Conocí a Roberto hace más de 20 años por medio de su hijo Christian Vitry, con el cual hoy somos amigos. Él fue el inspirador de generaciones de Andinistas de Salta, deportista, historiador y periodista con un espíritu curioso, dedico su vida a la investigación de la Cultura salteña y de la puna. Es un honor que en esta ocasión Roberto comparta con todos nosotros su experiencia a través de su pluma.
Guillermo Martin Presidente del CCAM |
La leyenda sobre la existencia de fabulosas riquezas depositadas en la cima del Acay, un cerro de 5.750 metros de altura, se remonta a un par de siglos atrás. Pero, ¿quién escogió tal sitio -si ello es verídico-, para depositar allí monedas de oro y plata? Sobre el Acay se da una constante: el misterio sigue al misterio de manera permanente.
Gabino Cruz, ahora desaparecido, era guía de la zona y vivía al pie del macizo puneño, relató un episodio protagonizado por su padre que atendió a dos chilenos quienes, al retornar de la cumbre y como testimonio de agradecimiento por la hospitalidad brindada por el dueño de casa, le dejaron un cachajo con monedas de oro. Años más tarde, siguiendo los pasos de los dos primeros felices aventureros, asomaron por Muñano tres esquivos caminantes a quienes no se los vio descender por el mismo lugar. ¿También tuvieron ellos su parte?
Finalmente un vecino de La Poma aseguraba que fueron dos puneños de San Antonio de los Cobres, en 1930, quienes se llevaron la mentada carga de oro y plata del Acay.
El Acay, ubicado en el límite de los departamentos de La Poma y Rosario de Lerma en la provincia de Salta, se eleva imponente con sus varias cumbres vecinas, con sus más de 5.700 metros y su sobrecarga de leyendas y supersticiones. Antes, durante y después, jugó un papel preponderante como punto de referencia. A sus pies, en la faz sur macizo, se encuentran las nacientes del río Calchaquí. También el famoso paso “Abra del Acay” que, con sus 4.896 metros sobre el nivel del mar se constituye no sólo en el punto más elevado de la extensa ruta nacional 40, sino en uno de los pocos motivos que adornan espectacularmente la imponente geografía de nuestra América total. De sus faldeos meridionales se desprenden igualmente las primeras estribaciones de los Valles Calchaquíes, mudos testigos del paso de los tiempos y de cruentas batallas que testimonian la avidez insaciable del ser humano en cualquier época y lugar, como el sometimiento del hombre por el hombre.
Alrededor de 1762 el nevado del Acay cesó en su vida activa minera cuando se dispuso la expulsión de los jesuitas. Esta orden religiosa explotó con mucho beneficio sus entrañas extrayendo de ellas oro y plata. Aún hoy se puede observar en algún lugar del gigante puneño los restos de un viejo crisol que, alimentado con el combustible que proporcionaban tolas y yaretas, arbustos lugareños resinosos, devolvían a aquellos ignorados seres de manos callosas y sometidas a los rigores de las más bajas temperaturas, los filamentos dorados y plateados que les tributaba el riquísimo mineral. Pero hoy, pese a los intentos efectuados especialmente por varias generaciones de mineros, jamás pudieron encontrarse las ricas vetas auríferas y argentíferas en el Acay, que prosigue guardando para sí sus mitológicos tesoros.
Riquezas que aún hoy azuzan las mentes de muchos decididos aventureros, aunque estos no sepan por dónde empezar. Al margen de ello el Acay está reputado de ser uno de los cerros con más puna de la zona andina. De sus enormes riquezas que fueron depositadas en la cumbre, nada se sabe con certeza. ¿Existieron…?
Para algunos puneños, hoy ya en la declinación de sus vidas y sin temores a nadie -ni aún al “antiguo”-, fue realidad y muy bien aprovechada por quienes sabían de su existencia. Para llegar al altar donde la “diosa fortuna”, albergaba sus dones materiales, sólo hacía falta el valor de vencer las ataduras ancestrales, esos lazos invisibles que los ligaban a antiguas supersticiones y llegar a la verdad y a la… tangible riqueza.
Una tarde de un día de enero de 1973 llegaron desde San Antonio de los Cobres, rumbo al Acay. Pronto el vehículo dejó la ruta principal para desviarse a la derecha y tomar una vieja senda. Más adelante nos detuvimos en la casa del lugareño Gabino Cruz, veterano guía del Acay, y profundo conocedor de su historia y la “historia del tesoro”. Esa historia que cala hondo en los visitantes que son atrapados por los encantos de la puna y sus soberbias montañas adornadas de innumerables leyendas. Dentro de ese contexto el Acay no es la excepción, por cierto, sino una más.
“Yo i’tao tre vece en el “alto”. En 1950 con unos “andarines” (montañistas) que llevaban una placa de metal para dejar arriba (se trataba de José Fadel, Pablo García (Foto) y Ramón Dorval Ortiz, que lograron la cumbre el 26 de diciembre de 1950). Después en 1953, creo, y en 1957, no sé bien pero todo eso está “avisado” (publicado). Había una mujer entre los “andarines” (la tucumana Flora Beltrán que subió en 1952). Yo li’acompañao a mucho “andarine” por eto lao”, expresó Gabino Cruz en nuestro primer contacto. Con 64 años de edad en ese entonces, recordó que nació el 19 de febrero de 1909 y prestó el servicio militar en Río Santiago y Puerto Nuevo, como marinero. Se excusó de acompañarnos hasta un puesto que tenía más arriba y que nos autorizó a usarlo como base.
Nuestra marcha prosiguió y con nosotros el deseo anhelante de conocer esos detalles del pasado, pero nuestra misión era otra. A nuestro regreso, con la misión cumplida (pese al mal tiempo), sentimos una profunda frustración al comprobar que la camioneta que nos debía buscar, no había llegado. Casi al atardecer arribamos a la casa de Gabino Cruz. En la vieja y grimosa cocina de su rancho construido en “U” para protegerse del fuerte viento, nos sentamos aquella noche con la única luz que nos brindaban las tolas ardiendo en el fogón. Tras una interminable charla Gabino Cruz -hoy desaparecido-
Finalmente se animó a contar la historia del “tesoro del Acay”.
“Por el año 1925 llegaron a Muñano dos personas, probablemente de origen chileno, que finalmente fueron a parar por esas cosas del destino finalmente fueron a parar a la casa de los Cruz. El padre de Gabino y jefe del hogar, atendió a los forasteros con toda cordialidad, les ofreció buen albergue y reconfortante comida. En el momento de la partida, tras yaparle provisiones, deseándoles mucha suerte. A todo esto los extranjeros nada comentaron del cometido de su presencia por allí. Al viejo Cruz, al parecer tampoco. Él quedó conforme con haber sido útil una vez más.
“Unos días más tarde los aventureros de la cumbre del Acay", con evidentes signos de haber cumplido una faena que les demandó muchos esfuerzos. Ello quedaba reflejado en sus semblantes. El viejo Cruz tornó a sus atenciones y nuevamente brindó a los esforzados caminantes lo poco que tenía, pero con el corazón abierto. Gabino Cruz, que por entonces tenía 16 años, dijo al respecto:
“Le dejaron a mi padre un “cachajo lleno de monedas de oro sobre la mesa”, como agradecimiento. No dijeron nada de nada y después de comer y descansar bien, se fueron para siempre. Nunca más volvimos a saber de ellos”. El relato del veterano guía de la montaña, en ese ambiente cargado de humo, con poca luz, casi en penumbras, parecía irreal y nuestra atención estaba cada vez más centrada en sus palabras. El relato del viejo guía de la montaña, en ese ambiente cargado de humo. Varios años más tarde de aquella visita de los chilenos, tornaron por la misma senda, otros tres osados caminantes. Se mostraron poco comunicativos, muy esquivos, tratando evidentemente de ocultar sus intenciones. Estuvieron poco en la casa de los Cruz. Al reanudar la marcha hacia los faldeos superiores del Acay, no resistieron el impulso de darse vuelta a cada rato, como queriendo constatar con sus propios ojos de que no eran seguidos. Los días pasaron y jamás retornaron por Muñano, por la casa de los Cruz, aunque quedó el testimonio de que por aquellos días solo vieron bajar a dos extranjeros. ¿Y el tercero?, otro interrogante sin respuesta. No se sabe ni se sabrá, por cierto, si ellos también encontraron las rutilantes monedas de oro, si tuvieron tanta suerte como sus predecesores o tornaron con las manos vacía. Los que sí, es indudable, es que ellos también conocían el secreto del tesoro.
El relato había alcanzado un alto grado de emotividad. Nuestras mentes volaban literalmente con el propósito de alcanzar aquellas lejanas imágenes del pasado para hacerlas realidad y saber todas la verdad sobre estos caminantes. La voz de Gabino nos sacó de nuestras disquisiciones íntimas tornándolas a la realidad de manera brusca y tornando a su sitial de dueño y amo absoluto de la situación. Retomando el hilo de la conversación, lo notamos muy animado, y con decisión, agregó:
“Yo subí al alto por primera vez en el año 1930” con mi primo Reimundo Choque. Encontramos en la pirca una botella y dentro de ella una tarjeta que decía: “echamos 5 horas desde el camino del bajo a la punta del cerro, 14 de diciembre de 1914”. Tenía una firma que no se entendía. En el pircón habían quedado dos galones quebrados por rayos”.
Reimundo Choque se mostró apesadumbrado por el resultado de la experiencia vivida y se quejó por haber no tenido valor antes para adueñarse del tesoro. Sentado sobre el pircón, resignado por la poca suerte, fue arrancado de sus elucubraciones -según Gabino-, “por la aparición de un toro negro con astas de oro. Corrió cerro abajo y yo le acompañé después. Yo no lo vía al toro. Cuando esto sucedía me encontraba recogiendo las “chuspas” vacías, sin ninguna moneda. También vi huesos humanos, pero después no pude encontrar los mismos”.
Gabino Cruz entremezcló fechas y citó los años 1924 y 1928 a través de los cuales es fácil deducir que había subido en otras oportunidades y que la cima del Acay no le era desconocida y que sabía mucho más.
En 1950, cuando acompañó a Fadel, García y Ortiz, encontraron en la cumbre una tibia humana que luego fue entregada a las autoridades del Museo de Ciencias Naturales de Salta, donde lamentablemente se “extravió”. Félix Chocobar, de San Antonio de los Cobres y hermano de Néstor, aseguró haber visto en la cumbre del Quewar (6.180m) un cadáver momificado, pero el dato no fue confirmado en ascensiones posteriores.
Unos días más tarde de este encuentro en Muñano con Gabino Cruz, ya en San Antonio de los Cobres, tuve oportunidad de exhumar el del “Tesoro del Acay”. En una conversación informal con don Miguel Ávalos, nacido en La Poma, éste aseguró conocer la historia y saber quién se había llevado el precioso legado.
“Pero don Miguel acabo de venir de Muñano donde estuvimos con Gabino Cruz, y él, que vive al pie del Acay, dijo no saber nada de ello. Es más, aseguró que en 1930, cuando llegó al “alto” con Reimundo Choque, sólo encontraron las chuspas vacías.
El tesoro del Acay fue sacado de la cumbre por los compadres Chocobar y Guaymás, pero éste se murió justo al año, dicen por haber aspirado dentro de la cueva los gases de las monedas encontradas. Guaymás, cuando vio brillar el oro y la plata se arrojó encima desesperado, mientras Chocobar se retiró del lugar. A mí me contó todo estos en La Poma el arriero que llevó las cargas que bajaron de la cumbre. Dos viajes hicieron 18 mulas desde el bajo del Acay hasta La Poma. Fue por el año 1930.
Firme y decidido, plenamente convencido de lo que decía, prosiguió con el monólogo:
El arriero me mostró las monedas peruanas de plata y yo le hice confesar que le dieron algunas de oro. Después me dijo que le habían pagado poco, muy poco con relación a lo que habían sacado.
La conversación giró a otros temas y Ávalos manifestó conocer varias minas de oro y plata y que quienes se dedicaban a esta tarea de catear, no sabían nada y que perdían el tiempo porque nunca iban a encontrar nada de riquezas.
¿Por dónde pasa la verdad en este confuso panorama? Vaya a saber uno con exactitud. Lo cierto es que las leyendas se suceden una tras otra y vamos a encontrar muchas versiones, pero todas ellas con un vértice único: fantásticos tesoros y leyendas. Y la imaginación popular crecerá permanentemente a la par, este alimentar mito de manera permanente, mientras el Acay, otros cerros y lugares no tan elevados, proseguirán atrayendo a los seres curiosos y ávidos de enriquecerse con esos dorados legados del pasado escondidos por doquier.
El famoso tesoro del Acay no fue extraído aún y el puneño Ávalos, que adjudica a los compadres Chocobar y Choque el hallazgo de esas riquezas en el Acay, no fue allí donde estos encontraron el riquísimo Eldorado puneño. El lugar se encuentra ubicado en los faldeos intermedios entre los nevados Acay y San Miguel, frente a la reputada Abra del Acay (4.896m) de la ruta 40. El sitio se conoce como Negra Muerta, según los descendientes de Chocobar, propietario de un gran almacén San Antonio por aquellos años.
La puna está habitada desde tiempos inmemoriales y todas sus laderas testimonian el paso del ser humano. En ellas no sólo se encuentran minerales, también restos de unidades de viviendas, cerámicas, puntas de flechas, martillos líticos, etcétera. Un campo propicio para la antropo-arqueología. También el arte precolombino tiene cabida ya que existen riquísimos yacimientos de petroglifos (rocas grabadas). Otros obsequios de la naturaleza son las lagunas que se forman del agua del deshielo y las vertientes que abundan por esos rumbos. La “laguna de los siete colores”, cercana a Capillas, es un regalo divino de la naturaleza. En los atardeceres las doradas hebras del sol bañan generosas el níveo domo del gigante (Acay) que se nos antoja más imponente en su silencio milenario, más abstruso en sus misterios, pero bello, tremendamente bello en su conjunto. (Diario El Tribuno, Salta, domingo 4 de diciembre de 1983).
Fortunato Zerpa era natural de San Antonio de los Cobres, donde su padre era propietario de un hotel y otras empresas, lo que convertía a la familia en una de las principales del poblado. Tenía un hermano poeta, muy considerado en San Salvador de Jujuy, el que dejó obras interesantes. Fortunato Zerpa fue maestro de escuela en San Antonio y Santa Rosa de Pastos Grandes y dentro de este contexto, un singular personaje, que había acumulado muchas historias de la zona, especialmente aquellas relacionadas con crímenes, robos, peleas, familias, en fin, una persona consustanciada plenamente con el medio al que pertenecía.
Personalmente me refirió varias anécdotas interesantes, especialmente cuando reunía material para la historia “Vicuñeros de la Puna”. Del Acay tenía datos interesantes como el del “Loco del Acay”, como él lo había titulado. Esto me confió en septiembre de 1988 en San Antonio:
“Del “tapado” del Acay no sé nada. Lo que yo sé es que mi viejo cuando trabajaba en cerro Bayo -una montaña chica del mismo macizo Acay- donde había una mina con una veta bien ancha de hierro trabajaba entre varios obreros, un chileno de apellido Silva. Un día el chileno Silva le dijo a mi padre “quiero subir a la cumbre del Acay”, y se fue nomás. Salió a la mañana bien temprano como a las 7 de la mañana con otro chileno, cuyo nombre no recuerdo. Volvieron al campamento al atardecer, como a las 18. Primero llegó el compañero y por atrás venía Silva gritando: “Ya lo sacaron, ya lo sacaron, ya lo sacaron...” Repetía esas palabras como una letanía y traía en la mano un pedazo de cuero que se calculaba era de una petaca -donde iban a parar las monedas-, de algún tapado o tesoro oculto. No se cansaba de gritar que “ya lo habían sacado”. Al ver que estaba medio loco, lo llevaron a San Antonio y lo metieron en el calabozo de la policía por precaución, donde seguía gritando que ya lo habían sacado.
Una mañana el chileno Silva apareció muerto, con un clavo que le atravesaba la garganta. Había sacado un clavo de la pared y con él se suicidó. Su compañero declaró que habían encontrado los restos de una petaca. Alguien había escarbado allí y se llevó todo los que encontró. Pero ese siguió viviendo tranquilamente, el que se volvió loco y se suicidó, fue el “chileno Silva”. (Roberto G. Vitry, San Antonio de los Cobres, 19 de septiembre de 1988).
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