A mis doce años, fallece mi padre; Me tuvo la confianza suficiente como para dejar mi vida, en mis propias manos… a pesar de su partida a los 38 años, su espiritualidad me ilumino, para poder entender que esta experiencia que llamamos “vida” dependía exclusivamente de mi. Podía disfrutarla o padecerla… y elegí. Todo aquello que realizo o pienso lo hago con gran satisfacción, si no, ni lo intento.
Diez y seis años, conozco y tomo contacto por primera vez con la inmensidad del mar.
Diez y siete, me deslumbro y quedo hechizado con revistas que provenían de Europa, en las que; fotografías del Cervino, la cadena de los Alpes y los escaladores como Terray, Rebufat, Bonatti y otros de la época, me motivaron a interesarme, en realidad obsesionarme, por la montaña….aun sin haber podido ni acercarme a ellas.
A los diez y ocho curso mi secundario como bachiller y conozco a Ruben Saitta, quien además de hablar sobre Andinismo practicaba también fisiculturismo logrando el máximo titulo en el Torneo Argentino, Jr. de aquéllos años.
Me acerque a él, tratando de saber todo lo posible del montañismo, es así que un día me invita a la palestra de “la Philips” en la Av. Gral Paz, eran paredones de lajas en las que se practicaba escalada en roca en, Buenos Aires. Un mundo nuevo y superador se abre ante mi.
Veo como los “trepadores” hacían sus piruetas y maniobras para mantenerse en la pared, sujetados de minúsculas “tomas” que la roca ofrecía. Me paso la tarde extasiado viendo, mirando y tratando de aprender.
Al finalizar la tarde y casi ya oscuro, me aproximo al paredón e intento sujetarme. Primera caída y golpe. No obstante, regreso al próximo sábado, había trabajado durante toda la semana apretando una pelotita de goma, porque entendí que mis manos debían desarrollar toda la potencia posible.
Intento; caigo. Nuevo intento; nueva caída. Así paso la tarde y no había logrado sostenerme ni tan solo unos segundos.
“Esto no va a poder conmigo”. Actitud que internalice y me motivo durante lo que llevo de vida.
Se sucedieron los sábados, fui “entrando” en el “ambiente” en el que se diferenciaban los grupos. Los escaladores de “elite” como José Luis Fonruge, Carlos Comesaña, Jorge Aike, Viton, Hugo Bela, Carlos Giacomuzzi y otros grandes andinistas que con su pericia y esfuerzo abrieron brechas para que hoy día el montañismo Argentino sea conceptuado internacionalmente.
Lamentablemente, por lo menos así lo viví yo, se agrupaban por “castas”.
Los que por razones deportivas y también económicas casi no tenían limites para ponerse y lograr objetivos. Por supuesto con grandes capacidades técnicas y físicas. Me refiero a lo social, el compartir, el enseñar y el formar a los que nos acercábamos motivados por la misma pasión.
Había una segunda línea o “casta” en la que se enrolaban escaladores como Mariolino Castelazzo, Filippo (Pippo) Frasson, y otros que de alguna manera se acercaban un tanto mas a los de abajo. Los “descastados” o novatos.
Es justo mencionar a: “El Pirata” y su amigo inseparable “El Gordo”, quienes eran los que interactuaban casi bufonescamente con todos los grupos. Personajes carismáticos, graciosos y aguerridos.
Recuerdo claramente, que, cuando caíamos de la palestra (pared) era casi imposible que “el Pirata” (a quien llamaban así por una giba en su espalda) no nos gritara “Cacarela fingers”, a mi esta calificación o descalificación, sentía que afectaba mi autoestima, pero no permitía que esto me detuviese, si el chascarrillo había sido dirigido a mi persona, inmediatamente volvía a intentarlo, a pesar de los dolores y mis dedos sangrantes. Fue el mejor maestro…
Los nuevos, nos organizábamos como podíamos, aprendíamos como recabar información sobre cerros y técnicas, materiales y contactos como nos fuera posible, ya que la información en aquella época era difícil de conseguir.
Pasaron muchos meses, casi 16 o 18, durante los cuales, no solo me acercaba a la PIHILIPS los sábados por la tarde, si no, además, iba los sábados por la mañana y si podía también los domingos, además entrenaba en el viejo Club Comunicaciones en la sede de Av. Las Heras. Practicaba remo y estaba todo el tiempo posible con una pelotita en mis bolsillos trabajando la fortaleza de manos y antebrazos.
Formamos un grupo con Ruben Saitta, Abel Contini, Taco Pérez y Hugo Acuña. Todos entrenábamos, apoyándonos los unos a los otros y buscando posibilidades para hacernos de algo que se pareciese a un equipo. Hasta ese momento la palestra solo conocía nuestras alpargatas. Poco a poco todos juntamos el dinero para comprar nuestro par de zapatos “Marasco Speziale”. Nos sentimos muy felices por esto. En lo personal, este entrenamiento y este poder equiparme, estaba dirigido a mi crecimiento personal. Me estaba entrenando para poder afrontar la vida y me estaba equipando internamente con nuevas fortaleza y habilidades.
Llega el verano del 68 y todos se han organizado para ir a La Montaña, se organizan expediciones y se amuchan los equipos humanos y se preparan los equipos de escalada.
Nosotros, solo pudimos contar con una carpa, algunos clavos, muchos de ellos fabricados por nosotros, con caños y argollas soldadas, cuñas de madera con un alambre como sujetador de mosquetón. Mosquetones de hierro, que hicimos fabricar y uno que pudimos conseguir de aleación (de origen Francés). Una soga de 50 metros que nos hizo especialmente la fabrica Armellin, que se deshilachaba y la camisa se deslizaba como espagueti pasado de cocción.
Así pertrechados nos tomamos el tren y nos pasamos cerca de un mes en Sierra de la Ventana. Nadamos y escalamos a pesar del calor, las víboras, los murciélagos y nuestras confrontaciones.
En esta, mi primera salida, tuve que trabajar y juntar dinero para costearme los gastos durante bastante tiempo. Fueron días inolvidables, la camaradería y el poder con nuestros miedos, apoyándonos y estimulándonos y haciendo de esta experiencia algo verdaderamente trascendente.
En mi caso, descubrí que podía “descubrirme” ser yo mismo. avanzar por sobre mis temores y miedos, que aceptar desafíos es más que poder con una pared, una ruta, un cerro, una montaña, es aceptar la vida día a día, como significado de la “escalada” en la cual, algunas veces, nos encordamos con un/a compañero/a y a veces con otros. Que buscar y encontrar un objetivo y trabajar para acceder a él es lo significativo.
Luego de esta experiencia vinieron otras: expedición Italo argentina al Cerro Mermoz, con Eduardo Vivaldi, Horacio Vivaldi, Mariolino Castelazzo, Filippo Frasson.
Cerro Rincón con Rubén Saitta, Gines Casabellas, Adrián Cervetti y Vladimiro Lopez., logrando cumplir un sueño, lograr la primera de la pared sudeste del cerro, (la súper canaleta).
Todo hecho con mucho sacrificio, desde hacer el tiempo para entrenar, ya que todos trabajábamos y estudiábamos, hasta juntar moneda sobre moneda para poder lograr adquirir algo de equipo en Europa. Gracias a la buena voluntad de un Arqueólogo que venia sistemáticamente al Aconcagua todos los años, nos permitía adquirir equipo que él ingresaba a Argentina como si fuese de su expedición.
La montaña me preparo para las vicisitudes que ofrece la vida. Aprendí que todo lo que hago me tiene que brindar satisfacción, si no, más vale no hacerlo.
Las dificultades de la escalada me enseño a fortalecer mis habilidades, capacidades y recursos. También a poder con mi frustración cuando lo que deseo no es posible. A, arriesgar la vida cuando se justifica, y no solo por mandatos introyectados o culturas bélicas.
Poner el valor de La Vida, en lo mas alto de los valores morales, éticos y espirituales. Pero, por encima de todo, lo que me enseño, es a superarme constantemente, en todo momento, echando mano a lo mejor de mi mismo, procurando ser una mejor persona humana, cada día.
De los grupos con los que compartí experiencias, tome el altruismo, el reconocer que el otro es un YO significativo para mi, que hay que entregarse a la amistad, el afecto, el desapego de lo material y de las creencias y prejuicios.
Mi experiencia en la montaña se termino antes de lo deseado. Tuve un accidente en sierra de la Ventana, en la pared del Techo, específicamente en el diedro, salvando mi vida por la acción de mi compañero de cordada. Al que aun hoy sigo amando como a un hermano. A pesar de que la vida y las circunstancias nos ha alejado, temporalmente, ya que en la cumbre máxima, seguramente nos volveremos a enlazar con la cuerda de la amistad sincera. Gracias a El Tano Mariolino Castelazzo, puedo hoy día estar escribiendo estos recuerdos a instancias de un Montañero de pura cepa: Guillermo Martín.
Para mi, hacer montaña, Andinismo, es mas que poder trepar con la agilidad de un contorsionista, o utilizar los mejores equipos, posar para la foto en los medios o para alguna publicidad. Destacarse, desde un lugar interno poco sensible y humano. Reconozco y valoro a las personas que enfocan este deporte desde esta mirada, no descalifico a nada ni a nadie. Solo reflexiono preguntándome si aun se cultiva ese “espíritu montañero” y el respeto por la Montaña, la hermandad y la comunión de ideales, la colaboración esperanzadora. La entrega, con la mente y el corazón abierto.
Si se toma la experiencia como aprendizaje y se la traspola a lo cotidiano, en mi caso debo de reconocer que me formo como para poder afrontar distintas situaciones de pérdidas, fracasos y dolor. Recuperando de cada una de ellas el mensaje positivo.
Es como no poder hacer cumbre por alguna circunstancia, pero no por ello, retirarse derrotado. Por el contrario, prepararse, juntar fuerza, modificar conductas y creencias, fortalecer la autoimagen, ganar esperanza y lanzarse nuevamente al desafío.
Hoy casi alcanzando la cumbre de mi vida, valoro lo aprendido, lo compartido y me preparo para estar lo mas alto posible que la montaña de mi vida me permita… al momento de ser llamado… acariciando el cielo, sin dejar que mi corazón y mi razón me acompañen en esta aventura azarosa de: “ andar de montañero…”
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