Después de tres años de desdicha, el 7 de septiembre de 2020, partió hacia la cordillera eterna el escalador y guía de montaña Gerardo “Chulengo” Lamuniere. Tenía 67 años y estaba cuadripléjico por un accidente vehicular que sufriera en agosto del 2017.
Para numerosos andinistas radicados en la zona del Parque Nacional Nahuel Huapi y también en la Argentina fue un referente en montaña y en filosofía de vida. “Partió un tipo generoso, rebelde desde la autenticidad y poderoso desde la posibilidad de motivar el pensamiento”, escribió en WhatsApp, al enterarse de su partida, el guía de montaña Nahuel Alonso.
Gerardo fue maestro de numerosos montañeses argentinos, muchos de ellos eximios escaladores y grandes alpinistas, como Sebastián de la Cruz, sin ir más lejos. “El Chule”, como lo llamaban sus amigos y conocidos, supo transmitir una forma de incursionar en la montaña y transitar por la vida que podrá o no ser compartida, pero fue auténtica y positiva. Supo demostrar que se puede ser irreverente, anarquista y solidario. Pues si en algo hay consenso sobre el Chule es que fue un buen tipo. Y prueba de ello son las decenas de personas que lo acompañaron en su larga convalecencia.
Video:
Gerardo "Chulengo" Lamuniere en el curso de escalada en hielo en el Tronador por el CAB
Autor: Marcos Couch
Edición: Cecilia Davidek
Recopilación de fotos y videos sobre la vida de Gerardo “ CHULENGO “ Lamuniere
Realización: Ronald "Roni" Monrás
Nació el 01 de diciembre de 1953 en el seno de una familia de montañeses estrechamente vinculados al Club Andino Bariloche (CAB). Participo de su Escuela Juvenil y se formó como un hombre de montaña. Otto Meiling y Carlos Sonntag, fueron algunos de sus maestros. Con el CAB realizó las primeras escaladas y expediciones en montaña, entre ellas al Hielo Azul (El Bolsón) y al Hielo patagónico (en El Chaltén, cuando el pueblo no existía ni como proyecto)
Promediando la década del 70, junto a su amigo Félix González Bonorino, (y posteriormente su hermano menor Andi), obtuvo la concesión del refugio San Martín, a orillas del lago Jakob, donde cristalizó su forma de ver y vivir en montaña. Escalada y rock and roll fueron las consignas.
En 1981 obtuvo el diploma de Instructor Nacional de Escalada en Roca y Hielo y en 1983 fue nombrado Guía de Alta Montaña. Además de trabajar durante los veranos en el refugio comenzó a guiar y a dictar cursos de escalada. Pelo largo, barba tupida, calzar siempre ojotas y manejar una camioneta destartalada… fueron distintivos de su marca. Su eterna sonrisa, su buen humor y la contagiosa alegría de vivir fueron complementos admirables del rudo hombre de montaña.
Su refugio y la necesidad de trabajar para lograr el sustento diario obstaculizaron permanentemente su participación en expediciones y escaladas. En los años 80 concurrió al Aconcagua, a Patagonia y a la Pared Sur del Mercedario. Pero generalmente tenía poco tiempo. Y pocas veces alcanzó las cumbres. Siempre priorizó las responsabilidades y no dudo en regresar para cumplir con los compromisos acordados. Ser libre… eso siempre!!! Pero también sabía respetar la palabra que había dado.
En 1983 participó activamente en la creación de la Asociación Argentina de Guías de Montaña (AAGM) y es uno de sus ocho fundadores. Pero constató que era muy difícil vivir de la montaña y promediando la década del 80 dejó el refugio y comenzó a trabajar en el volteo de árboles grandes, una tarea también muy común entre escaladores. Con Gladis Rey formó familia, fue padre de Diderik y Lucía, y también de Nadir, hijo de Gladis. Construyó su casa sobre la ladera norte del cerro Otto, en medio del bosque, donde sólo se podía acceder caminando o en 4x4.
En el volteo de árboles participó su amigo Sebastián de la Cruz, que se convirtió en socio y junto a quien, y a los hermanos Osvaldo y Gabriel Rapoport iniciaron la incursión hacia al valle del Turbio (Chubut) un futuro paraíso de escalada en roca y esquí de travesía. Consolidaron las picadas y emplazaron dos albergues. Uno de ellos, lleva su nombre: “Refugio Chule”. A este emprendimiento destinaron muchísimas horas, días y meses de su vida. Trabajaron con pasión, con alegría y convicción, como sucede con la mayoría de las cosas que se hacen en la montaña. Pero además invirtieron muchísimo dinero (todo el que tenían), ya que numerosos materiales tuvieron que ser trasladados en helicóptero.
El Chule fue un entusiasta colaborador en la organización de las primeras competencias de escalada en roca que se llevaron a cabo en Argentina. Los Rock Master Frey comenzaron en 1988, en las paredes aledañas al refugio Emilio Frey, y Chulengo junto a Mariano Lynch, fueron dos de sus impulsores.
Al realizarse las competencias en roca natural la ruta debía demarcarse con pintura al agua y la dificultad de las mismas aumentaba a medida que se acercaban las finales. El espíritu que primó fue el de compartir la escalada y si bien algunos querían ganar la mayoría participaba para escalar y disfrutar de la montaña.
Las rutas tenían un tiempo máximo y Mariano y Chulengo fueron los encargados de controlarlo con el reloj y eventualmente también se encargaban observar alguna mala maniobra del escalador.
El ganador de la primera edición fue Rolando Garibotti quien en lo sucesivo se encargó de elegir y equipar las vías utilizadas en las rondas clasificatorias, la semifinal y la final. Llegaron a participar escaladores de varias provincias argentinas y también del exterior. Una época de gran compañerismo en montaña que finalizó cuando la escalada deportiva comenzó a practicarse en gimnasio cerrados. Allí la onda cambió y la escalada se convirtió en un deporte.
Sin duda los tres largos años que el Chule permaneció postrado, inmóvil y totalmente dependiente de asistencia permanecerán por siempre en la memoria de quienes cada tanto lo visitábamos. Un contraste terrible para alguien que siempre fue independiente, autosuficiente y autónomo. Resistió por su gran fortaleza física y la asistencia continua del sistema público de salud.
Gerardo Lamuniere es el segundo socio fundador de la AAGM en partir hacia las montañas eternas. Acompaña a Pablo Cottescu, quien abandonó este mundo a fines de agosto del 2016, también después de una larga agonía e internado en el sanatorio San Carlos.
Gerardo Lamuniere será cremado. Fue su deseo. Y sus cenizas serán esparcidas por las montañas del Parque Nacional Nahuel Huapi cuando se supere la pandemia del coronavirus.
Adiós Chule! Tu legado indica que te debemos recordar con alegría, con compromiso y respecto hacia la naturaleza. Lo haremos cuando subamos al Jakob, pero también en otras montañas de la Cordillera de Los Andes. En la AAGM siempre estarás presente. Para los montañeses los compañeros no mueren, solo se ausentan.
Me vienen a la mente tantos buenos recuerdos del Chule, desde los inicios de nuestros caminos en la montaña, y si debo resumirlo en una palabra diría, Respeto, porque se lo había ganado en todos los que lo conocieron, con su simpatia, generosidad, enseñanza y forma de vida. Hicimos varios cursos y expediciones juntos, tuvimos momentos lindos y también difíciles, como cuando se nos rompió y cayó una cornisa de hielo en la Cordillera de Huayhuash, fue el primero en preguntar si estabamos bien, dispuesto a ayudar y hacer alguna broma, para reponernos del susto. También en la pared Sur del Mercedario fue junto a Mariano Lynch quién nos vino a hidratarnos a la base de la pared luego de 3 días de escalada.
En los cursos de hielo en Tronador, siempre fue un animador pues tenía el don de la docencia y daba gran seguridad a los alumnos, de hecho el CABA, lo elegía siempre entre sus instructores.
Fue, es y será una influencia de los jóvenes que se acerquen a la Montaña, una verdadera alma de diamante, le doy las gracias por haber compartido tramos de su vida.
Un viernes 18 de agosto de 2017, cuando se despistó la Toyota Carolla en que viajaba rumbo a la provincia de Buenos Aires. El rodado volcó en la ruta nacional 152, cerca de General Acha, y de los tres ocupantes el único que sufrió lesiones graves fue el Chule.
Fue trasladado inicialmente al hospital de Santa Rosa y posteriormente derivado en un vuelo sanitario hacia Bariloche, donde permaneció más de un año en terapia intensiva del Hospital Zonal. Tenía cuadriplejía, y si bien podía mover levemente los brazos, pero no sus manos, el problema fue irreversible. En noviembre del 2019 se mudó a una sala de enfermería, construida junto a la vivienda de su padre, Andrés Lamuniere, quien tenía 97 años. Los tres largos años que el Chule permaneció postrado, inmóvil y totalmente dependiente de asistencia, permanecerán por siempre en la memoria de todos.
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