A pesar de su corta vida, Lionel Terray (1921-1965), alpinista francés de renombre, dejó una herencia gigantesca. Fue el hombre de las primeras ascensiones al Fitz Roy en Patagonia; al Chacraraju en Perú; al Makalu en Nepal y al Mt. Huntington en Alaska. Su libro, Los conquistadores de lo inútil (1961), es un auténtico testimonio de la época en la que vivió. En esta obra recupera al filósofo alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844-1900) a partir de lo cual desarrolla lo que se podría denominar el “montañismo nietzscheano”. En este artículo se pretende hacer una aproximación a la referencia que Terray hace de la figura de Nietzsche en su obra, a sesenta años de su publicación y a cien años del natalicio del alpinista francés.
Esta presentación no pretende enmarcarse bajo el formato de ninguna historia de vida ni reconstrucción biográfica particular sobre los sujetos principales de los que se hará mención. Quien mínimamente haya rondado algo de historia sobre el montañismo, dará cuenta de quién fue el francés Lionel Terray (1921-1965): el mismo que participó de la expedición francesa que logró el primer ascenso a cumbre en una montaña de ocho mil metros (Annapurna, 1950).
Por otro lado, si usted lector/a se interesó en alguna ocasión por tener algún registro sobre diversos referentes de la filosofía de los últimos ciento cincuenta años, es probable que el alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) no se le haya escapado de tal listado: filólogo y filósofo, además de músico, referente para muchos intelectuales del siglo XX, como así también visitador frecuente de los Alpes. Por lo tanto, la intención de esta publicación no es desenvolver ninguna acumulación de referencias sobre la importancia que cada uno de estos personajes demostró en sus respectivas áreas de trabajo. Más bien, el propósito es evidenciar el lazo entre Terray y Nietzsche a partir de las menciones que el primero hizo del segundo en su autobiográfica obra literaria Los conquistadores de lo inútil (1961).
Y lo hacemos durante esta fecha debido a la cercanía con el 25 de julio, cuando se cumplieron cien años del natalicio de Terray, y porque este año también se cumplen sesenta años de la publicación de Los conquistadores de lo inútil. De esta manera, para conmemorar el aporte que Terray ha hecho a la historia del montañismo, intentaremos presentar el vínculo que Terray establece con Nietzsche, no sólo indicando la aparición de Nietzsche en la obra de Terray sino también intentando develar el Nietzsche de Terray o, lo que se podría denominar, el montañismo nietzscheano.
Dentro de la obra de Terray, que responde a cierta narrativa biográfica del autor, podemos dar cuenta de distintos Terray y de distintas relaciones de éste con la montaña. Podríamos hacer referencia, entre otras: a su infancia, a su formación como monitor, a su actividad militar durante la guerra, a sus viajes a América, a su paso por el Himalaya y por la Patagonia, a sus actividades como guía, etc. Incluso, en torno a ello, Terray llega a expresar diversas emociones como la de ser un francés menos habituado a Canadá que a la Argentina, Brasil o Chile, por ejemplo.
Valora la diferencia ante todo, de lo que se trata es de distanciarse de la homogeneidad. Un sentimiento similar lo encontramos en sus expresiones cuando anuncia la posibilidad de volver “al ruedo”, es decir, el poder acceder nuevamente a una actividad en montaña, contraponiendo a esta experiencia una vida -o una realidad- pequeña, fea y mediocre. Terray llegó a realizar comentarios sobre: la Providencia, el uso de drogas en la montaña, la estética en el montañismo (“la técnica mata a la aventura”) y hasta de cierta “filosofía dulce” del pueblo nepalí.
Terray nos presenta en su obra distintas referencias sobre su lectura de algunos personajes como: Lammer, Balzac, Musset, Baudelaire, Proust, Schiller, Rabelois, Montaigne, Ronsord, Kipling, etc. También efectúa consideraciones sobre las travesías mahometanas y sobre montañistas como Mallory y Herzog. Nos expone su condición de lector y conocedor de una amplia serie de filósofos del siglo XIX y XX.
Sin embargo, haremos mención a una figura, Friedrich Nietzsche, pues es recuperado por Terray en varias oportunidades en la primera parte de su obra, titulada “Primeras Conquistas”. Analicemos algunas escenas...
Es notable que la referencia a Nietzsche en esta obra ocurra en el período de los primeros logros montañistas de Terray -¡Nietzsche como elemento basal en la conformación del espíritu de montaña¡... Y, particularmente en ese período de progresión constante, junto a Gastón Rébuffat, el conocido alpinista y guía de montaña francés, célebre por su participación en la expedición francesa al Annapurna.
Por un lado, luego de finalizar el curso sobre jefes de cordadas, señalaba que:
“A pesar de nuestros brillantes resultados en el cursillo de jefes de cordada, éramos buenos alpinistas, pero todavía no excelentes alpinistas. Tanto uno como otro teníamos ya algunas cualidades que se necesitan para resolver con éxito grandes ascensiones. Pero eran ampliamente contrarrestadas por grandes debilidades. Gastón (Rébuffat) destacaba por su confianza en sí mismo y por su espíritu emprendedor. Sin duda pensaba, igual que Nietzsche, que “nada triunfa donde la presunción no haya puesto su parte”. Gracias a su optimismo, abordaba la montaña con una serenidad y una sangre fría extraordinarias”
Punto número uno: Terray recupera el Nietzsche de la presunción, del entusiasmo optimista, de la autoconfianza, de la recarga emocional para avanzar hacia lo desconocido, de la seguridad para transitar terrenos escabrosos.
Luego, a partir de la actividad en el Col du Caïman, señala:
“Una cosa es indudable: en aquella época, ni Gastón ni yo teníamos suficiente experiencia como alpinistas, especialmente en las escaladas de hielo, para poder triunfar en una ascensión como ésta en condiciones seguras. “Pero el que vive tiene razón” (F. Nietzsche). Y nosotros habíamos sobrevivido”
Punto número dos: aparece el Nietzsche de la superación, del más allá, de la razón fundada en los hechos y en la vitalidad, del sobrevivir.
Por otra parte, en el mismo relato “farragoso” que Terray escribe sobre esta ascensión al Col du Caïman,manifiesta :
“Locos, ¿o es que no lo estamos por haber subido hasta un lugar inaccesible, padeciendo sufrimientos y peligros mortales que se repetían una y otra vez? ¿Qué buscarán allí arriba?, dirán los filisteos. ¿La gloria? ¿Quién se preocupa de los insensatos que, lejos de los ojos del mundo, pierden su juventud en combates sin fin? ¿La fortuna? Nuestras ropas son andrajos, y mañana, para comer, volveremos a llevar una vida de esclavos... Lo que buscamos es el placer de esta enorme alegría que hierve en nuestros corazones, que nos penetra hasta la última fibra cuando después de haber bordeado durante mucho tiempo las fronteras de la muerte, podemos de nuevo abrazar la vida con todas nuestras fuerzas. Otros lo dijeron antes que yo: “El secreto para cosechar experiencias más fecundas y los placeres más grandes de la vida es vivir peligrosamente” (F. Nietzsche)”
Punto número tres: exhibe el Nietzsche de la locura, del sufrimiento y del peligro, de la muerte, de las grandes alturas, del enfrentamiento a filisteos y esclavos, de los cambios de juventud, de la frugalidad, del placer, del goce y de la alegría, de la anatomía y fisiología humana, de las fuerzas y energías vitales, de las experiencias fecundas.Frente a estas menciones nietzscheanas por parte de Terray, podemos pensar en cierta necesidad provocada en el montañista francés de citar a Nietzsche, puesto que este filósofo le permite retratar algunas vivencias y experiencias en la montaña.
No es casual que la aparición de Nietzsche en esta obra autobiográfica de Terray sea presentada en un período primario del montañista francés: en sus ‘Primeras Conquistas’. El impulso energético que parecen transmitir las palabras nietzscheanas para Terray converge en la constitución y moldeo de un espíritu como montañista: presunción-confianza-seguridad, supervivencia-vitalidad, placer-riesgo-peligro. Además, se sirve para dar cuenta de otras condiciones que reconoce necesarias para un montañista, como la de adquirir confianza y seguridad en uno mismo, el resguardado instinto de supervivencia y el impulso de vitalidad por sobre todas las cosas, la comprensión reflexiva y la adaptación celular a todo placer y a toda alegría desde la incomodidad, el riesgo y el peligro.
Ahora bien, pensar en estas referencias nos permite establecer un puente entre Terray y Nietzsche atendiendo la actividad montañista y principalmente de los comportamientos éticos y/o estéticos que en ella pueden identificarse, de las fuerzas y energías vitales que podemos ser capaces de percibir en tales espacios y rutinas agrestes.
Esta vinculación es posible trazarla o explicarla puesto que Nietzsche también mantenía un vínculo con el ambiente montañoso. Como bien se sabe, Nietzsche fue un concurrente frecuentede los Alpes en Sils María (Suiza). Incluso, su personaje más emblemático,Zaratustra, de su obra más conocida Así habló Zaratustra, vivió durante largo tiempo en ambientes naturales y montañosos alejado de la conglomeración humana. Evidentemente, su filosofía se encuentra atravesada, en cierta forma, por el carácter orográfico y por toda la emanación emocional y estética que ello desliza.
Por otro lado, en su obra Más allá del bien y del mal (1886), podemos dar cuenta, por ejemplo, de algunas señales en torno al ámbito rocoso, como así también a cierto comportamiento ético que bien puede enlazarse con determinadas virtudes del montañista.
En el capítulo sobre Nuestras virtudes, Nietzsche nos comparte:
“El aprender nos transforma, hace lo que hace todo alimento, el cual no se limita tampoco a <<mantener>> -: como sabe el fisiólogo. Pero en el fondo de nosotros, totalmente <<allá abajo>>, hay en verdad algo rebelde a todo aleccionamiento, una roca granítica de fatum [hado] espiritual, de decisión y respuesta predeterminadas a preguntas predeterminadas y elegidas. En todo problema radical habla un inmodificable <<este soy yo>> “...
La particularidad y singularidad del “yo” de cada uno esté figurado a cierta roca granítica. Una imagen que evoca a lo plutónico a lo geológico, oculto e irreverente de cada uno desde el aspecto más inorgánico de la naturaleza: una señal al carácter genuino y auténtico de cualquiera, el cual, en la orografía pedregosa, adquiere una senda de delimitación más profunda y, por ende, más personal.
¿Qué es aristocrático?, Nietzsche dice:
“Vivir con una dejadez inmensa y orgullosa; siempre más allá. - Tener y no tener, a voluntad, nuestros afectos, nuestros pros y contras, condescender con ellos, por horas; montarnos sobre ellos como sobre caballos, a menudo como sobre asnos: - hay que saber aprovechar, en efecto, tanto su estupidez como su fuego. Reservarnos nuestras trescientas razones delanteras, también las gafas negras: pues hay casos en los que a nadie le es lícito mirarnos a los ojos, y menos aún a nuestros <<fondos>>. Y elegir como compañía ese vicio granuja y jovial, la cortesía. Y permanecer dueños de nuestras cuatro virtudes: el valor, la lucidez, la simpatía, la soledad. Pues la soledad es en nosotros una virtud, en cuanto constituye una inclinación y un impulso sublimes a la limpieza, los cuales adivinan que en el contacto entre hombre y hombre -<<en sociedad>>- las cosas tienen que ocurrir de una manera inevitablemente sucia. Toda comunidad nos hace de alguna manera, en algún lugar, alguna vez -<<vulgares>>“.
Las cuatro virtudes nietzscheanas nos posibilitan pensarlas también como excelencias propias del montañista. El valor, como medida entre la cobardía y la temeridad, es de por sí una virtud propia de todo aquel que desenvuelva actividades de riesgo. Por ello, la importancia de valorar las circunstancias y de actuar en consecuencia con decisión y arresto es una conducta que valora. A ello suma, por un lado, la lucidez, en tanto cualidad que nos permite en todo momento resolver instancias de improviso, la inmediatez en la solución y en la lectura de las circunstancias (terreno, metereológicas, condicionamientos humanos, etc.) para una buena gestión del riesgo y, por otro lado, la simpatía, como acicate para el entusiasmo y el ánimo brioso o sea, empatía con el ambiente (natural y humano) y disminución de posibilidades de desmoralización.
La soledad, finalmente, emparentándose a aquél viaje que todo montañista realiza cada vez que se introduce en el monte en solitario o no es concebido como el viaje interno. Esta última virtud puede remitir la distancia para con lo urbano, el confort, las multitudes, los afectos, la asistencia médica, los distintos modos de comunicación, etc.; es decir, para con todo aquello que conforma nuestra vida cotidiana y que decidimos separarlo por unos instantes. A veces se asocia este tipo de soledad y distancia con la libertad, una libertad que también se alcanza con el poder apreciarse uno mismo. El cultivo de la soledad que se practica en la montaña entraña la soledad virtuosa planteada por Nietzsche: una expresión espiritual formidable, no sólo ‘formidable’ desde su acepción castellana, sino también desde su acepción latina, o sea, como ‘temible’ que permite encontrarnos y re-descubrirnos en nuestras fuerzas y energías, considerando necesidades y goces desde sus más puras emergencias. Permitirnos intentar aproximarnos lo más posible a ese flujo hiperquinético es una experiencia bendecida por la divinidad natural. El viaje ya está logrado. Por otro lado, la soledad involucra el aislamiento del montañista y, con ello, la necesidad de desenvolver de la mejor manera todas sus aptitudes para sobrevivir en un ambiente donde la seguridad no está absolutamente garantizada.
Evidentemente el espíritu arrollador nietzscheano invita a pensar en términos temerarios. Desde ya que en montañismo esto atentaría contra todo principio de gestión de riesgos. Por lo tanto, es importante administrar determinada cuota que ciertas sentencias y reflexiones pueden ofrecernos desde el campo del pensador alemán. “No hay que tomarse todo de una manera tan extrema, o tan simplona”, dirían algunos/as. Está claro que todo optimismo no debe conducirnos a la negligencia en el terreno orográfico, pero sí es necesario apreciar que sin cierta capacidad de confianza en sí, es imposible introducirse en espacios naturales. Alguien dirá también que a veces es preferible no ser pesimista ni optimista, sino más bien meliorista. De acuerdo, suscribo, pero podemos hablar de un optimismo ‘limitado’, es decir, consciente de limitaciones y de riesgos, el cual haría referencia a cierto carácter de intento de superación, más vinculado al meliorismo.
Por otro lado, muchos hacen referencia a que considerar ciertas virtudes y modos de ser de determinado grupo de personas pude involucrar algún acto de vanidad. Pero hablar de vanidad del filósofo y del montañista podría pensarse como incompatible; sin embargo, en sus expresiones más íntimas de libertad, tanto la filosofía como el montañismo exudan divinidad, disipación, despojo y deriva: las cuatro “d”. El ser vanidoso depende de un otro permanentemente, y para el filósofo y el montañista el otro es relativo, no constituye a su ser. Pensar en la necesidad de un otro genera dependencia y tanto el filósofo como el montañista comparten una construcción personal e individual que evidentemente se contagia y anima junto a otros, pero sabiendo que la senda es autónoma. Ambos construyen soledad y dictan hagiografías sobre la libertad, este carácter vanidoso no es propio de ninguno de ellos. Sí es importante apreciar el sentimiento de altivez u orgullo en ellos: un orgullo o una altivez que no necesariamente precisan ser demostrados, sino más bien actúan desde la distancia, desde el apercibimiento lejano, haciendo del desprecio un ingenioso criterio de selección para la construcción estética del agente.
Es por ello que Terray se internaba en el monte para salir de la mediocridad de la vida. Quizá lo mismo hacía Nietzsche al visitar Sils María. De todas formas, ese aire montañoso en el concepto nietzscheano es lo que sedujo a Terray para poder incorporarlo a sus emociones y nociones. Y es por ello que Terray nos lo hace saber en su obra, evidenciando la connotación presente entre el montañismo y la existencialidad nietzscheana, la cual no será la única, pero sí una de las más importantes.
Es posible que las consideraciones sobre estos personajes en torno a la montaña, nos inviten a pensar sobre diversos aspectos éticos y estéticos dentro de la actividad montañista: ¿qué comportamientos, valores y/o conductas se pueden expresar o forjar en nuestra actividad? ¿Qué elementos sensitivos logran intensificarse y/o estimularse al momento de acceder a ambientes de montaña? ¿Cómo podemos pensar lo bueno y lo bello en relación al montañismo? En fin, varios interrogantes que permiten interpelarnos para configurar un espíritu más complejo y expansivo, un espíritu que pueda acceder a una experimentación montañista bajo una forma cada vez más integral para con la montaña.
Para cerrar, y no podría ser de otro modo, repasemos esta composición de Nietzsche con la que cierra la obra Más allá del bien y del mal. Una composición que, como bien Nietzsche declama, debe ser expresada “desde altas montañas”
“¡Oh mediodía de la vida! ¡Tiempo solemne!
¡Oh jardín de verano!
Inquieta felicidad de estar de pie y atisbar y aguardar: -
A los amigos espero impaciente, preparado día y noche,
¿Dónde permanecéis, amigos? ¡Venid! ¡Ya es tiempo! ¡Ya es tiempo!
¿No ha sido por vosotros por quienes el gris del glaciar
Se ha adornado hoy de rosas?
A vosotros os busca el arroyo, y hoy el viento, y la nube
Anhelantes se elevan, se empujan hacia el azul,
Para atisbaros a vista lejanísima de pájaro.
En lo más alto estaba preparada mi mesa para vosotros: -
¿Quién habita tan cerca
De las estrellas, quién tan cerca de las pardísimas lejanías del abismo?
Mi reino - ¿qué reino se ha extendido más que él?
Y mi miel - ¿quién la ha saboreado?
- ¡Ahí estáis ya, amigos!- Ay, ¿es que no es a mi
A quien querías llegar?
Titubeáis, os quedáis sorprendidos - ¡ay, preferible sería que sintierais rencor!
¿Es que yo - ya no soy yo? ¿Es que están cambiados mi mano, mi paso, mi rostro?
¿Es que lo que yo soy, eso, para vosotros, - no lo soy?
¿Es que me he vuelto otro? ¿Y extraño a mí mismo?
¿Es que me he evadido de mí mismo?
¿Es que soy un luchador que se ha domeñado demasiadas veces a sí mismo?
¿Qué demasiadas veces ha contendido con su propia fuerza,
Herido y estorbado por su propia victoria?
¿Es que yo he buscado allí donde más cortante sopla el viento?
¿Es que he aprendido a habitar donde nadie habita, en desiertas zonas de osos polares,
Y he olvidado el hombre y Dios, la maldición y la plegaria?
¿Es que me he convertido en un fantasma que camina sobre glaciares?
- ¡Vosotros, viejos amigos! ¡Mirad! ¡Pero os habéis quedado pálidos,
Llenos de amor y de horror!
¡No, marchaos! ¡No os enojéis! ¡Aquí - vosotros no podrías tener vuestra casa!:
Aquí, en el lejanísimo reino del hielo y de las rocas, -
Aquí es necesario ser cazador e igual que las gamuzas.
¡En un perverso cazador me he convertido! - ¡Ved
Se tensa mi arco!
El más fuerte de todos fue quien logró tal tirantez - -:
¡Pero ay ahora! Peligrosa es la flecha
Como ninguna otra, - ¡fuera de aquí! ¡Por vuestro bien!...
¿Os dais las vueltas? - Oh corazón, has soportado bastante,
Fuerte permaneció tu esperanza:
¡Mantén abiertas tus puertas para nuevos amigos!
¡Deja a los viejos! ¡Abandona el recuerdo!
Si en otro tiempo fuiste joven, ahora - ¡eres joven de un modo mejor!
Lo que en otro tiempo nos ligó, el lazo de una misma esperanza, -
¿Quién continúa leyendo los signos
Que un día el amor grabó, los pálidos signos?
Yo te comparo al pergamino, que la mano
Tiene miedo de agarrar, - como él ennegrecido, tostado.
¡Ya no son amigos, son -¿qué nombres darles?-
Sólo fantasmas de amigos!
Sin duda ellos continúan golpeando, por la noche, en mi corazón y en mi ventana,
Me miran y dicen: <<¿es que no hemos sido amigos?>>-
-¡Oh palabra marchita, que en otro tiempo olió a rosas!
¡Oh anhelo de juventud, que se malentendió a sí mismo!
Aquellos a quienes yo anhelaba,
A los que yo imaginaba afines a mí, cambiados como yo,
El hecho de hacerse viejos los ha alejado de mí:
Sólo quien se transforma permanece emparentado conmigo.
¡Oh mediodía de la vida! ¡Segunda juventud!
¡Oh jardín de verano!
¡Inquieta felicidad de estar de pie y atisbar y aguardar!
A los amigos espero impaciente, preparado día y noche,
¡A los nuevos amigos! ¡Venid! ¡Ya es tiempo! ¡Ya es tiempo!
***
Esta canción ha terminado, - el dulce grito del anhelo
Ha expirado en la boca:
Un mago la hizo, el amigo a la hora justa,
El amigo del mediodía - ¡no!, no preguntéis quién es -
Fue hacia el mediodía cuando uno se convirtió en dos...
Ahora nosotros, seguros de una victoria conjunta, celebramos
La fiesta de las fiestas:
¡El amigo Zaratustra ha llegado, el huésped de los huéspedes!
Ahora el mundo ríe, el telón gris se ha rasgado,
El momento de las bodas entre luz y tinieblas ha venido...“
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