Integrantes: Lelio de Crocci, Eduardo Namur, Fernando Tripodi, Fernando Fedrizzi, Alex Yaffe, Silvina Yelanguezian, Norma Montalbetti y Guillermo Almaraz
Sesgados por el misticismo y el contenido espiritual que conlleva una expedición a los sagrados sitios donde las culturas pretéritas erigieron sus altares, ascendieron en una primera etapa el Quehuar, para luego coronar el Llullailaco.
Subir Montañas para la mayoría de las personas que no vivimos cerca de ellas implica planificación, entrenamiento, logística para el viaje y disponer del tiempo para llevarlo a cabo.
Cuanto más altas, superando los seis mil metros necesitamos más tiempo; pero si a todo este combo, le sumamos que las montañas que queremos ascender están en Salta, en el corazón de la puna, todo esto es multiplicado por diez.
A las ya largas distancias para llegar a Salta, “La Linda”, hay que sumarle cientos de kilómetros dentro, para llegar a la base de los volcanes más altos, más hermosos y más salvajes.
Nuestro grupo estaba conformado por ocho personas, cada uno con su historia personal y sus propios objetivos, pero teníamos un hilo en común; sacarle el mayor provecho posible a la experiencia. Empaparse no solo de la cuestión deportiva, sino también de la cultura del lugar, aprender de la historia, del paso de los Incas por estas tierras y su legado; es por esto, que intentar ascender el Quehuar y el Llullaillaco no nos daba lo mismo. Las montañas sagradas, sí, “las de las momias”, que era como nos preguntaban nuestros conocidos cuando contábamos hacia adonde íbamos.
El recorrido comienza trasladándose desde la Capital hacia San Antonio de los Cobres, donde hicimos la primera parada en Santa Rosa de Tastil y sus ruinas, donde escuchamos atentamente las historias que nos contaba Guillermo. Un lujo que nos pudimos dar, el de compartir expedición con un historiador apasionado de la montaña y en particular del NO argentino.
La capilla del Padre “Chifri” otra parada obligada en el camino, donde además tuvimos la suerte de encontrarnos con pobladores de la zona que estaban recordando sus anécdotas, de cómo los incentivo al estudio y la cultura del trabajo, y entre ellos estaba su primera alumna egresada del secundario. Escucharla hablar nos emocionó a todos.
El primer trekking llegó, visitando el cerro Terciopelo o de las antenas en San Antonio, donde ya la altura nos daba la bienvenida con sus vistas inmensas del Nevado de Acay y el Tren de las Nubes.
Completamos el proceso de aclimatación en Tolar Grande, donde vivimos otro viaje mágico, cruzamos el Salar del Diablo, las Siete Curvas, el Salar de Pocitos, los pensamientos se entrecruzan, que grande que es todo esto, que pequeños que somos, que maravilla este paisaje, no hay foto o video que pueda mostrar de verdad lo que se estaba grabando en nuestras retinas y nuestro corazón.
Al tercer día, fuimos en busca de la primera cumbre sobre los cinco mil metros. El objetivo fue un volcán olvidado, el Oscara (5040 m). No teníamos mucha información y en Tolar Grande no lo ubicaban, al menos con ese nombre. Por la huella que va a la Laguna Santa María recorrimos unos 50 km, ascendiendo por la cara Noroeste.En su cumbre encontramos una botella rota, con lo que procedimos a dejar nuestro testimonio en una pirca que construimos en el momento.
Nos quedaba un viaje más, el traslado a Santa Rosa de los Pastos Grandes, el pueblo que está a los pies del Quehuar a unos 4000m donde hasta pudimos jugar un rato al fútbol con los niños de la escuela local.
Cargamos nuestras mochilas y comenzamos la caminata; lenta y pesada, el peso en nuestras espaldas se sentía, el sol de la puna hacia lo suyo y como aditivo especial, el camino corre por una quebrada que básicamente es una vega gigante donde en parte se dificulta encontrar la huella, aunque el esfuerzo valía la pena, el paisaje es magnífico y el río Pastos Grandes le da color y movimiento a una Puna a veces estática.
Después de varias horas de caminata y algunas más para Fernando que se le rompió la bota y tuvo que bajar a la camioneta a buscar repuesto, arribamos al lugar elegido para acampar.
Al otro día temprano arrancamos nuestra caminata, pasamos por las ruinas incas que hoy día están tomadas por las vizcachas, la historia se puede palpar, y cada uno en nuestros pensamientos nos maravillamos de las cosas que hace quinientos años hacían los incas.
Llegamos al último punto donde podíamos cargar agua, llenamos botellas y bidones y con el peso extra arrancamos el último tramo hasta el campamento, cada vez más lento, con los síntomas de la altura en algunos de nosotros más visibles, y no era para menos, estábamos uno metros sobre los cinco mil y con un atardecer majestuoso terminamos de armar el campamento.
Bien temprano en la mañana partimos hacia la cumbre, el grupo se fue ordenando, los que iban un poco más rápido y los que íbamos un poco más lento, pero siempre juntos.
La altura se siente, el terreno cada vez más empinado y blando y había que hacer un esfuerzo extra para continuar avanzando cuando el piso arenoso te “tiraba para abajo”.
Llegamos a los seis mil metros, última parada (dijimos) y ya queda lo último, se veía como se acababa la pendiente allá arriba y cuando finalmente llegamos era solo un cambio de pendiente. Menuda sorpresa nos llevamos cuando vimos allá a lo lejos la cumbre principal.
A esa altura la situación, para algunos, resultó desmoralizante, pero ya habíamos llegado hasta ahí, un descanso corto y seguimos.
Llegamos a la ante cumbre donde hay más ruinas y hacia arriba se veía el camino ceremonial hacia la cumbre. Guille nos cuenta más historias, estamos maravillados, exhaustos, pero ya no queda casi nada; unos pasos más y llegamos finalmente a la cumbre.
Las lágrimas brotan de nuestros ojos, las emociones a flor de piel, abrazos por todos lados, fotos, filmaciones, libro de cumbre, la historia del hallazgo de la momia, banderas y el recuerdo de nuestros seres queridos, los que están abajo esperando y el abrazo eterno, ese bien emotivo, con los que están en el cielo y que por ese instante estamos más cerquita de ellos.
Ah, me olvidaba, todo acompañado de un viento constante y muy intenso, de esos que hace que para hablar tengas que acercarte al oído de tu compañero para que te escuche.
Bueno, vamos! Fue la orden y arrancamos el descenso, el terreno blando nos facilita la bajada y lo que tantas horas nos costó en subir lo bajábamos en minutos, que igualmente eran eternos porque para ese entonces, escaseaba el agua y lógicamente las energías.
Después de una noche relajada y con el objetivo cumplido, desarmamos campamento y comenzamos la bajada, nos esperaban el largo descenso, y a medida que íbamos bajando y que el agua desde el mismísimo manantial comenzaba a bajar se notaba el cambio del terreno de árido y pedregoso, al pasto de las vegas y toda la vida alrededor.
Llegamos a las camionetas, cada uno nos habremos tomado dos litros de agua y nos comimos una picada infernal. Qué más podíamos pedir, una comida casi gourmet al pie del seismil que acabamos de coronar.
Arrancamos el regreso, pasamos nuevamente por San Antonio de los Cobres, cargamos combustible y seguimos derecho para Salta.
Increíble que a la mañana temprano estábamos a cinco mil metros de altura y a la noche comimos un asado en la capital, contando nuestras anécdotas.
Despedida y comienzo de una nueva aventura.
El viaje terminó para la mayoría del grupo, pero para Eduardo y quien escribe, el viaje comenzaba su segunda etapa.
Teníamos el desafío de subir el Llullaillaco, el volcán sagrado. El +6500 está más lejos de llegar. Y que además tenía un condimento especial; Edu terminaría su proyecto de ascender las diez montañas más altas de la Argentina y ya tenía un intento en su haber.
Un día de descanso en San Antonio para terminar de definir la logística y comenzamos el viaje.El viaje hasta el Llullaillaco lo coordinamos con Jaime Soriano, con quien Eduardo había compartido hace más de diez años el curso de guía y nos acompañó el Tiko, amigo de Jaime, así que las partidas de truco en el campamento, estaban aseguradas.
Después de casi nueve horas de andar y cruzar nuevamente la Puna y sus salares interminables llegamos a acampar en las laderas sureste del Llullaillaco, a 4.960 m
Comida, hidratación, cartas y risas. ... el ánimo de la expedición era el mejor.
Una noche de descanso y al otro día arrancamos la aventura.
Armamos las mochilas, también pesadas en esta ocasión ya que debíamos acarrear el agua que ahí arriba escasea.
Fueron ocho horas de caminata con el viento en contra incesantemente a unos 70/80 km/h. que nos desgastó física y anímicamente.
Cuando llegamos al lugar planificado para acampar, intentamos armar la carpa pero no fue posible, el Dios Eolo no nos dejó. Debimos bajar unos doscientos metros de desnivel, con los consiguientes interrogantes sobre el vendaval y las condiciones de la tienda, ya que se nos había quebrado un parante en el intento de armarla.De esa manera, luego de haber tocado los 5.850 m, descendimos a los 5.670 m y al reparo de una gran roca, logramos armar la carpa.
Pedimos el parte meteorológico con el satelital y las noticias no eran buenas, al otro día nuevamente el viento tendría características similares a las de hoy, con lo que decidimos modificar el plan y salir mucho más temprano.
Un tecito, mate y algo de comida, no mucha, porque a esa altura no hay hambre y nos disponemos a dormir lo que se pueda.
Salimos 4:30 AM, el termómetro dentro de la carpa marcaba -15⁰.
Con paso constante y firme comenzamos el día, siempre para arriba.
El amanecer nos encontró fuertes a casi seis mil metros, fue el primer momento emotivo del día donde nos llegó el recuerdo del Kilimanjaro de hace algunos años.
Nos encontramos nuevamente con Jaime y Tiko que venían subiendo desde el campo base y juntos pero a otro ritmo fuimos completando el ascenso.
El camino cada vez más blando, los 6400 metros que ya se sentían, y nos encontramos con el nevero que nos dejaría a los 6500, el lugar donde la ruta se encuentra con el camino del Inca, absolutamente visible.
Ofrenda a la Pachamama y seguimos para arriba, las lágrimas ya eran una constante, ya sabía que lo lograríamos, estaba pisando un suelo sagrado, las “maderitas” se levantaban del suelo con cada paso y hacía en mi mente el juego de intentar revivir la procesión que hicieron los “Niños del Llullaillaco” hace quinientos años, cuando iban a encontrarse con Inti y el resto de sus deidades.
Llegué a las ruinas solo y unos minutos antes que el Turco, y las pude recorrer en toda su extensión, para luego seguir con el camino ceremonial hacia la plataforma donde fueron encontradas las momias.
En mi cabeza pensaba, hay gente que viaja a los lugares místicos como el Vaticano, el Muro de los Lamentos, la Meca, las procesiones a las catedrales más emblemáticas, y yo estaba ahí, con mi propia procesión, llegando a un lugar igual de místico que los anteriormente mencionados, solo que para acceder a este lugar hay que ascender una de las montañas más altas de América con todo lo que ello implica. Soy un privilegiado.
Llegó Eduardo y juntos ascendimos hasta el último pedrero, unos sencillos pasos de escalada usando las manos, pero que a esa altura se pone un poco más difícil.
Llegamos a la cumbre principal, objetivo cumplido, la felicidad es plena. La vista 360⁰ es sobrecogedora, los volcanes de la zona, los salares que parecen pequeños vistos desde ahí arriba, los abrazos interminables, el libro de cumbre, la dedicatoria a mis hijos y las fotos de rigor.
¿El clima? Perfecto, no había señales del viento, un cielo diáfano, temperatura ideal, una cumbre mágica y soñada.
El momento llegó, debíamos bajar, nos esperaban cinco horas de caminata hasta la camioneta, un esfuerzo que estábamos dispuestos a realizar en pos de la comodidad del Campo Base, pero cuando llegamos nos animamos a seguir viaje y terminamos llegando a las 00:30hs a Tolar Grande.
Otra picada gourmet y de nuevo sin poder creer que ese día habíamos amanecido a las 3:00AM en el campo alto a casi cinco mil setecientos metros, habíamos ido a la cumbre y después bajamos hasta el pueblo veintiuna horas después.
Al otro día completamos el regreso a San Antonio de los Cobres, almuerzo de celebración y el regreso a Salta a continuar festejando con nuestro amigo Nicolás y su familia.
El relato queda corto para todas las experiencias que hemos vivido, la historia del lugar y sus pobladores.
El relato queda corto porque de estos viajes uno no vuelve igual. La vida cambió.
Ascendimos los volcanes más altos de Salta, del Mundo, encontramos nuestras propias cumbres o quizá un nuevo camino por recorrer…... Hasta la próxima aventura.
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