“Escribir sobre montañas es sumarse a un ya largo acto de gratitud hacia esos escenarios y prolongar la invitación a su descubrimiento”
Julius Kugy
En varias oportunidades, habremos escuchado sobre lo saludable que es realizar acercamientos o actividades en el ámbito natural. Y, particularmente, en ambientes de sierras o de cadenas montañosas, con todo lo que ello implica: altitud, material rocoso, vertientes fluviales, etc.
Ned Morgan, editor de la revista canadiense Mountain Life, publicó en 2019 un libro titulado” En las montañas”. Los beneficios de pasar cierto tiempo en altitud para la salud y el bienestar. Morgan, quien además publicó varios artículos en los últimos años relativos al vínculo montaña-bienestar, nos invita a conocer, desde fundamentaciones científicas recientes, lo propicio del contacto con la naturaleza (y con la montaña en particular) para una salud física y mental adecuada. Ahora bien, vayamos hacia esos registros.
Ya en el siglo XVIII, podemos encontrar manifestaciones diversas sobre aspectos positivos que nos brinda el ambiente montañoso. El mismo poeta británico William Blake (1757-1827) decía que “los grandes logros ocurren cuando se encuentran los hombres y las montañas”, y que esto “no se consigue caminando a empujones por las calles”. Pero, en relación a la función que opera en el ámbito de montaña para la salud del individuo, en lo referente a su autoconocimiento y a la introspección, Ned Morgan recoge una expresión del gran montañista Reinhold Messner luego de hacer la cima del Everest sin oxígeno en 1978.
Messner, al comparar su ascenso con el que realizó Hillary en 1953, explicó: “Su ambición (la de Edmund Hillary) era conseguir llegar a la cumbre. La mía era una aventura hacia la introspección espiritual y ética. Ambos lo conseguimos. Hillary con su cima, y yo con una nueva medida de mí mismo”. Pareciera que con arrostro, con entusiasmo, adentrándose en la naturaleza, en el ámbito de montaña, y frente a los obstáculos, a veces, ocurre cierta disipación de uno que, al mismo tiempo, permite reconocernos en ella. Bajo esa órbita natural, es posible un camino vivencial de autoconocimiento que, de no haberse estado en ese sitio y bajo las circunstancias que ello conlleva, no hubiese ocurrido.
Asimismo, Morgan nos presenta algunos avances científicos en torno al tránsito en altura, y sobre la relación entre la obesidad y la altitud. De esta manera, se nos informa que ya algunos investigadores han establecido una relación entre una mayor altitud y la reducción de la obesidad. “En un estudio realizado a unos 10000 miembros de las fuerzas armadas y la fuerza aérea de Estados Unidos, se hizo un seguimiento de los sujetos durante varios años, cuando eran trasladados a bases situadas a distintas altitudes. El personal que vivía a más de 1950 msnm presentaba un 40% menos de probabilidad de ser obeso que sus colegas por debajo de los 975 msnm. Un mayor consumo calórico de ejercicio realizado a gran altitud, donde los pulmones y el torrente sanguíneo tienen un menor acceso al oxígeno, puede ser el motivo de la discrepancia.
Otra posibilidad es que las personas experimenten una reducción del apetito en altitud, debido al incremento resultante en los niveles de leptina, una hormona que podría reducir la necesidad de comer en exceso”. Por otro lado, se ha estimado que los efectos beneficiosos que permite un entorno natural son múltiples: menor frecuencia cardíaca, menor tensión arterial, concentraciones reducidas de cortisol (la hormona del estrés), mayor actividad del sistema nervioso parasimpático (sistema de descanso y digestión), reducción de la actividad del sistema nervioso simpático (sistema de lucha o huida), reducción de la actividad cerebral, relajación fisiológica, etc. En este sentido, Morgan afirma que “el ejercicio moderado en la naturaleza puede hacer que el cuerpo pase a un estado de relajación profunda pero activa, o el modo de “descanso y digestión”, lo contrario a la “lucha o huida”. Este último es una respuesta al estrés, cuando el cuerpo considera temporalmente que el sistema inmunitario no es esencial y lo reduce.
En un entorno natural que consideramos seguro, este modo de “descanso y digestión” dirige la mayor parte de los recursos de nuestro organismo a la inmunidad. El tiempo que pasamos en la naturaleza favorece la actividad de nuestro sistema nervioso parasimpático, nuestro ritmo cardíaco se modera y nuestro organismo repara la musculatura y produce hormonas o neurotransmisores tranquilizadores, que envía al torrente sanguíneo. En última instancia, todos estos procesos reparadores nos preparan para un mejor sueño al final del día” (mejora la función inmune y el sueño).
De la misma manera, estudios de psicología medioambiental establecen una clara conexión entre el tiempo que se pasa en un espacio natural -como las montañas- y la reducción del estrés. En relación a ello, y a la soledad y a la paz que permite cierta experiencia contemplativa en la montaña, Adam Chicco, profesor asociado al Departamento de Ciencias Biomédicas de Colorado State University, comenta: “Supongo que nuestra atracción por los elevados entornos montañosos se deriva de un deseo primitivo de sentirnos seguros y en ventaja sobre nuestros competidores, mirando desde arriba hacia abajo, con vistas sobre un amplio e imponente terreno desde una posición relativa de libertad y fuerza.
En un sentido más moderno, la majestuosidad de las montañas nos inspira a explorar y a desafiarnos a nosotros mismos, quizá para captar una parte de su grandeza o descubrirla en nosotros mismos. De hecho, creo que la soledad y la paz que se consigue al llegar a estos lugares es la clave de su atractivo y de la experiencia contemplativa que con frecuencia alcanzamos en ellos”. Sobre estos paisajes, ya el filósofo y político irlandés del siglo XVIII, Edmund Burke hablaba en términos de los beneficios que traía aparejado la experimentación de lo sublime, haciendo alusión a la noción de vastedad (grandeza de dimensiones) al contemplar rocas y montañas.
En su libro, Morgan hace alusión a la capacidad de asombro que genera el tránsito en la naturaleza y cómo esa emoción actúa en nuestra percepción de la temporalidad: ocurriendo una orientación más hacia el presente (desenvolviéndose un tiempo en expansión), permitiendo ánimos de creatividad ocurrente. La relación naturaleza-asombro-tiempo se expresa en que “la sensación de asombro expande el tiempo porque te mantiene en el presente, sin permitirte viajar al pasado o al futuro” y, asimismo, “alimenta la creatividad vivencial”.
Quizá por ello los escandinavos promuevan lo que ellos denominan el Friluftsliv, es decir, “vivir al aire libre”: noción popularizada en 1850 por Henrik Ibsen, para determinar la importancia de pasar tiempo al aire libre en contacto con la naturaleza (alcanzar un bienestar emocional y físico). Los daneses también habían hecho popular el hygge, haciendo alusión al detenimiento observacional y/o perceptivo general en el trato con objetos o meros momentos dentro del hogar (principalmente en épocas invernales en donde uno debe permanecer mucho tiempo indoor): disfrutar del detalle y de lo simple, en una temporalidad expansiva en un tiempo presente, sin aceleración forzada del mismo.
Frente a los beneficios saludables que la naturaleza y la montaña nos ofrecen, Ned Morgan, a su vez, invita a transitar procesos de meditación en el entorno natural, fundamentalmente en la montaña. Y nos dice que la meditación en la montaña estimula la producción de serotonina (hormona de la felicidad). Existe un tránsito amable entre el entorno natural y la relajación, proporcionado por actividades que favorecen el bienestar. Morgan nos explica que, en primer lugar, “el entorno natural, en contraposición a uno urbano, reduce el ritmo cardíaco, así como la presión arterial, y la liberación de hormonas como el cortisol, asociado al estrés”. Pero, a su vez, podemos desarrollar actividades en este ambiente que colaboran con un más profundo bienestar. Una de estas actividades es el mindfulness. Para Morgan, “el mindfulness consiste en sentirse del todo consciente del momento en el que nos encontramos.
La mayoría de nosotros pasa más tiempo mentalmente en el pasado o en el futuro que en el presente, y nos perdemos muchas cosas por no estar en el presente. La práctica del mindfulness consiste en realizar una decisión consciente para prestar atención en el aquí y el ahora, y hacerlo sin juzgar -eliminando los infinitos juicios que hacemos sobre nosotros mismos, sobre los otros y las cosas que nos rodean”.
Además de los beneficios mencionados relativos a las actividades que favorecen el bienestar, “el mindfulness puede disminuir la sensación de ansiedad y la depresión, y puede ayudar a superar el abuso de sustancias tóxicas. Puede reducir la distracción y la rumiación, favorece las emociones positivas y la autoestima y mejora la calidad de vida (...), potencia la concentración, la memoria y la función cognitiva”.
Rodolfo Martín Reynoso (Licenciado y Profesor en Psicología, Magister en salud materno infantil e Instructor de mindfulness) suele colaborar en forma recurrente con notas en el diario Clarín sobre distintas implementaciones de la práctica de mindfulness para diferentes espacios y situaciones de nuestra vida cotidiana. Una de sus últimas publicaciones en este diario data del 27-01-22.
Sin embargo, tomamos nota sobre lo que Bárbara Peremateu, Maestra de Reiki Usui, nos dice al respecto: “La Meditación o -más conocida hoy como- “Mindfulness” es una técnica ancestral. Sus beneficios sobre la salud emocional y espiritual y, por lo tanto, física-mental, han sido comprobados científicamente por innumerables estudios a lo largo de las últimas décadas. Es una práctica sencilla y económica que sólo requiere predisposición. Se puede llevar a cabo en cualquier lugar y en cualquier momento. Y, como está basada en el trabajo de la respiración, nos asegura una conexión directa con todos nuestros sentidos. Estos últimos son la puerta de entrada a nuevas experiencias y sensaciones que nos hacen vibrar y elevar nuestra energía a niveles aún no conocidos por muchas personas.
Ahora bien, ¿qué pasa si yo practico esta técnica en la inmensidad que me rodea cuando hago cumbre? O ¿Qué pasa si medito a orillas del mar en una playa desierta al amanecer? El beneficio es aún mayor porque la naturaleza nos ayuda a sanar con más potencia y velocidad. Todos nuestros sentidos se agudizan más, permitiéndonos una fusión con todo aquello que nos rodea y que tiene altísimos niveles de vibración.
Nosotros somos parte de esa naturaleza, por lo tanto, nuestras células comenzarán a vibrar en sintonía. Es un verdadero viaje al interior de nuestro ser. Es un desafío que no muchos se animan a enfrentar ya que nos exige dejar nuestra mochila, nuestra zona de confort y largarnos a caminar livianos. Aquel que verdaderamente decida acallar su mente, apartar su ego y sumergirse por un momento en su interior es un valiente y verdadero aventurero”.
Cabe recordar que el mindfulness tuvo una gran difusión a partir de la investigación y divulgación proporcionada por el hoy profesor emérito en Medicina de la Massachusetts University Medical School, Jon Kabat-Zinn, nacido en 1944. Su interés por distintas prácticas relativas al yoga, al zen, y, por propuestas de diferentes maestros budistas, lo llevó a crear una técnica de reducción del estrés basada en la atención plena (mindfulness meditation). Por otro lado, es importante destacar que Kabat-Zinn, en su exposición sobre la práctica del mindfulness, establece distintas referencias al ámbito outdoor: meditación de montaña, meditación del lago, meditación del árbol, meditación andante, meditación en la naturaleza, la metáfora del monte análogo, el sentarse junto al fuego, etc.
También, la práctica del mindfulness, según Kabat-Zinn, debe introducirnos en el desarrollo de cierta singularidad y talidad: permitirnos procesar una instancia de autoconocimiento o autopercepción, reconociendo nuestras manifestaciones y aceptando nuestra particularidad y expresión de ser tal cosa -y no otra. Esto último quizá puede alcanzarse desde ciertos aspectos referidos a la soledad, el silencio, el aislamiento y la posibilidad de amplia contemplación que genera el ambiente de montaña.
Por lo tanto, frente a todas estas características descritas en torno a la meditación -y en especial al mindfulness- en relación con la naturaleza, pareciera que el ámbito de montaña genera una atmósfera más adecuada para toda práctica meditativa. Las españolas Elsa Punset (filósofa y divulgadora científica) y Ximena Duque Valencia (entrenadora en desarrollo personal) también hicieron referencia a ello en los últimos años.
Ximena Duque Valencia nos dice, en su artículo “Cinco beneficios de meditar en la montaña” (12/8/2020): “cuando meditamos, estamos imitando el silencio y la tranquilidad de lugares (reales o ficticios) que nos generan paz y tranquilidad. Entre ellos se encuentran las montañas y sus cumbres, enclaves inhóspitos pero a la vez mágicos y cargados de belleza, a los que se accede no sin antes haberse ganado el derecho con una buena caminata”.
Asimismo, confirma que la montaña provee “un clima salvaje y puro que tiene unos efectos muy positivos sobre nuestra mente y pensamientos. Sin darnos cuenta, y como si de una contradicción se tratara, todos nuestros sentidos se relajan pero a la vez se activan, dejando que estos pensamientos positivos fluyan por nuestro cuerpo”. Para Duque Valencia, los cinco aspectos positivos de meditar en la montaña son que: 1. Se reducen drásticamente los niveles de estrés, ansiedad y depresión; 2. Ayuda a ver la vida con positividad; 3. Mejora la capacidad de resolver problemas; 4. Consigue eliminar malos hábitos psicológicos; 5. Despierta todos nuestros sentidos.
En cierta manera, la cuestión referida a dar cuenta del tiempo presente -como bien hizo alusión Ned Morgan en relación a la naturaleza y el asombro- también es rescatada en la práctica del mindfulness a partir de la atención plena: considerar, desde una distancia posible, el suceso de pensamientos, emociones, sensaciones e imágenes que transitan en el momento presente. Y para ello, es preciso también administrar cierta capacidad de “dejar de hacer”: es decir, dejar de cumplir con las actividades a las que comúnmente estamos acostumbrados en nuestra cotidianeidad, para dedicarle un tiempo a la meditación, a la atención plena del presente -enfocarse en un no-hacer (en una no-acción de) lo que convencionalmente se nos solicita.
Kabat-Zinn nos dice que “si nos sentamos a meditar, aunque sea un momento, será un momento para la no acción. (...) Quizá tales momentos de no acción sean el mayor regalo que uno puede hacerse a sí mismo”. La misma paradoja de la no acción que surge desde esta visión se expresa en el hecho de que “la única forma de poder hacer algo de valor es permitir que el esfuerzo surja de la no acción y dejar de preocuparnos por si será útil o no”.
El mismo Kabat-Zinn considera que la práctica de la no acción no tiene que ver con la indolencia o la pasividad: “Cultivar la no acción requiere un gran coraje y una gran energía, tanto en la quietud como en la acción. Y, con todo lo que tenemos que hacer en nuestras vidas, tampoco resulta fácil reservar un tiempo especial para dedicarlo a la no acción y mantenerlo”. Esta práctica, con experiencia permitirá desenvolver una capacidad que favorezca la ejecución de una acción que se despliegue más allá de toda técnica, más allá de todo esfuerzo, más allá de todo pensamiento. Entonces la acción se convierte en una expresión pura del arte, de ser, de soltar toda acción: una fusión de mente y cuerpo en movimiento”.
Esta característica de la no acción remite, a su vez, a cierta emanación estética por parte del agente. La no acción, el parar, el perder el tiempo... Ya lo decía el poeta portugués Fernando Pessoa (1888-1935): “el perder el tiempo comporta una estética”.
El artista plástico argentino Jorge Pirozzi también hace referencia a este concepto al sostener la importancia de “perder tiempo en relación a lo eterno”; el mismo poeta lanusense Adrián Dárgelos (vocalista del grupo de rock Babasónicos) es un claro defensor del “perder tiempo”. La no acción, el parar de hacer, el perder tiempo, pareciera que nos colocan en el plano de lo no útil, según los parámetros sociales vigentes del sistema capitalista burgués moderno. ¿Acaso el escalador y montañista francés Lionel Terray ya en la década de los 60 del siglo XX no figuraba sus prácticas en la montaña como algo inútil, e incluso haciendo alusión a ello dando por título Los conquistadores de lo inútil a su obra autobiográfica?
Pareciera ser que lo inútil es necesario para nuestra salud y vida: lo inútil como algo preciso para el cultivo de la belleza y el bienestar. El educador y literato calabrés Nuccio Ordine, en los últimos años, también realiza un rescate de esta noción al hablar de la utilidad de lo inútil. En relación a las actividades en montaña, como bien lo expresó en su momento Terray: ¿no es algo inútil exponerse a semejantes riesgos de escalada y ascenso cuando abordamos una actividad montañista? Pero, asimismo, necesario.
¿Has experimentado el arrobamiento del sonido del arroyo? Desarrollo del proceso de absorción en donde uno se traslada atentamente a una idea, imagen o pensamiento y por unos minutos el sonido del arroyo desaparece; volviendo a dar cuenta de él al momento en que nos retiramos de la imagen o pensamiento -el arroyo como puente o medio de traslación hacia esa instancia de atención plena: una instancia de relajación y bondad. Y no nos equivoquemos, el ambiente de montaña, como espacio de práctica de mindfulness, se expresa como nuevo canal para permitirnos pensar un nuevo paradigma sustentable, una nueva civilización.
El teólogo brasilero Leonardo Boff se encuentra pensando desde hace décadas sobre estas cuestiones, y colabora en la difusión de distintos modos alternativos de vida, entre ellos, el del pueblo aymara. Según él, la sabiduría aymara resume en estos valores el sentido del buen vivir: saber comer (alimentos sanos); saber beber (dando siempre un poco a la Pachamama); saber danzar (entrar en una relación cósmica-telúrica); saber dormir (con la cabeza hacia el norte y los pies hacia el sur); saber trabajar (no considerando al trabajo como una carga sino como autorrealización); saber meditar (reservar tiempos de silencio para la introspección); saber pensar (más con el corazón que con la cabeza); saber amar y ser amado (mantener la reciprocidad); saber escuchar (no solo con el oído sino con todo el cuerpo, pues todos los seres envían mensajes); saber hablar bien (hablar de manera constructiva, llegando así al corazón del interlocutor); saber soñar (todo comienza con el sueño creando un proyecto de vida); saber caminar (nunca caminamos solos, sino con el viento y el Sol y acompañados por nuestros ancestros); saber dar y recibir (la vida surge de la interacción de muchas fuerzas, y por eso el dar y el recibir, el agradecer y el bendecir, deben ser recíprocos).
Estos comportamientos se expresan desde cierta práctica de la inteligencia emocional y cordial, según Boff. Kabat-Zinn invita también a desenvolver una meditación de la bondad amorosa. Según él: “el dolor de los demás resuena en nosotros porque estamos interconectados. Al ser un todo y formar parte al mismo tiempo de un todo mayor, podemos transformar el mundo transformándonos nosotros mismos. Si en este instante me convierto en un foco de amor y de bondad, aunque sea quizá de una manera modesta pero en absoluto insignificante, el mundo tiene ahora un foco de amor y bondad del que carecía en el instante anterior. Esto me beneficia a mí y beneficia a los demás”.
Junto a ello, el naturalista norteamericano John Muir (1838-1914) hablaba de que aumenta el amor por las personas distantes que se encuentran en la ciudad, mientras nos encontramos en zonas aisladas, de montaña. Parece que incluso el ambiente montañoso nos predispone emocional y sentimentalmente a ello: a manifestar una bondad y cordialidad innata. Y todo ello, según Muir, nos permite desenvolver una libertad sin tiempo: “uno se siente absorbido y lanzado más allá sin que se sepa hacia dónde. La vida no parece ni larga ni corta, y no hacemos más esfuerzo por ganar tiempo o apresurarnos que los árboles y las estrellas.
Esta es la verdadera libertad”. El presente expandido del cual ya hablamos. Lo cual, según Muir, permite distanciarnos de las almas citadinas, aquellas “almas dormidas, asfixiadas y nubladas por problemas y placeres mezquinos”, y proporcionarnos una “salud genuina, natural y plenamente consciente”. Esto, producto de la relación molecular-universal: “Si queremos extraer algo y observarlo por sí mismo, nos damos cuenta de que se encuentra ligado a todo el resto del universo. Uno piensa entonces que en cada cristal y célula ha de latir un corazón como el que late en nosotros, y le entran deseos de pararse a hablar con las plantas y los animales como si fueran camaradas montañeros.
Cuanto más avanza y asciende uno, se hace más evidente que la Naturaleza es un poeta, un trabajador entusiasta, por cuanto las montañas son fuentes, lugares donde todo comienza, sea cual sea su vínculo con las otras fuentes más allá del entendimiento de los mortales”. La naturaleza creadora y destructiva; en ella no hay soledad porque siempre se encuentra presenta la compañía natural: “qué generosa es la naturaleza construyendo, demoliendo, creando, destruyendo, persiguiendo cada partícula de materia de una forma a otra, siempre cambiante, siempre hermosa”.
Todo cambia y se modifica: la materia, las vibraciones y las emociones -uno puede pensar en la meteorología de altitud andina, siendo similar a las emociones humanas: nunca se sabe qué estado sucede a otro ni por cuánto tiempo. Hasta incluso, la natura y las montañas adoptan, según Muir, un tono religioso: “en los mejores momentos de nuestra vida, todo se convierte en religión, el mundo entero parece una iglesia y las montañas altares”.
El mismo escalador Eugen Guido Lammer (1863-1945) dice: “¿Qué es entonces lo que siente allá el alma pensativa, que aunque no con conocimiento exacto, sino como un presentimiento misterioso, se levanta de las profundidades de un caos psicológico? No puedo expresarlo con palabras exactas; solo puedo reproducir balbuceando lo que pasa por mi alma como una vibración: es una sensación pura, un sentimiento, por decir así, inmediato de lo infinito, de lo eterno, de lo divino. Las catedrales de nieve son para mí iglesias sublimes, lugares santos. En ellas se abre un imperio de belleza, de una belleza austera y áspera, pero majestuosa, cuyo casto esplendor virginal obra purificando; de cuyos cuadros sublimes queda impresionado de modo inolvidable el espectador atónito”.
En fin, naturaleza, montaña, meditación, mindfulness, bondad, cordialidad, libertad, universo, religión, y muchas otras expresiones más que se entretejen y diseñan una urdimbre de bienestar y salud humana.
El bienestar que genera la participación en áreas naturales y en zonas montañosas pareciera evidente. Asimismo, la meditación en general, y el mindfulness en particular, en el ambiente de montaña, permiten una práctica de relajación con ingredientes diferentes.
Los distintos tipos de meditación, como por ejemplo el del andar, que hacen referencia al paseo, posibilitan vincular a esta práctica con ciertas costumbres de varios escritores que trataron la cuestión del paseo como: Robert Walser, Edgardo Scott, Henry D. Thoreau, Ralph W. Emerson, Walt Whitman, Robert L. Stevenson, William Hazlitt, etc...
Incluso, el “perder el tiempo” también puede analizarse desde cierta filosofía ambiental y ecosofías cuando, por ejemplo, se hace referencia al consumo ético. Adela Cortina (especialista en ética práctica) nos dice que este consumo debe ser felicitante, acercándonos al tema de las diferencias entre nivel de vida y calidad de vida. Ella sostiene que una felicidad basada en motivaciones como el afán de novedad o de emulación a través de la adquisición de bienes de consumo, resulta inalcanzable. Por lo tanto, sugiere sustituir ese tipo de consumo inmediatista por actividades que sean felicitantes por sí mismas, como pasear, cultivar amistades, pasar el tiempo con la familia, leer, escuchar música.
Hasta podríamos hablar sobre estas cuestiones desde cierto plano estético, como ya lo hicimos anteriormente, aludiendo al mismo E. Burke, en relación al gusto y a la atención constante: “se sabe que el gusto (cualquiera que sea) mejora, exactamente en la misma medida que mejoramos nuestro juicio, ampliando nuestro conocimiento, mediante una atención constante hacia nuestro objeto, y mediante un ejercicio frecuente”. Nuevamente, el detenerse, el mantenerse en el presente atendiendo plenamente.
Ahora bien, en vista de estos aportes, no sólo lo ético y lo estético se entrecruzan en estos prácticas: sino también, lógicamente (y no tan lógicamente), lo político. Y haciendo un foco mayor en el área de montaña, parece que en esos momentos que transitamos el monte, para el homo montanus no hay tiempo ni espacio sino una dimensión eterna, universal. La connotación de varias nociones deberían ser revisadas o puestas en consideración. Pues, el día en la montaña se ve afectado de otra forma con intensidad vitalista y los bosques adquieren un grado de liturgia más poderosa que cualquier salmo ¿Existencialidad tribal pre-colombina en América y pre-románica en Europa? Incluso bajo la relación con la Naturaleza en forma de don: una especie de comportamiento glorioso (a diferencia del utilitario) en clave potlatch.
Bajo otro orden de entendimiento, se registra la soledad y la pobreza de materiales. Se piensa suelto, en forma alegremente esperanzadora viviendo el presente y obteniendo ventajas de cada accidente, apreciando las realidades obvias que son las más difíciles de ver. Gobierna la contemplación y el abandono de tarea. La vida opera como diversión siempre aportando cosas nuevas. Se forja una aristocracia natural e influyente. Una vida con amplio margen. Una mezcla de inclinación hacia lo superior-divino, y hacia lo salvaje-primitivo. Un instinto que nos dirige hacia la deidad satírica-fáunica y hacia lo animal-bestial. Todo este tipo de actividades de exposición, de limitaciones, en montaña, pueden considerarse ‘inútiles’, ‘innecesarias’. Ya se ha hablado largo y tendido sobre ello, pero intentemos pensar un poco más -aquí y ahora.
Cuando el 20% de la población mundial consume el 80% de lo que se produce ¿Dónde encontramos tanta inutilidad sino en esta ecuación contradictoria y absurdamente restrictiva? Hay que re-significar entonces lo que comúnmente se denomina ‘útil’ -generalmente vinculado con lo ‘práctico’ bajo una lógica comercial y utilitariamente mercantilista en el sentido más perverso de esta palabra: el del lucro a toda costa. Bajo esta lógica, en lo inútil -lo que demora, la necedad, lo que opera por fuera de lo técnicamente establecido, lo que no genera capital- se expone el fracaso en la vida. Pero ese ‘fracaso’ no deja de ser una teatralización del agente con respecto al fracaso/desprecio de la inducida e insidiosa vida burguesa a la que se nos impele a transitar -en nuestro fracaso, exponemos, sin miedo y con valor-valía, el rechazo y fracaso de la propia vida burguesa/capitalista.
Nos reímos del estúpido ser humano que se ordena bajo los parámetros de un régimen socio-político que despedaza al planeta. Pues lo bello (inútil) -configuración de lo espiritual- debe ser más valioso que lo capitalizadamente material (útil) sino defenderíamos la deforestación de bosques, selvas, montes para plantar soja o eucaliptos, utilizados en la industria del papel.
Con el arte del humor, nos defendemos de la obtusa tranquila desesperación burguesa. Nos reímos de ese contraste de dos mundos en los cuales vivenciamos. Se entiende que la Naturaleza no pide nada, ni nosotros debemos pedirle nada a ella. Es un vínculo gratuito, desinteresado. Dirigirse a los bosques, valles, montañas no refiere a un traslado para que allí se nos brinden las respuestas que en nuestra domesticidad cotidiana no sabemos brindarnos.
La naturaleza no pregunta ni responde sobre lo que los mortales plantean. En la naturaleza gobierna lo eterno, lo gratuito, lo desinteresado. En todo caso, nuestra visita allí permite emerger cuestionamientos trascendentales dirigidos por el ‘por qué’, consultando si lo que importa es sólo la mecanización de una vida doméstica o el placentero lúdico juego fílmico que circula en la propia mente y al cual únicamente rindes pleitesía. Por eso, en las distintas actividades practicadas en el ámbito silvestre, en donde podemos certificar nuestros propios límites sobrepasados, la verdad se antepone al amor, la fama y el dinero.
La curiositas, transportadora hacia la divinitas, parte del ánimo de búsqueda, de la inquietud irresponsable por un apareamiento inacabado con un estado de libertad. La montaña no es la revelación en sí; uno va a la montaña para ser alcanzado por alguna revelación que en todo caso surge, sin más. El mismo Lammer lo sostenía: “No son las montañas las que queréis conocer, sino a vosotros mismos, el tesoro inmenso de sentimientos y rasgos y carácter que habrían quedado ignorados e inutilizados en vuestra alma. Para descubriros a vosotros mismos es para lo que escaláis las cumbres. En el fondo lo que os importa no es tal o cual ‘problema alpino’, una determinada pared o chimenea sino, gracias a todo esto, aumentar vuestro propio acopio de recuerdos. No es la belleza objetiva de la Naturaleza lo que buscáis -¿acaso no pasáis con frecuencia indiferentes junto a ella cuando viajáis en ferrocarril?-, sino esa mezcla, amarga y dulce a la vez, formada por tantas impresiones de la Naturaleza y por tantas fatigas, tantos peligros y tantos sufrimientos morales; lo que buscáis es sentir que todo este esplendor lo habéis hecho vuestro sólo a costa de un duro trabajo. Y vuestra alma se siente embargada por múltiples emociones, siempre nuevas e inexplicablemente implicadas”.
En ese clinamen epicureísta (anti-determinista, y que por momentos resulta azaroso), en esa autodeterminación del movimiento, en la libertad de la ‘desviación’, encontramos la creación de mundo, la creación de Universo. Por eso, en ese trato dramático bi-dimensional, finalmente uno es un hijo de dioses. No por nada, grandes montañistas describieron al mundo de las montañas como aquel que se encuentra al final del origen de la vida.
Hablamos de otro espectro. Incluso, refiriéndonos al amor, en la naturaleza se expresa de un modo supremo. Por un lado, porque la Naturaleza no opera en términos particulares, no nos ofrece nada personal. Ella se comporta como debe comportarse al ser lo que ella es. Nuevamente, hay un desinterés y gratuidad en ese acto que lo vuelve eterno y universal a ese amor que allí desenvolvemos. Lo hace bello y sublime, grandioso y divino. Por otro lado, al convivir en estas actividades en la Naturaleza con el riesgo de la pérdida (de todo tipo: de artefactos, de integridad física e incluso de vida), se acepta la fragilidad y precariedad dentro de ese lazo para con ella.
Es un amor sin garantía, con opacidad, sombras, incertidumbre, lo cual lo vuelve -a diferencia de lo ‘porno’- íntimo y erótico. Un amor que muta en la misma mutabilidad del mundo bajo un movimiento libre. Se aprecia en esa variación intensa la magnificencia de la vida. Amamos sin pedir nada, a ella, la vida, la silvestre naturaleza, la inocente e inacabada existencia. Miríadas de sensaciones y sólo atinamos a regalar nuestro tiempo a ella. Tiempo beato que nos narcotiza en su amamantamiento. Arriesgar el cuerpo y la vida en una etapa de alta dificultad es sed de mama-vital (amar referenciado en el amamantar -uno de los tantos sentidos que tiene la palabra ‘amar’). Un amor como nutrición indiscernible, sin ficha técnica, sin tiempo. Un lazo invisible que no se contrata y que se puede romper en un instante sin previo aviso. Amor inocente. Amor supremo. La gratuidad del enamorado al dar con alegría en su amor auténtico.
Por eso el encuentro con la Naturaleza es desinteresado. Actúa un amor en-sí y para-sí -contra todo amor que priorice el interés individual. Un amor como don frente al delirio de posesión. Un amor verdadero que se opone a venenosas sospechas y obsesiones funestas. El inmiscuirse en la Naturaleza es creer en ella, lo cual es sinónimo de respeto y tolerancia. De allí la mutua aceptación aunque ésta se construya en micro-estadios recurrentes e intermitentes. Un amor inocente vinculado con el alma de niñez. La niñez como expresión de lo salvaje, natural, paleo (y como regreso a lo poético-mitológico) frente a lo adulto citadino burgués. La inocencia de niñez en la montaña aspira al juego lúdico de paseo y a una fraternidad en ese juego para con los otros. Aspira a un mundo distinto, instintivo, sin reglas. La travesía se vincula con la travesura.
Bajo esta consideración, entendemos la necesidad de lo inútil, del excedente de la vida misma, de lo superfluo. Allí radica la conciencia de la inutilidad. La hermosura de lo que no sirve para nada. En su nobleza heroica, poética, su virtud. Su honra se funda en el camino infinito. En el encuentro salvaje, interminable sostenedor del grado de locura necesario para la confección de una prudencia vital. La utilidad de lo inútil aparece en su aspecto curativo -incluso, en su aspecto contemplativo, como tranquilidad pura, como la más elevada energheia en el mero dejar presenciar. Bajo este prisma, lo desinteresado de lo inútil se conduce hacia una nonchalance (indolencia, despreocupación), hacia una ataraxia (ánimo en ausencia de deseos y males). Por lo tanto, es necesario, primero, conocer la inutilidad para hablar de la utilidad.
Por el momento, a partir de estos tránsitos en la Naturaleza, estamos en la necesidad de continuar dándole forma a una sub-cultura. Proporcionar mayor carácter de aventura al deporte en la naturaleza. Para aquellos que aborrecen la autoridad y encuentran en las montañas una huida hacia un futuro por delinear. Expresión de la intolerancia de rebaño y de la aventura como gesto anárquico -vagabundos y buscadores de sentidos, de ideales, de esteticismos. Optar por ser lobos en libertad que rebaños de ovejas, incluso cuando ello conlleve a una ermitaña soledad en el aislamiento salvaje. Pues, ella es una independencia deseada y ganada, fría y tranquilamente amplia y maravillosa. Es verdad que no hablamos de la comodidad y dicha citadina, pero no por ello debemos referirnos a un estado de infelicidad. Todo lo contrario, allí, en relación con el cosmos y con una divina dimensión que nos supera, somos santos y libertinos a la vez. Dándonos cuenta de nuestras miles de formas de ser, de nuestra diversificada alma, el humor actúa como salvación de esa soledad máxima y sufriente. En nuestra duplicidad (más fragmentada aún que en dos partes) fáustica, nos reconocemos como partícula universal ante la inmensidad de las fuerzas naturales.
Casualmente, es nuestra curiosidad por el soportar -y mezclarse con- esas fuerzas extraordinarias lo que nos permite vivir intensamente. Y en ello no buscamos completar proyecto personal alguno sino deshacernos en los elementos; vuelta uterina hacia la madre, hacia la divina Naturaleza, hacia el Universo. Nos concebimos como mera transición e intento. Un drama de un sólo cuerpo con varias almas. Nos visita el yoga budista y el genio esquizo. Nuestro destino es la casualidad como creyentes del reino de lo auténtico en la manipulación de nuestros muchos sub-yoes. Vivimos y aprendemos a reír de nuestras quijotescas extremas andadas.
Si no se combina lo silvestre, si no se experimenta el deambular en la-Naturaleza, la vida termina siendo una sosa comedia de un solo acto. Dejad de comportarte como profesor de filosofía! Actúa como filósofo. Ve a la montaña, intérnate en el aislamiento y la soledad en compañía natural, y medita vinculándote con la expansión del tiempo presente y el universo. Sin accionar, pierde el tiempo, celebra el vagabundeo y la no pertenencia constante.
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