Edwar De La Motte había nacido el 23 de enero de 1901, en la ciudad de Cambridgeshire en Inglaterra. Fue educado en el colegio St. Bees School, de Cumberland y en el St. John's College, de Cambridge, y posteriormente realizó estudios universitarios graduándose como ingeniero civil. Después de un año de formación práctica en las obras de Trafford Park de Metropolitan Vickers, siguió estudiando en el St John's College, Cambridge, y se graduó en el año 1923, con honores como ingeniero, en ciencia mecánica.
Inmediatamente después de graduarse, aceptó un puesto en la República Argentina en el Ferrocarril que corría desde Buenos Aires hacia el Sur, más precisamente a San Carlos de Bariloche y luego hacia Chile.
Contrajo matrimonio con la señorita Mabel Lillian Woodward, con quien tuvo un hijo, nacido en el año 1944.
La pérdida de Edward Septimus George de la Motte, se produjo en un accidente de helicóptero en el África Ecuatorial Francesa, en Brazzaville, República del Congo, el 27 de enero de 1958.
El 27 de febrero de 1928, un grupo integrado por cuatro personas, excursionistas, desembarcó en la Estación de tren de Puente del Inca, procedentes de la Capital Federal.
Eran el matrimonio Ramsey, y los señores Edward de la Motte y Bromley, quienes arribaron al lugar con el objetivo de ascender al Aconcagua; contrataron al arriero Lobos, de probada eficiencia, resistente, experimentado en la región montañosa del lugar, podríamos decir un buen baqueano de la zona y del manejo del ganado que acompañaba a los excursionistas; siendo guía hacía poco tiempo de la expedición triunfante al Aconcagua de Ryan y del intento de los mismos a los cerros Tolosa y Almacenes.
Tanto Ramsey, como De la Motte, siguieron los consejos de Ryan, acerca del material y equipo más adecuado y de la ruta más conveniente para el ascenso al cerro.
El 28 de febrero, se trasladaron a Plaza de Mulas, lugar del campamento base, para realizar un periodo de adaptación a la altura, por medio de caminatas y reconocimientos del lugar, para luego, realizar el intento a la cima.
Nos relataban en el libro Historia del Aconcagua, de Punzi, Ugarte y De Biasey, que nos decían: “En Plaza de Mulas. Ya están nuestros héroes, el 28 de febrero de 1928, en su base de operaciones, donde resuelven permanecer tres días con el objetivo de aclimatarse, practicar caminatas y tomarle la mano al Aconcagua con trabajos previos de ascensiones en menor escala.
Como resultado de las impresiones recogidas en sus reconocimientos, el grupo adopta como vivac alto un refugio natural cavado en la pendiente Oriental de la cresta Norte del gigante, a pocos metros del filo que domina el valle de Los Relinchos.
Hacia ese hoyo convergen los vitales abastecimientos a lomo de mula, y pronto, a favor del clima propicio, queda establecido el campamento superior a 5.500 metros, que después sería el eficaz centro de operaciones en la zona elevada del Aconcagua.
La pericia de Lobos, en el manejo de las mulas, culmina así con el adelantamiento de 80 kilogramos de equipos, materiales y víveres hasta el lugar elegido.
Y la ofensiva no se hace esperar, Ramsey y de la Motte, parten de Plaza de Mulas en la mañana, a las 08,00 horas del 3 de marzo. A la expectativa, quedan Bromley y la señora de Ramsey.
La pequeña fuerza, tonificada por el optimismo, da la primera demostración fehaciente de su aptitud física: encara la ruta de la dura pendiente de detritos que configura la distancia más corta, al borde Norte de la brava montaña. El paso ágil. La voluntad firme. Sin embargo, no olvidan los engaños de la topografía alta del relieve próximo a la cúspide (gran Acarreo) y conocen el marcado contraste de aquel cono superior de rodados sueltos y débil consistencia, que multiplica el desgaste, acelera el cansancio y es el formidable obstáculo para el triunfo final.
Los últimos mil metros, exentos de peligros, son en cambio de rudo trajín, en razón de la fuerte inclinación de la pendiente, que a menudo logra ángulos de alzada de hasta 33°.
El factor atmosférico acusa marcada tolerancia. Raro acontecimiento para el magno cerro, que por su particularísima ubicación geográfica (es la divisoria de los climas oceánico y pampeano), suele ostentar relativos lapsos de calma.
Más allá de los 6.000 metros, la presencia del temporal significaría la derrota con un temible azote blanco sobre los hombres doblados por la fatiga, los miembros entumecidos de frio y el cerebro embotado por la altura.
La tormenta imprevista implicaría la retirada, el fantasma del congelamiento inevitable, la muerte segura en caso de detención…
Pero el tiempo está sereno, a las 14,30 horas. Ramsey y de la Motte, alcanzaron las carpas altas (5.500 metros), un manojo de llaretas, plantas de alta montaña que da excelente fuego, abandonado en el año 1925, por Ryan, les proporcionó mejor combustible que el alcohol solido previsto, y los hombres festejaron con una reconfortante taza de té caliente este primer paso o triunfo, que es como un claro vaticinio de la victoria final.
El domingo 4 de marzo, los dos amigos dispusieron reponer energías dedicando la jornada al descanso, en medio de la indestructible sugestión del panorama.
El mundo de la montaña, que al decir de Walter Schiller: “solo se abre para los privilegiados”, se extiende en ilimitados paisajes como un reino de silencio, sobre el fondo escénico de la soledad absoluta.
A los 5.600 metros, Ramsey y de la Motte, descubren la hoya del campamento alto de Fitz Gerald, cuyos restos, latas oxidadas, atestiguaban los tres decenios transcurridos sobre las piedras que vieran el renovado empuje del alpinista tantas veces rechazado.
Esa noche el viento levanta el escondido fantasma, mordiendo el mellado filo de las crestas unos metros más arriba de las tiendas, donde los montañeses aguardaban el tránsito de las lentas horas.
Allá abajo, a 1.500 metros, el huracán arrasa el valle de Los Relinchos. Un interrogante febril se abrió en el caviloso silencio de los hombres: ¿postergar el ascenso? ¿regresar, acaso?
Sin embargo, el caprichoso, que rige el temporal cordillerano cae en inesperada lasitud, y con las primeras luces, a las 06,00 horas, del 5 de marzo, Ramsey resolvieron abordar el máximo vértice andino. Bajo un frio que muerde con áspera tenacidad, los dos compañeros se fueron deslizando como minúsculos puntos de color en el panorama apocalíptico, a lo ancho del triángulo de sombras que proyecta la cumbre.
La perspectiva se extiende con relieves y tonos alucinantes. el espectáculo de las vastas formaciones orográficas tocadas por el pálido sol de la mañana, decora de oro, rosa y marfil las pirámides que emergen del pesado manto de hielo.
Finalmente, un levantado sol cae sobre el terreno, donde se dibuja la huella de los andinistas, que, enérgicamente, con pequeños movimientos y roces, alejan la asechanza del congelamiento. En cada descanso se renueva la impresionante emoción del paisaje andino, sobrecogieron los ánimos con sus detalles mayúsculos.
A los 6.000 metros, Ramsey y de la Motte, hallan otros viejos trofeos: un bastón con regatón de hierro, perdido seguramente por la expedición de Fitz Gerald, si bien en un primer momento se supuso que era de Stepanek, pero una carta aclaratoria de Gossler, certificó que su compañero no usaba dicho bastón, sino piqueta.
Sin otra variante que sus renovados empeños la diminuta fuerza de escalamiento logran arribar al “bastión rojo” (quizás el Peñón Martínez, bautizado posteriormente), a unos 6.700 metros, con sol alto, siendo casi al medio día, y con clima favorable. Los genios, centinelas del gigante, duermen.
Las torres del Aconcagua, a manera de fortaleza, se alzan más atrás como muros prestos a la defensa.
Se impone una tregua. El aire bonancible, aún permite el lógico esparcimiento de los abatidos andinistas, que apuran, aunque sin apetito, algunos víveres y un reconfortante cóctel. Y más todavía: los hombres durmieron un cuarto de hora al amparo de la formidable pared coloreada… Pero en el afán acrece la nerviosidad y en esos escasos instantes, 12,30 horas, ya están de pie y sin meditar casi, trepan por las trabajosas pendientes del Gran Acarreo en procura de la Canaleta final.
Cuatro horas luchan todavía en aquellos 300 metros de agonía que después jalonaran tantos fracasos. Paso a paso, con exasperante lentitud, van ascendiendo las dos figuras encorvadas por el callejón que desemboca entre el filo de las dos cumbres del Aconcagua.
A las 16,30 horas, Ramsey y de la Motte, pisaron el techo cordillerano. Caen sobre las rocas en gesto de exhaustivo cansancio. Y ya se advierte por los filos irregulares de las agujas que horadan el cielo, la sigilosa aparición de los helados espectros que reinan en la altura.
Las nubes rozan los bordes de la montaña, empujados en tropel por el acerado viento que penetra los trajes, las carnes, los huesos.
Los expedicionarios en escasos minutos toman fotografías, depositan sus piquetas con iniciales en los mangos (A. R. y E. M.), en el mojón de Zürbriggen y sin pausa retroceden en dirección al campamento alto.
Con la puesta del sol retorna la calma. Una maravillosa lumbre lunar corteja a los vencedores, que, a las 21,30 horas, alcanzaron agotados la carpa anhelada. Sin tiempo para alimentarse, los andinistas tantean las bolsas de dormir y se duermen, apenas quitándose las duras botas herradas.
Una rutilante noche pinta de azul los quebrados contornos en el centro de cuya inmensidad descansan los nuevos triunfadores del Aconcagua.
Un día después, el 6 de marzo, Ramsey y de la Motte, entran victoriosos al campamento base de Plaza de Mulas. El Aconcagua, vértice del anfiteatro de montañas nevadas que lo circundan, escruta desde su formidable paramento la pequeña patrulla que ahora se aleja, luego de clavar en el pináculo argentino, la piqueta que testimonia el quinto triunfo del hombre sobre el Centinela de Piedra.”
En el año 1931, el alpinista inglés Edward de la Motte, realizó la tercera ascensión del Volcán Lenin, sin saber de las dos primeras, lo cual en su momento dio a conocer como si hubiese sido la primera; posteriormente, la revista del Alpine Club inglés, rectificó los hechos.
“Comenzaron la ascensión el 8 de febrero de 1931, la cordada estuvo integrada por A. T. Howart y Edward de la Motte, tomando como punto de partida el lago Tromen, el propio Edward, nos decía: “El mencionado día salimos a las 17,00 horas, para hacer campamento en lo posible lo más cerca de los límites de los bosques. Después del camino de Mahuil Malal, los cañaverales impedían el paso poniendo a prueba nuestra paciencia.
Marchamos hasta las 21,30 horas, hora en que queríamos levantar nuestro campamento, pero, aunque parezca mentira, no encontrábamos agua en un bosque tan exuberante. A las 02,00 de la madrugada abandonamos nuestro campamento, llevando con nosotros únicamente lo indispensable.
A las 04,45 horas, alcanzamos el primer pedazo de nieve situado más o menos a 2.130 metros, continuamos luego nuestro camino por monótonos faldeos de cenizas volcánicas mezcladas con piedra pómez.
A las 11,15 horas, comenzamos a escalar la parte más inclinada que se encuentra a 3.200 metros de altura. Una cresta de piedra pómez nos facilitó el ascenso hasta los 3.500 metros. En ese punto nos atamos a la soga, y atravesamos una quebrada cubierta de excelente nieve, situada entre dos elevadas crestas.
Alcanzamos a las 14,00 horas una saliente a 3.680 metros, desde donde pudimos divisar el resto de la ascensión. Los faldeos de hielo situados a esta altura con una inclinación de 45 grados, no ofrecen peligro por carecer de grietas.
Una pared de hielo nos impresiona, pero después de 45 minutos de marcha, vemos coronado nuestro esfuerzo.
Toda la cordillera se presenta a nuestra vista. Desde el lago Huechulafquen hasta el majestuoso trío, Tronador, Osorno y Puntiagudo, que divisamos en el Sur.
En el Noroeste distinguimos el Villarrica, cubierto de un manto de hielo hasta su más bajo nivel, ostentando un sombrero de humo y en el Norte se levanta el Llaima, que también despedía una columna de humo.
La cumbre del Lanín consiste en un techo de nieve surcado por el viento, cubierto de carámbanos formado por el mismo. No hay rastro de cráter.
El descenso se efectuó por la ruta de ascenso, resultando los campos de nieve excelentes para deslizarse. Llegamos a nuestro campamento a las 19,00 horas. Así concluía otro ascenso de la Motte, en nuestra Patagonia.
Fue elegido por el Alpine Club en octubre de 1934, para una muestra que incluyó el ascenso del Aconcagua de 1928, el tercer ascenso del Lanín en el año 1933, cuatro intentos en el monte Tronador; luego de este evento, uno de los lugares de este famoso volcán, un filo, lleva su nombre, el filo de la Motte en el Monte Tronador.
Luego de hacer cumbre y a su regreso el andinista Germán Claussen, en el Anuario del Club Andino Bariloche, de 1934, nos decía La Motte : ”El jueves 1 de febrero de 1934, me encamino nuevamente hacia el Tronador y llegó al lugar bautizado por Meiling, “Las Cuevas”. Poco antes de llegar a la mismas lanzo un grito, y sobre las rocas aparece sorprendido la figura del dueño de casa, el doctor Neumeyer y a su lado descansando el ingeniero de la Motte, a quien no conocía, si bien algo había leído y oído de sus hazañas andinistas.
Ambos habían vuelto de una excursión de exploración por los ventisqueros. Entregué un pato asado que llevaba, el otro había llegado a destino mi estómago, dos horas antes. Pasé un día con los hombres de la caverna. Era esta una cueva hospitalaria. Había cuanto deseaba el corazón, en este caso el estómago de un andinista.
Mi regreso del Tronador a Bahía López, algo afligido me despido de ellos el 2 de febrero, a eso de las doce horas. La picada hecha por Emilio Goye, baja en su parte superior por el filo Meiling-Tutzauer, tendido entre los valles del Alerce y del Castaña Overa. En el punto donde la picada toma bruscamente rumbo a este último arroyo, nace un zajón que da casi en línea recta al lado opuesto, es decir al valle del Alerce.
La entrada al zanjón es difícil por las piedras que se desprenden al descender. Su inclinación grande no disminuye, sino a los pocos cientos de metros del arroyo Alerce, saltos de agua, aún secos en esta época, lo que retardan la marcha.
Descanse dos horas a la orilla del Alerce. La cuenca del valle en esta parte, sobre la margen derecha del arroyo la forma un extenso mallín, con pozos y aguas estancadas, conocidos vulgarmente como “ñadis”, este mallín desagradable, quizás interesante para botánicos y entomólogos, se extiende hasta la pendiente Oriental, cuyo bosque espeso es cruzado por las sendas de explorados vacunos. En dos horas de marcha se llega ascendiendo a la división de aguas entre lago Frey y el arroyo Alerce, división que coincide con el Divortium Acuarium Interoceanicum. Este divortium sube al Norte al cerro Mar de Piedras, tomando rumbo al Paso de las Nubes y a la Laguna de la Carne, y por el otro lado hacia el Sur, se dirige al cerro de la Muerte, dejando la Laguna de la Carne al Norte, pasa por varios picos, rodea el Lago Luisa, sube al cerro Bonete, llega serpenteando al macizo del Catedral y cae a las morenas que yacen entre los lagos Mascardi y Gutiérrez. Al proseguir la marcha encuentro a las 17,00 horas, una picada, más la hora avanzada no me permite seguirla. Debo tomar directamente a la Laguna de la Carne, problema interesante por no ser visible desde ningún punto de la ruta descripta.
Grande fue mi desengaño al llegar; la linda playa donde soñaba llegar y para pasar la noche, no existía. Esta laguna es grande y digna de ser visitada y fue explorada y descubierta en el año 1899, por el ingeniero Frey, conjuntamente con el lago que lleva su nombre en sus exploraciones al servicio de la Comisión de Límites. Como y porqué fue bautizada de la Carne, sabe contar don José Crettón, mejor conocedor de la zona. Desagua por un arroyo que se precipita al Lago Frey. La depresión grande da al “Seno de la Trinidad”. Con muchos troncos de lengas caídas, se puede hacer una fogata gigantesca, alumbrar el bosque fantásticamente y pasar la noche sin cama, pero en compañía de la bombilla.
El sábado 3 de febrero hubo carreras con algunos pichones de caiquenes -avutardas- que aún no sabían volar. El terreno les dio tanta ventaja que las perdí de vista a todas. Poco después, las enanas hayas se empeñaron desesperadamente de cerrarme el paso hacia el Este.
Luego la ruta asciende a casi los 2.000 metros, descubrí una lagunita, que por pequeña que sea no puede estar sin nombre y me dirigí al cerro Frey, que por este lado aparece muy tendido. Desde este punto es fácil descender. En la última depresión antes de llegar al cerro Capitán, descendí al valle superior del arroyo Gemelos y a las picadas mías.
Llegué hasta la Casa del Bote sobre el Brazo de la Tristeza, donde pernocté el domingo 4 de febrero, seguí después del mediodía, llegando a Bahía López a las 16,00 horas, donde gentilmente atendido por sus moradores, pude recuperar mis fuerzas. Me puse en comunicación telefónica con el Club Andino, y a las 21,00 horas salí para Bariloche; con los socios y miembros del mismo, ingeniero Emilio E. Frey y Otto Meiling, que me vinieron a buscar.
”A continuación, el relato del doctor Juan J. Neumeyer, en el intento de ascensión al monte Tronador, con el Ingeniero Edward de la Motte, extraído del mismo Anuario del Club Andino Bariloche y del mismo año, nos decía:
“Hago esta descripción porque puede tener cierta importancia por la ascensión malograda por los ingenieros Walter Durando y Sergio Matteoda, ocurrida el mismo día y por la comprobación de la ascensión de Claussen.
“Salimos a las 01,50 horas de nuestro campamento, que se encontraba algo más arriba de la Cueva de Meiling. Recuerdo que el barómetro había bajado algo; había luna y cielo estrellado. En el filo del Paso de las Nubes, había algunas nubes bajas. La nieve estaba dura y marchamos rápido; de los 2.400 metros para arriba se presentaron algunas ráfagas de viento, pero no son tan molestas como en nuestra tentativa anterior. El cielo estaba limpio, solamente en el Sudeste estaba algo velado.
A las 05,55 horas, estábamos en el hoyo del Pico Argentino (actualmente, La Depresión).
Aquí esperamos la salida del sol. Nos refugiamos en la carpita auxiliar que nos protege contra el viento y nos permitía dormir de a ratos. A las 07,25 horas, abandonamos el Hoyo, de altura aproximada 3.050 metros, la carpita, el Primus y algunos víveres. El sol calienta algo y nuestro optimismo sube con la temperatura.
Siguiendo las huellas de Claussen, llegamos al filo que conduce al Promontorio, nosotros encima de un mar de niebla, en el cual aparece el Lanín, a semejanza de una isla, mientras que el Osorno parece cubierto de algodón. El cielo está sin nubes. Sopla viento fuerte del Oeste, pero estamos protegidos por el lado derecho del filo.
Atacamos al Promontorio. El sol ha derretido los escalones de Claussen, en las partes más inclinadas. Quedamos admirados de la audacia de nuestro antecesor. Los brazos están fuera de training y se cansan en el trabajo de hacer escalones.
En las últimas rocas del Promontorio descansamos y comimos algo. Con la vista seguimos los escalones de Claussen debajo de las rocas de la cumbre hasta el techo, donde la inclinación es más suave. Así no hay dudas acerca de la hazaña realizada por Claussen, porque la última parte no puede ofrecer dificultades serías. Salimos de las rocas abrigadas donde dejamos una caña colihue y una banderita de lata con la inscripción C.A.B., a una altura de 3.411 metros. Las nubes se levantan escondiendo el sol. Un viento huracanado nos recibe. La soga entre nosotros hace el efecto de una vela. Felizmente el filo de nieve es ancho y no hay peligro de perder el equilibrio. Avanzamos con tenacidad. “Esto es una locura”, dice De La Motte.
Ahora él, va primero, yo espero acurrucado con la piqueta clavada en la nieve profundamente. No moverse con este frío es poco agradable. Aquí la roca ya no ofrece abrigo porque el viento forma remolinos, la parte suelta de la soga vuela hacia arriba. Miro las rocas por si acaso podría variarse la ruta de Claussen, pero la escarcha que la cubre no es nada alentadora. Cuando estaban por terminarse los 30 metros de la soga, De La Motte deja de cortar escalones, y vuelve a bajar.
El tiempo va empeorando y estamos de acuerdo para emprender el regreso a las 10,30 horas. Cuando abandonamos el filo del Promontorio, nos envolvió una densa neblina. Este lugar de “Bergschrund” es tal vez el mejor sitio para pasar una noche voluntaria o forzosa.
El hoyo donde tenemos la carpita está en peligro de un lado, por la caída de bloques de “Firn” (nieve dura); además el olor a azufre es poco agradable, sobretodo en los días de calor. Alzamos las cosas dejadas y seguimos, son las 12,30 horas. La nieve comenzaba a ablandarse. La orientación era un poco difícil, los rastros desaparecían.
El cielo y la nieve tienen el mismo color blanco uniforme. Felizmente de vez en cuando vemos un punto característico: una roca, un derrumbe y las direcciones de las grietas, nos ayuda mucho.
Así llegamos a la travesía del lomo de nieve, que sube desde el filo entre los ventisqueros Manso y Castaña Overa. De aquí para abajo el viento aumenta y se lleva el resto de nuestro buen humor. La nieve estaba húmeda y blanda. Nos mojamos de arriba abajo. Es una suerte relativa tener viento en popa, porque siento un hilo de agua fría que me corre por la espalda. Casi nos derriba a veces la fuerza del viento.
El color de la nieve es traicionera, porque nos hace ver rastros falsos. Al fin llegamos al lomo de nieve del campamento, sin habernos desviados mucho de la ruta de ascensión. Brújula y altímetros son instrumentos recomendables, pero de un valor relativo, sin mapas buenos.
Estamos contentos cuando vemos los rastros claros y al pisar piedras; pronunciamos las últimas maldiciones, en varios idiomas por la mojadura. A las 15,00 horas estamos en la Cueva. De La Motte me ofrece un tónico escoses y desnudos nos metemos en las bosas de dormir.
Afuera truena el viento contra la roca. No puede haber mucha diferencia meteorológica entre este lado argentino y el opuesto chileno, sobretodo cerca de la cumbre. Cuando nos sorprendió el tiempo malo, los andinistas italianos desaparecidos estarían a pocos cientos de metros de nosotros. Uno de los peones chilenos al servicio de los desaparecidos me dijo: “que aquella mañana a las 08,00 horas, también había observado cielo azul”. Hay que tener en cuenta la diferencia horaria de una hora entre Argentina y Chile. Así concluyó el primer intento de ascensión al Tronador por parte De La Motte.
El Sosneado es una cumbre de Los Andes argentinos, ubicada en el departamento San Rafael, en la provincia de Mendoza. Con una altura de 5.169 metros SNM., es la montaña de más de 5.000 metros más austral de la Cordillera de los Andes ya que el cerro Risco Plateado, ubicado más al Sur, dentro del departamento de Malargüe mide 4.999 metros, Íntegramente en territorio argentino, de su ladera Sur, nace el río Atuel, uno de los principales ríos de la provincia.
En sus cercanías, se encuentra el cerro Seler, lugar próximo donde se estrelló el avión de la Fuerza Aérea Uruguaya con jugadores de rugby del equipo Old Christian, en el año 1972, hecho conocido como Milagro de los Andes.
El ascenso fue realizado por Edward de La Motte con un compañero, según el informe publicado en el Anuario de Club Andino Bariloche del año 1936, quien en su informe nos decía: “La ascensión se produjo el 17 de febrero de 1935, por el ingeniero Edward de la Motte y un compañero.
El Monte Sosneado, está situado a 34° 45’ de latitud Sur y a los 70° de longitud Oeste de Greenwich. Partiendo hacia el Norte desde Tierra del Fuego, es el primer monte que excede la altura de 5.000 metros y como tal determina el límite Sur de las grandes cimas sobre las cuales el doctor Reichert, ha escrito en su renombrada obra “La exploración de la Alta Cordillera de Mendoza”.
“El acceso se efectuó por el Ferrocarril Pacífico hasta San Rafael, desde donde es necesario un recorrido de 150 kilómetros, para transportar a los turistas hasta la estancia El Sosneado, en el margen de la cordillera, donde pueden conseguirse mulas a precio reducido, siendo por esto y otras razones, el lugar más indicado para punto de partida, de cualquier actividad andina en esta región. Desde aquí, el valle del río Atuel, tuerce bruscamente hacia el Norte y el turista se encuentra frente a un circulo de ventisqueros y cerros vírgenes, una región ideal para ascensiones con acceso fácil desde Buenos Aires.
Su clima seco es digno de la atención de los turistas, que disponen de poco tiempo para sus andanzas. El Sosneado llamaba poco la atención, pues se conocen datos de una sola ascensión que fracaso por falta de vivires.
Del Este, El Sosneado, se yergue desde la base en grandes precipicios de roca cubierta de hielo y por sus grandes proporciones domina la vista de la estancia. Ofrece sin embargo un aspecto muy distinto, desde el Oeste donde largas laderas de detrito casi libre de nieve suben hasta la muralla de piedra de 40 metros de altura que guarda la cúspide. Se vio que una gran ascensión por el Este ofrecería grandes dificultades y probablemente ciertos riesgos por las avalanchas en vista de la estación a fines de la primavera, por lo tanto, no se perdió tiempo en recorrer el valle para conocer el Oeste de la montaña.
Una ascensión al Paso de las Lágrimas, dio lugar a un reconocimiento detallado del lado Oeste, y se vio que fuera de alguna dificultad en el último paredón rocoso, una ascensión sería factible de este lado.
Por consiguiente, se abandonó el campamento principal el 15 de noviembre, campamento del Valle del Atuel, llevando suficientes víveres para cuatro días y haciendo campamento a unos 3.400 metros más o menos, en la vertiente, entre el Naild y el Colorado.
Debido a fuertes temporales de nieve del mes pasado, nos fue imposible seguir adelante con las mulas. Pero como aún nos faltaban 10 kilómetros, para llegar a la cima decidimos llevar una carpa liviana y suficiente víveres para tres días al hoyo del faldeo Norte, a unos 4.300 metros, que parecía distante a unas seis horas de la punta.
Este plan fue llevado a cabo el 16 de noviembre, estableciéndose campamento en el lugar anteriormente determinado y el 17 de noviembre se alcanzó la cima, en poco más de 6 horas.
Fuera del último paredón de roca, la ruta seguía por fáciles laderas de nieve y de piedras sueltas, no encontrando dificultades serias. Habíase observado desde abajo que la pared de piedras no era regular y desde su presencia se vislumbraba más o menos que una grieta aparecía al centro del lado Oeste.
Desgraciadamente ningún detalle pudo observarse, pues una cresta del paredón se interpuso, más indudablemente era ese el lugar al cual debíamos dirigir la intentona; al llegar al pie del paredón, se comprobó que la observación estaba bien fundada, pues la grieta se transformó en ancha hendidura que llevaba sin dificultad a la plataforma de la cúspide.
La plataforma tiene la forma de herradura, restos de un extinto cráter, pues El Sosneado, como la mayoría de los picos de la región, fue en su tiempo un volcán, y su cúspide está en el extremo Sur del paredón.
La plataforma se encuentra libre de nieve a causa de los fuerte vientos que soplan del Oeste, pero una cornisa de nieve comienza a la bajada del faldeo Este, inmediatamente que ésta abandona el filo de la punta.
En caso de áridas laderas que dan al Oeste, respaldadas por cimas que miran al Este, recubiertas de nieve o hielo es frecuente en los Andes, siendo el Aconcagua, un ejemplo de gran escala: este puede ser ascendido, en verano por el costado Noroeste, casi sin pisar nieve, un caso que los turistas que solo han visto su lado Sur cubierto de nieve, encuentran difícil de creer.
Al bajar de la cumbre pasamos otra noche en el campamento 2, y el 18 de noviembre, se transportó al campamento 1, en donde las mulas prestaron otra vez sus servicios, transportando equipos y participantes al cómodo campamento del río Atuel. Así concluía esta ascensión en el Sur de la provincia de Mendoza.
En el año 1940, Edward de la Motte, realizó junto a un compañero boliviano de apellido Torres, la ascensión al cerro Illimani, datos que se han extraído de una publicación realizada en el órgano de difusión del Club Andino Bariloche, el cual, hacia referencia sobre el artículo, lo siguiente:” El informe que publicamos a continuación ha sufrida algunas modificaciones en su redacción a fin de “suavizar” los términos en que, primitivamente, fuera redactado y no lesionar sentimientos patrióticos de algunos socios del C. A. B., entidad que, por sus mismos Estatutos, es esencialmente apolítica. Por otra parte, creemos que todo verdadero amante de la montaña estará de acuerdo con nosotros, en que sus cimas eternas y puras, deberán estar por encima de las pasiones políticas.
Luego de hacer esta aclaración, que seguro nos muestra lo duro en su contenido del artículo original realizado por de la Motte, a continuación, daremos el informe del andinista inglés, que nos decía:
“El Illimani es el centinela de la ciudad de la Paz, sede del gobierno de Bolivia. Su altura oscila entre los 6.400 y 6.500 metros, no ha sido aún fijada definitivamente por triangulación, pero todas las lecturas de altímetros efectuadas, hasta ahora concuerdan en que la montaña tiene más de 6.400 metros. Esto empero, es de una importancia muy relativa. Lo que importa es que es un pico de singular hermosura y sus tres cumbres englaciadas, se yerguen sobre La Paz, muchas de cuyas calles, se terminan con la magnífica vista de los inmensos ventisqueros del gigante.
El pico Sur, es el más alto, y en el se desarrollaron los sucesos que pasamos a relatar.
El 22 de marzo de 1940, tres personas emprendieron la ascensión de la montaña. Sorprendidos por un temporal a los 6.000 metros, pernoctaron en una cueva cavada en el hielo, con sus piquetas.
Al día siguiente alcanzaron la cima, y “con todo desparpajo”, plantaron en ella una extraña bandera en la que los emblemas de una nación extranjera aparecieron dominando a los colores nacionales bolivianos.
De regreso a la ciudad, publicaron fotografías de este hecho insólito, lo que motivo una expedición de desagravio, organizada por el Club Andino Boliviano.
A tal fin, salieron cuatro socios, dos de ellos llevando el propósito de ascender a la cima, mientras que los otros dos debían permanecer en apoyo, siguiendo el sistema perfeccionado durante estos últimos veinte años en el Himalaya.
La ruta de ascenso fue la seguida por expediciones anteriores. Se estableció un campamento alto a los 5.500 metros, sobre un pequeño hombro de roca que sobresalía del hielo, y que requirió dos pequeños muros para permitir la instalación de la carpa.
Saliendo de este espacioso lugar a las 06,30 horas, del día 7 de abril, la cumbre fue alcanzada a las 12,50 horas. La nieve estaba en excelentes condiciones y con grampones no se encontró ninguna dificultad. Había algunas grietas bastantes grandes, pero todas ellas franqueables en algún lugar.
Fue una ascensión sumamente fácil a la vez que sumamente interesante por las vistas magníficas que se presentaban, tanto sobre el macizo mismo, como de la región de los bosques vírgenes situados al Este.
Fue con sorpresa que alcanzamos sanos y salvos la cumbre, pues de acuerdo a la descripción de la ascensión anterior, publicada en los diarios bolivianos, se esperaban toda clase de dificultades, y riesgos superables solamente por héroes, y nosotros, cabe decirlo, no éramos héroes sino un novicio boliviano efectuando su primera ascensión de montaña y un inglés ineficiente.
A pesar de las dos semanas transcurridas la bandera intrusa estaba todavía en la cima. Fue arrancada sin ceremonias dejando en su lugar un simple colihue con un pañuelo atado.
Después de esto no quedaba más nada que hacer, sino que gozar de la tarde perfecta y de una vista única. Toda la Cordillera Real, desde el Illampu hacia el Norte, hasta los picos pocos conocidos del Quimsa Cruz al Sur, se presentaban con sus enormes ventisqueros bañados por el sol tropical, y al Este, kilómetro tras kilómetro, se extendían las selvas vírgenes del alto Amazonas.
Luego se emprendió el descenso, llegando al campamento base, 4.200 metros, a las 19,30 horas, cansados pero satisfechos”
Así finalizaba el relato de la expedición al Illimani.
En el año 1946, se trasladó La Motte a Bolivia nuevamente, donde lideró un grupo de andinistas que ascendieron el nevado de Sajama, cerro más elevado de Bolivia. Este grupo, en el que también participaron T. I. Rees, W. Tienken y Thomas Polhemus completó la ruta inconclusa del austriaco Joseph Prem y el italiano Piero Ghiglione por la arista Noroeste.
El día de este ascenso al Sajama cobró su primera víctima, puesto que Thomas Polhemus se separó del grupo, desapareciendo y nunca más fue encontrado.”
Después de este ascenso en los siguientes 10 años Edwar La Motte desarrolló su actividad en diferentes continentes Asia y África en especial, como ingeniero y con diferentes actividades.
Su amplia experiencia también incluyó planes y desarrollo de forestación y aprovechamiento de los ríos.
Fue en la primera etapa de esta labor, iniciada en enero de 1958, para una línea en el África Ecuatorial, donde perdió la vida con otras cuatro personas.
El fallecimiento de manera accidental e inesperada de este montañista, cuando sólo tenía 57 años, fue muy sentido por todos los que lo conocieron, asombrados por el hecho se dijo que : el helicóptero parece haber sido alcanzado por un rayo y haber estallado en llamas.
La gran asistencia al servicio conmemorativo celebrado en St. Margaret's Westminster, el 26 de febrero, fue un testimonio impresionante de la alta estima y de la gran aceptación de la que gozara.
En el Alpine Club, debido a haber vivido tantos años en el extranjero, no era mayormente conocido. Poseía una licencia de piloto A, para vuelos privados y fue un navegante entusiasta y un montañista excepcional.
Según H. W. Turnbull: En mi experiencia, pocos escaladores lo han igualado y ninguno lo ha superado en estas cualidades de habilidad y cuidado por los demás en la montaña. Era un hombre dotado de un inmenso encanto y una tranquila modestia, de una gran integridad. El cariño y la admiración que evocó siempre permanecerán con quienes lo conocieron, y nuestro pésame para con su esposa y su joven hijo de 14 años.
José Herminio Hernández
Andinista y escritor
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