Nació en Caucete, San Juan, Argentina, a las nueve horas, del 30 de septiembre de 1927, hijo de don Francisco Ibáñez, y doña Concepción Vargas, ambos de origen español. De este matrimonio además de Francisco, nació su hermano Roberto Ricardo, diez años menor; sus abuelos maternos fueron José Andrés Vargas y doña Encarnación Galdeano y sus abuelos paternos don Francisco Ibáñez y doña Cándida Vargas. Fue bautizado en la iglesia de La Merced, de la provincia de San Juan.
A los diez años, cuando estudiaba en el Colegio Marista de Mendoza, se despertó su vocación de andinista y comenzó a realizar salidas y expediciones a la montaña con sus amigos del Club Andinista Mendoza. Entre los años 1942 y 1946, realizó sus estudios secundarios en el Instituto San José de Mendoza, de los Hermanos Maristas mientras continuaba con sus actividades de montañista. Antes de los veinte años conocía casi a fondo muchos cerros de la precordillera y del Cordón de Plata.
Movido por su vocación al servicio de las armas se fue a Buenos Aires, para intentar su ingreso en el Colegio Militar de la Nación ya que su ambición era llegar a ser un Artillero de Montaña. El primero de marzo de 1947, ingresó al Colegio Militar de la Nación, eligiendo como era su deseo, el arma de Artillería lugar por el cual pasó su formación militar. Fue un alumnos destacado, al término de primer año el juicio que el jefe de Batería, escribía sobre éllo siguiente: “Ha mejorado mucho sus condiciones militares, de carácter y de soldado; demostrando entusiasmo y empeño en instrucción. Serio y correcto. Trabajador paciente y perseverante. Muy respetuoso y subordinado; posee condiciones para destacarse; es un excelente camarada. En este Instituto de formación militar, se distinguió por su despierta inteligencia, por su físico excepcional, y su adaptación a las circunstancias más difíciles, y por sobre todo, por su inalterable amor por la montaña.
Siendo aún cadete, y aprovechando sus vacaciones estivales, se dirigió hacia Mendoza, y junto al ciudadano ítalo-argentino, Rosario Alejandro CassisBresciani, realizando por primera vez el Aconcagua. El propio Cassis relató así la experiencia:” Pedí licencia unos cuantos días y habiéndome puesto en contacto con una expedición al Aconcagua del Club Andinista Mendoza, me integre a la misma, junto a Edmundo Pérez Crivelli y al cadete sanjuanino radicado en Mendoza, Francisco Gerónimo Ibáñez, logrando coronar la cima, el 13 de enero de 1949, fue nuestra primera para los tres.” Esta conquista al Coloso que logró, le permitió obtener una de las distinciones más preciadas por los militares argentinos, el primer escalón de la experiencia como montañés, el Cóndor de Plata, el que le fuera otorgado en el Colegio Militar de la Nación, siendo el primer cadete en la historia que recibía esta distinción. Fue éste, sin duda, el primer eslabón en la larga cadena de acontecimientos que debía culminar en el intento de los andinistas argentinos para escalar uno de los picos vírgenes del Himalaya, el Dhaulagiri.
Se graduó el 14 de diciembre de 1949, a los 22 años, como subteniente del arma de Artillería; fue destinado al Primer Grupo de Artillería de Montaña, con asiento en Uspallata, en la provincia de Mendoza. En esta localidad rodeada de montañas y la presencia de amigos para compartir el andinismo, le hicieron ganar experiencia y compartir momentos muy agradables, ya que el tiempo libre y sus vacaciones, los empleó para capacitarse en la montaña.
Así lo describía uno de sus amigos y compañero de cordada, el doctor Alfredo Eduardo Magnani:
“El atlético cuerpo del joven militar resalta imponente a la distancia, pero al detenerse la vista del observador en su rostro juvenil, siempre sonriente y franco, no puede dejar de percibir la cordialidad e inteligencia, que iluminan sus ojos serenos y su amplia frente descubierta. Es uno de esos hombres que con solo la mirada y el apretón de manos, gana un amigo, un aliado fiel.”
Se fueron escalonando con el tiempo la serie de sus actividades en la montaña, entre las que podemos mencionar como más destacadas: la ascensión al cerro Negro, en el cordón del Plata, conformando la cordada con Andrés Leyes, Alberto Abraham, Pedro Pereyra y José Garcíarealizada el 13 de octubre de 1944; el 28 de octubre del mismo año, volvió a realizar el cerro Negro, esta vez conformando la cordada con Daniel Riolobos, Fernando Romano, Augusto Ortiz, todos miembros del Club Andinista Mendoza; el 4 de enero de 1945, realizó la ascensión al cerro Loma Amarilla, junto a Emilio Merlo; el 31 de marzo de 1945, coronó la cima del cerro Santa Elena, junto a Daniel Riolobos, Fernando Romano, Augusto Ortiz, Héctor González, Roberto Testoni, Rafael González, Antonio Ríos, Rafael González Iriarte y horas después, alcanzó también la cima Manuel Pacheco, proveniente del cerro Agustín Álvarez; el 26 de mayo de 1945, logró coronar la cima del cerro El Plata, integrando la cordada con María Canals Frau, siendo ésta la primera mujer que lo hacía, Manuel Pacheco, Domingo López, José Colli, Roberto Testoni, Augusto Ortiz; el 28 de octubre del mismo año, ascendió el cerro Colorado, junto a RafulBoueri; el 21 de noviembre, ascendió el cerro Blanco, realizando además, una travesía desde la estancia El Salto, Quebrada El Alumbre, estación Guido, conformando la cordada con Alfredo Magnani; el 24 de diciembre de 1945, ascendió el cerro El Salto, junto a Edmundo Pérez Crivelli y RafulBoueri; el 5 de enero de 1946, realizó la primera ascensión al cerro Vallecitos, junto a Luis Vila y Ricardo López Suso; el 30 de enero de 1946, coronó en solitario, el cerro Rincón; 18 de febrero de 1946, coronó la cima del cerro El Plata, junto a Margarita Hughes, Carlos Hughes y Vicente Cicchitti; en el mes de abril de 1946, ascendió la Canaleta Este del cerro Vallecitos, junto a Alfredo Eduardo Magnani; en el mes de marzo de 1949, realizó el cerro Tupungato, conformando la cordada junto a Edmundo Pérez Crivelli y Alejandro Cassis; en el mes de junio de 1951, con integrantes del Club Andino Mendoza, conformaron una cordada a la Cordillera Real de Bolivia, intentaron la ascensión al nevado de Illimani, la componían además de Paco, Héctor Perone, el suboficial baqueano Víctor Bringa y Alfredo Eduardo Magnani.
En enero de 1952, integró la expedición francesa al Cerro Chaltén (Fitz Roy), como oficial de enlace, finalizando con éxito la cordada de ataque a la cima, integrada por Lionnel Terray y Guido Magnone, posteriormente, concluyó con la ascensión al Aconcagua, por la ruta normal, siendo de la partida, Paco y Lionnel. En este período participó en las siguientes escaladas, Monte Blanco, DentReuin, PetitCharmoz, Grepón, Clocheton de Planpraz, Dent de Geant, Les Courts, las agujas Ravanel y Mummery y el Aiguille Verte, entre otras. En el mes de marzo de 1953, realizó la ascensión al nevado del Chañi, junto a Fernando Grajales y el 7 de abril de 1953, ascendieron al cerro Nieveros o Limón, en el Cordón del Plata y la cordada estuvo conformada por Paco, Beatriz Magdalena Imoberstg de Ibáñez, Salvador Sánchez y Fernando Grajales (este cerro se eleva al Sur del cerro El Plata, entre las quebradas de Casas y Guevara).
El 7 de enero de 1950, la expedición cívico-militar integrada por el entonces Subteniente de artillería Ibáñez, perteneciente al Grupo de Artillería de Montaña 8, con asiento en el Valle de Uspallata, acompañado por el Sargento Ayudante baqueano Víctor Manuel Bringa y Alejandro Cassis coronaron nuevamente la cima El motivo de esta expedición fue rendirle homenaje al Padre de la Patria, don José de San Martín, cumpliéndose en forma exitosa ese cometido, y esta fue para el subteniente su segunda cumbre. En Uspallata, recibió su ascenso a teniente tres años más tarde, el 31 de diciembre de 1951.
Francisco Ibáñez, le expresó al montañista polaco Víctor Ostrowski, con quien se había conocido y hecho amigo:
Estando bien aclimatado, he subido al Aconcagua, según mi libreta de apuntes como sigue: Salí de Puente del Inca, en mula al mediodía después de almorzar, para llegar a pernoctar en Plaza de Mulas. A la mañana siguiente subí en mula hasta la base de la Canaleta final, donde dejé atada la bestia a una roca. Trepé la cumbre, bajé y montando otra vez la mula, regresé al anochecer hasta Plaza de Mulas. Al día siguiente, monté nuevamente para llegar a cenar al punto de partida...su tercera cumbre.
Fue precisamente por aquella época que llegó a Mendoza con el propósito de esquiar todo lo posible, una joven nacida en Buenos Aires, quien se albergó en el domicilio de un matrimonio amigo en el barrio militar cuyo dueño de casa era un oficial del ejército. Esa joven se llamaba, Beatriz Magdalena ImObersteg, era profesora de educación física y kinesióloga, de allí su afición y facilidad por los deportes. La intensión de su viaje era ir a esquiar en la zona de Puente del Inca, pero dado que ese año hubo allí poca nieve, no suficiente para realizar la práctica de este deporte y decidió cambiar sus planes y se dirigió a Uspallata que era el lugar donde residía y prestaba servicios el Teniente Francisco Gerónimo Ibáñez. Así fue como se conocieron durante un asado. Luego el joven oficial, la invitó a cabalgar por el hermoso valle de Uspallata y comenzó en ese momento a madurar el noviazgo, que por cierto fue muy breve ya que concluyó en un rápida concreción del matrimonio. A partir de ese momento el joven Teniente comenzó a compartir su amor, entre Beatriz y la montaña.
Beatriz, en una entrevista realizada por Guillermo Martín, del CCAM, nos contó que:
“Francisco, era una persona abierta, amable, de buen carácter, un líder; mucha gente lo conocía y simpatizaba con él por su trato afable ya que le gustaba trasmitir sus conocimientos de montaña, era un buen pedagogo, muchos creía que era profesor y no un militar, por su forma de hablar y expresar sus ideas. Respecto a mi afición por la montaña, no era solo el esquí lo que me atraía, también, otras actividades de montaña, pero estoy seguro que lo traía de mis ancestros suizos. Es muy común para los suizos el gusto por las actividades de montaña, porque es un país que está enclavado entre montañas, por eso, es habitual que todo el mundo haga algún deporte de montaña. Ha sido también un país que le ha dado lugar dentro de este deporte a la mujer en todas las actividades, y uno lo puede observar en el museo de montaña, las fotos donde la mujeres pese a sus incómodos atuendos, participaban de estas actividades. Cuando en el año 1952, Francisco se fue, integrando como oficial de enlace, con los franceses al Chaltén, decidí por mi parte, viajar a Suiza, invitada por mis parientes. En ese viaje que duró algo más de un año, tuve la mala experiencia de fracturarme y de tener que afrontar sola una intervención quirúrgica, para colocarme algunos alambres, con la complicación de que el procedimiento debió realizarse en dos fases. Esto le llevó mucho tiempo, durante el cual debí permanecer allá en Suiza y tuvimos que seguir nuestra relación con Francisco por medio de correspondencia esto se nos se hizo largo en el tiempo. Luego de su viaje a Francia, donde nuestro noviazgo continuo manteniéndose mediante el intercambio de cartas, el comenzó a preparar la expedición al Himalaya. Pensando en otra prolongada separación por esta expedición al Himalaya, decidimos casarnos.Nuestra boda fue en Buenos Aires e l 9 de Febrero de 1953 y el viaje de boda lo hicimos en Bariloche, en donde pudimos realizar alguna salida a la montaña, más precisamente al Catedral, donde además de escalar experimentamos la técnica de rappel. A nuestro regreso, Paco, siguió con los preparativos de la expedición y yo comencé a armar nuestra casa, siempre pensando que pronto se ausentaría nuevamente y luego, paso lo que pasó… “
En el año 1952, lo designaron Oficial de Enlace de la Expedición francesa, que escaló por primera vez el Cerro Chaltén, uno de los hitos más importantes del montañismo mundial de aquella epoca, ubicado en nuestra extensa Patagonia. Finalizada esta actividad Francisco invitó a los integrantes de la expedición a ascender a su viejo amigo, el Cerro Aconcagua. El 11 de marzo de 1952, la expedición argentino-francesa-suiza, conquistó la cumbre; la cordada estaba integrada por Lionel Terray y Guido Magnone, ambos conquistadores de la cumbre del Chaltén, René Ferlet, Louis Depasse, Louis Lliboutry, Susana de Depasse, Guillermo Strouve, Francisco Gerónimo Ibáñez y el doctor Federico Marmillod, inicialmente de la partida, quien debió regresar por un problema de salud, a pesar de estar muy bien adaptado a la altura. Sólo llegaron a coronar la cima, Terray e Ibáñez, all resto les faltó tiempo un tiempo más prolongado para adaptarse. Esta fue su cuarta cumbre.
Como reconocimiento, en un acto protocolar se les otorgó el Cóndor de Oro Honoris Causa, tanto a los alpinistas franceses como a Francisco, y fue en esa oportunidad, cuando Francisco interiorizó al Presidente, Teniente General Juan Domingo Perón, acerca del proyecto para enviar una expedición al Himalaya. A su vez el gobierno de Francia, en reconocimiento por las atenciones recibidas por nuestro país a su expedición, vencedora del Chaltén, considerado uno de los picos más difíciles del mundo y del Aconcagua, el Techo de América, concedió tres becas para un Curso Profesional de Alpinismo, en la Escuela de Ski y Alpinismo de Chamonix, las que fueron adjudicas al entonces teniente Ibáñez, al andinista de Bariloche, Carlos Sontag, y al andinista mendocino Alfredo Eduardo Magnani.
Como ya lo hemos visto el noviazgo con Beatriz, se mantenía por correspondencia porque ella había permanecido algo más de un año en Europa, mientras Paco, escalaba el Fitz Roy y otros picos de nuestro país; y ahora él, era quien se iba becado a Francia, mientras ella esperaría su regreso en Buenos Aires.
A principios de julio de 1952, partieron hacia Los Alpes los tres andinistas quienes luego de realizar el curso, se hicieron acreedores por sus méritos al Título de Aspirante Guía Profesional. Este viaje les permitió tomar contacto con los primeros vencedores de un ocho mil en el Himalaya, especialmente con el propio jefe de esa expedición, Maurice Herzog, con quien intercambiaron experiencias de gran utilidad para la futura expedición argentina. El teniente Ibáñez, había coronado con este curso su aprendizaje que le ayudó a madurar la concreción de su objetivo: el Himalaya. Su pasión y tenacidad por concretar tan ambiciosa idea, fue producto de su férrea voluntad al servicio de un ideal, lo que permitió obtener la colaboración de gobernantes y amigos logrando el apoyo material y moral, que un día le permitió ver cumplida sus aspiraciones.
Como parte de la preparación el 14 de enero de 1953, la expedición que se venía formando denominada Himalaya, dirigida desde sus comienzos por Francisco, hizo cumbre por la ruta Norte o normal del Aconcagua (la quinta, para el teniente), y estuvo compuesta además de él, por Washington Flores, Hugo Benavidez (futuro cocinero de la expedición al Himalaya) y Jorge Guajardo. Poco tiempo después, el 23 de enero de 1953, realizó la primera ascensión por la vertiente Sudoeste, la cordada estuvo conformada por Dorly y Federico Marmillod, matrimonio de origen suizo, y los andinistas Fernando Gallego Grajales y Ibáñez (su sexta y última cumbre), ambos argentinos. Con esta conquista se concretó la primera ascensión a la cima Sur, por una mujer, abriendo una nueva vía en el Aconcagua.
El mismo Federico Marmillod, nos relataba algunos aspectos de esa expedición:
“En febrero de 1952, mi esposa y yo, en compañía de Miguel Ruedín, íbamos decididos a realizar una nueva ruta; pero el tiempo contrarrestó nuestros planes y tuvimos que contentarnos con la subida por la vía normal, cubierta de espesa nieve. Sin embargo, habíamos podido estudiar bien nuestro futuro itinerario, observándolo con los prismáticos desde el cerro Catedral, el Bonete, y el cerro de los Dedos “.En marzo del mismo año, acompañé en su visita al Aconcagua, a los miembros de la expedición francesa al Fitz Roy. En esa ocasión reconocimos el tramo inicial de dicho itinerario, buscando un pasaje practicable para las mulas hasta la base misma de las murallas del flanco Oeste. El teniente Francisco Ibáñez, formaba parte del grupo. En él y en Fernando Grajales, encontramos compañeros entusiastas, y valiosa cooperación para llevar a cabo nuestro proyecto.
El 6 de enero de 1953, mi esposa y yo, instalamos campamento en la parte mediana del valle de los Horcones, en el lugar llamado Piedra Grande. Ruedín, tuvo que desistir a último momento por razones de trabajo. Aprovechamos el período forzoso de aclimatación para completar nuestras observaciones. Así subimos a unas de las puntas del cerro México, lo que nos permitió observar el filo Sur bajo un nuevo ángulo. El día 11, partimos de un vivaque en la parte alta de la quebrada del Sargento Mas, escalamos el punto culminante del cordón que separa a los dos valles de los Horcones, una doble cumbre rocosa de unos 5.500 metros de altura (el mapa de escala 1:50.000, indicaba erróneamente una cumbre de 6.089 metros, que no existe). Esta punta, que no parece haber sido visitada antes, ofrece una vista maravillosa sobre la pared Sur del Aconcagua, mereciendo ser nombrada cerro Mirador (Sin lugar a dudas ambos, no sabían que por ese lugar ya habían estado hace 500 años aproximadamente, los incas, los cuales depositaron la momia, que posteriormente, en la década de los 80, la cordada del Club Andino Mendoza, la descubrió).
Mientras tanto Ibáñez, nos había precedido en Plaza de Mulas, donde realizaba prácticas de entrenamiento con un grupo de andinistas. El día 13 de enero, Grajales y el suboficial Serrano, bajaron a buscarnos con mulas a Piedra Grande y trasladamos nuestro campamento a Plaza de Mulas. El día siguiente, nos reunimos con Ibáñez, quien baja de la cumbre con tres compañeros, ¡es su quinto ascenso por la vía normal! El día 16, por la tarde, se desata un furioso temporal de viento y nieve, que duró toda la noche, pero al día siguiente, el cielo se limpia y alistamos todo para la ascensión. El día 18 de enero, temprano, salimos de Plaza de Mulas.
Somos cinco: Fernando Grajales, F. Guajardo, Francisco Ibáñez, mi esposa y yo. Llevamos tres mulas, con cargas muy livianas. Después de un corto trayecto horizontal hacia el Sur, atacamos los acarreos de la falda Oeste. La parte inferior, cortada por una garganta, fue bastante dificultosa para las bestias, a pesar de que hemos dedicado una jornada entera en preparar una senda con las piquetas. A las cuatro de la tarde, llegamos al pie de los primeros paredones y al último punto practicable para las mulas, donde instalamos el campamento, a los 5.500 metros. Guajardo, emprendió en seguida el regreso con las cargueras y volverá días más tarde para recuperar nuestras carpitas, pues desde aquí seguiremos con el equipo liviano de vivac: bolsa de dormir, colchón neumático, una Zdarsky (una carpa) para los cuatro.
El día 19, lo pasamos reconociendo el camino y el 20 por la mañana, abandonamos el campamento, llevando cada uno una mochila de quince kilos. El tiempo fue bueno, pero un viento muy frío soplaba con ráfagas desde el Noroeste. Seguimos primero al pie de las murallas, subiendo y bajando por una sucesión de cintas y de pedregales, en dirección a la cresta Sur que dista dos o tres kilómetros. Hacia la mitad de esta distancia, la montaña está surcada por un gran canal que constituye la parte llave de la ascensión.
En efecto, nos permitió alcanzar la parte superior del filo evitando el tramo comprendido entre los seis mil y seis mil seiscientos metros, el cual, nos presentó varias torres, verticales e impracticables, de conglomerados. Para llegar a la base del canal, tuvimos que dominar un primer escalón rocoso de cien metros de alto, que rodea como un cinturón toda esta faz de la montaña. Parecía posible escalarlo en el eje del gran canal, el cual, habíamos escalado durante la víspera, cuando realizamos los reconocimientos, trepando parte de la pared, pero hoy deseamos ahorrar fuerzas y seguimos en nuestra travesía en busca de un pasaje menos penoso. Llegando a proximidad de la cresta Sur, encontramos por fin una profunda canaleta, parcialmente rellenada con nieve y hielo, por la cual subimos hasta dar con la base de la primera de las torres verticales del filo. Estábamos muy cerca y al mismo nivel del punto marcado de 6.009 metros, en el mapa de 1:50.000. Volviendo entonces hacia el Norte, tuvimos que descender unos doscientos metros faldeando un pedregal para ganar la base de nuestro canal. El desvío al Sur, nos requirió muchas horas. Dado lo avanzado de la jornada, decidimos vivaquear en este lugar, aprovechando el abrigo propicio de una roca en forma de techo, a los 5.700 metros.
A la mañana siguiente, atacamos temprano el canal, elevándonos primero por una cuesta de roca pulida y luego sobre la nieve dura. Al cabo de unos centenares de metros, el canal se estrechaba para formar un rápido tobogán de nieve entre dos paredes rocosas. Calzamos los grampones y seguimos ganando altura a buen paso, divididos en dos cordadas de dos. Más arriba, el terreno se ensanchaba nuevamente. Poco a poco fuimos superando la altura de las torres del filo a nuestra derecha.
Finalmente, llegamos a una pendiente abierta que remató contra una pared vertical. Esta pared forma un corte del filo a la derecha, pero fue perdiendo altura hacia la izquierda. Nos dirigimos en diagonal en esa última dirección. Allí, entre un nevé y la base de la pared, encontramos un lugar relativamente bueno para instalar nuestro segundo vivac, a los 6.400 metros.
Durante la noche el tiempo se descompuso, soportamos repetidas duchas de escarchilla barrida por el viento violento. Poco a poco la nieve se filtraba en nuestras bolsas, empapando todo. A la mañana nos extrajimos penosamente de nuestros caparazones helados. Fueron pocos nuestros bríos y dado el tiempo inestable no se pudo pensar en salir hacia arriba. Debimos resignarnos a esperar hasta el día siguiente, último plazo que nos concedió nuestra provisión de combustible y alimentos. Felizmente, el tiempo mejoró por la tarde. La puesta del sol, iluminada con colores de buen augurio, dio cuerda suelta a nuestras esperanzas antes de las duras horas nocturnas, que tuvimos que pasar.
El día 23, partimos a las siete y treinta, bajo un cielo sereno, luchando contra el viento siempre fuerte y glacial. Seguimos el borde superior de la pared, que viene a ser una cresta secundaria en el flanco Oeste, hasta llegar a su punto de unión con la cresta Sur, probablemente el punto 6.707 metros de altitud.
De todas maneras, la suerte nos ha deparado un día espléndido. Por todos lados la vista se extiende, como la que se goza desde un avión. Del Mercedario al Tupungato, los picos y glaciares de la cordillera Central, formaban un inmenso desfile realizado por un tapiz de nubecitas bajas. Proseguimos la ascensión por el filo principal, que no abandonamos más hasta la cumbre.
Contrariamente a lo que creíamos, la cresta se presentó bastante ancha y cómoda, con partes de nieve alternando con rocas y piedras sueltas. Encontramos un solo pasaje algo delicado, un pequeño corte de rocas muy inestables. Mientras subimos, admiramos una y otra vez las singulares perspectivas de la pared Sur, cuyo precipicio se abre bajo nuestros pies. A las diecisiete horas llegamos juntos a la cumbre Sur del Aconcagua de 6.930 metros, donde una piqueta dejada seis años atrás por Tomás Kopp y LotharHerold, se yergue solitaria e intacta en una pequeña pirca. La canjee por la mía, sin sospechar que pocos días después ésta, será bajada por una expedición japonesa, venida, como los alemanes por la ruta Norte. Nos inscribimos en el libro de cumbre, que no ha registrado ninguna visita posterior a la primera ascensión, y depositamos en su cajita dos banderines, uno argentina y otro suizo.
Reanudamos nuestra marcha en dirección Norte, encontramos un primer tramo donde el filo, bastante angosto, presenta peligrosas cornisas de nieve y debió ser faldeado por la izquierda. Al cabo de doscientos metros, la cresta se tornó fácil y pudimos enrollar definitivamente las cuerdas sobre las mochilas. Pasamos cerca del famoso esqueleto de guanaco, cuyo hallazgo en esas alturas asombró ya en el año 1947, a Kopp y a su compañero. Ibáñez, cortó una pata y se la llevó como recuerdo. Me pareció que la cresta que une las dos cumbres debería ser bautizada como Cresta o Filo del Guanaco. La cumbre Norte, muy cercana, parece saludarnos como un amigo desde la otra vereda de la calle. Quisiéramos contestar a su llamado y dar así el último toque a nuestra travesía, pero el tiempo apremiaba y una nueva noche a la intemperie estuvo completamente fuera de nuestro programa. Nos hicimos pues, los distraídos, e iniciamos el descenso hacia la Canaleta, que era familiar. A las nueve de la noche surgió en la oscuridad la silueta del pequeño refugio General Juan Perón, donde nos quedamos y abrigamos para pasar la noche y bajar el día siguiente, a Plaza de Mulas.
El itinerario de la faz Oeste y de la cresta Sur, que tuvimos la satisfacción de inaugurar, presentó sólo un grado moderado de dificultades técnicas. Sin embargo, fue mucho más interesante, más alpino, que la ruta usual del Norte, convertida hoy día en una senda de mulas en la mayor parte de su recorrido. Como el punto de partida fue el mismo para las dos vías, su combinación permitió realizar una travesía del Aconcagua, sin más complicaciones de organización. Atravesando de Sur a Norte, lo que es naturalmente lo más apropiado, ya que si tomamos las dificultades de subida, hemos demorado en total siete días, incluso uno de reconocimiento y otro de espera debido al mal tiempo. No cabe duda de que es dable realizar esta travesía en bastante menos tiempo. Incluso, se podrá también suprimir uno de los dos vivaques, especialmente si el desvío hacia el punto 6.099 metros, puede ser evitado sin tener que hacer un esfuerzo exagerado para trepar directamente la primera pared del flanco Oeste. Pero, siempre será preciso disponer, además del equipo personal de altura, de un material de vivac adecuado, a la vez que liviano y muy abrigado.”
Este fue el relato del andinista alemán Lothar Herold, quien efectuó la primera ascensión a la cima Sur, junto a Tomas Kopp sobre una entrevista que tuvo con Ibáñez, respecto a la subida:
“Nuestro piolet se mantuvo incrustado entre las piedras, en el segundo punto más alto de América durante 6 años. En marzo de 1953, regresando de una expedición a la Patagonia, me tope en Bariloche, con el andinista y oficial de Tropas de Montaña, Francisco Paco Ibáñez, al cual conocía muy bien, quien me saludo radiante con estas palabras: ¡Le tengo una noticia bomba! Estuvimos en la Cumbre Sur! Lo felicité, pero luego siguió mi pregunta: ¿Encontraron la piqueta?
Desde 50 metros por debajo de la cima la vimos contra el cielo, dado que se recortaba en el firmamento, me respondió. Después le pregunté por el esqueleto del guanaco, que se encontraba en el filo que une ambas cumbres. Me respondió: Le sacamos una patita. El 23 de enero de 1953, se realizó la segunda ascensión de la Cumbre Sur del Aconcagua. Los participantes fueron el matrimonio suizo Dorly y el doctor FrédericMarmillod, el mendocino Fernando Grajales y Francisco Paco Ibáñez. Ellos cruzaron los despeñaderos al Oeste del Aconcagua sobre el valle de Horcones superior, llegando a la Cumbre Sur, subiendo por la cresta que cae hacia el Suroeste, ¡una gran hazaña andina por una nueva ruta! El matrimonio Marmillod, se quedó con el piolet y lo guardó por muchos años. Luego me lo entregó el doctor Marmillod, con estas palabras: ¡Es para Ud.!
La tablita de madera llevada desde la provincia de Misiones con inscripciones de nuestros nombres, que habíamos depositado en la Cumbre Sur, se la llevó Paco Ibáñez. Años más tarde encontró la muerte durante una expedición argentina al Himalaya, en el monte Dhaulagiri. En cierto modo se había sacrificado por sus camaradas. Durante su sepelio oficial en Buenos Aires, en presencia del presidente Perón, ayudé a sacar su féretro desde el avión, junto a 3 oficiales y 2 andinistas.
Años después, cuando el Club Andino Bariloche, CAB, festejaba en Buenos Aires, un aniversario, me tocó pronunciar un discurso oficial sobre mi última expedición a la Patagonia, a continuación, la viuda de Ibáñez, me devolvió solemnemente ante la congregación, la tablita misionera que habíamos dejado en la cima y me dijo: ¡Es toda suya! yo se lo entregué luego a mi amigo y compañero de montaña, Thomas Kopp. El histórico Piolet de la Cumbre Sur del Aconcagua todavía adorna la pared de mi habitación en Münster/Westfalen, Alemania. “ Luego de esta hazaña y a partir de ese momento, se convirtió Paco, en el jefe natural de la futura expedición que pronto tendría el orgullo de comandar: la Primera Expedición Argentina al Himalaya, Teniente General Juan Domingo Perón. Ibáñez, comenzó a estudiar detalladamente cada aspecto del ascenso al Himalaya. Pero había un escollo a solucionar entre su amada Betty y él, lo cual, lo discutieron largamente y era la fecha del casamiento, pues el interrogante que se planteaba para ambos era: ¿antes o después del Himalaya? Finalmente decidieron que fuera antes de la aventura.
Contrajo matrimonio con la señorita Beatriz Magdalena ImObersteg, en la Iglesia de los Benedictinos, en Villanueva y Maure, el 9 de febrero de 1953, de la ciudad Capital. A la salida del templo, se conformó una galería o escolta de honor, la cual, a diferencia de otros casamientos militares, en vez de sables desplegados, el cordón por debajo del cual hace su pasaje el matrimonio recién constituido lo formaron civiles y militares montañeses, que desplegaron sus piquetas bajo las cuales salieron del templo Francisco y Beatriz. Vivieron juntos prácticamente todo el año 1953, primero en la casa de un amigo común, luego en la casa de los padres de ella, contando con una luna de miel que fue en San Carlos de Bariloche, donde él, aprovechó para enseñarle a Betty, a escalar en las paredes del Catedral.
En el período invernal de 1953, más precisamente, a inicios del mes de junio, Paco, con el propósito de probar algunos equipos ya fabricados en el país para el Himalaya, busco un escenario en el noroeste argentino, el Chañi; cerro que habiendo sido visitado desde antaño por nuestros antepasados en en la era moderna de nuestro deporte estaba carente de actividades en sus laderas y cimas. La cordada estuvo integrada, como jefe de la misma, Paco, y el resto la conformaron, su esposa Beatriz, Fernando Grajales, los italianos, Giorgio Brigatti y el ingeniero Piero Ghiglione (este último, integrante de la expedición italiana al Aconcagua, en el año 1934, conducida por el doctor Renato Chabod; ambos italianos y los jóvenes suboficiales del Ejército, Pedro Segundo Domingo Zonni y Guillermo Arnoldo Poma.
Llegaron luego de tres días de marcha en mulas, al campamento base, ubicado a casi 4.600 metros; siendo las condiciones climáticas más extremas de las que esperaban, con temperaturas que llegaban a los 20º grados bajo cero, en el campamento base. Hasta ese momento nunca había sido intentada su cima en época invernal, al manos no habían registros; se sumaron a estas temperaturas bajas, el fuerte viento que hacía bajar aún más la temperatura. El vendaval que tuvieron en su primer intento, les malogró el mismo, destrozándoles un par de carpas.
El 27 de junio, salieron hacia la cima, adelantándose al resto de la cordada los jóvenes suboficiales Poma (éste ya tenía dos ascensos e iba como baqueano) y Zonni (quienes junto al Suboficial Araujo, realizaron el 17 de agosto de 1954, la primera invernal del Cachi), llevando un ritmo más rápido que el resto, logrando coronar la cima ese mismo día. Él resto, retrocediendo por un vendaval, que luego del mediodía se tornó peligroso, debiendo volver hacia el campamento base, llegando a alcanzar los 5.600 metros de altura. Para los italianos, fue su última oportunidad, dado que no disponían de más tiempo, para un segundo intento, porque debían trasladarse al Perú. Al día siguiente, festejaron el primer triunfo, mientras que los italianos se replegaron a Jujuy, para trasladarse al Perú; el 29 de junio, se produjo el segundo intento, el mismo lo realizaron Paco y el Gallego Grajales, que siguieron una vía nueva, con la idea de intentar la cumbre virgen del Chañi, la Noreste que tiene en su parte final una composición granítica por lo que debe emplearse la técnica de escalada en roca. Pese a ello la energía física y el tesón de los dos escaladores, les permitió conseguir coronar la cima invicta, a las 16 horas, del 29 de junio de 1953, depositando en la misma cumbre, el testimonio en una lata de sardinas que fuera posteriormente encontrado y bajado, por el andinista cordobés Jorge Abel Tarditti, 32 años más tarde.
Paco, era en aquellos años un hombre resuelto y feliz, a punto de hacer realidad algo que, más que un sueño, era una verdadera obsesión: escalar uno de los tantos picos del Himalaya, la cordillera techo del mundo, superando los 8.000 metros de altura, el más grande, peligroso y estremecedor desafío para cualquier montañista de cualquier parte del globo terráqueo.
La periodista Ana R. de Severino, del diario Democracia, del 10 de diciembre de 1953,en un artículo titulado Los argentinos se aprestan a desafiar al Himalaya, nos decía:
”En el Congreso de Deportes, hace un año, dijo el general Perón, poco más o menos: Es hora de terminar con la vieja situación, 22 deportistas contemplados por 22.000 espectadores… ¡Tenemos que ser 22.000 deportistas, contemplados por 22 espectadores…demasiado viejos para participar!
Y eso es lo que estamos logrando, los deportistas argentinos, no solo son cada vez más, sino también, más capaces. Nuestros triunfos han trascendido las fronteras, y no hay deporte que no cuente con adeptos entre nosotros. Inclusive el montañismo, como es lógico, dada la extensísima cadena de montañas que poseemos. Y también nuestros andinistas se sienten hoy capaces de medirse con los mejores montañistas del mundo. Que es lo que van hacer el próximo año en el Himalaya. Y no es cualquier pico, intentarán ascender nada menos que el Dhaulagiri, que alcanza los 8.167 metros e hizo retroceder a la expedición francesa, que luego venció el Annapurna, y posteriormente, a la suiza, que alcanzó los 7.800 metros, sin poder coronar un triunfo. Sin embargo, la expedición argentina, a pesar de la difícil meta propuesta, activa entusiasmadamente sus preparativos, bajo la capacitada organización y dirección de su jefe, Teniente Francisco Gerónimo Ibáñez, cuyos antecedentes en montaña, permiten alentar las mejores esperanzas. En efecto, Ibáñez, cuenta con seis victorias por sobre los 5.000 metros, cinco por sobre los 5.500 metros, siete por encima de los 6.000 metros, una de 6.800 metros (Tupungato), y seis en el Aconcagua, esto solamente en nuestro país. En Europa realizó todas las ascensiones clásicas de los Alpes, haciendo la travesía completa del Monte Blanco.
Encontramos al Teniente Ibáñez, en su oficina de la Confederación Argentina de Deportes (COA), y naturalmente, deseamos conocer detalles de la gran aventura que prepara.
¿Cuándo piensa partir, Teniente Ibáñez?
A fines de febrero en avión. Eso nos dará dos meses de tiempo para la marcha de aproximación al Dhaulagiri.
¿Tanto tiempo?
Pues le aseguro que es bastante justo. Debemos recorrer una distancia enorme, en malos caminos y en muchos lugares donde faltan por completo. Inclusive atravesar bosques donde hay que avanzar abriendo picada.
Pues, como aventura, no puede pedirse más…
¿Y quiénes serán los aventureros elegidos para participar?
Nos comentaba la periodista que, la pregunta anteriormente realizada, los tenía a todos los andinistas argentinos desde hace más de un año, con la expectativa de saber quiénes serán los elegidos para intégrala, mientras que a Ibáñez, no se daba por enterado y seguía:
Todavía no se puede determinar. Respondió Ibáñez, y agregó: Solo se sabrá después del entrenamiento final en alta montaña, en enero. Entre los mejores se elegirán ocho titulares y seis suplentes.
¿Los mejores? ¿En qué sentido?
En antecedentes andinísticos y morales, en capacidad física y técnica, en dotes de camaradería y de carácter.
Perfecto. ¿Irán solamente escaladores?
Y también un médico y un cineasta, ambos excelentes andinistas.
Todos argentinos, ¿Verdad?
Excepción hecha de un escalador.
¿Un escalador extranjero?
Sí, un invitado del general Perón, el chileno Roberto Busquets.
¿Roberto? ¡Cuánto me alegro! Pero permítame que no lo considere extranjero…
Roberto Busquets, nuestro compañero varias veces en el Aconcagua, al que venció en diciembre de 1951, es uno de los más positivos valores del andinismo chileno, e indudable candidato a integrar, si se lo realizara, una expedición de ese país al Himalaya. La elección, pues, no pudo haber sido más afortunada.
Sabiendo la importancia enorme que asume la perfección del equipo en ascensiones de tal envergadura, pido datos al respecto al teniente Ibáñez. Me responde:
El equipo que llevamos es de lo mejor y más moderno. Se ha estudiado todo lo utilizado por expediciones anteriores al Himalaya, se ha tratado de perfeccionar muchos detalles que revelaron grandes o pequeñas fallas y se han logrado resultados realmente satisfactorios.
¿Y quien tuvo a su cargo tan delicada labor?
El Ministerio del Ejército.
¿Colaboran con Uds., otras instituciones?
La Confederación Argentina de deportes y el pueblo mismo. La industria argentina ha colaborado en las más diversas formas para que nuestra expedición salga perfectamente equipada.
Es que son muchas las esperanzas puestas en Ustedes… ¿Cree usted, teniente Ibáñez, que el Dhaulagiri, claudicará esta vez?
Es muy difícil asegurar nada. Lo que puedo decir es que llevamos los mejores hombres. Si el tiempo nos ayuda, tendremos la mayor de las ventajas a nuestro favor. No queda sino esperar y confiar.
Y Ana R. de Severino, se despidió diciéndole que: Esperamos, pues, que vientos y nieves permitan hollar la cumbre del inexpugnable Dhaulagiri, para gloria del deporte argentino.”
La cordillera del Himalaya se extiende a lo largo de unos 2.500 kilómetros de longitud y 500 de ancho. En su recorrido, desde el Oeste al Este, atraviesa los territorios asiáticos de Pakistán, India, Nepal, Tíbet, Assam, Sikkim, Bután, y algunas ramificaciones penetran en la China. El pico más alto es el Everest y dentro de esa escala, ocupa el séptimo puestos el Dhaulagiri, con 8.172 metros. Cuando en el año 1952, se solicitó el permiso al gobierno del Nepal, donde se encuentra este pico, éste lo autorizó para el año 1954, ya que en el año 1953, habían sido autorizadas una expedición suiza.
Fue justamente uno de esos expedicionarios quien, ya de regreso, sentenció en la revista Die Alpen:” Mi criterio es que la expedición que alcance el Dhaulagiri habrá cumplido una hazaña mayor que la de ascender el Everest, aunque la ascensión, muy tentadora, es factible pero muy peligrosa...”
Para concretar tamaña empresa el propio Paco, buscó por todo el país hombres experimentados y capaces de integrarla; y paulatinamente se formó un equipo encabezado por el mismo teniente Ibáñez, como jefe de la misma y acompañado por su gran amigo y compañero de cordada en varias ascensiones, Fernando Grajales, mendocino, quien para prepararse se radicó durante dos años en Las Cuevas, a 3.000 metros de altura. Felipe Godoy, en ese entonces sargento ayudante, el cual, manifestó que jamás había soñado con una empresa así, en su Paraná natal, pero fue elegido no sólo porque con los años logró gran experiencia como escalador, sino también por ser especialista en explosivos y voladuras en altura, lo que le permitió establecer un récord de voladuras en altura, que permitió por la difícil ruta elegida, ubicar los últimos campamentos de altura previo al ataque de la cumbre; Gerardo Watzl, austríaco de nacimiento, con 33 años, el de mayor edad; Domingo Bertoncelj, esloveno; Roberto Busquets, chileno; el médico Antonio Ruiz Beramendi; el arquitecto Jorge Iñarra-Iraegui, fotógrafo de la expedición; Miguel Ángel Gil, mendocino, como operador de radio, Hugo Benavidez, otro mendocino, jefe de cocina y el abogado Alfredo Eduardo Magnani, quien a los 17 años, ya había pisado la cumbre del Aconcagua, convirtiéndose así en el andinista más joven de la historia en lograr tal mérito.
El doctor Alfredo Eduardo Magnani, en su libro Argentinos al Himalaya dice al respecto de esto:
Verdadero sentido democrático manifestó Ibáñez al seleccionar el plantel de sus hombres sin tomar en cuenta si eran nativos o no; la piedra de toque para elegirlos fue su amor a nuestra Patria y la capacidad para actuar en forma individual o en equipo. El día 26 de enero de 1954, se reunieron en Buenos Aires, todos los felices integrantes de la expedición y se dirigieron hacia la casa de gobierno, para realizar los saludos protocolares. El propio edecán, describió este momento:” El Teniente General Juan Domingo Perón, llegó al despacho presidencial bien temprano, como era de su costumbre. Su primer gesto fue repasar su agenda con las visitas protocolares programadas para ese día, y una anotación en particular le provoco una sonrisa. A pesar del intenso calor, aquel 26 de enero de 1954, Perón, lucía impecable en su uniforme de verano: chaquetilla y camisa blanca, corbata negra, pantalón color arena y los zapatos negros esplendorosamente relucientes, siguiendo una costumbre que el mismo calificaba de manía incorregible.
Desplazando su cuerpo hacia atrás y recostado cómodamente la espalda en el alto sillón, el general evocó el rostro de quien en apenas unas horas más sería un fugaz visitante. No podía ocultar un sentimiento de admiración y cariño hacia aquel joven oficial del ejército, a quien había conocido hacia apenas dos años, vinculado como oficial de enlace cuando una expedición francesa ascendió el Chaltén. Ya en aquel momento toda su preocupación era el Himalaya; creo que hice bien en ayudarlo, este pibe tiene fibra auténtica, es un idealista, no se rinde ante nada..., debió haber pensado el general Perón. En apenas unas horas le daría la despedida a la expedición encabezada por el teniente Francisco Gerónimo Ibáñez, antes de su viaje al Himalaya. Lo que Perón no podía imaginarse fue que nunca más volvería a ver con vida a su admirado teniente Ibáñez.
Así describe el momento Alfredo Magnani:
“Fue un gran día para nosotros; por la mañana visitamos en su despacho privado de la Casa de Gobierno, al Presidente de la República Argentina, General Juan Domingo Perón. La reunión fue cordial y participaron en ella, el ministro de Ejército, General Franklin Lucero y el presidente de la Confederación Argentina de Deportes, doctor Rodolfo G. Valenzuela.
La palabra amistosa del presidente, desvaneció rápidamente la rigidez que suele caracterizar a ese tipo de entrevistas; su cariño hacia el Teniente Ibáñez, se evidenció de inmediato y escuchó con profundo interés de labios de nuestro jefe, el plan de trabajo que nos proponíamos realizar. Sin duda alguna el General Perón, vivió en esos momentos con nosotros el entusiasmo de la aventura que íbamos a iniciar y fue entonces que nos brindó un consejo que, si hubiera sido posible llevarlo a la práctica oportunamente, habría permitido alcanzar la meta deseada. La indicación fue gestionar en la India o el Nepal, la realización de un reconocimiento aéreo sobre el Dhaulagiri y en especial de sus últimos tramos, los cuales, eran absolutamente desconocidos. Con un estrecho apretón de manos nos deseó buena suerte y aconsejó prudencia. Todo estaba listo ya.
En la madrugada partimos con destino a Roma, por Aerolíneas Argentinas, Watzl y yo. Ibáñez, escalonó las fechas de embarque de sus hombres, de acuerdo con las tareas que debíamos cumplir en Europa y la India.”Al salir de la reunión, el propio Teniente Ibáñez, les comentó a algunos allegados, respecto a las palabras finales de Perón, aquel 23 de enero:
” No estoy tranquilo, me quedo preocupado. El general Perón me dijo, cuando ya nos íbamos: A llegar, teniente... Imagínese, yo también soy militar, para mí es una orden que no se si la podre cumplir, este es el sueño de mi vida, pero no puedo asegurarle a nadie que lo hare realidad...
Este preocupado teniente Ibáñez, tenía por entonces solamente 26 años, de gran estatura (media casi dos metros), frente despejada, amplia, inteligente y franca mirada, sonrisa constante. Era, como alguna vez definiera su esposa, una ráfaga fresca que apenas llegaba a cualquier ámbito terminaba contagiando su juventud y su alegría. De muy pocas palabras, amante únicamente del montañismo, en el Colegio Militar de la Nación, había practicado atletismo, no se le conocía pasión por ningún equipo de fútbol u otro deporte, fumador ocasional, líder nato, con un peso absolutamente variable, aunque el promedio estaba en 80 kilos, solía bajar hasta diez kilos, cuando realizaba alguno de sus frecuentes ascensos, dibujante aficionado y ambidiestro l y de gran sentido del humor, vivió toda su vida obsesionado por el Himalaya. Por eso cuando empezó la aventura, aquel enero de 1954, jamás pensó que seis meses más tarde esa misma pasión le arrebataría la vida.
A su vez la señora Beatriz ImObersteg de Ibáñez, quedó con sus familiares en Buenos Aires, a la espera de la llegada de su primer hijo y el regreso de su marido desde el lejano continente asiático, adonde había ido a concretar su sueño tan ansiado. El viaje hacia Asia, se fue escalonando dado a las distintas misiones que debían cumplir cada integrantes; normalmente, fueron viajando de a dos integrantes, pero estos detalles, son muy bien expuestos en el libro que en castellano publicó a su regreso el doctor Alfredo Eduardo Magnani y algo similar, realizó en idioma esloveno, DinkoBertoncelj junto a su conciudadano VojkoArko.
Llegaron a Delhi, en la India, el 14 de febrero de 1954; la mayor parte de la carga de las 12 toneladas fue por barco hasta el puerto de Bombay. Y recién casi dos meses después, el 3 de abril, todos volvieron a reunirse en lo que fuera el campamento base, en la pared Sudoeste del Dhaulagiri. Durante todo ese tiempo, debieron recorrer miles de kilómetros por la India, primero y el Nepal, después, incluyendo 6 viajes en avión para transportar todo el equipo a Pokhara, donde contrataron los ayudantes locales, los nativos de estas zonas, tan aptos para la tarea que iban a desarrollar: unos trescientos coolies y treinta sherpas, excelentes conocedores de las regiones montañosas. Una de las primeras cosas que aprendieron los nativos fue a tomar mate y fue también, esa palabra la que primero aprendieron a decir en castellano, y les quedó grabada; este ritual, comenzaba cada mañana, con la rueda de los mates, a los cuales, se hicieron afectos tanto los coolies como los sherpas quienes aprendieron cebar los buenos amargos, que este grupo de argentinos había importado a aquellas lejanas tierras.
Ya para ese momento, se luchaba fundamentalmente contra el tiempo ya que era imprescindible emprender la subida al Dhaulagiri antes que llegará la época de los monzones con sus lluvias torrenciales y vientos de gran fuerza, que de llegar arruinarían todo esfuerzo.
A partir de la instalación del campamento base, como de costumbre, se comenzaron a instalar los otros progresivamente. Cada uno de ellos, serviría de refugio a los escaladores. Una lenta tarea fue el traslado de todos los elementos necesarios. Cuando decimos esto estamos hablando de grandes alturas, de temperaturas que llegaban a 20 grados bajo cero de un terreno nevado con tremendos desniveles, nieve que podía ser blanda y permitir una mayor posibilidad de trepada o muy dura y convertirse así en un témpano peligroso y resbaladizo.
Entre el campamento base y el campamento uno, había 18 kilómetros y 1.000 metros de desnivel; el campamento dos estaba a 5.000 metros de altura y en ese llegaron a colocar tres carpas; el campamento tres, fue instalado a algo más de 5.500 metros de altura y también, fue base para tres carpas; el campamento cuatro, fue colocado a 6.000 metros para luego ubicar otro, el cinco, a 6.500 metros. Los tramos finales y los que, por supuesto, serían elementos fundamentales de esta historia, estuvieron en los 7.200 metros de altura, en el campamento seis, que se logró instalar, utilizando en total 28 cargas de dinamita a lo largo de tres días y en los 7.600 metros, se armó el último, el campamento siete.
Si los números reflejaran aunque sea pálidamente lo que fue constituir esta expedición, habría que decir que desde que comenzó la trepada, el 3 de abril, hasta que el 1ro de junio se tocó la altura máxima, a 8.050 metros, apenas 117 metros antes de la cima, transcurrieron casi dos meses enteros de esfuerzos, inconvenientes y éxitos. Sólo el acarreo de elementos logísticos, tales como, alimentación, las radios, equipos, etc., demandaron a veces varios días entre uno y otro campamento, y más de una noche, ante la estrechez de las carpas, algunos integrantes dormían afuera, totalmente a la intemperie, amarrados con gruesas cuerdas, mientras adentro se acomodaban los demás como podían...
El congelamiento de los pies de Ibáñez
El teniente Ibáñez, se quejaba quizá por primera vez en todo el recorrido. Era el 29 de mayo, prácticamente la expedición había cumplido casi todos los pasos programados. No era el único que presentaba congelamiento en los pies, uno de los más usuales peligros que afrontaron los escaladores, pues otros miembros, incluidos tres sherpas, también se encontraban disminuidos. Así, Bertoncelj, uno de los afectados, pide volver desde la posición ocupada, el campamento siete, a 7.600 metros de altura, hasta el seis, a 7.200 metros, para atenderse juntamente con los sherpas.
Cuando él también fue invitado al descenso, Ibáñez se niega:
“No, de ninguna manera, alguien tiene que quedarse aquí, aguardando a los que intentarán hacer cumbre. Yo me quedo! Bajen ustedes!
Ibáñez, se quedó totalmente solo, mientras dos hombres, Magnani y Watzl, acompañados por dos sherpas, intentaron hacer la cima. El 1 de junio, partieron los cuatro. Por primera vez se escucha un sonido absolutamente prohibido entre los escaladores de aquella epoca: el llanto. Aun cuando todos saben que no se debe exteriorizar sentimiento alguno, es imposible no hacerlo. Para Ibáñez, aunque él no pueda subir con sus compañeros, se acerca un momento acariciado lentamente durante muchísimos años. Para los hombres que ahora parten hacia la cima, aquel 1 de junio, se acercaba el desafío final.
Cuando se acercó la noche, aceptaron que había sido imposible por ese día y debieron pernoctar, aún cuando casi no tenian víveres. “Mañana lo intentaremos”, se dicen. En una pequeña gruta de hielo consumen el poco chocolate, el queso y la leche condensada que les quedaba, mientras afuera se escucha un ruido inquietante, estaba comenzando a nevar.
A la mañana siguiente ya no nevaba, pero no se veía la cima, fue casi imposible calcular si realmente estaban cerca, seguir subiendo podía equivalerla la muerte con tan precarias condiciones, decidieron regresar al campamento siete, donde estaba Ibáñez.
“No encuentro los grampones. ¿Será posible? No los encuentro” La voz del teniente derrochaba dolor.
Ya era 4 de junio, habían pasado tres días desde que salieron sus amigos, que recién habían vuelto de intentar la cima. El frío había inmovilizado totalmente las extremidades de Ibáñez, y en esas condiciones, no quedaba otro camino que el descenso. Solo que, congelados sus pies y sin los grampones que le permitieran asegurarse en la nieve, Ibáñez, era un cuerpo inerme, al que había que ayudar en la bajada, casi un peso muerto, que arrastraban sus portadores a través de la nieve. Llegaron al campamento 4, recién el día 9 de junio; Ibáñez, ya llevaba casi diez días inmovilizado. El médico Ruiz Beramendi, fue tajante: “Hay que regresar de cualquier manera. ¡Esto no me gusta nada!”
Comenzó entonces una desesperada carrera contra la gangrena y el tiempo
Había que ir llevando también los equipos en el regreso, pero muchísimo más importante era la salud de Ibáñez y de dos porteadores, también atacados por el frío. La implacable cuenta regresiva se volvió lenta, demasiada lenta. “El estado de los pies es muy grave, “repite el médico, Ojalá ya estuviéramos en Pokhara! Que es una pequeña población que esta a varias jornadas de marcha entre selvas y riachos salidos de curso pero que cuenta con un precario aeropuerto. De allí el pequeño bimotor podría llegar a la ciudad de Katmandú, en 45 minutos de vuelo, siempre y cuando no comenzara a soplar el temido Monzón. La desesperación inunda a todos, aún cuando Ibáñez, usualmente de buen carácter, parece sentirse mejor. Transportado a hombros de sus ayudantes, sonríe apenas, mientras con una sombrilla se tapa de un sol insoportable, en los días despejados ya que lo habitual era la lluvia. Es más, tuvo tiempo hasta para escribir una carta a su esposa, embarazada. La marcha forzada hizo un alto en Beni, un pequeño pueblo. Allí, el 23 de junio, ya pasaron más de veinte días desde que Ibáñez, se quedó esperando a 7.200 metros de altura y allí se le realizó la primera intervención quirúrgica
“Tuve que amputarle los dedos de los pies”, se quejaba amargamente el médico.
No había y tiempo debían continuar la marcha. Llegaron a la ansiada Pokhara, el día 27, y a la madrugada siguiente, se realizó una nueva operación. Los médicos informan “Le amputamos el metatarso del pie izquierdo, pero no pudimos intervenir el derecho. Estaba muy débil, demasiado débil. Le inyectamos plasma y ese momento duerme, pero el intenso frío le ha traído también una complicación pulmonar”.
Las miradas de los integrantes de la expedición sus compañeros y servidores, los coolies y sherpas, buscaban en el cielo el avión salvador y todos los oídos trataban de detectar el ruido de los motores. Katmandú, se transformó en un símbolo: el símbolo de una vida joven que parecía irse escapando Nos describe este momento.
Alfredo Magnani, en su libro Argentinos al Himalaya escribía:
“El Douglas DC 3, comenzó a hacerse más visible a medida que se aproximaba. El ruido de sus motores vibraba cada vez más intenso.Sin perder un instante se ultimaron los preparativos de partida; acompañaron a Ibáñez, en ese primer vuelo, el doctor Antonio Ruiz Beramendi, los demás viajaron posteriormente a Katmandú. El enfermo fue cuidadosamente acostado en una camilla y trasladado por un grupo de sherpas y culis, dirigidos por Tarzán, nuestro fiel cazador, que había suplicado acompañar al BharaSahib (Ibáñez), hasta último momento. La caravana se internó en la calle de casi tres kilómetros de longitud, que luego de atravesar el pueblo de Pokhara, conduce hasta el aeropuerto. Los lugareños se congregaron a lo largo de la ruta, dando evidentes muestras de pesar y simpatía.La tripulación de la máquina demoró su vuelo hasta la llegada de los viajeros. Mientras que Ibáñez, era instalado en el interior del avión, uno de los pilotos hizo entrega a Iñarra-Iraegui, de un telegrama dirigido a nuestro jefe y proveniente de Buenos Aires. Trajo la noticia de que pocos días antes, había nacido su hijo, acompañado por los cariñosos recuerdos de su esposa, que ansiosa esperaba su feliz regreso.
A pesar de las molestias experimentadas durante su traslado hasta el avión, Ibáñez, había recuperado el conocimiento. Concluidos los movimientos bruscos del decolaje, propios de una máquina de ese tamaño en una pista tan despareja, y atemperado el ruido de los motores, Iñarra-Iraegui, le comunicó a su compañero y jefe, mientras se asía fuertemente de la camilla para amortiguar los movimientos provocados por el vuelo: Paco, eres padre, ha nacido tu hijo. Betty, se encuentra bien y está esperando tu llegada. El demacrado rostro del enfermo se iluminó durante algunos instantes, intentó decir algo, pero su exhausta garganta no logró emitir ningún sonido. Plácidamente volvió a dormirse, como si hubiese estado esperando esa grata noticia. Ruiz, le secaba la transpiración, que brotaba de su despejada frente.
Luego de cuarenta y cinco minutos de vuelo sobre montañas cubiertas de cultivos, el avión aterrizó en el aeropuerto de Katmandu. La llegada de nuestro jefe era conocida por las autoridades nepalesas por informaciones enviadas anteriormente. Un ambulancia esperaba al enfermo en el aeropuerto y sin pérdida de tiempo fue traslado hasta el hospital de Nepal, amplio y antigua edificio erigido en el centro de la ciudad, a escasa distancia del palacio real. El rey de Nepal, había dado órdenes para que su médico de cabecera colaborara con el doctor Ruiz, en la asistencia del jefe de le Expedición Argentina. Todo estaba minuciosamente preparado en ese nosocomio para atender al enfermo. Una vez instalado Ibáñez allí, se hicieron presentes para ofrecer hidalgamente su colaboración, el primer ministro de ese país, la segunda princesa, el segundo hijo del rey, el embajador británico, el embajador hindú y otras personalidades.
Por la noche, Ibáñez, experimentó una acentuada mejoría, podía tomar líquidos sin grandes dificultades y lograba ya mover los brazos. Se consideró necesario suministrarle oxígeno para facilitar la respiración, tropezando con el inconveniente de que la provisión de ese elemento se había agotado en el hospital. De inmediato el avión particular del rey de Nepal, voló hasta la ciudad hindú de Patria, para buscarlo. Resultó alentadora esta espontanea adhesión del gobierno y pueblo de Nepal, ante la afligente situación que nos abrumaba. El estado de nuestro jefe permanecía sin mayores variaciones aún cuando parecía acusar una ligera mejoría.
Sin embargo, los médicos sabían que no resistiría ninguna complicación que pudiera presentarse. Al atardecer recibimos el siguiente mensaje, fechado el día anterior: “Paco, ha mejorado un poco, su estado sigue siendo muy grave. Es necesario que viajen todos a esta ciudad para visar los pasaportes, requisito indispensable para entrar nuevamente en le India. Han sido solucionados todos los problemas vinculados con el envío de cargas de regreso a través de la India. Hacemos todo lo posible para salvar a Paco. Firmado Ruiz e Iñarra-Iraegui.
Ignorábamos cuándo podremos cumplir las instrucciones recibidas, ya que el mal tiempo parece ensañarse. Al día siguiente, no arribó ningún avión, ni recibimos noticias. Esta espera era exasperante!
A pesar de que muchos de nosotros no entendíamos el inglés, comprendimos inmediatamente lo que el gobernador nos decía. Gil, que ha quedado paralizado por un instante ante la triste noticia, solicita ratificación a su interlocutor sobre el doloroso informe. El gobernador, nos dice en voz casi baja: “Sí amigos, el Teniente Ibáñez, falleció ayer en el hospital de Katmandú. Esta mañana, escuche la noticia por radio. Lo siento profundamente…”
Gil, con voz entrecortada, traduce palabra por palabra la comunicación del visitante. Todos nos sentimos como clavados en el lugar en que nos encontramos, nos resistimos a creerlo. No, no era posible que nuestro querido Ibáñez, el alma de la expedición, el hombre pleno de energías hubiese sucumbido; no, no podía ser verdad…
De nuestros labios no sale una pregunta. ¿Para qué? El caballeresco gobernador se retiró en silencio a su residencia, luego de haber expresado su pesar y solidaridad. El silencio reina en el interior del recinto, no podemos reprimir las lágrimas que se desplazan por las mejillas curtidas por lo agreste del clima y el tiempo. Nos miramos unos a otros, no decimos nada; pero pensamos todos en esa joven y brillante vida truncada; en el niño lejano que no conocerá nunca a su padre; en la joven mujer que espera ansiosa a su esposo para mostrarle orgullosa el fruto de su unión; en sus padres; en todos aquellos que depositaron su confianza en él, en sus amigos y también, en nosotros que perdimos al compañero de la niñez y al viril conductor.
Y pensamos entonces: ¿habrá sido en vano ese sacrificio? Jamás lo creeremos. Ibáñez, ha muerto como un héroe, como un hombre que tuvo la decisión de abandonar el camino fácil que sus condiciones personales le ofrecían, su querido hogar, todo en pos de un ideal. Ese ideal no se ceñía al hecho material de vencer un gigante del Himalaya y cubrirse de gloria, sino que anhelaba demostrar el temple de la juventud argentina y con un elevado espíritu de desinterés marchó a escribir una página brillante en la historia de las más audaces empresas del mundo.
El fallecimiento se produjo de acuerdo a los informes del doctor Antonio Ruiz Beramendi, médico de la expedición, por serios congelamiento en los miembros inferiores y bronco-neumonía, a las diez y siete horas, del 30 de junio de 1954, el cuerpo fue trasladado a Nueva Delhi, por vía aérea, en donde se le efectuó el embalsamiento para luego realizar el traslado hacia Argentina. En el momento de su muerte el Teniente Francisco Ibáñez, tenía veintiséis años de edad.
Alfredo Eduardo Magnani, publicó un año más tarde el libro Argentinos al Himalaya, editado por Fluix, rscribia sobre estos últimos momentos de la expedición y de Francisco Ibáñez:
“El fallecimiento de Paco, tuvo una gran repercusión internacional y muy especialmente, en Nepal, donde las autoridades del país y las representaciones diplomáticas como sociales de las colonias europeas se hicieron eco de la situación. Un sacerdote jesuita norteamericano y director de un colegio ubicado en las afueras de la ciudad, realizó el responso correspondiente; la Misión técnica norteamericana, fue la que construyó el ataúd para el traslado, dado que como es costumbre en estos países asiáticos, los cadáveres se incineran y no habría sido posible conseguir este artículo funerario.”
A las cuatro y media de la tarde del día 30 de junio, falleció el teniente Ibáñez. Falleció sin ver jamás a su hijo, sin haber podido trepar a su ansiada cima del Himalaya, falleció entre rostros extraños, amigables, preocupados, atrapados por su coraje, por su humildad, por su espíritu indomable. En ese instante nació un héroe‚ para el deporte argentino; allí lejos, sobre las más altas montañas de la tierra, plegó sus gloriosas a las el cóndor andino. Juventud, valor, pericia e intenso fervor de Patria, guiaron la trayectoria magnífica del Teniente 1ro Francisco Ibáñez, que al caer en la postrera jornada, dejó el ejemplo imperecedero de sus virtudes.
Tras el estupor de la primera noticia, la dolorosa verdad sacudió intensamente a la Nación. Después, la llegada a Buenos Aires de sus restos y el posterior traslado a la Provincia de Mendoza, concitaron las expresiones más nobles y el pesar más grande, que le acompañaron hasta la última morada, al pie de los Andes, que dominó tantas veces con su audacia y su denuedo
El féretro, fue traslado desde Nueva Delhi, India acompañado por médico de la expedición el doctor Antonio Ruiz Beramendi, trámite que realizó el entonces embajador ante el mencionado país, René Rawson, haciendo escala en el aeropuerto de Ciampino, en Roma. Lugar desde el cual, fue trasladado en un T-19, un avión de la Fuerza Aérea Argentina, aterrizando a las 10,25 horas del 11 de julio, escoltado por tres aparatos más de la Fuerza, en el aeropuerto de la ciudad de Buenos Aires.
Mientras tanto en Buenos Aires y Mendoza, ya se habían iniciado con los trámites y las actividades que para recibir y posteriormente, trasladar hasta esta última provincia donde estuvo previsto su morada final. Mientras tanto en el Congreso, como en el gobierno nacional, se iniciaron todos los trámites necesarios para el ascenso Post Mortem, del extinto Jefe de la expedición. En la novena Sesión Ordinaria de la decimo tercera Reunión, del 1 de julio de 1954, presidida por el doctor Antonio J. Benítez y de la señora Delia D. Degliuomini de Parodi, se votaba para ascender al Teniente Francisco G. Ibáñez, al grado inmediato superior; participaron de la misma 101 diputados, de los cuales, 100 votos se expresaron en forma afirmativa.
En la mencionada sesión del 1 de julio de 1954 se escucharon a distintos diputados. En primer lugar, lo hizo el diputado por buenos Aires, Antonio J. C. Deimundo, quien expresó: “Señor presidente, señoras y señores diputados:
Hablo en este homenaje con profunda emoción argentina de legislador, y como mucho dolor de soldado. Ha abatido sus alas en la India legendaria un cóndor argentino; ha caído un soldado argentino: el teniente don Francisco Ibáñez. Ha caído en su ley, desafiando todas las inclemencias del clima inhóspito, por cumplir con su deber y por llevar bien alto esta querida bandera azul y blanca, y llevarla –como él quería- a flamear en los picos más altos de la tierra, para que así flameara en aquel lugar, bien orgullosa, porque representa a un pueblo socialmente justo, económicamente libre y políticamente soberano.
El teniente Ibáñez, tenía templado su espíritu de soldado con todas las virtudes del soldado argentino. Era estudioso, sobrio, sagaz, de recio corazón, infatigable, insensible a las privaciones, habituado a la vida frugal y aventurera; y ni la campaña más ruda, ni el peligro lo hacían retroceder. A pesar de su juventud y de su grado, tenía inculcado como el más maduro, las mejores virtudes de la manda, del que tiene la responsabilidad de ser jefe. Por eso vemos caer a este joven soldado como a un héroe frente al enemigo en el momento decisivo del combate: el asalto al grito de ¡Viva la Patria!
En este caso los enemigos eran el tiempo, el frío, la nieve, la terrible soledad de las montañas, y hasta su amor propio, que lo hace silenciar su dolor y el congelamiento de ambos pies para que no cunda el desaliento entre sus hombres y para no ser una carga para ellos; porque allí, en esa terrible soledad de las montañas, al igual que en la regiones polares, el hombre que se queda muere sepultado por la nieve o verdaderamente, es una carga para sus camaradas. Esto lo sabía muy bien el teniente Ibáñez; por eso prefirió ocultar su dolor y seguir adelante mientas tuviese un hálito de vida, para ser verdadero ejemplo y jefe de su grupo.
Él sabía muy bien que su triunfo no sería solamente suyo, sino también de su querida Patria; por eso sus palabras: “Quizás no lleguemos todos, quizás llegue uno solo”; pero él deseaba el triunfo de su bandera, y que flameara –como dije- donde no había flameado ninguna otra de la tierra. El ejemplo del teniente Ibáñez, perdurará entre nosotros eternamente, porque él, soldado de la República, reeditó nuestras glorias del pasado, representando los esfuerzos del presente, y es un ejemplo para las esperanzas del porvenir.
Señor presidente: en homenaje a tan brillante soldado, ejemplo de esta Nueva Argentina, propongo que la Cámara mande nota de pésame a su familia y el día de su sepelio, envíe una corona de hojas de laurel o de roble, por su significado; y que, como expresión de deseo de la Cámara, se remita al Poder Ejecutivo, pidiendo se ascendido Post Mortem, por méritos extraordinarios.”
Seguidamente, hizo uso de la palabra, la diputada por la provincia de San Juan, la señora María Urbelina Tejada y luego continuó el diputado Luis M. Gallo Posteriormente a este último discurso, fue realizada la votación, siendo en forma casi unánime el resultado afirmativo de la moción propuesta. Llevó fecha del 8 de julio de 1954, el ascenso Post-Mortem del Teniente Ibáñez. El decreto del Poder Ejecutivo de dicho ascenso, del heroico deportista, dice textualmente: Visto la actuación que le cupo a la Primera Expedición Argentina al Himalaya, Presidente Perón, lo solicitado al Poder Ejecutivo por la Honorable Cámara de Diputados de la Nación y por el ministro secretario de Estado del Ejército, y considerando:
Que el escalamiento al monte Dhaulagiri revistió carácter de excepcional proeza, por haber alcanzado proximidades de su cumbre, venciendo obstáculos hasta entonces no superados;
Que ese hecho, desarrollado en las condiciones más adversas, revela la existencia de un conjunto de voluntades puestas al servicio del cumplimiento de un ideal superior;
Que el teniente D. Francisco Gerónimo Ibáñez, fue el conductor de esa empresa y a la vez amigo ejemplo y consejero de los expedicionarios a quienes guió con la pericia de maestro, la prudencia del experto y la bondad del jefe virtuoso que cuidad abnegadamente la vida de sus hombres hasta el límite extremo de sus posibilidades;
Que el teniente Ibáñez, no obstante presentir el precio de tan sublime esfuerzo, no apartó un solo instante su mirada de la meta codiciada, el patriótico afán de hacer flamear en la cima invicta la enseñanza que inspira, jalona y preside, los destinos de la Patria;
Que su actitud heroica ha merecido el homenaje unánime del pueblo argentino, que reconoce en su hazaña, las más excelsas virtudes con que se acrisola la nacionalidad;
Que el cúmulo de circunstancias precitadas, no solo exalta justicieramente la personalidad del Teniente Ibáñez, sino que revelan también, la existencia de méritos extraordinarios que lo hacen merecedor al reconocimiento con que la Nueva Argentina, premia a sus hijos más esforzados;
Que en mérito a tan excepcionales circunstancias, el presidente de la Nación Argentina, decreta:
Asciéndase al grado inmediato superior, con anterioridad al 28 de junio de 1954, por méritos extraordinarios, al teniente D Francisco Gerónimo Ibáñez, jefe de la Primera Expedición Argentina al Himalaya Presidente Perón.
Llegada a la Argentina de los restos del Teniente Ibáñez
Momentos previos al aterrizaje del avión que trasladaba los restos del infortunado teniente, hizo su arribo el primer magistrado, Teniente General Juan Domingo Perón, acompañado por los ministros de Ejército y Marina, el general Franklin Lucero y el contralmirante Olivieri, el presidente de la Confederación Argentina de Deportes, el doctor Valenzuela, el jefe de la Casa Militar coronel D´Onofrio, el edecán presidencial de turno, capitán de corbeta Hugo C. Guillamón, siendo recibidos en la explanada por el Ministro de Aeronáutica y las fuerzas formadas para rendir honores, tanto al presidente como al féretro del extinto militar.
Detenido el avión, fue descendido el féretro cubierto por la insigne patria y una franja de crespón negro, por soldados montañeses vestidos de esquiadores; también estuvo presente, la viuda del Teniente Primero Ibáñez, la señora Beatriz ImObersteg de Ibáñez y otros deudos.
Allí el edecán naval del primer magistrado, capitán de corbeta, Hugo C. Guillamón, dio lectura al decreto del Poder ejecutivo, por el que se promovió al grado inmediato superior al teniente Francisco Ibáñez, ejecutándose a continuación un toque de clarín. A continuación el cortejo fúnebre se dirigió hacia la Casa del Deporte, precedido por motociclista de la policía Federal, como custodia. Tras la cureña, arrastrada por un carrier y escoltada por tres vehículos similares ocupados por soldados esquiadores y una sección de motociclistas del Ejército, a continuación el auto del general Perón, a quien acompañaban los ministros de Ejército, Marina y Aeronáutica, el presidente de la Confederación Argentina de Deportes y el edecán naval. En un segundo vehículo, los hacían la señora de Ibáñez y familiares, a quienes acompañaba el capitán Renner.
Una vez que la comitiva fúnebre arribó a la Casa del Deporte, el féretro fue llevado a pulso por soldados esquiadores hasta la capilla ardiente. Cubrió la guardia de honor desde la entrada hasta el recinto mortuorio una doble fila de soldados esquiadores, mientras que al lado del féretro había una custodia que la realizaron, dos soldados esquiadores, dos de la Fuerza Aérea, dos de la Marina y dos andinistas civiles.
El Capitán Ricardo Miró, como representante del Ejército Argentino, despidió los restos del soldado caído en el Himalaya, con las siguientes palabras:
“Excelentísimo Presidente de la Nación, Excelentísimo señor Ministro del ejército, Señoras y señores, camaradas: El Ejército Argentino encomienda en mi verbo, la misión altamente dolorosa de dejar caer el cuerpo yacente de este héroe, su sollozo hecho palabras y hecho admiración. Ha quedado para nosotros una lección escrita en las cumbres más altas de la tierra. Es una lección heroica subrayada con argentina sangre con martirio; es un grito de aliento y optimismo; un alarido de pujanza. Es la voz del Teniente Ibáñez, que lo vientos monzones hacen viborear por las alturas y que nos dice su mensaje postrero, su consejo póstumo: ¡Arriba! ¡Arriba! Es una lección sublime. Aprendámosla. Y cuando ejercitando nuestro supremo deber de ciudadanos y soldados, necesitamos el estímulo que empuja y el ejemplo que conforta y la palabra que aconseja, escuchemos la voz de este héroe nuestro y prosigamos en la cuesta ascendente que nos lleva a la gloria: ¡Arriba! ¡Arriba!
Señores: Hay quienes enarbolan la prudencia, como bandera que justifica la inacción, la cobardía; pero para bien de la Patria, viven también, los predestinados de la gloria, los que vencedores del temor, del peligro, del dolor, ignoran la solemne lentitud de la prudencia y la tremenda frigidez del cálculo, porque sienten las calorías del arrojo, la palpitación acelerada de los corazones generosos, el desprecio de la vida, que es propio de los temples de acero y las corazonadas espléndidas de todos los que han dejado las huelas luminosas de un andar terreno. ¡El Teniente Ibáñez, fue de éstos! Sí, porque el hombre cuyo tránsito, aureolado de gloria heroica, ha sacudido angustiosamente la inmensa entraña de su pueblo, fue de los que no se arredran ante el peligro, ni el dolor, ni la muerte, cuando tras el peligro y el dolor y la muerte, hay un gajo de laurel para la Patria. Tal fue la fisonomía moral del Teniente Ibáñez, que sonriendo ante el susurro temeroso, enarboló su fe, puso en acción su arrojo, flameó como ideal estandarte los 18 quilates de su arrogante juventud, y se lanzó a la cumbre, para arrebatar a la montaña adusta, el misterio bávaro de su inhiesta cima; y clavar en la blancura virgen de sus nieves salvajes, el mensaje inefable del bendito pabellón azul y plata.
¡Ah Teniente Ibáñez! ¡Sublime criatura! ¡Bendito camarada nuestro que has caído tronchado brutalmente! ¡Cómo han escuchado tu deseo allá, en la excelsitud absoluta de los cielos! ¡Más arriba! ¡Más arriba! Clamabas sin palabras, pero ascendiendo siempre, como el cóndor andino, con la garra quemada y el dolor en la carne, las cuestas empinadas y exóticas del Asia milenaria. ¡Ahora estás arriba, donde flamea eternamente la bandera azul y blanca de los cielos! La áspera reciedumbre de las tierras de Cuyo, imprimió a tu carácter su dura resistencia y las cumbres y los cerros de su orografía bávara, familiarizaron tu niñez, con todo lo elevado, con todo lo grande. Y así fue, cómo tus ilusiones y tus ideales de adolecente de ímpetus heroicos, se empenacharon de altura a los 15 años, pues fue dado a tu arriesgado candor con visos de explorador y poeta, mirar del cielo desde allí mismo donde lo ven los cóndores: desde la cúspide bravía de la indomable montaña! ¡Seis veces doblegaste la vertical del Aconcagua! El macizo andino, fue tu camarada; sobre el lomo del gigante enorme, tu ágil paso de precoz y pujante domador de cumbres, dejo la huella segura de tu andar; los cóndores coronaron tu cabeza con batir de alas; los vientos de las alturas hicieron sonar en tus oídos la clarinada aguda de la gloria; la soledad de las cimas, te ofreció el homenaje augusto del silencio; y a tu paso joven triunfador la noche andina, exornó de estrellas el sereno cielo.
Señores: la brevedad de su existencia no ha sido óbice para la realización de su heroísmo; acrecienta su entusiasmo, el estímulo inagotable y cordial del Presidente de la Nación y su Ministro de Ejército y nimbado su juventud, luminoso de ideales, pletórico de fe, se lanza en su definitivo ascenso hacia la gloria. Desborda los límites del país y con el espléndido afán, de cosechar más lauros para la Patria amada, salta en sublime acrobacia de cóndor joven, desde los Andes nuestros, al vetusto Himalaya. Un huracán le guía: es el mismo huracán que ha guiado a todos los grandes de la tierra; huracán que fue en él, acicate de su esfuerzo heroico; motor de sus impulsos varoniles y conciencia castrense de su misión y deber. Deber que había de cumplir en tan acabada forma; que le hizo callar ante el brutal zarpazo del dolor y que le llevó a proseguir trepando con los pies muertos, para caer sobre su escudo, salpicada de nieve la poderosa testa, rígido su torso, como un bloque de piedra de la recia montaña y envuelto todo él, en el laurel fresco de sus propias hazañas. ¡Ah Teniente Ibáñez! ¡Con qué indelebles caracteres has grabado ya tu nombre sobre el frontispicio inaccesible de la montaña yerta! ¡Con qué alegato doloroso has conquistado tus fueros en el panteón que la justicia habrá de alzar un día, para los grandes de tu talla!
Así te vemos Teniente Ibáñez: magnífico de gloria bajo la cúpula del presentido panteón; fundido en bronce eterno; caído en la traidora montaña de la muerte; quemando tu amor en aras de la Patria ausente; ofreciendo el ardoroso volcán de tu pecho, en reemplazo del bloque de la cumbre que hubieras escalado.
Así te vemos: grande y bueno, alzando tu corazón como una ofrenda; vuelta la mirada hacia el hogar lejano; llena tu pupila, con la grácil silueta de la esposa joven que aprieta contra las trizas de su corazón, el cuerpecito del soñado hijo, que no verías nunca.
Así te vemos: como un incendio de amor; como una llamarada de ternura caldeando la vida de tus viejos padres; como una sombra gloriosa montando guardia cabe el mástil de la bandera azul y plata y como un picacho nuevo de granito, cuya aguja de piedra, simbolizando la vertical perfecta de tu vida, nos impone en silencio, la ejecución ineludible de tu mandato póstumo: ¡Arriba! ¡Más arriba!
Posteriormente, hizo lo propio el presidente de la Federación Argentina de Ski y Andinismo, el señor Teodoro Hauthal, quien dijo:
Que en el futuro, el espíritu del Teniente Primero Ibáñez, acompañara a los andinistas argentinos en todas sus empresas. Finalmente, pronunció palabras de despedida, el titular de la Confederación Argentina de deportes, el doctor Rodolfo Valenzuela, quien expresó: Alto eran sus pensamientos y puras sus ilusiones y por eso siento que su nombre y su hazaña habrán de erigirse en prodigioso ejemplo para las juventudes de la República Argentina, en arquetipo de ella.
Por la tarde, a las 14,40 horas, del 12 de julio, fueron traslados los restos a la provincia de Mendoza, arribando a la Base Aérea del Plumerillo, donde inició la marcha del cortejo hacia la basílica de San Francisco de Asís, donde se rezó un responso a cargo del obispo de Mendoza, Monseñor Alfonso María Buteler. Luego los restos fueron traslados a la necrópolis de la capital, donde se le rindió los honores correspondientes, a cargo de la unidad militar donde había prestado servicios, el Grupo de Artillería de Montaña 1, banda y bandera.Allí, autoridades provinciales, militares, universitarias, amigos y familiares, le dieron el adiós final.
Para despedir los restos del extinto hizo uso de la palabra, el Teniente TamerYapur, por las Fuerzas Armadas, mientras que por el gobierno de la provincia lo hizo, el ministro de gobierno, el doctor Roberto Furlotti; en representación de la Federación Chilena de Andinismo y Esquí y del Consejo Nacional de Deportes, el señor Sergio Moder; por la Asociación Mendocina de Andinismo y Esquí, el ingeniero Francisco Guiñazú; por los ex-alumnos del Colegio de los Hermanos Maristas, el ingeniero José Grosso Dutto y por los compañeros de promoción de bachillerato del Colegio de San José de los Hermanos Maristas, el señor Sergio Godoy Lemos. Infinidad de instituciones de la provincia, nación y extranjero, presentaron sus condolencias a los familiares, como así también, al Ejército Argentino.
Murió sin haber podido trepar su ansiada cima del Himalaya, entre gente extraña, pero amigable, atrapada por su coraje, por su humildad, por su espíritu indomable. Su espíritu de héroe escalaba las cimas etéreas, para quedar como centinela de las cumbres en el recuerdo de los argentinos. Había dejado en Buenos Aires, a Beatriz ImObersteg de Ibáñez, una joven de origen suiza, que conoció durante su estadía en Uspallata y con quien se había casado en el año 1953, y su hijo Guillermo Francisco, que nació durante su empresa de concretar el sueño tan ansiado y al que no conoció, pero supo de su llegada dos días antes de morir.
En el mes de enero de 1955, en su honor y por Resolución inscripta en el Boletín Público Militar de Ejército Nro 2.546, se le agregó a la denominación de la Compañía de Esquiadores de Montaña 8, el nombre del Teniente Primero Francisco Gerónimo Ibáñez, en honor al jefe de la Primera Expedición Argentina al Himalaya, que perdió la vida en cumplimiento del deber, el 30 de junio de 1954, en Katmandú (Nepal), en su intento de conquistar la cumbre del Monte Dhaulagiri, en este mismo acto, donde además, se le cambiaba la bandera de guerra a la subunidad, estuvo presente, la joven viuda, Beatriz ImObersteg de Ibáñez.
La Patria no se ha olvidado de este héroe, el Teniente Primero Francisco Gerónimo Ibáñez, está presente en el nombre de un colegio mendocino, en varias calles de esta provincia y muy especialmente, en el corazón de muchos argentinos, especialmente, de todos aquellos que visitamos las montañas o las páginas de la historia del montañismo argentino, donde aparece como el fulgor del sol, el ejemplo de este soldado y pionero montañés. El 30 de junio de 1954, moría un soldado y nacía un héroe para nuestro Patria!
José Herninio Hernández Coronel (RE) |
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