Nació el 14 de octubre de 1840, en Berlín, Alemania, y fue, alpinista, geógrafo, profesor, doctor e investigador, viviendo todo el desarrollo del movimiento clásico al moderno del alpinismo, tal como sucedió, en ese momento, en el viejo mundo. Su apellido, escrito en alemán, es asi: Güßfeldt.
Después de acudir al Collège Français, en su ciudad natal, estudió ciencias naturales y matemáticas en Heidelberg, donde se unió a los cuerpos de estudiantes Vandalia, de 1859 a 1865, y luego vivió en Berlín, Giessen y Bonn.
Además, en cuanto a las actividades de montaña, siempre logro la compañía de los mejores guías de su tiempo, como Alexander Burgener, Cristian Klucker y Émile Rey, entre otros, pero ninguno de ellos tuvo la capacidad y la experiencia en el manejo de la cuerda como la que tuvo el propio Güssfeldt.
Llegó a ser uno de los alpinistas más importantes del siglo XIX, realizando muchos ascensos con el Kaiser Guillermo II, con quien hizo una muy estrecha amistad. Determinado como el propio Whymper, llegó a conseguir sus objetivos, contratando a los mejores de su época para sus ascensos y escaladas.
A los veinticuatro años, ya incursionaba en los hielos y ventisqueros de los Alpes. En los años posteriores, varios picos de esa montaña, entraron en el palmarés de este amante de las cumbres, entre ellos el Monte Blanco, el Cervino y otros.
El 8 de agosto de 1868, Paul Güssfeldt, fue desde el Hornli al Cervino, conformando la cordada para la travesía con J. Marie Lochmatter, N. Knubel y Peter Knubel.
Esta ladera helada empinada fue ascendida por vez primera por Güssfeldt, con los guías Hans Grass, Peter Jenny y Caspar Capat, el 13 de septiembre de 1872.
Además, participó en la Guerra franco-prusiana de los años 1870 y 1871, como soldado de su país.
Elegido jefe de la expedición a la costa de Loango, emprendida por la Sociedad Africana Alemana,( en alemán, Afrikanischen Gesellschaft), naufragó cerca de Freetown el 14 de enero de 1873, y perdió todas sus tiendas y equipos.
Una vez allí, montó la estación Tchintchotcho e intentó varias veces, siempre en vano, penetrar en el interior del país y regresó a Alemania en el verano de 1875.
En el año 1876, visitó Egipto y el desierto de Arabia, acompañado por Georg August Schweinfurth.
En los Alpes, en el Bernina, se apuntó dos primeras escaladas prestigiosas: el Piz Scerscen, conformando la cordada con Hans Grass y Caspar Capat, el 13 de septiembre de 1877, a través del espolón Noroeste, es decir, la ruta Eisnase y la travesía del Biancograt al Piz Bernina, en el año 1878.
Entre el 2 y 3 de julio de 1881, realizó la primera travesía del Cervino, desde el Colle del Leone da Breuil a Tiefenmatten, en compañía de Alexander Burgener.
En el Delfinado, abrió con Alexander Burgener, la arista Noreste de la Barre des Écrins, en el año 1881.
En el año 1882, Paul Güssfeldt, nuevamente, conformando la cordada con Alexander Burgener y Benedict Venetz, completo la cresta Oeste, del Dom de los Mischabel, que se eleva por encima del Festi-Kin-Lücke y que fue intentada por primera vez, en el año 1879, por dos cordadas: la de la Señora E. P. Jackson con Aloys Pollinger, Peter Joseph Truffer y Franz Joseph Biner, y la de Percy Thomas con Joseph Imboden y J. Langen. Estas dos cordadas evitaron la sección superior, al cruzar la parte superior de la pared Oeste para alcanzar el tramo final del Festigrat.
Difícil es hablar de la Historia del Montañismo, especialmente en el continente americano, sustrayéndonos de los primeros montañistas anónimos, que fueron los nativos de estas tierras, sin mencionar a quien diera los primeros pasos en el Coloso de América, el Aconcagua, y descubriera el laberinto para llegar a acariciar su cumbre, Paul Güssfeldt.
He aquí, el nombre que inicia la historia de la gran aventura del Aconcagua; en las rutas de las nieves eternas, fue la piedra miliar que marcó el rumbo a la conquista de la montaña en ese momento, todavía virgen.
Y ya para esa época, le fueron llegando datos sobre la geografía Sudamericana, en especial el cerro Aconcagua, que tomó como objetivo para los años 1882 y 1883.
Se embarcó en Liverpool, el 6 de septiembre de 1882, en el vapor correo llamado Araucanía, hacia la costa Oeste Sudamericana, junto al conocido guía suizo Alexander Burgen; llevaba todo lo necesario para orientarse en el terreno y medir las altitudes de los cerros, instrumentos modernos para esa época y pocos conocidos especialmente en estas latitudes salvo para aquellos científicos que habían tenido la oportunidad de viajar y hacerse de estos materiales importantes para sus mediciones.
Consigo trajo también recomendaciones y permisos especiales, que por intermedio de la Embajada Imperial Alemana, le habían conseguido para desenvolverse en el país sudamericano.
Pasando por el Estrecho de Magallanes la Araucanía, llegó a Valparaíso, el 15 de octubre de 1882; fue allí en donde tiene su primer inconveniente, su guía de montaña suizo, que había reclutado en Wallis, declaró a su patrón que luego del largo viaje por el mar, sentía nostalgia por su patria y deseaba volverse a ella, es decir, lo abandonó y regresó en el mismo vapor.
Esto le produjo varios inconvenientes, el primero el de no poder escoger en Chile un guía adecuado, para tal importante empresa, que le acompañara, y tampoco un compañero de cordada que le ayude en todo el periplo hacia la base misma del cerro, como así también, en el manejo de los arrieros y sus cargas hasta la montaña.
Esto lo obligó a tomar contacto con inmigrantes alemanes en Chile, quienes les ayudaron a organizar la empresa andina, en el aspecto logístico y también, le consiguieron los arrieros chilenos que le acompañaron en este emprendimiento, conocedores de la geografía con limitaciones y respetuosa de ella, especialmente por sus creencias y de las leyendas y supersticiones, que en esa época era tan comunes.
Su primera incursión fue a la región del volcán Maipo, teniendo que mediar con el apoyo de los germanos chilenos; en esa ocasión los necesito para sortear la negativa de la empresa Gasco a permitir el ingreso de terceros a sus terrenos, dentro de los cuales se encontraba el mencionado volcán.
Nos decía el doctor Evelio Echevarría Caselli, respecto a las actividades desarrolladas por Güssfeldt a su llegada a Chile, en el artículo titulado Paul Güssfeldt y sus Huasos Andinistas: los huasos que acompañaron al célebre alpinista alemán Paul Güssfeldt, en sus exploraciones y tentativas en los Andes centrales de Chile y Argentina, en el año 1883, Güssfeldt, no sólo nos dejó un nombre completo, Lorenzo Zamorano, y el primer nombre de otros: Francisco, Filiberto, Vicente y Felipe, sino también, sus comportamientos y costumbres de la época.
Güssfeldt, hizo un viaje de prueba al valle arriba del Río Cipreses, Rancagua. La mayor altura que alcanzó fue 3.526 metros y mostró en esta ocasión a los huasos lo que un alpinista puede hacer y ellos, a su vez, lo asombraron con la agilidad de sus muy trepadores caballos y mulas.
descubrió que, debido a los fuertes vientos, no era posible usar carpas y que los campamentos debían hacerse al aire libre, abierto, tan solo con la protección de las murallas bajas que los chilenos saben construir con maestría.
El alpinista prusiano bautizó varios cerros al entrar al Valle del Cachapoal y Cipreses. También registró nombres ya establecidos de otros. Vistos desde el lugar llamado Agua de la Vida, los cerros que él menciona son: Terrasenberg o cerro Terrazas, de 3.298 metros, Bandberg o cerro de las Fajas, de 3.432 metros, cerro Colorado, de 4.147 metros y cerro Gran Onorado (?), de 4.516 metros, todos a la derecha. A la izquierda, Mettelhorn (Nombre alpino), de 3.176 metros, Dent Blanche (Nombre alpino, o Diente blanco), de 4.168 metros, Mono (Llamado así por una pirca que se halla en su cumbre), de 3.566 metros, y Erstling (El Primero), de 3.417 metros.
Partió otra vez, desde Cauquenes el primero de enero de 1883, con tres huasos y 18 animales. Avanzó por el Cajón de las Leñas y cruzó el Atravieso de la Leña, de 4.107 metros, habiendo tenido que cortar escalones en la nieve dura para que pasaran los caballos. También cruzaron varios neveros con formaciones de nieve que Güssfeldt, les llamó kerzenfeld o Campo de velas, pero los huasos le dijeron que se llamaban Penitentes. Atravesaron después el paso de la Iglesia, de 3.638 metros, bajaron a los Ríos Diamante y Yaucha, en Argentina, y volvieron a Chile, por el paso Cruz de Piedra, de 3.780 metros, y por el de la Laguna, otra vez a Argentina, donde llegaron a la Laguna del Diamante y acamparon a 3.300 metros al pie del Volcán Maipo.
Se resolvió ascender el Maipo y el 19 de enero, Güssfeldt, partió a las 02.20 de la mañana, acompañado por Zamorano, de 64 años y por un tal Francisco, de 30 años. A las 06,00 horas, alcanzaron el plateau al lado Oeste del cráter, que tenía varios neveros que alcanzaban hasta la cumbre. Allí, les alcanzó el viento con toda su fuerza. Zamorano, señaló la cima y dijo ¡imposible!, Francisco, se acurrucó tras de una roca y Zamorano, se le juntó.
Después de pasar una hora estimulándolos a seguir, Güssfeldt y ellos, prosiguieron sobre pendientes de no más de 20º de inclinación, interrumpidas aquí y allá por estratos de lava.
Les aconsejo marchar lento, pero en forma constante, sin paradas y puso a Zamorano al frente. Por un tiempo marcharon bien, pero cuando se mostraron inclinados a hacer frecuentes descansos, Güssfeldt, se puso a la cabeza.
Las cumbres vecinas comenzaron a abatirse ante ellos. Al mirar atrás, Güssfeldt, vio que Zamorano iba bien retrasado y con Francisco, entre ambos; otra vez que miró, Zamorano, se había detenido del todo, lo que no era de extrañar, pues tenía 64 años de edad...y el Cerro Overo, de 4.765 metros, estaba al mismo nivel de ellos.
Francisco, siguió cerro arriba, aunque muy pálido y quejándose de dolores en las piernas. Güssfeldt, lo alivió de su carga y siguieron, pero a las 12,30 horas, Francisco abandonó del todo.
A la 13,30 hora, Güssfeldt, sin dificultad, alcanzó la cumbre... Las cumbres principales que él vio alrededor le parecieron inaccesibles y comparó su apariencia general con la de un tejado empinadísimo, coronado por formas piramidales. A las 14,45 horas, abandonó la cumbre del Maipo, sin poder encontrar a Francisco. Se juntó con Zamorano y juntos llegaron al campamento a las 19,30 horas.
Dos horas después, apareció Francisco; después de descansar había seguido ascendiendo y llegó a la segunda cumbre, pero sin ver a Güssfeldt, quien ya había dejado la cumbre principal. Los huasos quedaron felices con el obsequio de diez pesos que dio a cada uno Güssfeldt y que bien se merecían, pues su actuación había sido notable.
Es probable que Francisco, entonces, pueda haber llegado a unos 5.200 metros. Debe mencionarse que, en la historia del alpinismo, hasta entonces, nadie había hecho una escalada solitaria a tales alturas.
La primera visión del gran coloso la tuvo desde el valle de Longotomo y el propio viajero nos relataba: Desde una altura de 130 metros he tenido la suerte de lograr una vista descubierta del Aconcagua, y a pesar de su distancia, varios días de marcha, observé que esta montaña sobresalía con su majestuosa soledad y que las cadenas de nieve de su derecha están como a 2.000 metros más abajo; se eleva de la misma manera aislada que el Matterhorn, mirado desde Zermatt, pero su masa es tan colosal que pudieran cortarse de ella varias montañas grandes de los Alpes.
Fue una vista de máximo encanto que solo adquirió seriedad al pensar en la posibilidad de su escalamiento. Lógicamente, la lejanía impidió un examen eficiente, puesto que el perfil de la perspectiva mostró líneas de crestas que quizás ni existen; precisamente el camino que creí entonces mejor fue el que más tarde evité. Había un aire incomparablemente traslucido llenando la atmosfera como la que suele producir magníficos efectos en el desierto; solo en la proximidad del Aconcagua veíanse dos nubecillas. Las menciono porque en la vecindad de esta montaña gigantesca suelen presentarse formaciones nubosas cuando no existen siquiera empañamientos en otras partes de la atmosfera. En sus grandes superficies heladas se condensa aún el aire tan pobre en humedad de Chile meridional. Uno de esos paisajes que la memoria quisiera retener para siempre y que son imposibles de describir.
En Cauquenes, escribí mi primer informe resumido sobre mis actividades hasta esos días, el que envié a la Academia Prusiana, pero mis pensamientos se ocupan más del futuro próximo que del pasado inmediato. De la región cuya exploración se completaba en mis primeros planes solo había pisado la parte meridional y aún me faltaba el Norte con el gran misterio del Aconcagua, hacia allí me conducía una atracción, mezcla de ansia y preocupación.
Desde que pise el suelo chileno, había tratado de reunir medios y encontrar el camino para viajar a esa zona. Ahora pienso cuan sencillos y claros son mis recuerdos, en oposición a lo de entonces me pareció tan turbio y velado; pero el precio pagado me obliga asimismo a admitir que la verdad más simple cuesta encontrarla.
A pesar de todo, no me falto cooperación, ni buena voluntad, tanto de los chilenos influyentes como de los extranjeros respetables que allí residían.
Es que no solo se tenía una errónea idea de la forma de encarar la expedición en proyecto, sino que incluso se carecía totalmente de tal idea.
Apenas si podía contarse, como pude comprobarlo más tarde durante el viaje mismo, con unos cuantos “huasos” sin instrucción, con escasos conocimientos del terreno que no abarcaban el sector próximo al Aconcagua.
De esa gente no logré sacar ninguna información, ni por mí directamente ni por medio de mis amigos. Es cierto que con constancia se llega a todas las metas, pero la constancia requiere tiempo y éste era el dinero del que menos disponía, puesto que finalizaba ya enero, mes de buena temporada y el lapso breve de días magníficos en la alta cordillera, que abre al hombre los portales aéreos de aquella región generalmente cerrada.
Moví todas las influencias. Escribí carta tras carta. Viaje a Santiago, a Valparaíso, para prepararme lo antes posible pero el tiempo transcurría incesantemente.
Del plan de explorar el sector cordillerano hasta donde fuera posible sobresalía un propósito luminoso, tan alto como la montaña misma: el escalamiento del Aconcagua.
Mi derecho a ello podía discutirse, pero consideraba todo demasiado importante para abandonar mi proyecto sin tentarlo.
Como los zorros que juzgan verdes las uvas, solo cuando son inalcanzables, los hombres llaman empresa peligrosísima y sin importancia científica al escalamiento de las más elevadas cumbres cuando el Creador no les ha dado capacidad para ascenderlas.
¡Cuantas veces, apoyado en una saliente roca y rodeado de hielo, al mirar un paisaje por primera vez he sentido cosas que con toda seguridad no hubiesen nacido nunca en el escritorio!
Sensaciones extrañas y ajenas a lo cotidiano en las que justamente reside el gran encanto del viaje.
Ello lo he experimentado con máxima intensidad en las montañas.
¡Cuantas impresiones se alzan en el espíritu pensativo cuando va subiendo de mil en mil metros, sobre el suelo virgen, hasta llegar a 7.000 metros dominando con la mirada una región de montañas indescifrada!
La visibilidad del Aconcagua por una parte y su virginidad por la otra, la falta de crítica y los deficientes conocimientos alpinos han fomentado la creación de fábulas que inspiran miedo.
Las diversas cosas malas que se dicen del Aconcagua tienen sus raíces en una vieja creencia indígena, según la cual la montaña tiembla incesantemente haciendo imposible su escalamiento.
Otra indicación en la que reside un grano de verdad expresaba que quizás se pudiera subir, pero no se la podía encontrar, y que estaba rodeada de peñascos que a manera de laberinto ocultan el punto exacto de pasaje detrás del cual queda libre el camino hacia la cumbre.
En general, empero, las ideas eran muy vagas. Asimismo, se creía que el Aconcagua guardaba tesoros de metales preciosos. Esta circunstancia fue la que más me favoreció porque en última instancia a ella debo el haber encontrado acompañantes.
¿De que lado tenía que atacar, porque camino? ¿Había glaciares, precipicios? ¿El frio, el viento, el esfuerzo y el enrarecimiento paulatino del aire debilitarían el cuerpo hasta el agotamiento? Todo ello no lo sabía… Muchas habladurías interminables, pero nadie que me asesorara concretamente; solo acompañantes que no conocían y cuyas cualidades se escondían detrás de mucha hosquedad…
Era febrero de 1883, todavía un mes adecuado para encarar el desafío, cuando su expedición partió hacia el misterio del imponente cerro americano, recorriendo en sentido inverso el cauce del río Putaendo. Lo hizo por la vertiente Oeste, es decir, chilena, se trata de una ruta que los montañistas hoy en día, no la repiten normalmente.
Güssfeldt, relataba: El 14 de febrero, fueron cargadas las mulas en la hacienda Vicuña y conducidas a la hacienda Ramos; y desde allí se realizó la partida en la madrugada del 15.
La caravana se componía del joven Rafael Salazar y mi persona, 5 huasos y 15 animales. Cuando el joven chileno se separó de mí, me quedaron 3, mi triste caballo y 9 mulas.
Güssfeldt, reinició su recorrido, se dirigió luego al Aconcagua. Remontando la cordillera hacia el río Putaendo del lado chileno, luego, hizo su ingreso a la Argentina y penetrando por el paso de Valle Hermoso, en el Valle de los Patos Sur, en el territorio argentino.
Siguió luego, por el río Volcán, para llegar a las nacientes del mismo, al Norte del Aconcagua, con tres huasos, que él nombra en sus escritos, ellos fueron: Felipe, Filiberto y Vicente. Contempló desde este punto la majestuosidad del cerro Aconcagua prácticamente sólo, pues ya para ese momento, los arrieros no solo lo iban abandonando, a causa del temor y el desinterés. Sólo le quedaron tres guasos, estimulados estos, por la posibilidad de encontrar riquezas y tesoros en algún lugar del cerro.
Ya estuvo próximo, en un campamento a 3.600 metros, al pie de una chimenea que bajaba de una pared de roca que llevaba a los ventisqueros y a los acarreos del Norte del Aconcagua.
Cerca de la chimenea encontraron un esqueleto, afirmado contra las rocas, de un posible buscador de tesoros, contrabandista o arriero, que quizás había muerto congelado, sorprendido por alguna tormenta fuera de época.
Curiosa fue la anécdota que nos llegó a través de los escritos de Güssfeldt, sobre este encuentro al llegar a las nacientes del río Volcán: Nos encontramos con un esqueleto humano, presuntamente de un arriero o contrabandista, en una extraña actitud de amenaza, víctima de la acción del frío, de un crudo temporal que lo habría sorprendido en este lugar; se encontraba sentado, con sus ropas hechas jirones, aún adheridas a los huesos, que atestiguaban la antigüedad de la espantable presencia y con una expresión irónica, como sonriéndose, como si me anticipara de que las tentativas para llegar a la cumbre, no harían posible la coronación de la misma. Un llamado de alarma para todo escalador del Aconcagua, al menos que se dirigiera por este lado, prendiéndole el castigo.
Ocho veces más desfiló Güssfeldt, ante el macabro centinela hasta dar con el paso que lo llevaría a iniciar su intento, bautizándolo con el nombre de Portezuelo del Penitente.
No deja de extrañar lo primitivo que era el alpinismo de aquellos tiempos. Güssfeldt, desde un campamento a 3.600 metros, sin carpa, partió a intentar el cerro que él había medido por triangulación, en 6.970 metros, y...
Parte al atardecer, confiando que puede caminar toda la tarde, toda la noche y todo el día siguiente.
Equipó a sus compañeros como pudo, con ropa de lana y franela. Nos relata la revista Alpine Journal: A las 04,00 horas, junto con los huasos, Filiberto y Vicente, Güssfeldt, empezó, bajo luz de la luna, el ascenso de la chimenea. Alcanzaron el alto a las 22,30 de la noche. La pasada por los neveros, de no más de 3 kilómetros, les dio algunos problemas, pero a la 01,50 hora, ya estaban en la montaña misma a una altura de 5.000 metros y con 1.970 metros, por escalar. El ascenso continuó por laderas monótonas, caminando lento para ahorrar energías. Después de ascender 400 metros, los huasos empezaron a quejarse y dijeron que iban a helarse. El frío en verdad era fuerte, 10 grados bajo cero... Pero siguieron lentamente. A las 10,00 horas, alcanzaron la altura de 6.200 metros. Aquí Vicente, abandonó del todo, quejándose de dolores a las piernas. Habían demorado 8 horas en ascender 1.200 metros. Los otros siguieron despacio por monótonas e interminables pendientes. No había dificultades en el terreno, pero se iban sintiendo más y más mal. Güssfeldt, tuvo que recurrir al vómito para aliviarse y luego, descubrió que se sentía mejor si lo hacía con la cara cerca de la nieve. A las 11,30 horas, Filiberto, se quejó de dolores a las piernas y quería volverse, pero ante las incitaciones de Güssfeldt, prosiguieron. A las 12,30 horas, habían alcanzado una altura que estimaron en 6.560 metros.
Aquí hicieron un descanso largo. Pero las nubes se habían acumulado cerca de la cumbre; un temporal de nieve los sorprendió en la ascensión y debieron abandonar a las 01,30 horas. El descenso fue muy rápido... Alcanzaron el portezuelo a las 19,00 horas, y el campamento a las 21,00 horas de la noche. Es decir, Güssfeldt y Filiberto, habían ascendido desde los 3.600 metros hasta los 6.560 metros caminando desde las 16,00 de la tarde hasta las 23,00 de la noche del día siguiente, 31 horas en perpetuo movimiento, en total y sin dormir.
Güssfeldt, lanzó otra tentativa el 4 de marzo y esta vez alojaron él y los huasos a los 5.300 metros. A las 06,40 horas, partió Güssfeldt, con Filiberto y Felipe, y lograron llegar a los 6.200 metros, donde fueron derrotados por otro temporal. Güssfeldt, se consoló diciéndose: que al menos había levantado el velo que cubría la montaña y abierto la ruta lógica para ascenderla.
El 4 de marzo de 1883, el cielo estaba despejado y el aire calmo, Güssfeldt dejó atrás, su campamento base y con dos hombres que le quedaban, dado que ya había desertado un tercero, inició su nuevo intento, pensando que podía lograrlo en dos etapas dicho esfuerzo, disponiendo que durmieran o mejor dicho que dormitarían en las faldas del macizo andino.
Fue así que al termino de la jornada lo hicieron a aproximadamente 5.300 metros de altitud. Cuando comenzó a calentar el sol del día siguiente, e iniciado el nuevo intento al cerro, lo ataca un dolor molar que calma ingiriendo opio; comienza a nevar, lo cual lo hace dudar de su proyecto y estéril sacrificio, y no le permite superar el intento anterior donde había dejado su testimonio.
La serenidad del sabio, que a pesar de todo en pleno dramatismo tuvo la capacidad de anotar, no solo las variantes del lento itinerario, sino también, las formaciones geológicas por donde él había recorrido.
Regresó a Chile, habiendo cruzado durante todo el recorrido de su llegada al país vecino de Chile, la frontera por seis pasos, incluyendo los del Sur, y levantado el primer mapa de los altos cerros desde el Mercedario al Maipo. Y así se dio, después de tres intentos, sólo alcanzó los 6.560 metros, pero dejó como testimonio, un montículo de piedras y un papel o tarjeta propia con sus datos, elementos que fueron encontrados quince años después, por el guía suizo, Matthias Zürbriggen, de la expedición científico-deportiva inglesa de Fitz Gerald.
No obstante no haber alcanzado la cumbre del Aconcagua, el afamado andinista alemán, contribuyó con sus escritos a darle fama al cerro.
Entre los escritos realizados por este andinista mencionaremos los más destacados sobre sus intentos de ascenso al coloso:
Contrastando con las altas montañas alpinas, de difícil acceso, la ascensión del Aconcagua no exige ejecución de técnicas complicadas, sino que la actividad del ascensionista debe caracterizarse por el soportamiento pasivo de los sufrimientos que residen en la altura. Si en la subida de un cerro la parte difícil y decisiva está en la cercanía inmediata de la cumbre, si el escalador se ve obligado a retroceder, no se puede hablar de una ascensión definitiva. Tales partes difíciles y decisivas no las hay en la topografía del Aconcagua, donde son necesarias solamente habilidades modestas en el arte de trepar. La dificultad de esta montaña está basada únicamente en su gran altura, que acarrea los síntomas de la enfermedad de la puna. Para cada zona, esta enfermedad es función del desnivel y varía con la persona según una ley individual.
Por ello, solo se puede hablar de un triunfo sobre las dificultades y, en consecuencia, de una ascensión efectiva, cuando se alcanza el punto geométricamente más alto de la cima del Aconcagua.
Pese al dominio del frío, los vientos, la puna y el cansancio, el factor suerte es determinante. Ninguna fuerza humana es capaz de vencer los elementos, cuando se desencadena la tempestad alta. “Si no brilla la buena estrella, nunca se llega a la meta.”
A Güssfeldt, le llamó mucho la atención, la estructura en pirámide escalonada (terrassenartig), de la cara Oeste-Noroeste y la variadísima constitución litológica de la arista Noroeste, por la que intentó el ascenso.
A unos 5.300 metros de altura vio grandes peñas de conglomerado arenáceo gris; más arriba, capas de arenisca, entre gris y verdosa; luego, una formación con calizas y yeso, encima de la cual descansan, a unos 6.000 metros de altura, unos mantos de roca roja, con aspecto de pórfido; en altura mayor, a estas rocas se sobreponen otras de color amarillento o blanquecino. Aún más arriba, surgen algunos peñascos blancos de en medio del detrito gris que evidentemente procede de rocas que afloran en mayor altitud. Cuando había llegado al pie de los peñascos blancos (6.560 metros de altitud), se vio obligado a regresar; pero desde allí notó que la parte superior del monte está formada por rocas de color rojo.
Naturalmente, después de haber visto que el flanco del Aconcagua se asemeja a una gradería, constituida por masas estratiformes aproximadamente horizontales, de colores variados y en parte vivos, Güssfeldt, pensó que el Aconcagua no era un volcán y así lo hizo saber en una nota que apareció en septiembre de 1883, en la revista de la Sociedad Geográfica de Berlín.
Pero en el número siguiente de la misma revista, que salió tres meses después, se pudo leer un brevísimo artículo, titulo “Der Aconcagua–Ein Vulkan”, mediante el cual Güssfeldt, rectificaba su versión anterior, diciendo que algunas muestras habían sido examinadas por el doctor Justus Roth, y que éste había comprobado de una manera indiscutible su naturaleza volcánica.
De esto Güssfeldt, sacó la conclusión de que el Aconcagua era un volcán, aunque su forma no lo indique, y que sus tres cúspides podian ser tres puntas del borde de un cráter de gran tamaño.
Al año siguiente, en la revista de la Sociedad Alpina Austriacoalemana, Güssfeldt, agregaba que, por no haber logrado llegar hasta la cima, no había podido cerciorarse de la existencia del cráter, pero que la naturaleza volcánica del Aconcagua había sido demostrada definitivamente “por una autoridad de primer orden, el académico Justus Roth.”
Otras de las enseñanzas que saca de este intento de ascenso, el tercero en coronar la cima del coloso, el suizo doctor Roberto Helbling, nos decía: No le faltó a Güssfeldt voluntad, perseverancia y fuerza, tan necesarias para semejante empresa. Le faltó solo decisión en utilizar a sus acompañantes como porteadores únicamente, ya que esta gente no es práctica en la alta montaña, aunque no pueda negársele voluntad. Su error consistió asimismo en detenerse en alentar al personal y tratar de convencerlos en un idioma para él casi desconocido, lo que se tradujo en desgaste de fuerzas.
Así sacrificó, sin darse cuenta, un éxito casi seguro: esto debe tenerse muy presente cuando se habla de Güssfeldt.
Güssfeldt, llegó a ser catedrático de Ciencias Naturales, de la Universidad de Bonn; fue invitado por el emperador alemán Guillermo II, a unirse en su crucero veraniego anual en el mar del Norte, más precisamente la expedición a Noruega concediéndole también la responsabilidad de planearlo, dado a la amistad y conocimiento que tenía de él.
El 14 de enero de 1891, realizó la primera invernal de la Punta Croz de las Jorasses con Emilio Rey, Laurent Croux, Fabien Croux y David Proment, siendo la cuarta ascensión de la Brenva al Monte Blanco, creando una variante; en el año 1892, así como la segunda a la Aiguille Blanche de Peuterey, completada por primera vez por la arista de Peutérey.
En el año 1892, se convirtió en profesor de geografía física en el Seminario de Lenguas Orientales, de Berlín.
El 16 de agosto de 1892, la cordada compuesta por Paul Güssfeldt con Emile Rey, Laurent Croux y Michel Savoye, realizo el tercer ascenso por Sperone della Brenva, subiendo a la cima del Monte Blanco. Para realizar este ascenso debieron efectuar un desvío y esta variante luego fue bautizada con el nombre de Güssfeldt. Esta vía que corre enteramente sobre nieve-hielo y que alcanza el espolón por su cara Norte cóncava, ya al comienzo de la cresta superior, es más empinada y más hermosa que la vía Moore, pero siendo más expuesta a la caída de hielo, tanto de las séracs del Col de la Brenva como de la ladera debajo de la cresta de hielo, es una vía poco repetida.
Entre el 14 y 17 de agosto de 1893, el berlinés Paul Güssfeldt conformando la cordada con Emile Rey, Christian Klucker y César Ollier, intentaron la cumbre de la Aiguille Blanche de Peutérey, escalando una canaleta muy peligrosa sobre la vertiente de la Brenva, atravesando la cumbre principal, bajaron por la ruta de Henry Seymour King hasta el col y luego continuaron escalando la Cresta de Peutérey; vivaqueando a 4.400 metros. Sobre la vertiente de la Brenva, la cordada de Paul Güssfeldt fue ciertamente afortunada porque una gran descarga de piedras se precipitó luego o poco después de que ellos habían pasado por el lugar.
Paul Güssfeldt tenía 53 años cuando hizo esta ascensión que tomó cuatro días. La escalada involucró dos vivaques y una noche que pasaron en el refugio ahora existente en el Rochers Rouges, después de lo cual, bajaron al Grand Plateau, atravesando el Dôme du Goûter, para regresar a Courmayeur por el Glaciar Dôme, por los contrafuertes de los italianos, en el Macizo del Monte Blanco.
Entre el 14 y 17 de agosto de 1893, vuelve junto a Ollier, Cristian Klucker y Émile Rey, realizando la primera ascensión por la cresta de Peuterey, la cual recibirá su nombre, la Güssfeldtsattel, el collado entre Piz Scerscen y Piz Roseg, también conocido como la Porta da Roseg.
El 31 de agosto de 1894, Paul Güssfeldt fue nuevamente a escalar el Hornli del Cervino, conformando la cordada con Emilio Rey y Cesar Knubel.
Entre 1889 y 1914, Güssfeldt fue invitado por el emperador alemán Guillermo II a unirse a él en su crucero anual de verano en el Mar del Norte, que a Güssfeldt también se le asignó la responsabilidad de planificar dicho viaje logísticamente. El emperador era aficionado a Güssfeldt y escribió sobre él en sus memorias.
Paul Güssfeldt, fue autor de varios libros sobre montaña, entre ellos: Die Loango expedition, conjuntamente con Falkenstein y Pechuel-Loesche (1879 et seq.); En los Alpes, año 1885; Viaje a los Andes, Chile y Argentina, año 1888, es decir, Reise in der Andes von Chile und Argentinien, editado en Berlín, en el año 1888; Kaiser Wilhelms II. Reisen nach Norwegen en den Jahren 1889-92 (1892); En den Hochalpen. Erlebnisse aus den Jahren 1859-85 (3d ed. 1893); y Monte Blanco, año 1894.
Este arriesgado montañista y científico, murió el 28 de enero de 1920, casi a los 80 años, en la ciudad de Berlín, ya convertido en el Señor de la montaña y pionero del Aconcagua.
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