El Llullailllaco es un volcán emblemático de nuestro territorio y no sólo por su gran altitud y desolada belleza, sino, fundamentalmente, por su aspecto cultural que nos une con el pasado prehispánico y unas de las ceremonias más importantes que realizaran los Incas en el extenso Tawantinsuyu. Una ceremonia que incluía la ofrenda más preciada que cualquier ser humano puede hacer, la tierna vida de un hijo.
Este hecho de trascendencia suprema transformó a la montaña en una especie de oráculo, un lugar de peregrinación y ofrendas entre los siglos XV y XVI. Una vez colapsado el imperio incaico, proceso iniciado por Francisco Pizarro en 1532, el Llullaillaco y centenares de montañas sagradas de la cordillera andina pasaron al olvido hasta mediados del siglo XX, cuando montañistas pioneros empiezan a ascender las altas cumbres con fines deportivos.
En el año 1952, una expedición del Club Andino Chile realiza la primera ascensión deportiva al Llullaillaco, dando luego la noticia de la existencia de ruinas arqueológicas en la cumbre.El andinista chileno, Bión González León, investigador y pionero de la arqueología de alta montaña en su país, asciende al volcán y relata lo siguiente: “...la parte más alta tenía una grieta donde dejamos los testimonios de esta ‘primera ascensión deportiva’, como la calificamos siempre, ya que en el extremo más bajo de la cima había un atado de leña. También en la parte más alta del bloc había dispuestas piedras formando una pirca precaria, pero estaba la mano del hombre. Mis conocimientos arqueológicos eran por entonces nulos: alguna idea tenía del encuentro de atados de leña, por el relato de la ascensión al cerro Tórtolas, pero nada más. Así muy simplemente miramos los leños sin darle importancia alguna. Lo mismo sucedió con la pirca a medio hacer del otro extremo de la cumbre. Días más tarde, cuando volvíamos a Antofagasta y conversamos detalles de la ascensión y en especial los instantes vividos en la cima, Harseim me dijo que al colocar la caja metálica con los testimonios en la grieta de la cumbre, le había parecido ver en el fondo un trozo de cuero, pero no lo comentó hasta ese momento”. La caja metálica y la libreta de cumbre son exhibidas en el Museo de Arqueología de Alta Montaña.
Esta ascensión deportiva dio a conocer el sitio arqueológico más alto del mundo y, como veremos, el Llullaillaco atrajo a numerosas personas interesadas no sólo en enfrentar el desafío de su altura como reto deportivo, sino también por el componente cultural, que fue y será motivo de gran admiración y respeto a los hacedores.
Poco tiempo después de la expedición chilena, un militar alemán, se lanzó en pos de la cima del Llullaillaco motivado por el Doctor Rolf Dangl, médico de la minera La Casualidad, ubicada cerca del volcán. En 1950, el doctor Dangl había realizado la primera ascensión al volcán Galán, ubicado en Catamarca. Asimismo había intentado subir al Llullaillaco antes de la expedición de los chilenos; de su relato se puede inferir que llegó hasta el portezuelo, a una altura de 6.500 metros, donde se encuentran unas importantes ruinas que él describe. Rolf Dangl fue también quien motivó al austriaco Mathias Rebitsch que, a raíz de sus trabajos y ascensos, se convirtió en el indiscutido pionero de la arqueología de alta montaña.
En el año 1953 el alemán Hans Ulrich Rudel, guiado por el suboficial argentino Guillermo Poma y el andinista jujeño Francisco Solana, observan construcciones abovedadas a 5.500 m sobre la cara Norte. En la cumbre misma fue visto “un portal rústico” con pilares de piedra y un tronco de madera a modo de dintel. El portal medía 1,50 m de ancho por 2,20 m de alto. En esta expedición muere el camarógrafo a raíz de un fuerte vendaval que lo hace caer al vacío. Rudel presentó una carpeta al Presidente Juan D. Perón, quien apoyó económicamente al alemán para que pudiera proseguir con las exploraciones arqueológicas y además rescatar al oficial del ejército alemán que había muerto. En 1954 Hans Rudel, miembros del ejército argentino, andinistas jujeños y alpinistas alemanes realizan un minucioso trabajo de prospección y relevamiento. Se dice que Rudel publicó un libro sobre el Llullaillaco, pero a la fecha, nada sabemos de él ni de las filmaciones realizadas. Como dato curioso se puede agregar que Rudel tenía una pierna ortopédica. Se sabe que este militar de la Alemania de Hitler fue un reconocido y condecorado aviador.
En el año 1955 Giulio Ravizza con otra persona (Josin), descubren a 6.300 m unos tirantes de madera de cactus de 2,50 metros, que cumplieron funciones de vigas para techo. En un portezuelo bajo la cumbre encuentran un “refugio con los techos hundidos”.
Los primeros años, a partir de la primera ascensión, fueron de descubrimiento o reconocimiento de las estructuras arqueológicas ubicadas en diferentes niveles de la montaña, pero ninguna de las expediciones fue específicamente a estudiar arqueológicamente el área. Fue recién a fines de la década de 1950 cuando se organizó por primera vez una expedición con fines arqueológicos.
En el año 1958, el austriaco Mathias Rebitsch realiza la primera documentación científica de los sitios del Llullaillaco. Rebitsch había excavado en la cumbre del volcán Galán (Catamarca) y extraído algunas estatuillas de plata, las primeras que se conocieron en territorio argentino. No puede salir de la admiración que le provoca ver esas ruinas a tal altura, tal como lo denotan sus relatos. Explora minuciosamente los diferentes sitios y encuentra restos de cerámica, marlos de maíz, estiércol de llamas, leña carbonizada, y restos de fogones. Observa y confirma las estructuras descubiertas años atrás.
En 1961 Mathias Rebitsch realiza la segunda y más importante campaña arqueológica, acompañado por Luis Vigl, Benjamín Dixon, Frank Memelsdorff, Ricardo Mendieta, Gerardo Watzl y Jacqueline Watzl. La expedición fue avalada y promovida en nuestro país por el CONICET, la Federación Argentina de Skí y Andinismo, el Centro Andino Buenos Aires y la Dirección de Fabricaciones Militares. Tres meses estuvieron los exploradores en la gigantesca montaña y realizaron un relevamiento integral y científico de los sitios. Entre los descubrimientos realizados se menciona: restos de techos bien conservados, pastos secos, estiércol, restos de cerámica, carozos de frutas, mazorca de maíz, una sandalia de pasto, una estera tejida en hierba, un pedazo de tela marrón oscuro, de tejido tosco, un tronco que supera los diez centímetros de diámetro (en la cumbre), restos de una angosta escalinata y un depósito de leña. Todo el material fue donado al Museo Etnográfico de la Universidad de Buenos Aires, donde aún permanece. Rebitsch publica un libro en su país y algunos artículos en revistas científicas argentinas, legando una valiosa información que todavía resulta de gran utilidad para la ciencia.
En 1971 el Dr. Orlando Bravo, de Tucumán, junto al baquiano Celestino Alegre Rojas, que en años anteriores había descubierto el cementerio de la base del Llullaillaco, realizan exploraciones y excavaciones a 4.900 metros.
En el año 1974 Antonio Beorchia Nigris del Centro de Investigaciones Arqueológicas de Alta Montaña (CIADAM) localiza el cementerio y da a conocer al mundo científico los planos del mismo.
En los años 1983, 1984 y 1985 el antropólogo norteamericano Johan Reinhard, complementa las investigaciones de Rebitsch y los que le sucedieron, descubre un tambo a 5.200 metros y hace los planos de todas las estructuras conocidas. Publica toda esta información en varias revistas científicas. Reinhard deja planteado en su trabajo la importancia de la plataforma rectangular de la cumbre, manifestando la posibilidad que en la misma hubiera alguna ofrenda humana. Esta hipótesis fue el punto de partida de la expedición que organizara el investigador norteamericano en 1999.
El Dr Johan Reinhard había estudiado y recorrido minuciosamente el volcán Llullaillaco durante la década de 1980, donde planteara a modo de hipótesis la posible existencia de ofrendas humanas en la cima del volcán. Pasaron más de quince años desde su última visita al Llullaillaco hasta que consiguió, a fines de los ’90 un subsidio de National Geographic Society. Presentó su proyecto a la Dirección de Patrimonio Cultural de la Provincia de Salta, contando con la codirección del arqueólogo peruano José Antonio Chávez, con quien venía trabajando en Arequipa en el sur de Perú.
El proyecto fue aceptado por las autoridades provinciales, quienes declararon de Interés Provincial a la expedición y brindaron apoyo logístico, especialmente en lo que a la selección de los colaboradores se refiere, como así también los contactos con el Ejército Argentino que apoyó dicha expedición. Estas tareas fueron coordinadas por el entonces Director de Patrimonio Cultural y montañista Mario Lazarovich y quien escribe.
Tras realizar todos los preparativos que una expedición de tal magnitd requiere, finalmente, el viernes 26 de febrero de 1999, partió de la ciudad de Salta el equipo de investigación, bajo la dirección de Johan Reinhard, e integrado por Gordon Witsie (Fotógrafo Nacional Geographic Society), María Constanza Ceruti (arqueóloga argentina), los peruanos Rudy Perea, Jimmy Bouroncle, Orlando Jaen, Arcadio Mamaní, Ignacio Mamaní y Edgar Mamaní Beserra y los colaboradores de la Provincia de Salta Adriana Escobar, Sergio Lazarovich, Alejandro Lewis, Antonio Mercado y Christian Vitry.
El Ejército Argentino puso a disposición dos camiones unimog para el traslado del equipo y la gente al volcán Llullaillaco, a lo que se sumó una camioneta doble tracción que permaneció en la base del volcán durante toda la campaña.
Luego de hacer escalas en San Antonio de los Cobres, Salar de Pocitos, Tolar Grande, Socompa y cerca del volcán, el medio día del miércoles 3 de marzo se arribó al lugar donde se instaló el campamento base, a una altura de 4.900 metros.
El campo base estuvo en las inmediaciones del sitio arqueológico conocido como “Cementerio”, donde, en la década de 1970 se localizaron numerosos cuerpos.
El viaje no estuvo exento de contratiempos: los camiones recalentaban el motor y la escasez de agua de la zona transformaron esto en un verdadero problema, debiendo exigir los motores al mínimo o bien esperar a que se enfríen. Antes de llegar a Tolar Grande, un recipiente de gasoil se derramó sobre una caja de alimentos ocasionando una pérdida grave que fue difícil paliar en un ugar tan inhóspito y alejado de todo.
El alimento y el agua estaban calculados exactamente por persona y día, debiendo ser muy estrictos con las raciones. En el campamento base habían dos recipientes de 200 litros de agua, los cuales debían durar por lo menos una semana, hasta la instalación de los campamentos superiores donde había nieve para derretir.
Durante la primer semana se realizó, por una parte, el traslado de alimentos y herramientas a los campamentos intermedio (5.800 m) y de altura (6.600 m) hasta dejarlos completamente equipados. Por otra parte, se hizo el trabajo de relevamiento y registro de los sitios arqueológicos ubicados entre la base y la cima que en total suman siete.
El campamento estaba formado por varias carpas pequeñas, cada una de ellas para dos o tres personas y una carpa comedor donde entraba todo el equipo. En la grande, además de comer, el grupo se reunía y planificaba las actividades de la campaña. Había turnos rotativos para encargarse de la comida del día, la limpieza de la vajilla y el derretimiento de nieve para el abastecimiento de agua.
Se trasportaron dos garrafas de gas de 10 Kg para hacer funcionar un anafe de dos hornallas.
En cada campamento se ubicó un lugar específico y se construyó un pequeño pircado para que funcione como baño.
La comunicación entre los campamentos o grupos de trabajo se realizaba a través de radios de largo alcance. Se disponía, además, de un teléfono satelital para cualquier emergencia y para comunicarse con los familiares de los expedicionarios. Para recargar las pilas se trasportaron dos baterías de automóvil que eran alimentadas con un panel solar despleglable.
El miércoles 10 de marzo ya estaban todos los integrantes del equipo de investigación en el último campamento a 6.600 m. Las tareas realizadas los dos primeros días en la cima, consistieron en el relevamiento de todas las estructuras arqueológicas y una excavación en un pircado circular.
Los días 12 y 13 de marzo, se desató una tormenta que cubrió el campamento con medio metro de nieve, debiendo los expedicionarios suspender todas las actividades y permanecer en las carpas. En estos días se registraron temperaturas extremas de 37° C bajo cero. Sobre el particular, Reinhard comentó: “Las condiciones sólo aumentaron mi respeto por la hazaña de los incas, no sólo por haber excavado las tumbas, sino también construido estructuras a más de seis kilómetros de altura utilizando piedras encontradas en la cima de la montaña”
El domingo 14 de marzo cuatro integrantes del equipo descendimos para regresar a Salta, mientras el resto del grupo reiniciaba las actividades de registro y excavación en la plataforma ceremonial. Al día siguiente aparecieron tres figurillas de llamas, dos de concha marina y una de plata, constituyéndose en el primer hallazgo realizado en el lugar de ofrendas de la cima. Medio metro más abajo se encontraba el cuerpo del niño.
El miércoles 17 de marzo el peruano Arcadio Mamaní descubrió en el sector Sur de la plataforma el enterratorio del niño y su ajuar. Ese mismo día, pocos metros más al norte, el salteño Antonio Mercado y el peruano Ruddy Perea localizaron el cuerpo de la jovencita hoy conocida como la Doncella. El enterratorio de la niña del rayo fue descubierto dos días después por el peruano Orlando Jaen.
“Esto es increíble, gritó, y todos nos reunimos para ver que había encontrado una hilera de tocados de plumas multicolores, cuatro estatuas femeninas enterradas. Al seguir excavando hallamos un bulto revelador. Consternados, vimos que la envoltura exterior estaba calcinada: la descarga de un rayo había penetrado más de un metro en la tierra y alcanzado a la momia.” J. Reinhard.
El sábado 20 de marzo, concluyeron las excavaciones en la cima y los investigadores procedieron a rellenar los pozos y dejar el lugar como estaba antes de las excavaciones.
A través del teléfono satelital el Dr. Reinhard se comunicaba con el Director de Patrimonio Cultural de Salta, el arquitecto Mario Lazarovich, coordinando las acciones para el traslado adecuado de los cuerpos y ajuar a la ciudad de Salta.
El viernes 26 de marzo, luego de permanecer en la base del volcán durante un par de días realizando el acondicionamiento y catalogación inicial de los materiales, el grupo inició el regreso a la ciudad de Salta, a la que llegaron el día siguiente en horas de la noche. Esta expedición marcó un hito importante en la práctica arqueológica en la alta montaña, no sólo pro tratarse del hallazgo más alto del mundo, sino, fundamentalmente, por el estado de conservación de los restos hallados.
El volcán Llullaillaco y los bienes arqueológicos relacionados, forman parte de la historia y constituyen un hito social en nuestra región. A partir del hallazgo arqueológico, se movilizaron muchas comunidades, se crearon otras, surgieron caciques y shamanes genuinos y falsos, además, gran cantidad “opinólogos” y “criticólogos” que, con gran autoridad pero sin conocimiento del tema opinaron, juzgaron y sentenciaron a quienes, de una u otra manera, estuvieron relacionados con el hallazgo.
Una considerable cantidad de diletantes reaccionaron en contra del discurso científico, como de las evidencias y argumentos que lo sustentan. Sin fundamento racional, crearon historias y versiones sobre los niños del Llullaillaco y las causas de su muerte, difundiendo una imagen ideal e irreal acerca de los incas, quienes, en realidad, no fueron ni dioses ni demonios, solo humanos, con todo lo que ello implica, mostrando las máximas virtudes y los peores defectos de nuestra especie cuando detenta el poder.
A nuestra generación nos tocó ser partícipes de todo este proceso cultural. Muchos optaron por una cómoda posición de jueces y críticos, sin aportar nada, otros, en cambio, preferimos involucrarnos y, desde adentro, dar lo mejor de sí en función del cuidado, conservación e información científica de estos bienes arqueológicos. Seguramente cometimos y cometeremos errores, los cuales nos hacen crecer y aprender día a día. Quienes no hacen nada, están exentos de equivocarse. Las generaciones futuras, con sus renovados aportes, nuevas ideas y tecnología, darán otro impulso y perspectiva superadora a todo lo hecho hasta el presente.
Las visones y sentimientos encontrados son sumamente positivos y alentadores, fundamentalmente, debido a que, el tema en discusión, escapa a las frivolidades que nuestra cultura acostumbra a poner en escena. Además, aporta a favor del conocimiento general de la historia regional, crea o refuerza lazos identitarios en muchas comunidades e individuos, entre otros tantos elementos que se disparan a raíz de esta temática.
La historia de tres niños que dieron su vida por un fin religioso y la de los pueblos que integraron esa unidad política llamada Tawantinsuyu es apasionante y emotiva, como lo es también contemplar sus plácidos rostros e imaginar sus breves historias personales, cuyo desenlace se llevó a cabo en una de las montañas más elevadas de la cordillera de los Andes, muy cerca de su dorada deidad.
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