Déjenla descansar che!...¡que descanse!...
La dejamos. Y ahí estaba, humeante, sepultada hasta el resuello, la cabeza como un brote en la nieve. A los tirones, a los gritos, sacándole el peso pudo salir. Empapada, por las verijas, la carga. Quiso afirmarse y se desbarrancó. En vano tratamos aún de aguantarla por las riendas, denodadamente. Colgó un instante - péndulo grotesco - del cogote largo. Y cayó dando vueltas. Blandamente, muy abiertos los ojos, desperdigando la carga por la cuesta helada. Destripándose como pelele cayó.....
Quedamos mudos. Los gendarmes volvieron con las demás mulas a buscar otro paso. Por allí era imposible. Nosotros bajamos a recoger los despojos.
... Desde abajo, desde que pisamos la Quebrada de Vacas, habíamos venido al tranco, despacito, abriéndoles la huella a los pechones con las piedras. Y cuando nos salían al cruce las avalanchas, bajábamos al río, cansados ya, para que no se empantanaran en la nieve. Y seguimos como negros, negros de frío, los pies hechos sopa, los dedos como palos y el corazón cascoteándonos el pecho.
Eran las únicas de la expedición: tres bichos flacos, esmirriados, puro pelo que a duras penas podían con sus huesos. ¡Cómo las habíamos cuidado! Y sin embargo... Abajo, junto al río, el cuerpo inmóvil, despatarrado, parecía un escupitajo sobre la nieve. Traíamos el resto de la carga, lo más pesado, lo que no se había podido subir, a hombro. Como los mil kilos y pico de víveres y equipos que habían sido hombreados, cuarenta kilómetros hasta el fondo de la quebrada, por los mismos muchachos que dentro de poco tenían que treparse a la cumbre. Los mismos. Pese al cansancio, a los machucones y a las energías quemadas... -¡Eh!... ¡está viva!... -¡No!...
¡Sí!... ¡mira!... ¡está viva!... A los saltos llegamos. Ansiosos. Tironeando el cansancio. Un montón de nieve la había detenido. Y ahí estaba ¡viva!... ¡Y entera!. Revoltijo de trapos y huesos. El resuello entre las manos, como sollozando. Pero entera. Después de un rato, volvimos a cargarla y seguimos.
Así es como describe una amarilla y rugosa hoja del diario Noticias Gráficas del 5 de octubre de 1953, la aproximación de la expedición invernal al Aconcagua por el Glaciar de los Polacos.
Para Héctor Edelberg (64), uno de los protagonistas de la expedición, "ese relato es muy sensacionalista, la prensa es así, buscan lo insólito".
Y Edelberg tiene razón, porque lo realmente insólito que le sucedió a la expedición, recién comenzaría después de la gran nevada. Según Edelberg "la mayor nevada de los últimos treinta años".
Héctor Edelberg se recuesta sobre el asiento para darse un pequeño respiro. Y se larga sin parar: Éramos siete. R. Schmidt, L. Maurice, Miguel Gil, J. Iglesias, Alberto Rodríguez, E. Larmeu y yo. Habíamos acampado cerca del Río Vacas y ocupábamos una carpa con capacidad para por lo menos 15 personas. Este poderoso "monstruo" tenía un complicado esqueleto formado por gruesos tirantes, los cuales estaban asegurados a grandes rocas por 6 sogas de 10 mm.
Sumado a esto la recia lona que constituía sus paredes y la que estaba en buena parte rodeada de nieve, daba al conjunto una resistencia muy grande frente al embate del viento blanco. Pese a todo, cuando las ráfagas arreciaban, debíamos sostener con fuerza los tirantes para equilibrar el empuje del viento. Fue al finalizar el día 20. Hacía ya tres que estábamos soportando el temporal, racionando al máximo los escasos víveres, que ese día prácticamente se terminaron. Serían las 19 hs. cuando luego de uno de esos raros momentos de calma, se produjo una ráfaga de gran violencia, que nos hizo poner rápidamente de pie y sujetar con fuerza la tirantería. En ese preciso momento la carpa recibió un fuerte choque por el lado oeste, que tiró al suelo a más de uno y dejó a la misma hundida por ese lado.
Nos había rozado el borde de una gran avalancha, cuya masa central pasó a unos 80 metros. Buena parte de nuestros equipos quedaron enterrados en la nieve. Tuvimos que trabajar cerca de 2 horas para que todo quedara normalizado en el interior de la carpa. Afuera el viento blanco seguía con toda su fuerza y se preparaba lo mejor.
Entre risas y bromas, estábamos festejando nuestra buena suerte por no haber sido sepultados por la avalancha cuando observamos algo increíble. Algo verdaderamente insólito. No lo podíamos haber imaginado nunca. Ver en ese momento a un OVNI nos hubiera causado menos asombro de lo que nos causó el agua.
Por el costado que miraba hacia el Río Vacas comenzó a entrar agua. Despacio primero, pero irrumpiendo luego violentamente. ¿Qué había pasado? La enorme avalancha caída había bloqueado el río, formándole un dique e inundando la zona en que nos encontrábamos.
Pocas cosas pudimos evitar que se mojaran ya que en pocos segundos la carpa quedó convertida en una bañera con medio metro de agua, cuya temperatura es mejor no recordar. Como el medio semiacuático en el que nos encontrábamos no era de nuestro agrado, intentamos abandonar la carpa con la idea de llegar a la ladera próxima para cavar una cueva en la nieve.
Pero la nieve mezclada con el agua que rodeaba a nuestra carpa se había transformado en una ciénaga infranqueable que apretaba las piernas e impedía toda forma de locomoción. Todo hacía semejar más a un naufragio en los mares australes que a un accidente de montaña.
Sin salida, no tuvimos otra alternativa que penetrar nuevamente en la carpa. La situación se hizo insostenible, pues a pesar de estar subidos sobre cajones, aparato transmisor y otros equipos, el agua alcanzaba a cubrirnos los pies, ya endurecidos. Fue entonces cuando se nos ocurrió utilizar una cuerda para formar una especie de red aérea entre los travesaños y así poder sostenernos.
Una vez confeccionada la "red" comenzamos a subirnos de a uno, pero el peso de los tres primeros fue suficiente para quebrar uno de los tirantes laterales. Lo arreglamos con alambres y coordines. Luego, lentamente, equilibrando el peso de cada uno pudimos colgarnos tres de las cuerdas, y los otros cuatro directamente de los parantes verticales, con los pies sobre las cuerdas para que no tocaran el agua.
En este original vivac, nos secamos y cambiamos las medias, luego de ponernos una pomada descongelante, nos aprestamos a pasar la noche.
Afuera el viento invitaba a zambullirnos con cada ráfaga; en el interior, el nivel del agua subía a niveles poco tranquilizadores. Al compás de las ráfagas y del movimiento que a ratos cada uno imprimía a su cuerpo para desentumecerse, el tirante quebrado contribuía con su crujido amenazante al concierto nocturno. Las luces de un nuevo día nos sorprendieron frotándonos mutuamente los pies. Serían las ocho de la mañana, cuando se rompió nuevamente el tirante obligándonos a un baño matinal, de extremidades inferiores, luego de atravesar la capa de hielo que se había formado en la superficie. Para esa hora, la nieve "chirle" que rodeaba la carpa estaba algo más dura y nos fue posible llegar a la ladera, donde comenzamos a cavar una cueva, que recién quedó habitable luego de tres horas de trabajo. Algunos andaban descalzos, pues habían perdido sus zapatos. Todos estábamos mojados e insensibles hasta las rodillas. Ya en la cueva pudimos observar cómo el agua que embalsaba el dique lograba abrirse camino y se escurría velozmente. La carpa, nuestro hogar, se había convertido en un bloque helado. Éramos siete náufragos que sin víveres ni combustible pasamos el resto del día acomodados en dos bolsas de dormir.
Para el día 23, el temporal comenzó a amainar. El descenso se hacía imperioso. Solamente conseguimos deshelar tres pares de zapatos, el resto había desaparecido. Iglesias no podía caminar porque sus pies hinchados no entraban en los zapatos. Se resolvió entonces que los tres que estaban en mejores condiciones, bajaran a pedir auxilio al campamento 1, a unos 20 km. Con sólo lo puesto, salieron Schmidt, Gil y Larmeu. El resto nos quedamos.
Por la noche alcanzan el depósito del campamento 2, donde encuentran bizcochos, glucosa y medicamentos,1 km. más adelante hacen un alto entre unas piedras y allí pasan la noche. Hasta las nueve de la mañana estuvo nevando. Las grandes acumulaciones de nieve y las avalanchas caídas dificultaban el avance. Finalmente las 23 hs. llegaron al campamento 1 donde estaban los demás miembros de la expedición: Romero, Almécija, los gendarmes Molina, Nieva y Crego y el jefe de la expedición M. Cafaro. Refirieron lo ocurrido y la urgente necesidad de auxilio.
Al día siguiente, que se presentó espléndido, Cafaro en lugar de emprender el ascenso, decide que es más conveniente bajar a Punta de Vacas a buscar esquíes para luego subir más rápido a llevar auxilio.
El 26 de agosto, en vista que el grupo de Cafaro no regresaba, Schmidt y Larmeu, ya algo repuestos, se prepararon para subir a llevarnos víveres y medicamentos, debiéndose quedar Gil por no estar en condiciones.
Ya estaban aprestados para salir cuando los cuatro que habíamos quedado en el campamento 3 nos aparecemos ante la sorpresa de nuestros compañeros. Con lágrimas en los ojos nos confundimos en un abrazo, pues mutuamente temíamos por la suerte corrida.
A la mañana siguiente descendimos todos a Punta de Vacas donde fuimos recibidos con los brazos abiertos por la Gendarmería. Aquí pudimos comprobar lo excepcional del temporal. Según referencias fue la mayor nevada de los últimos 30 años, y que provocó serios accidentes en la cordillera.
Para terminar el relato de este raro accidente, que debe ser tenido muy en cuenta en futuras expediciones invernales, diremos dos palabras sobre un hecho muy importante, que debe ser la piedra fundamental de toda empresa de montaña. Este hecho fue la estrecha camaradería que reinó entre los que sufrimos el accidente, puesta de manifiesto en la ayuda que cada uno prestó al compañero, tanto en los momentos de mayor peligro, como en los largos días pasados en la carpa y luego durante el descenso. Gracias a ello pudimos regresar en tan precarias condiciones, sin recibir ninguna clase de ayuda.
Corría el mes de agosto de 1953. Desde principios de junio nos encontrábamos en Mendoza tratando de allanar dificultades burocráticas de toda índole, inclusive, una prohibición de entrar en la quebrada de Vacas, solucionadas en gran parte por el Presidente de la FASA, Ing. Hauthal y por la Gendarmería Nacional. Sin embargo el tiempo no se perdió por completo, nos queda el agradable recuerdo de varios picos ascendidos y de exploraciones por las zonas de Uspallata, Cordón del Plata, Punta de Vacas, etc. Nuestro objetivo era estudiar el acceso invernal al Aconcagua por el Valle Relinchos, y nos encontrábamos efectuando el difícil transporte del material. Estábamos acampados en las inmediaciones de la intersección de la Quebrada de Vacas con la de Relinchos, a unos 30 Km. de Punta de Vacas.
Éramos siete, R. Schmid, L. Mauríce, M. A. Gil, J. Iglesias, A. Rodríguez y los suscriptos. Ocupábamos una carpa con capacidad para 15 o más personas. Este poderoso monstruo tenía un complicado esqueleto formado por gruesos tirantes, los cuales estaban asegurados a grandes rocas por 6 sogas de 10 mm; sumado esto a la recia lona que constituía sus paredes y la que estaba en buena parte rodeada de nieve, daba al conjunto una resistencia muy grande frente al embate del viento blanco. Pese a todo, cuando las ráfagas arreciaban, debíamos sostener con fuerza los tirantes para equilibrar el empuje del viento.
Fue al finalizar el día 20. Hacía ya tres días que estábamos soportando el temporal, racionando al máximo los escasos víveres con que contábamos, y que ese día prácticamente se terminaron. Serían las 19 hs., cuando luego de uno de esos raros momentos de calma, se produjo una ráfaga de gran violencia, que nos hizo poner rápidamente de pie y sujetar con fuerza la tiraníería. En ese preciso momento la carpa recibió un fuerte choque por el lado oeste, que tiró al suelo a más de uno y dejó a la misma hundida por ese lado.
Nos había rozado el borde de una gran avalancha, cuya masa central cayó a unos 80 mts. de nosotros. Buena parte de nuestros equipos quedaron enterrados en la nieve, pero luego de 2 hs. de trabajo quedó todo normalizado, en el interior de la carpa, ya que afuera el viento blanco seguía con toda su fuerza y se preparaba lo mejor.
Entre risas y bromas comentábamos nuestra buena suerte por no haber sido sepultados por la avalancha, cuando observamos extrañados que del costado que miraba hacia el Río Vacas comenzaba a entrar agua, despacio primero, pero irrumpiendo luego violentamente.
¿Qué había pasado? La enorme avalancha caída había bloqueado el Río Vacas, formándole un dique y el agua se acumuló detrás de éste, desbordando del cauce natural del Río, inundando la zona en que nos encontrábamos. Pensamos que probablemente la irrupción tan rápida del agua fuera debida a la ruptura de algún dique de nieve formado quebrada arriba.
Pocas cosas pudimos evitar que se mojaran ya que en pocos segundos la carpa quedó convertida en una bañera con medio metro de agua, cuya temperatura es mejor no recordar.
Como el medio semi acuático en que nos encontrábamos no era de nuestro agrado, abandonamos la carpa con la intención de llegar a la ladera próxima, a pocos metros, para cavar una cueva en la nieve pero ésta, mezclada con el agua que la rodeaba el perímetro de la carpa formaba una ciénaga infranqueable que "apretaba" las piernas e impedía toda forma de locomoción. Tampoco era posible "caminar sobre la barriga", para no hundirse, pues sobre la nieve había agua. Todo hacía semejar más a un, naufragio en los mares australes, que a un accidente de montaña. Recordó entonces, nuestro compañero Maurice, veterano de la Antártida, la formación de idénticas ciénagas en algunas partes de las costas australes en que la nieve se pone en contacto con el mar.
Debimos penetrar otra vez en la carpa, dada la imposibilidad de llegar a la ladera y a la fuerza del viento. La situación se hizo insostenible, pues a pesar de estar subidos sobre cajones, aparato trasmisor, y otros equipos, el agua nos cubría los pies, ya endurecidos.
Entonces se nos ocurrió formar una red aérea entre los travesaños, utilizando una cuerda. Eso hicimos, pero con el peso de los tres primeros se quebró un tirante lateral, el cual arreglamos con alambres y coordines. Luego, lentamente, equilibrando el peso de cada lado nos subimos los siete sobre la red, tres quedaron acostados y el resto mentados, con los pies sobre las cuerdas para que no tocaran el agua. En este original "vivac", nos secamos y cambiamos las medias, luego de ponernos una pomada descongelante, y nos aprestamos a pasar la noche. Afuera, el viento invitaba a zambullirnos con cada ráfaga; en el interior, el nivel del agua a veces subía a límites poco tranquilizadores, Al compás de las ráfagas y del movimiento que a ratos cada uno imprimía a su cuerpo para desentumecerse, el tirante quebrado contribuía con su crujido amenazante al concierto nocturno.
Las luces de un nuevo día nos sorprendieron frotándonos mutuamente los pies. Serían las 8 hs., cuando se rompió nuevamente el tirante, y nos dimos un baño matinal, de extremidades inferiores, luego de atravesar la capa de hielo que se había formado en la superficie. Pero ahora, gracias al frío nocturno, la nieve que rodeaba la carpa estaba algo más dura y fue posible llegar a la ladera, donde comenzamos a cavar una cueva, que recién quedó habitable luego de tres o cuatro horas de trabajo, Algunos andaban descalzos, pues perdieron sus zapatos, y todos estábamos mojados e insensibles hasta las rodillas. Mientras trabajábamos en la construcción de la cueva, el agua que embalsaba el dique logró abrirse camino a trabes de éste, formando un túnel, y se escurrió velozmente. Otra vez regresamos a nuestro hogar, convertido en un bloque helado. Éramos siete "náufragos", y nos acomodamos en dos bolsas de dormir. Sin víveres ni combustible pasamos el resto del día. Al día siguiente el temporal continuaba y la falta de alimentos nos iba debilitando. La noche la pasamos penosamente.
El 23 de agosto el temporal comenzó a amainar. El descenso era imperioso. Solamente conseguimos deshelar tres pares de zapatos, dos pares no aparecen. Iglesias no puede caminar pues sus pies hinchados no entran en los zapatos. Se resuelve entonces que los tres que están en mejores condiciones, bajen a pedir auxilio al campamento 1, situado a unos 20 km. Con sólo lo puesto salen Schmid, Gil y Larmeu. Por la noche alcanzan el depósito del campamento 2, donde encuentran biscochos, glucosa y medicamentos. A 1 km. más adelante hacen alto entre unas piedras y allí pasan la noche.
Hasta las 9 de la mañana estuvo nevando. Las grandes acumulaciones de nieve y las avalanchas caídas dificultaban el avance. Una zona en que el río corría por un cañón de unos 50 mts. de alto, estaba totalmente llena de nieve. A las 23 hs. llegaron al campamento 1 donde encontraron a Romero, Almécija, los Gendarmes Molina, Nieva y Crego, y al Jefe de la expedición M. Cáfaro. Refirieron lo ocurrido y la urgente necesidad de auxilio.
Al día siguiente, que se presentó espléndido, Cáfaro decide que es más conveniente bajar a Punta de. Vacas a buscar esquíes para luego subir más rápidamente á llevar el auxilio.
El 26 de agosto, en vista que el grupo no regresaba, Schmid y Larmeu, ya algo repuestos, se prepararon para subir a llevar víveres y medicamentos, debiendo quedarse Gil por no estar en condiciones. Ya aprestados para salir llega Mikkan y posteriormente el Gendarme Paniagua de Punta de Vacas y simultáneamente con éste último aparecen del lado opuesto cuatro hombres, que reconocemos como los camaradas que quedaron en el campamento 3, quienes habían encontrado los zapatos restantes y pudiendo calzarse descendieron siguiendo las huellas de los que les precedieron. Con lágrimas en los ojos nos confundimos en un abrazo, pues mutuamente temíamos por la suerte corrida.
A la mañana siguiente descendimos todos a Punta de Vacas, donde fuimos recibidos con los brazos abiertos por la Gendarmería. Aquí pudimos comprobar lo excepcional del temporal. Según referencias fue la mayor nevada de los últimos treinta años, y que provocó serios accidentes en toda la cordillera.
Para terminar el relato de este raro accidente, que debe ser tenido muy en cuenta en futuras expediciones invernales, diremos dos palabras sobre un hecho muy importante, y que debe ser la piedra fundamental de toda empresa de montaña. Este hecho, fue la estrecha camaradería que reinó entre los que sufrimos el accidente, puesta de manifiesto en la ayuda que cada uno prestó al compañero, tanto en los momentos de mayor peligro, como en los largos días pasados en la carpa y luego durante el descenso. Gracias a ello pudimos regresar en tal precarias condiciones, sin recibir ninguna clase de ayuda.
Envío a Ustedes con alguna demora algunos mapas y otras cosas
útiles para nuestra común actividad de montaña. Les envío también
algunas fotos que me salieron regular.
Esperando verlos pronto en Mendoza los saluda con todo afecto.
Enrique Larmeu
13-12-99
- Por Marcelo Lisnovsky -
Históricamente el primer intento invernal al Aconcagua lo protagonizó el inglés Basil Marden, en Julio de 1928, intento que finaliza trágicamente con la muerte del capitán Marden.
En 1915, los noruegos Eilert Sundt y Thorleif Bache protagonizan un intento apenas comenzada la primavera austral (28-9-1915) que finaliza en la Cresta del Guanaco, a poca distancia de la cumbre.
Finalmente, el 15-9-1953, Huerta, Vasalla y Godoy consiguen la primera invernal al Aconcagua
- Revista "Alta Montaña " Año 1 N°2 Noviembre 1995
- "Curioso Accidente", Boletín CABA Diciembre 1955
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