Esta es una historia que es la sumatoria de relatos de Mario y de Carlos vistos desde la altura del tiempo y la montaña.
Mario y Carlos formaban una “cordada” estaban unidos por una cuerda y subían alternadamente uno u otro al frente. Cuando uno subía el otro le daba “seguridad” y luego de cumplida esta ceremonia el otro pasaba al frente. Según las dificultades de la montaña el cambio se producía después de un largo de soga (70 metros) o más largos si las dificultades lo exigían.
Ubicación del Cerro Aconcagua, Provincia de Mendoza, Argentina
El relato de “Hermanos de Montaña” es -alternativamente - de Mario o de Carlos al igual que en - la “cordada”, sus movimientos y experiencias están unidas por la vida de montaña juntos. La soga es como una cuerda que los une a la vida, ya que, de no tener el apoyo de las mismas, muchas veces caerían al vacío. Los clavos- ya sean para piedra o para hielo, son como elementos que los unen a la seguridad vital.
Si no colocamos bien el clavo, es posible que no resista la caída factible y con ello se vaya la vida seguramente. Mario era un experto en colocar clavos, Carlos confiaba en él. Sabía cómo sonaba el clavo al golpearlo y penetrar en la roca o el hielo. Subir montañas es una filosofía de vida, un estilo de vida y hay que compartir con el otro esas vivencias para ascender con éxito. Cuando no se comparte ese estilo de vivir, la cordada seguramente no funciona. No es necesario hablar con el otro, solo hace falta saber ver y admirar el mismo paisaje, saber superar la misma dificultad y saber complementarse.
Mario no subió la montaña siempre con Carlos y no siempre sus compañeros transitorios supieron comprenderlo. Aunque, es cierto, el carácter de Mario no era sencillo, pero sus posiciones en discusiones sobre la montaña estaban basadas en el estudio y la planificación de las historias, técnicas y las ascensiones por otras cordadas...
En este artículo se incluyen solo las ascensiones en que Mario y Carlos compartieron la cuerda y el paisaje y la hermandad de la montaña. Alternativamente relata uno y otro el ascenso por el glaciar Polaco y cuáles fueron sus experiencias antes, durante y al regresar.
Mario era un descubridor de montañas y sus rutas más difíciles y también era un gestor de grupos victoriosos. A cada montaña le iba su grupo, él los seleccionaba. En el hielo los grampones y la piqueta son como instrumentos imprescindibles para aferrarse al hielo y a la vida, si fallan solo la soga y el compañero lo mantienen.
El Aconcagua fue la montaña de Mario y de Carlos. Allí se jugaron la vida, perdieron un compañero, sufrieron heridas imborrables y fueron reconocidos por el éxito de la cumbre. También ascendieron con ellos, el Alemán Willy Nolls, Omar Pellegrini y en especial Rudy Ludwig quien fue guardián y enfermero de Carlos y Mario, en la escalada del Glaciar Polaco del Aconcagua. Este relato muestra -alternativamente -como ven Mario y Carlos, en cada caso, la experiencia de montaña que viven encordados. Primero se encuentran en el sur con el Lanin y los cerros de Bariloche, pero después –año a año-enfrentan al Aconcagua por todas sus dificultades y paredes.
Carlos Manteca Acosta
En 1963 entré a trabajar en un grupo de la compañía SIAM, allí conocí a Ana, la mujer que me acompaña hasta hoy soportando todas las locuras que imaginé y también a Willy Noll, un alemán de 48 años de quien aprendería mucho de montañismo. Willy había escalado varios cerros, entre ellos el Tronador, y me deleitaba con los relatos de sus andanzas. Un día me preguntó por mis planes para el verano y simplemente contesté que iríamos al Aconcagua. “Oh, Mario, eres un muchacho loco”, se limitó a decir. -
Escalar el Aconcagua, a principios de los sesenta, era algo casi mítico, una aventura reservada para unos pocos, en general europeos. Para nosotros había llegado el momento de encararlo. Habían transcurrido casi 15 años de aquel primer encuentro con el centinela de América y llevaba varias temporadas de entrenamiento e incursión por algunas cumbres de la cordillera. Era el momento de estudiar las posibilidades de intentarlo por lo menos con mayor conciencia y experiencia en la vida de campamento y con el conocimiento más avanzado de los problemas de la altura las técnicas de escalada en hielo, primeros auxilios y vida en la alta montaña. -
Comenzamos con numerosas charlas con andinistas que hubieran alcanzado algunas altas cumbres o las hubieran intentado investigando las razones de sus éxitos o fracasos, tratando de identificar y separar las experiencias en grupos cada vez más definidos y ubicadas las causas de su experiencia previa, comenzando a elaborar un plan de desarrollo mediante la técnica del Camino Crítico, basada en estudios realizados por la Armada de los Estados Unidos de Norte América y las industrias y científicos involucrados para evaluar y construir el primer submarino atómico de la historia. Técnica que había demostrado ser muy eficiente, en la faz científica y flexible para ejecutar con alto grado de exactitud los planes que involucraban costos muy elevados ante cualquier retraso. El uso de esta técnica nos demostró ser efectiva en el estudio de los planes de escalada, aunque muy complicada de realizar para personas que no estuvieran familiarizadas con su confección. -
A medida que la organización de la expedición avanzaba, Willy comenzó a interesarse y a comentar sus experiencias participando en las charlas técnicas, finalmente se ofreció a acompañarnos. El Alemán había llegado a la Argentina, tras escapar de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Prisionero de los rusos había sido confinado a una prisión en Siberia y en base a su experiencia como alpinista novato, logró escapar y cruzar toda Rusia oriental siendo capturado al intentar cruzar los montes Urales y enviado a un campo de prisioneros en Rusia occidental, donde en un intercambio de prisioneros con el norte americanos fue calificado como universitario anti hitleriano y enviado a los EE.UU. Allí se enteró que había perdido a su novia y a casi toda su familia. Solo había sobrevivido un hermano y estaba en la Argentina. Entonces, se embarcó hacia Buenos Aires donde su formación técnica le permitió conseguir trabajo como dibujante técnico en la fábrica metalúrgica SIAM donde trabajaba mi novia como empleada y allí lo conocí. -
Para fines de año, el equipo para encarar nuestra primera expedición al Aconcagua estaba conformado. Lo integraban mis amigos Carlos Manteca Acosta y Rodolfo Ludwig, el alemán Willy Noll, Heyni Breneke y Omar Pellegrini. El objetivo pretendido era la invicta pared este. -
Con la ilusión de escalar la montaña más alta del hemisferio occidental, fui a solicitar apoyo para oficializar el intento al Centro Andino Buenos Aires al cual pertenecía como miembro desde nuestras ascensiones del pasado verano. Ese aval era imprescindible para poder contar con el apoyo económico de las empresas fabricantes de alimentos y el logístico de las Fuerzas Armadas, tanto del Ejército como de la Gendarmería. El presidente del Centro Andino, Gerardo Watzl se limitó a decirme: “No, muchacho. Escalá otras montañas más bajas y volvé el año que viene”. -
La negativa no nos amedrentó y seguimos adelante con los planes. Previmos el equipo, comprando o construyendo lo que escapaba a nuestro presupuesto y establecimos los pasos y tiempos necesarios de la expedición utilizando el camino crítico estudiado y aplicado en la oficina técnica en la que trabajaba en la organización y planificación industrial y al lanzamiento de nuevos productos. -
Conseguimos una entrevista con el Teniente Coronel Emiliano Huerta, jefe de la segunda expedición argentina al monte Dhaulaguiri, en Himalaya. Le contamos sobre nuestros antecedentes, los tiempos empleados en las entrevistas realizadas y la información obtenida, con su interés conseguimos una recomendación para que fuéramos recibidos por el Coronel Leal. Tanto Huerta como Leal eran experimentados andinistas. Huerta había concretado la primera ascensión invernal al Aconcagua, escalado el Tupungato de 6.850 mts. y hecho cumbre en un cerro de 6.000 mts que, por sus estrías y forma acampanada, bautizó como cerro Polleras. -
El Coronel Leal en ese entonces, que luego dirigiría la expedición terrestre al polo sur nos proveyó dos carpas y cajones, que eran equipo de rezago de la Antártida y que resultaban útiles para los campamentos bajos. También nos dio algunos alimentos. Algunas cosas no nos servían porque en Antártida uno puede llegar a comer algo por la única razón de que es nutritivo y no necesariamente porque sea apetitoso a 6.000 mts eso era por su sabor imposible comerlo. -
Los cajones tenían tapa y refuerzos de aluminio y contrastaban con los endebles cajones de manzanas en los que estábamos preparando la carga. Las carpas eran muy pesadas, pero tenían la ventaja de permitir que nos reuniéramos los seis en el interíor. Con una de ellas, armaríamos el Campo I a 4.200 mts y con la otra, el Campo III a 5.800 mts de altura. -
Conseguimos trasladarnos a Mendoza en un tren en segunda clase, como era habitual. Una vez allí, abordamos un camión vaquero que nos acercó al destacamento de Gendarmería de Punta de Vacas, la base desde donde se inicia la marcha para acceder a la pared este del Aconcagua.
Aunque no contábamos con el apoyo institucional, nos contactamos con los gendarmes que irían a buscar a una expedición de tucumanos que estaba regresando y los convencimos para que nos llevaran el equipo a lomo de mula mientras nosotros íbamos caminando. A la mañana siguiente a las 5.30 horas nos encontramos en el punto indicado, los gendarmes cargaron los bultos en las mulas y nosotros emprendimos la marcha a pie. Pasamos la noche en el refugio Piedritas que está al pie de la subida al valle Relincho, del que baja el rio que canaliza el deshielo de los glaciares y nieves del lado este del Aconcagua. -
Por la mañana ayudamos a los gendarmes a cargar las mulas y en esa maniobra Carlos sostenía a los animales por una correa que se utilizaba para llevarlas de reata. Uno de los animales que era manifiestamente rebelde, se movía dificultando el proceso de carga y atado de los bultos, por lo que Carlos en una mala decisión en un momento la sujetó por una cadena que se usaba para atarla durante la noche para impedir que se escape. En ese momento sintiéndose más retenida la mula se encabritó tirando de la cadena produjo graves lesiones en la mano, que motivaron la necesidad de que permaneciera casi una semana en esa altura curándose y esperando el proceso de desinflamación, con la ayuda de Rodolfo que se quedó para ayudarlo: ponerle paños fríos y cicatrizantes que aceleraron el proceso. -
Descansamos esa noche y a la mañana siguiente comenzamos el ascenso por la quebrada del relincho donde el Piojo, la mula que provocara las heridas de Carlos, volviendo a encabritarse rompió la correa de reata y se tiró por la fuerte pendiente del acarreo lateral del arroyo relincho, lastimándose, rompiendo cajones y destruyendo parte de la invaluable carga que por nuestra experiencia estaba distribuida en varios cajones, reduciendo la perdida. Golpeándose y lastimándose el Piojo no logró su propósito porque fue capturado y vuelto a cargar. Tuvimos que dedicar un par de horas en recoger todo lo que fuera posible antes de proseguir la marcha, comprobando que no eran muchos los daños. -
Cuando estábamos por llegar a 4.000 mts. rumbo al campo base, nos cruzamos con el grupo dirigido por el Doctor Bravo, quien había integrado sin éxito la segunda expedición argentina al Dhaulaguiri, en 1.955-56, intercambiando saludos y deseos por su parte de éxito, habiendo fracasado en esta oportunidad en su intento de realizar la tercera ascensión por condiciones meteorológicas adversas. -
A esa altura ya se hacía notar al respirar la falta de oxígeno producida por la composición química de las rocas sedimentarias, generando entre ambos un efecto multiplicador por el carácter y origen volcánico del lugar donde precedentemente a la formación de la cordillera existió una cadena de volcanes destruidos por el surgimiento de la misma, sujetos a las presiones de las (SIMA), rocas de origen profundo que presionan a las más livianas de la formación continental (SIAL) que es notorio para los que han tenido la oportunidad de ascender montañas más altas que el Aconcagua, que suelen pensar y decir que ésta, se comporta como una montaña de una altura superior en aproximadamente 500 mts. producto de esa mezcla en la composición química entre los gases sulfurosos el oxígeno.-
Nosotros al planificar la expedición habíamos tenido en cuenta que, según la experiencia de los precedentes expedicionarios, el clima suele ser más benigno en febrero y esperábamos que tendiera a estabilizarse para encarar la cima. -
Con formación técnica basada en nuestros estudios y labores en ingeniería confiábamos en las estadísticas y no nos defraudaron. -
Instalamos el Campo base y nos, quedamos descansando y aclimatando a 4.100 metros de altura, durante dos días. Después avanzamos para instalar el campo I a 4.700 mts, cuando comenzó un período programado dentro de lo planificado como clima inestable con eventuales nevadas. -
Dedicamos los tres días de condiciones meteorológicas adversas al descanso para aclimatarnos. Esta situación permitió que Carlos nos alcanzara integrándose a las largas discusiones pseudo científicas que amenizaron las extensas horas de caída silenciosa de nieve. La pared Este parecía un hueso duro de roer. Ante nosotros, se erguía una ladera empinada que trepaba hasta alcanzar un hombro a 6.400 metros de altura y desde ahí debíamos escalar un tramo vertical de roca de mala calidad de unos 270 metros, hasta llegar al glaciar Polaco. -
En el trayecto debíamos atravesar un campo de penitentes de hasta tres o cuatro metros de altura. El precedente buen clima en este caso no nos favorecía. La nieve se había derretido a pesar de las recientes nevadas y afloraban los penitentes de hielo duro, haciendo muy difícil el avance a través de ellos constituyendo un verdadero obstáculo. -
Debíamos trasladar equipo pesado y no contábamos con apoyo que facilitara las subidas y bajadas. Evaluamos que el abastecimiento de los campos III y IV nos llevaría entre diez y quince días y terminaríamos agotados. -
La nevada repentina que nos mantuvo casi tres días en el Campo I escuchando la furia de la tormenta, en la protección de la carpa sentíamos que tiene algún resabio del útero materno, uno se siente como que está amparado por algo o alguien. No habíamos conseguido el apoyo del Centro Andino porque los que decían saber nos habían dicho: “no vayan porque Uds no tienen experiencia, antes tienen que hacer muchas montañas menos elevadas”. Pero a nuestro juicio, se equivocaban y esperábamos demostrarlo. -
El alemán no soportaba el encierro con otros hombres que llevaban días sin bañarse y a pesar del vendaval pasaba horas caminando en el exterior, en eterno círculo alrededor de la carpa. -
Che, Willy, déjate de joder, entra que te vas a morir de frío, le decíamos.
No, tufo, tufo, respondía. -
Se acostaba en el medio con la cabeza hacia afuera, aprovechando la manga que tienen las carpas antárticas para zonas frías, para evitar la sensación de encierro. Llevaba guardada en su memoria las peripecias vividas en los campos de concentración de Siberia durante la Segunda Guerra Mundial. -
Había logrado escapar de los campos de concentración rusos pero aunque logró sobrevivir gracias a sus antecedentes de rebelde anti hitleriano no olvidó los sufrimientos vividos ni los olores que debió compartir. -
No era fácil mantener la higiene a esa altura, en el campamento base podíamos usar el agua del arroyo, pero en altura no podíamos gastar el gas para derretir la nieve. Willy nos enseñó una técnica aprendida en los campos de concentración para prevenir el congelamiento de los pies que consistía en frotarlos descalzos en la nieve y luego secarlos bien. De esa manera evitábamos que la transpiración se secara y obstruyera la circulación de la piel, produciendo restricción de la circulación periférica provocando el congelamiento. Aplicamos esa técnica a otras partes del cuerpo, pero solo era aplicable en condiciones meteorológicas muy benignas. -
En esos días de encierro, en cortos momentos de clima favorable, hicimos dos reconocimientos a la posible ruta hacia el fondo del kum* este, luchando con los muy altos monolitos de hielo duro, en una tarea extenuadora. -
Decidimos entonces que la pared este no era viable porque no contábamos con el tiempo necesario para encararla con posibilidades de éxito. Optamos entonces por intentar el objetivo de alternativa, el glaciar polaco que nos pareció más accesible. Para ello debíamos subir hasta el col, entre el cerro Ameghino y el Aconcagua y desde allí subir al glaciar Polaco y a través de él alcanzar si era posible la cima del Aconcagua. -
Establecimos un campo transitorio de transferencia de carga a 5.200 mts. y otro a 5.800 metros, cerca de un muro sedimentario socavado por el viento que era similar a tubos de órgano al revés. Acampamos al pie de esa pared y la bautizamos “Tubos de órgano”. Después de un día de descanso, encaramos la subida del glaciar Polaco. Por la poca nieve podíamos distinguir nítidamente las grietas en el glaciar y una de ellas nos sirvió como base para la instalación del campo IV a 6.450 mts. el campo más alto. Subimos y equipamos este último con dos carpitas muy livianas y poco eficientes. Frente a nosotros, una ladera glaciar muy empinada casi vertical se nos oponía. Heyni Breneke, excelente fotógrafo y experto en campamento, a pesar de no tener ningún problema físico, se sintió superado en sus posibilidades para abordar la pared y aprovechando el día soleado, regresó al Campo III a 5.800 metros. -
Los demás, salimos hacia la cumbre y cuando estábamos cerca de los 6.800 metros faltando poco para llegar al filo, el clima cambió. La cumbre se vio cubierta con oscuras nubes y fuertes vientos que giraban alrededor y contando con nuestra excelente aclimatación, ante la posibilidad de una tormenta, decidimos regresar al campo IV y esperar hasta que las condiciones mejoraran. Teníamos muy presentes las vidas que se había cobrado el Aconcagua cuando los andinistas desafiaban los vientos y el frío del atardecer y no queríamos convertirnos en un número más de esa lista. -
Cuando llegué a la carpa, tenía la sensación de tener los ojos llenos de arena. Pero no era arena, era una inflamación que me produjo un enceguecimiento temporario. Mis antiparras de muy mala calidad no me habían protegido de la radiación ultravioleta. -
A la mañana siguiente, en reunión de decisiones, ante la muy mala noche que había pasado, con fuertes dolores a pesar de los colirios y los paños fríos, decidimos que Carlos, que era el más experto, el viejo Willy y Omar, que era el más joven, intentaran llegar a la cumbre. Con todo el dolor del alma, tuve que quedarme en el campo IV. Si yo hubiera insistido en subir me habría convertido en una carga para el resto de mis compañeros y la prioridad era asegurar la meta del equipo. Rodolfo Ludwig renunció a alcanzar la cumbre para cuidarme y acompañarme, gesto que agradecería profundamente y fortalecería los lazos de amistad que nos unían.-
Sin saber qué suerte habían corrido nuestros compañeros, pero confiando en que estaban bien, a la mañana siguiente, transportando todo el equipo dejado: tres más las nuestras, bolsas de dormir, garrafas, colchonetas ropa y las dos carpas, emprendimos el descenso hacia el campo III donde estaba Breneke. Con seguro de soga pese a mi pésima visión y de usar doble antiparras fuimos bajando muy lentamente y al llegar al pie del glaciar Polaco nos encontramos con los tres compañeros que retornaban de la cumbre por la ruta normal de la ladera nor oeste.-
Carlos, Willy y Omar habían alcanzado la cima y pasado la noche bajo el filo a 50 metros de la cumbre, abrigados solo con sus sacos y pantalones de duvet. Colocando los pies sin zapatos dentro de una mochila y ésta dentro de una bolsa de vivac alternándose para ocupar el centro, el que peor lo pasó fue Carlos que en el ascenso, superando la parte más vertical del glaciar con sus primitivos grampones resbaló cayendo varios metros siendo detenido por sus compañeros, quedando cabeza abajo, colgando de la soga de seguro y perdiendo sus guantes de abrigo.
Omar en una actitud encomiable, se desencordó desplazándose en el hielo cristalino ayudo a Carlos a girar y volver a la posición vertical, después por un corto tiempo tomo la delantera permitiendo la regulación emocional de Carlos, llegando al filo y por él a la cumbre al caer el sol. No habiendo luz y tiempo para el descenso en un terreno desconocido optaron por vivaquear. A la mañana siguiente, en la bajada, como efecto de la deshidratación sufrida y el frio soportado, Willy sufrió mal de altura. La falta de oxígeno o el efecto de las emanaciones de azufre le provocaron alucinaciones que pusieron en riesgo su vida. Carlos y Omar lo veían brincar como una cabra en las alturas mientras recogía pirita de hierro dorada pensando que había encontrado oro. -
Continuaron lentamente el descenso, seguidos desde lejos por Willy que al ir perdiendo altura se fue oxigenando y tomó consciencia de lo que estaba haciendo. -
Bajaron desde el refugio Independencia hacia el norte en lugar de seguir la ruta normal hacia el oeste, pasando por el glaciar verde, masa de hielo reduciéndose gradualmente y siguieron descendiendo cruzando la ladera norte por debajo de los paredones de la cumbre hasta el pie del glaciar Polaco, travesía que no tenemos constancia que se hubiera realizado con anterioridad. -
Nuevamente juntos, continuamos el descenso hacia el campo III, donde nos esperaba Breneke.-
Al otro día, cuando llegamos al Campo Base nos encontramos esperando a los gendarmes, preocupados porque no habían tenidas noticias nuestras, sus superiores los habían mandado a ver qué suerte habíamos corrido. Nos encontraron excitados porque habíamos logrado concretar la tercera ascensión al Glaciar Polaco. La primera la habían hecho los polacos en 1934 y la segunda la había hecho el médico que habíamos encontrado mientras ascendíamos. En esa época era todo un mérito, porque no cualquiera iba a la montaña y tenía equipo técnico y humano. -
La expedición había durado 21 días, como estaba planificado. -
Aunque no habíamos contado con el aval del Centro Andino Buenos Aires para hacer la expedición, el presidente reconoció el mérito y me invitó a dar una conferencia con el título “Glaciar Polaco, la escalada en hielo más alta de América”. -
De ahora en más nos sentimos con fuerza para intentar objetivos más altos. Ahora, en 1964, el objetivo eran las cumbres de Mendoza
Dejamos el sur y teníamos varias cumbres y rutas en la lista.
Pero éramos exigentes buscando una pared virgen. Iríamos por la pared Este del Aconcagua. En primer lugar el grupo lo formábamos Willy Nolls, de origen alemán compañero de Mario en la empresa Fiat, Rudy Ludwick nuestro compañero en las picadas de Bariloche, Omar Pellegrini campeón de lucha libre y finalmente Brenneke un buen amigo que siempre supo con su carácter ayudar al grupo. Mario era el planificador y jefe de la expedición.
Los preparativos en Buenos Aires incluyeron el armado de los cajones de alimentos para el campamento base y los primeros campamentos.
El encuentro con Emiliano Huerta que conocí en la Facultad de Agronomía, donde estudiábamos ambos, fue importante. Huerta, un experto en el Aconcagua, con experiencia en la altura, nos alertó sobre la falta de oxígeno que complicaba la mente y aflojaba los sentidos de supervivencia en los alrededores de la cumbre. Esta relación fue importante para alentarnos y vincularnos con el escuadrón de montaña del ejército en Mendoza, quienes además de prestarnos material de escalada nos ayudaron en la logística de acercamiento al 7000.
Llegamos a Punta de Vacas donde tiene su base la gendarmería y rápidamente nos asignaron mulas y gendarmes’ conocedores de la zona.
Preparamos los cajones y las mochilas y comenzamos a cargar las mulas. Una mula llamada “El Piojo” y otra mayor se resistían a ser cargadas y a mí se me ocurrió dominarla con la cadena que la amarraba del cuello, con gran resistencia del animal que me desgarro la mano con sus tirones. La cosa comenzaba mal y en enfermería me dijeron que la mano debía curarse antes de superar los 4.000 mts.
Salimos de Punta de Vacas con una tropilla de mulas cargadas y nosotros a pie para aclimatarnos. Recorrimos con la caravana las orillas del Rio Vacas y llegamos al Arroyo Relinchos , donde había una casita donde paraban los gendarmes en sus recorridas donde nos quedamos 6 dias con Rudy.
Rudy fue mi enfermero de guardia alimentándome con Quacker y colocándome inyecciones de B12. Gracias a sus cuidados la mano se sano y seguimos a los compañeros. Estos antes de llegar al Base tuvieron que superar la resistencia del “Piojo” una mula pequeña que se resistía que la cargaran y a cada paso se revolcaba y tiraba las mochilas al río.
Llegamos con Rudy a la semana al campamento con las carpas del Instituto Antártico que Huerta nos había prestado y ahora ya estaban armadas.
Mario había planificado cuatro campamentos y cumplimos el plan. Primero había que pasar un campo de penitentes de 3 a 4 metros de altura como columnas de hielo que se formaban con la insolación y el viento. Pasarlos con las mochilas no fue sencillo y a 4500m instalamos el campamento intermedio o campamento 1.
Luego de almorzar con jamón y queso pasamos la noche y volvimos al campamento base. La aclimatación era clave y el cuerpo debía adaptarse en forma gradual.
Omar lo hacía con ejercicios y hacia la vertical sobre las piquetas a 4500m. El “tano” era un atleta pleno.
Después del primer día de descanso en el Base salimos para arriba el grupo entero y llegamos al otro día al campamento 2 sobre” Los Altares "donde el viento soplaba como tubo de órgano a 6100 metros. Allí instalamos un carpón del instituto Antártico que nos permitió una amplia charla donde entramos todos, aunque había que superar el olor a “spusa” (una palabra que le pusimos en el momento) para eso nos rotábamos saliendo y tomando aire.
Allí observamos que la pared Este -que era nuestro primer objetivo- era insuperable por el poco tiempo que teníamos y nos decidimos por el Glaciar Polaco.
Me puse a cantar el tango Uno de Discepolo. Se creó una discusión con Mario, ya que el tango se refería a la madre como “vieja”. No sé si fue la altura que lo influyo, pero Mario decía que era una falta de respeto y así cansados después de comer llegamos a la noche. Nos dormimos pensando y soñando en la cumbre.
Al día siguiente llegar al glaciar Polaco por un acarreo nos costó. Era sin duda la altura que llegaba al polaco que hacía más pesadas las mochilas y los pies.
Ya en el glaciar nos pusimos los grampones recorriendo las inmediaciones Y regresamos al campamento dos ya sabiendo cómo era el camino a la Cumbre.
Al día siguiente enfilamos derecho hacia el glaciar hasta que comenzó empinarse a los 6500 y en una grieta tapada instalamos el campamento3.
La altura comenzaba a hacer efecto y nuestros pasos y movimientos eran lentos. La primera noche en la altura apenas pudimos dormir por la cercanía de la cumbre y los efectos de la falta de oxígeno.
A las 10 de la mañana del día siguiente salimos encordados de a 2 y la pendiente en algunos tramos era de casi 60 grados.
Mario comenzó a observar hacia el sur unos nubarrones que lo llevaron a sacarse los anteojos para no perderlos de vista.
Se produjo una discusión con Omar y Willy que querían seguir, mientras Mario pedía que regresaramos, porque la posibilidad de tormenta a esa altura era peligrosa.
Me vi obligado a intervenir y a apoyar a Mario, que además era el jefe indiscutido y había tomado todas las decisiones desde el inicio. Todos bajamos, pero Mario y Rudy quedaron ciegos por un tiempo por los rayos ultravioletas. Al día siguiente seguimos con Omar y Willy hacia arriba, quedando Brenneke a cuidar a los inválidos.
La escalada fue intensa y llegamos a un tramo de 65 grados que quise superar en un impulso de exceso de confianza, que me llevo a una trampa, ya que el hielo caramelo impedía la entrada de los grampones y no podía pararme, solo me deslizaba. Comencé a patinar y con tranquilidad le dije que mis compañeros que me iba a caer y que clavaran las piquetas. La caída de aproximadamente 10 metros-a 6800m- fue rápida y quedé mirando el cielo con la soga amarrada a mi pecho. Omar bajo hasta donde estaba mi posición para darme vuelta.
Ya repuesto tomé la delantera giramos a la izquierda por un escalón longitudinal y se veía que arriba había una entrada entre las piedras y le pedí a Omar que tomará la delantera. Luego de superar un largo ya estábamos en las lomas de nieve en polvo que iban a la cumbre. Viendo que sí caminábamos hacia arriba había peligro de separarse les dije “Vamos a caminar juntos contamos hasta diez pasos contamos hasta 10 parados y retomamos.” Esa era la idea y llegamos juntos a la cumbre. La cima tenía una tapa metálica y que cubría el libro de cumbre y un sombrero de visera.
Estaba bajando el sol y teníamos el océano Pacífico al oeste y un mar de cumbres más abajo de nuestra altura. Al sur a lo lejos veíamos el Lanin más hacia el norte a otros cerros importantes como el Tupungato y Ojos del Salado, más a lo lejos el océano estaba entre penumbras.
No podíamos perder mucho tiempo asi que tomé el libro de cumbre y escribí “Por el Glaciar Polaco llegamos a la Cumbre Willy, Omar y Carlos “y dejé un banderín del Club Andino Buenos Aires. Después nos enteramos que el sombrero de visera era de un mexicano que había muerto al bajar en solitario.
Apure a mis compañeros y comenzamos el descenso donde tantos habían quedado para siempre por efectos de la altura y el hecho que se separaran.
Luego de recorrer 50 o 100 metros optamos por sentarnos en un lugar reparado, ya era de noche. Nos sacamos los zapatos (esto fue por sugerencia de Willy que había estado en Laponia en la Segunda Guerra Mundial). Willy pidió que pusiéramos los tres los pies en la mochila y nos turnamos para estar en el centro bien juntos. La noche fue muy fría, pero por suerte sin viento. En el glaciar Polaco esa noche llegó a 25 grados bajo cero. A la mañana apenas salió el sol salimos para abajo, paso a paso, cuidando los grandes piedrones sin caernos y, al girar hacia el refugio Independencia, que se veía a lo lejos me senté. Y me dije inconscientemente” Bueno…ahora los gendarmes están terminando de hacer el asado y nos van a ayudar” Omar me grito que me levantara que había que seguir sino no, no llegábamos. Willy, en tanto, subía y bajaba por un planchón de nieve y lo hacía como enloquecido.
Omar, luchador profesional preparado mentalmente, me hizo tomar conciencia del peligro del apunamiento por la altura, ya que los gases sulfurosos del antiguo volcán del cual afloró el Aconcagua, nos estaban perturbando.
En la noche, ya en el Refugio Independencia, no encontramos víveres como esperábamos, pero allí decidimos retomar hacia el sur buscando el polaco y volteando la cumbre sobre la pared de roca de nuestra derecha.
Willy totalmente apunado comenzó a subir gritando que había oro (sospechamos que era pirita) y que no quería seguir. Esperamos pacientemente varias horas con el rechazo permanente de Willy y ante la falta de respuesta seguimos el camino con Omar ya que habían pasado varias horas y cerca de la noche debíamos apurarnos, era una cuestión de vida o muerte. Luego de 2 horas de marcha y pasar por un glaciar verde, estando a la vista la Cumbre del Ameghino, llegamos a la bajada del Relinchos y vimos que nuestros compañeros descendían del Glaciar Polaco. Estos se preocuparon al ver que no estaba Willy y salieron a buscarlo. Yo me quedé en el lugar y al tiempo veo a Willy que baja corriendo por el acarreo y se disculpa al llegar a mi encuentro. Había despertado del apunamiento y ya veía la realidad con claridad.
Los gendarmes habían llegado al Base con mulas y nos ayudaron para desarmar el campamento y llevarlo a Punta de Vacas. El grupo recogió los alimentos que quedaban, que no eran muchos, y salimos para abajo Bordeando el Rio Vacas. El cansancio nos hizo demorar el doble de tiempo y en mi caso comencé a sentir congelamiento de los dedos de pies y manos, debido a la noche en la cumbre y a la caída, en que había perdido los guantes.
La enfermería de Punta de Vaca, los alimentos, las inyecciones como la menor altura, permitió que mi cuerpo se recuperara.
Regresamos todos juntos a Buenos Aires y vivos, que era una buena noticia en el Aconcagua.
La presentación de la expedición en el Club Andino Buenos Aires y la publicación de la expedición exitosa, en el Clarín Colores, nos dio una aureola especial entre los jóvenes andinistas.
Demostramos que no solo los europeos subían a la alta montaña de la Cordillera de los Andes por las rutas vírgenes. Pero no nos íbamos a quedar así solamente con el polaco y pensamos al otro año subir la Pared Sur del Aconcagua.
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