Solitario entre gigantes, reina en el desierto y su cumbre supera por varios centenares de metros a las de sus vecinos. Su rica historia lo ha transformado en un mito de roca y hielo reemplazando a lo que supo ser, una enorme montaña de los Andes de Atacama.
El relato de esta expedición, realizada en el año 2010, detalla la apertura de la ruta sur, aproximando desde la base del Cerro del Nacimiento. En su momento se pensó como una alternativa a la ruta que discurre por el valle del río Cazadero y Aguas Calientes, pero, luego de una década, se puede afirmar, que lo que ocurrió fue que se abrió una huella que hoy llega al Arenal, y permite intentar la ruta argentina y clásica de la montaña.
Pensar hoy en realizar una aproximación de 25 km, parece al menos desproporcionado, frente a la posibilidad antes mencionada. Pese a esto, compartimos el relato de lo que podemos considerar una expedición enmarcada aún, en el período de descubrimiento de las alternativas posibles, dentro de tan vasta montaña.
Luego de destapar otra botella de vino fluyó de sus labios otra historia de montaña, una mas que atentamente escucharíamos.
“Era 1976 o 77, no me acuerdo bien, ya casi había terminado el verano y nosotros habíamos decidido ir de paseo a Tilcara, aprovechando mis vacaciones. Eran épocas difíciles y teníamos pensado ir a trabajar a Bolivia, cosa que haríamos un tiempo después, e incluso allí, nacería nuestro primer hijo. Estando en el camping de esa localidad jujeña, escuché como alguien enojado gritaba que se había olvidado el sacacorcho y no podía destapar el vino. Me acerqué y por el tono, me di cuenta que eran tucumanos. Cuando la luz del sol de noche iluminó suavemente su figura me di cuenta que era Orlando Bravo, el incansable andinista y explorador”.
Entonces se acerco y le dijo:
creo que yo tengo algo que te puede servir en este momento….
Eh!! Panta!! ¿Que alegría, que haces por acá?”. Le respondió
Enrique Pantaleón sirvió otra copa y ofreció vino a los que completábamos la mesa. En ese momento alguien le dijo:
y no ibas a contar una historia del Ojos del Salado?
Pará un poquito que ahora sigo, ¿querés vino? Redobló.
Luego de servir todas las copas, continuó. “Le di el destapador y me invitó a compartir la mesa con ellos, estaba con su esposa y sus changos y yo fui a buscar a Patricia y nos sentamos todos a comer un pedazo de carne. Charlamos hasta altas horas de la noche y por supuesto la montaña eclipso todos los otros temas, incluso su inminente exilio involuntario en Bolivia. Pero la historia que les quería contar fue lo último que conversamos”.
Orlando era en ese entonces un referente del montañismo argentino, había hecho la primera repetición del Glaciar de los Polacos, había participado de la Expedición al Dhaulagiri de 1956, recorrido los Andes Peruanos, Cachi, Chañi, Llullaillaco e innumerables ascensos a montañas menores, pero con el Ojos del Salado tenía una historia diferente.
En los años 50, como integrante de la Asociación Tucumana de Andinismo, había sido parte de la generación que desempolvó la historia de los polacos que recorrieron la cordillera en los años 30. En 1951 una primigenia expedición tucumana abrió el camino, para que en 1955 liderara la expedición que llegó por tercera vez a Tres Quebradas con objetivos deportivos, luego de aquella expedición polaca y la primera de Tucumán. El 22 de enero de ese año, logra junto con tres compañeros el primer ascenso del ignoto Cerro ATA de 6510 metros creyendo que subían el Ojos del Salado. Los deficientes mapas de esa época y las magníficas distancias confundieron al los escaladores, pero volverían al año siguiente aunque la enfermedad de uno de ellos truncará el objetivo de alcanzar la cumbre.
En 1957, la cuarta expedición que partió del Jardín de la República y segunda liderada por el Dr. Bravo eligen otra ruta distinta a la polaca, que partía de Tres Quebradas. Por el río Cazadero y Aguas Calientes, acceden al Arenal, y desde ahí siguen el derrotero abierto por el austriaco Mathias Rebistch un año antes. Unos días después, alcanzan el punto más alto Coppens y Bolsi.
El jefe del grupo, una vez mas, verá de lejos la indomable cumbre y en su interior comenzará a generarse un sentimiento especial con el Ojos del Salado. Finalmente, debió esperar hasta 1976, para lograr su soñada cumbre, en esa oportunidad, junto con el Grupo de Trepadores de Monteros.
Y Enrique, ¿cual es la historia?. Le preguntamos.
Bueno. Ahí fue cuando me contó del Ojos del Salado. En los años 50 era todo un misterio, había sobre el Ojos del Salado una mística especial y se tejían alrededor de él miles de historias. Estaba lejos y era desconocido, ni siquiera había fotos que lo identificara. Organizar una expedición por esa región era un gran desafío, pero los jóvenes 30 años de Orlando en enero de 1955 lo hacían soñar con el instante de la cumbre de una manera especial y el Ojos del Salado se convirtió en un sueño que solo podría liberar pisando la cumbre. Cada expedición que pasó solo agigantó el sentimiento y en ese verano tardío de 1976, o 1977, no me acuerdo bien, me contó en esa noche de Tilcara su historia.
Parece que en 1955 él sentía que llegaría a la cumbre y dejó en Tres Quebradas una botella de vino para festejar. Luego de subir el virgen pico de mas de 6500 metros que denominaron ATA en honor a su Asociación de Andinismo, pasaron cansados y confundidos sobre la cumbre ascendida y allí quedó el premio. Durante un año preparó la expedición que intentaría nuevamente el ascenso pero tuvo que esperar otro año mas para finalmente partir a la cordillera. Enterados que en 1956 Rebistch había logrado el segundo ascenso del Ojos del Salado por una ruta mas sencilla por Aguas Calientes, eligieron esa ruta, pero subieron dos de sus compañeros, debiendo él, contentarse con esperarlos en el campamento.
Dentro de su corazón se fue clavando, como dijo él esa noche tilcareña, una espina. La espina de poder subir el Ojos del Salado. Pasaban los años y las montañas. Las cumbres lo satisfacían como andinista, pero seguía con la espina clavada. Finalmente, mas de 20 años después de la primera expedición se sacó la espina y llegó a la cumbre en 1976.
¿Le preguntaste algo mas? Interrogamos
La verdad no, lo había escuchado atentamente y en silencio. Afirmó.
La conversación, que parecía terminada, tuvo un epílogo:
¿y vos Panta no subiste el Ojos? Le dijo Orlando Bravo, rompiendo el silencio
No, todavía no, quizás algún día conozca esa zona. Respondió Enrique
Ahora, en silencio, nosotros éramos los que escucharíamos otro epílogo, pero esta vez de Enrique:
“Me quedaría grabada la historia mucho mas tiempo que el que calculé, pero antes de ir a dormir cada uno en su carpa, le pregunté si había buscado esa botella que dejó en Tres Quebradas para festejar. Me dijo que no, que ni siquiera recordaba bien donde la había dejado, pero que cualquiera serviría para festejar una cumbre. Nos saludamos y cuando me iba, me llamó y cuando me di vuelta, me regaló una botella de vino tinto y me dijo: Para cuando te saques la espina del Ojos del Salado. Me fui a dormir, pensé que algún día iría a esa lejana región, pero otras montañas me llamaron y allí fui y el Ojos fue quedando relegado. Ahora tengo 62 años y ya no voy a la montaña en busca de cumbres, disfruto desde sus campos base y espero a veces a los socios del club, a mi hijo y sus amigos otras, y disfruto desde otra perspectiva, que en ningún caso la definiría como mejor o peor que buscar la cumbre, eso si, es muy distinta.
Partimos de Mar del Plata el mismo grupo con quienes venimos escalando desde hace años: Eduardo Namur, Daniel Pontin y yo. En Catamarca se nos unió el cuarto integrante del equipo, el salteño Nicolás Pantaleón.
Durante la primera parte del viaje ascendimos el poco conocido cerro Morocho Chico de 4582 metros, llamado simplemente Morocho por el Instituto Geográfico Nacional argentino. En su cumbre encontramos el hito topográfico erigido por el geógrafo alemán Walther Penck en 1913 durante sus viajes científicos. Al parecer éramos los segundos en hollar esa cumbre tras 97 años.
La travesía continuó en Las Grutas, un paraje ubicado a escasos 20 km del paso de San Francisco y a 4000 metros. Solo existen allí una reducida dotación de cuatro gendarmes, un encargado de la Aduana y dos viales. Es posible alojarse en la barraca de Vialidad donde pernoctamos las próximas cuatro noches.
Desde Las Grutas partimos una madrugada en busca del cerro que algunos llaman Pabellón Grande. Recorrimos 32 kilómetros con la 4x4 desde el paso de San Francisco con rumbo norte. En ese punto alcanzamos la ladera oeste del cerro de 5412 metros y por un cono de deyección ascendimos en unas 5 horas sin encontrar señal alguna de Penck ni de otro escalador. Habida cuenta que éramos los primeros erigimos un hito y nominamos la cumbre virgen como Janajman en honor al 25 aniversario del club de montaña del cual somos socios y que en quechua significa “hacia lo alto”. Creemos que con esta nominación se aclara en cierta medida la nomenclatura de la región de San Buenaventura, ya que existen al menos tres picos conocidos como Pabellón y sin que quede claro cual es cual. En 2008 habíamos subido el que la plancheta del Instituto Geográfico señala como “Pabellón” pero sin embargo es el de menor altura y tampoco habíamos encontrado señales del paso otros escaladores.
Luego del ascenso volvimos a Las Grutas y al lado del fuego, como todas las noches, cenamos y nos quedamos jugando a las cartas. No teníamos del todo definido por donde seguiría nuestro viaje. Si bien el objetivo que todos teníamos en mente era el Ojos del Salado, también habíamos pensado en que si por algo se complicaba, elegiríamos otro objetivo. El plan hasta ese momento venía impecable así que nos decidimos en ir a probar suerte en el rey del desierto, el mas alto de la región y segunda cumbre de América.
Para ser veraces, en realidad, esa noche pesó, en cierta medida, la historia que nos había contado Enrique un tiempo atrás. Frente a la tenue luz de los leños encendidos, Eduardo y yo reconocimos que teníamos la espina clavada con el Ojos del Salado, un intento nos había llevado hacía unos años cerca de la cumbre y otra expedición se frustró sin haber llegado a la base del cerro y esa vez también estaba Nicolás. Daniel planteó que la espina para él era llegar a la cumbre de un 6500 de los grandes, ya que el año pasado teniendo la cima del Pissis a mano, a último momento decidió no continuar.
Con el plan claro partimos al otro día con idea de dormir en la Laguna de los Aparejos y desde allí avanzar hasta la base del cerro del Nacimiento para intentar abrirnos camino hacia la cara sur del Ojos del Salado y por ella trazar una nueva ruta a la cumbre.
Al día siguiente avanzamos con la 4x4 hasta la Laguna Celeste (4400 metros) e ingresamos por el Campo Negro, una vasta extensión de arena volcánica que se desarrolla hasta los pies del cerro del Nacimiento (6436 metros). Hasta este punto habíamos recorrido 38 kilómetros y luego de cargar nuestros bultos instalamos el primer campamento a 4950 metros (S 27 17 32 W 68 27 52). Luego de la primera noche, continuamos la aproximación que dividimos en dos jornadas en las que tuvimos que salvar dos filos paralelos que llegaban a 5600 metros. Se sucedieron las jornadas, todas avanzando sobre los 5.000 metros. La cuarta noche instalamos el campo cuatro en la ladera sur del Ojos del Salado a 5630 metros (S 27 09 20 W 68 31 49).
Al otro día comenzamos a escalar el glaciar sur con una inclinación de 35º y por él alcanzamos el emplazamiento del último campamento que haríamos a 6080 metros (S 27 09 59 W 68 32 03). En la madrugada del 28 de marzo de 2010, partimos por los altos neveros que desembocan en el glaciar. Luego de avanzar hasta los 6300 metros nos quitamos los grampones y continuamos por las laderas de una antecumbre en dirección a la pirámide cumbrera. Desde el collado de esta con la cumbre central avanzamos buscando un largo nevero que terminaba cerca de la cumbre. Descansamos a 6800 metros donde encontramos los restos del helicóptero Lama que se accidentó en 1984 y donde perdieron la vida el director de la Minera Anglo American Louis Murray y el piloto César Tejos. Cuarenta minutos después, a las 16 horas pisamos finalmente la cumbre principal del Ojos del Salado donde encontramos la pirámide que recuerda a las víctimas del accidente de 1984.
Observamos el paisaje impactante con las paredes que caen a pique hacia la cara norte del Ojos del Salado y el torreón oeste de igual altura del que estábamos parados. Vimos las fumarolas en el cráter inferior y la senda que llega desde el refugio Tejos en territorio chileno. En el horizonte se recortaban altivos el Tres Cruces (6749 m) con sus glaciares, el Muerto (6488 m) con su imponente cara sur y al sur el Walter Penck (6658 m).
Dejamos nuestro testimonio entre las rocas de la cumbre y nos quedamos una hora, habida cuenta del clima benévolo.
Volvimos sobre nuestros pasos y esa noche dormimos nuevamente en el campamento de 6100. Al otro día emprendimos la larga y extenuante vuelta.
Llegamos una madrugada a Fiambalá y sin esperar que se despierte Ruth, la dueña del hostel, entramos y dejamos los petates en el comedor y nos instalamos a comer algo pese a que eran casi las 7. Con los ruidos se levantó y entonces fuimos huéspedes y no ocupas.
Luego de bañarnos nos fuimos a dormir y recién nos levantamos al mediodía para almorzar. Uno a uno nos comunicamos con nuestras familias y nos fuimos a las termas.
Cuando estábamos inmersos en las cálidas aguas tomando unos mates Nicolás nos contó que había llamado a Salta y había hablado con su padre Enrique. Nos mandaba un gran abrazo y una enorme felicitación. Como andinista entendía el esfuerzo que nos había insumido el ascenso y lo valoraba realmente.
Le había preguntado sobre la ruta, cuantos campamentos habíamos hecho y si el hielo estaba en buenas condiciones o nos hundíamos al avanzar, pero fue lo último que dijo lo que nos llamó la atención.
“Bueno, ahora entonces me saqué la espina”
Enrique nunca fue al Ojos del Salado, así que no podría tener ninguna espina. ¿Que nos había querido decir? Nicolás le preguntó si él hubiera querido subir el Ojos y si eso si tenía algo inconcluso como andinista, pero él tranquilamente le dijo algo que nos sorprendió realmente y todavía nos deja sin palabras:
“No, es que tengo la botella de Orlando Bravo guardada y solo la voy a abrir para festejar una cumbre en el Ojos del Salado”
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