se llevaría a cabo fue cuidadosamente estudiada para lograr un buen equilibrio nutricional con alimentos secos y de escaso volumen. El compromiso alimento versus peso transportado en la espalda, fue un tema largamente tratado.
Solo desayunaríamos y cenaríamos. Leche con chocolate, mate cocido, galletitas con mermelada o dulce de leche, conformaban los desayunos. Los hidratos de carbono en forma de arroz, fideos, puré y polenta serían los alimentos más ingeridos por la noche, que se acompañaban de vez en cuando con algo de proteínas y grasas en carne o pescado enlatado. Durante la marcha comeríamos algunas barras de cereales, caramelos, chicles, pasas de uva y frutas secas. Para tomar llevábamos jugos y bebida isotónicas en polvo.
El 25 de enero, con las primeras luces, subí al nido de cuervos del Puerto Deseado (casilla en lo más alto de los palos del buque).Esa noche casi no había podido dormir, quería encontrarme cara a cara con ese monstruo marino que emerge de las gélidas aguas australes. Hacia tantos años que no la veía. Había pasado por el radar del puente y estaba tan solo a 30 millas. Avisté, entre la bruma que la envuelve habitualmente, las cumbres de la Isla de los Estados. La vi, como aquella primera vez cuando era Guardiamarina. Ahora era Capitán de Fragata, y seguramente me quedaría en ese grado si fracasaba en este homenaje. No tengan dudas de que muchos no apoyaban la iniciativa.
Con toda la calidad de una dotación bien entrenada, en tres oleadas, los seis expedicionarios desembarcamos en una de las dos playas de arena de Bahía Crossley. Allí permanecimos tres noches, la aclimatación sería necesaria. En parte pues había expedicionarios que nunca habían navegado y si bien el mar no nos trató tan mal y la navegación fue siempre favorecida por los vientos del norte, era lógico que se marearan y debilitaran un poco. Por otra parte comenzar a adaptarnos a caminar bajo la lluvia, convivir con el viento y las características del que sería en las próximas semanas nuestro lugar de vida, nos sirvió a todos.
Nuestras caminatas en Crossley no solo sirvieron de ejercicio físico, además permitieron interesantes descubrimientos.
Se localizaron restos de maderas y hierros de “la Fábrica de Aceite” de Luis Piedrabuena. Allí, Don Luis y su gente colocaban en barriles el producido de la caza de lobos marinos y pingüinos. Por aquella época, 1873, aquél recurso era considerado INAGOTABLE. También localizamos una construcción semidestruída, que en 1933 sirvió de alojamiento a los expedicionarios de la Armada Argentina que permanecieron un mes en esa bahía para realizar el primer registro de mareas que se realizara.
Estábamos ya listos a ingresar en el mismísimo corazón de aquella locura geológica que señala el fin del mundo. Partimos entonces hacia Punta Cuchillo, extremo oeste de la Isla de los Estados, desde donde iniciaríamos el intento del primer cruce longitudinal completo. Fue un día duro, en realidad no sabíamos lo que nos esperaría más adelante. Acampamos a unos dos kilómetros del extremo oeste e iniciamos el ataque a nuestro primer objetivo Punta Cuchillo.
Como ceremonia de inicio hicimos flamear la bandera argentina acompañada por el estandarte de la expedición “De Extremo a Extremo”, rezamos la plegaria a la Virgen Stella Maris, nos fotografiamos y filmamos mientras intentábamos que el viento no nos volteara; había más de cuarenta nudos.
Los miembros de la expedición congeniábamos muy bien y conservábamos alta la moral. No solo disfrutamos de nuestra compañía, sino que todos nos respetábamos. Como comandante, tenía siempre tiempo para decidir y preferí siempre someter las decisiones a consenso. Sin duda contaba para esta misión con un grupo de alta experiencia y capacidad.
El día 28 de enero por la tarde comenzamos a caminar hacia el primero de los destinos, “Caleta Lacroix”.
Más allá de que conocíamos las características de la zona, la dureza del clima y la vegetación se hizo notar. El paso se tornó dificultoso debido a la densidad de la turba que cubre el suelo de la isla, solo interrumpido por trayectos, de terrenos muy bajos, pantanosos y algo de lastenia, una especie de pasto duro, verde intenso, donde es un placer caminar... ya casi no lo encontraríamos al comenzar a ganar altura hacia el este.
Lo cierto es que la lluvia no dejaría de caer durante toda la travesía, de los veintidós días que estuvimos en la Isla, llovió veinte. El frío y el agua es la peor combinación para la supervivencia del hombre. Temperaturas bajo cero y el aumento en el peso de las mochilas por la mojadura iban poniendo condimento al avance.
En toda esta zona relativamente baja del oeste, los primeros paisajes se vieron adornados por cientos de cabras y ciervos que solo se encuentran en este sector de la isla. Las primeras fueron introducidas por Luis Piedrabuena hace más de dos siglos como medio de subsistencia de su gente, los ciervos se introdujeron en 1973 (solo 6 hembras y dos machos).
Luego de un día de marcha llegamos a la “Caleta Lacroix”, en Bahía Franklin, lugar donde las últimas investigaciones concuerdan en que se produjo el naufragio de Luis Piedrabuena a bordo de la goleta “Espora”.
Durante los tres días que permanecimos en esta zona, realizamos un minucioso relevamiento de la caleta. Se ubicó el lugar donde se encuentran los restos de la posible “Espora”. Otro hallazgo que nos sorprendió fue encontrar un palo que podría ser el pico de una vela cangreja de la embarcación que tanto utilizó Piedrabuena, para la defensa de nuestra integridad territorial, en el sur de la patria. Todo concordaba con las medidas que teníamos estimadas del barco y el tipo y estado de madera era el mismo que la del casco que yace en la playa.
Recorrimos mucho aquella zona. Existe un bosque muy próximo que estimamos es el “Bosque de los curvones” del cual Piedrabuena pudo haber extraído las maderas para la fabricación del “Luisito” (en solo 70 días, sin duda una de las más grandes epopeyas de la náutica nacional) luego del naufragio de la Espora. Allí los árboles, al estar continuamente expuestos a los fuertes vientos, toman una forma curva muy marcada; solo falta saber que pieza de madera queremos para poder cortarla a medida.
Otro de los hallazgos, fue el descubrimiento de un sector de la costa en donde varios delfines piloto habían quedado varados.
Luego de realizar el relevamiento de la “Caleta Lacroix” partimos hacia la zona de la “Bahía Cánepa”.
Las características del terreno se fueron haciendo cada vez más complicadas a medida que se avanzaba hacia el este. Se comienza a recorrer un área de pendientes que llegan a los 500 metros de altura. La altura se gana y se pierde en muy poco espacio, lo cual marca un impresionante terreno abrupto Un simple resbalón nos hubiera lanzado, con toda seguridad, hasta en mismo pie del acantilado.
En la mayoría de los casos el lado este de las elevaciones cae en precipicio, lo que significaba subir una cuesta pronunciada hasta la cima, para tener que bajar en busca de la media pendiente. Otras veces la turba adherida a las paredes de los paredones nos permitía bajar, miramos atrás y nos parecía increíble haber pasado por allí. La tensión, escalar con tanta cautela, agota...
Así, poco a poco fuimos comprendiendo mejor la que bautizamos la “Isla de las Sorpresas”. Comenzamos la exploración sin mochilas cada vez que lo veíamos necesario, siempre, para ver si había una ruta alternativa.
La isla posee más de 150 lagos y lagunas. El análisis de algunas de ellas fue uno de los motivos centrales de esta expedición, y esta tarea fue realizada durante toda la travesía.
El fuego por las noches era la única oportunidad que teníamos para secar las ropas y, encenderlo, con todo mojado, era todo un tema. El calentador multicombustible, que trabaja como un verdadero soplete, permitía lograr el preciado elemento.
Llegamos así a la zona de más altura de la Isla de los Estados: los Montes Bove, cuyo pico más alto ronda los 823 metros. Por la noche las carpas rugían por el viento, pero quería relevar el Lago Vázquez, Vargas García y Reguera, para luego, caer sobre Puerto Parry.
En camino hacia allí, topamos con un precipicio de unos doscientos metros. Allí abajo estaba el Lago Vázquez, más de 3 horas estuvimos explorando para encontrar un paso que nos permitiera bajar para seguir camino. Fue imposible, Inmersos en un viento gélido, las dudas más sombrías me invadieron. ¿Podríamos pasar hacia Parry? Sabía que nos habíamos aventurado a uno de los lugares más duros de la patria, pero tenía a mi favor un magnífico equipo de gente.
Hubo que tomar la difícil decisión de volver, debimos desandar un día completo de marcha, por lugares muy complicados, hasta que la loca topografía nos permitió el paso por el sur hacia Puerto Parry.
En el Puerto Parry se encuentra el apostadero de la Armada Argentina, que lleva el nombre de Comandante Don Luis Piedrabuena y que está siempre habitado por cuatro personas, un oficial y tres suboficiales que se renuevan cada 45 días. Sería el único contacto con otras personas durante la travesía, allí nos reabastecimos de víveres y nos despojamos hasta del mínimo elemento que generara un peso innecesario.
Al retomar la marcha luego de un par de horas de salir de Parry, se hizo presente Titina, la perra del apostadero. No fue posible hacerla volver. Habría una nueva compañera, y racionada, que continuaría con nosotros por el resto de la travesía.
Los días posteriores a la salida de Parry, nos mostraron un nuevo desafío. El aumento temporario de la temperatura generó una densa niebla que dificultó de manera notable la visión. Nos estaba siendo imposible avanzar y eso me preocupaba. Los víveres estaban bastante justos y quería cumplir el planeamiento de días previstos. Avanzar en el irregular terreno sin ver, era incompatible con nuestra consigna permanente... la seguridad. Dejar el través de la Bahía de Basil Hall, realmente costó.
El tiempo demorado por la niebla debía ser recuperado, el objetivo era llegar al Puerto Cook y completar así las dos terceras partes de la expedición, ese día se marchó durante 14 horas. A las a las 22:30 hs., con las últimas luces del día arribamos a Cook.
Los Puertos de Cook, por el norte y Vancouver, por el sur, están ubicados en la zona más angosta de la isla, se encuentran separados por sólo 500 metros. En ese lugar, sobre Vancouver, Luis Piedrabuena, en 1862, había construido una pequeña cabaña donde se brindaba refugio a los desafortunados marinos que naufragaban en esa zona. Don Luis, en 1863, escribió en el Cabo de Hornos, “Aquí termina el dominio de la República Argentina. En la Isla de los Estados se socorre a los náufragos” NANCY- 1863. [Nota: NANCY: nombre original del navío del Comandante Luis Piedrabuena, que luego fue rebautizado ESPORA].
Puerto Cook es uno de los lugares con más historia en la Isla de los Estados. Allí funcionó también entre 1899 y 1902 un presidio militar. Este fue clausurado y trasladado a Ushuaia, por ser considerado el menos humanitario del mundo. En este lugar acondicionamos algunas de las de tumbas que allí se encuentran. Revisando los pocos restos que quedan del Presidio, hicimos un curioso descubrimiento, levantando la turba encontramos los WWCC...
Luego de Cook llovió cuatro días sin parar. Ponerse la ropa mojada para salir nuevamente empieza a ser habitual. La travesía estaba llegando a su punto culminante, pero la isla no se estaba poniendo nada fácil, el desgaste psicológico de las continuas caídas en la turba mina las fuerzas con extraordinaria rapidez, ascender trabajosamente por una cuesta de turba (más blanda que la arena), vegetación cerradísima, desordenada, con troncos caídos en proceso de descomposición, en una pendiente continua dificultaban cada día más la marcha.
Se estaba dando fe de lo que decía en su libro de viajes, en el año 1790, el comandante británico George Anson: “Es un territorio de horror, con cumbres de prodigiosa altura y terribles precipicios, es difícil imaginar nada más salvaje y sombrío”. Por otra parte nosotros ya no éramos los mismos que habíamos salido, teníamos más experiencia pero también menos fuerzas y unos kilos menos.
Comenzamos a festejar cada cuesta, cada logro, olvidándonos un poco de la obsesión de la meta final. Tardamos exactamente 4 horas para avanzar 1,5 kilómetros. Lentamente avanzábamos, el extremo este, “Punta Leguizamo”, se encontraba cada vez más cerca. El viento soplaba continuamente a casi 90 km/h, lo bastante fuerte para hacer perder el equilibrio; allí voló Julieta, la más liviana. Realmente era difícil sentirnos a gusto.
Finalmente llegamos a lo alto de la Península Aguirre, sería nuestro último campamento.
El día 14 de febrero, por la mañana, los seis expedicionarios partimos con mochilas livianas desde Península Aguirre hacía Punta Leguizamo, donde arribaríamos luego de 5 horas de caminata. La llegada fue un momento muy emotivo, flameamos emocionados la bandera argentina y prendimos una bengala humosa, concretando de este modo, el primer cruce total de la isla. Nuevamente el viento fue el protagonista, ayudó a hacernos saltar algunas lágrimas.
El sabor de la tarea cumplida nos estaba haciendo olvidar las inclemencias del tiempo, el frío, la lluvia, los dolores en las rodillas y las espaldas, las noches casi en vela por las formas del piso, los días y noches que vivimos mojados y con el alimento justo.
El campamento que había quedado armado en la mayor altura de Península Aguirre nos alojó la noche del 14 de febrero.
Sólo faltaba un último tramo para alcanzar el objetivo final, el Faro del Fin del Mundo.
El camino hacía el faro fue más duro de lo esperado, el recorrido en bajada presentaba mucho riesgo y la vegetación estaba más cerrada que nunca. Lo cierto es que ya estábamos bien acostumbrados a levantar los pies a más de 30 centímetros a cada paso, pero el tiempo corría. A esta altura la adrenalina y endorfina de nuestra sangre hacía que ya nada duela.
En el camino pudimos recorrer el Cementerio de la Subprefectura, presidio y el Faro que funciono 15 años, entre 1884 y 1899. Aun con la utilización de luces químicas para conseguir avanzar en la noche y utilizando todas nuestras fuerzas debimos detener la marcha a las dos de la madrugada. Esa noche no se armaron las carpas, se durmió a la intemperie en las bolsas de dormir debido a que queríamos seguir a primera hora.
Desperté con otra imagen imborrable, el resplandor rosado del amanecer recortado sobre el perfil ondulante del ingreso al Puerto de San Juan de Salvamento. Esto me indicó que ya podíamos partir, habíamos descansado apenas 4 horas, bajo el nylon de una bolsa de residuos.
Las ocho y cuarto de la mañana del día 16 de febrero no se borrará nunca de las mentes de todos los expedicionarios, en ese momento llegamos al Faro del Fin del Mundo ubicado en la Península Lasserre del puerto de San Juan de Salvamento.
Ese monumento con tanta historia, que tantas vidas había protegido con su luz, y que había motivado hasta la escritura de una novela, era ahora espectador de la emoción que nos embargaba.
El avistaje de la lancha rápida “ARA Intrépida” (gemela de la INDOMITA, que había estado de Guardiamarina) ingresando al puerto nos indicó que debíamos partir hacia Puerto Parry donde finalizaría esta inolvidable travesía con una ceremonia en homenaje al máximo prócer patagónico.
Avistamos Parry en el radar, el ingreso fue a tientas, la niebla era espesa. Formaron en tierra la dotación del Apostadero, parte de la dotación de la Lancha Rápida y los expedicionarios. Cantamos a capela el Himno Nacional, entregamos al apostadero la bandera que nos acompañó en toda la travesía y pronuncié una alocución que creo sirve de corolario a este artículo.
“Hace algo más de 4 meses la Armada decidió rendir un merecido homenaje al máximo prócer patagónico, el Comandante Don Luís Piedrabuena. Se cumplieron los 170 años del nacimiento y 120 de su fallecimiento. Fueron solo 50 años de vida, donde brillan increíbles actos de coraje, arrojo, humildad y amor a su patria. Piedrabuena fue el primer argentino en ejercer nuestros derechos soberanos en la Patagonia Austral. Fue el primer argentino en izar el pabellón nacional en esta Isla. Salvando náufragos, cazando lobos marinos y pingüinos, defendiéndose de los loberos extranjeros, fue tomando posesión del Mar Austral, alejando múltiples intereses foráneos de estas ricas zonas.
La Armada Argentina quiso rendir un homenaje diferente, asumiendo los riesgos de un desafío, a realizar por 6 hombres y mujeres, militares y civiles. Atravesar por primera vez a pie la totalidad de esta Isla que fuera propiedad del prócer naval- arquetipo del marino.
Quiero aprovechar estas palabras para agradecer a todos los que han hecho que esta expedición haya sido posible: A las autoridades de la Armada, que confiaron en nuestra capacidad, al Área Naval Atlántica, al Área Naval Austral, a la División Comunicación Institucional del Comando de Operaciones Navales, al Buque Hidrográfico Puerto Deseado, a la Dotación de este Apostadero, a la Lancha Rápida Intrépida, al Instituto Luis Piedrabuena y a nuestros familiares y amigos que con su sentimiento nos alentaron a seguir y a nuestra Virgen protectora Stella Maris que no dudo nos acompañó en todo momento.
No se trató de levantar un busto para recordar al prócer, sino que creo que, simbólicamente, hemos caminado la escabrosa ruta que él supo trazarnos. Difícil pero posible. La única ruta posible para realizar objetivos ambiciosos, la ruta del esfuerzo, la permanencia y el trabajo en equipo.
Con esta ceremonia doy por finalizada la Expedición Homenaje al Comandante Don Luís Piedrabuena “De Extremo a Extremo”.
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