Yo había llevado a mi mujer y a mi hijo mayor, Martín, que tenía 4 años (ahora tiene el Refugio Piltriquitrón, y en el Lanín hizo cumbre en 1989, por la ruta normal). ¡Hijo e´tigre!
Intento 1975
Estamos vencidos. Ya lo acepté pero no me resigno ¿Y si Pablo quiere seguir?, ¿cómo se lo digo? ¿Cómo le digo que estoy fundido?
Son las nueve y media de la noche del quince de diciembre de 1975. Hace tres días cumplí treinta y nueve y cómo los siento. Pablo los cumple igualmente dentro de unos días. Somos amigos y por lo que sea nos llevamos muy bien ¿Tanto se habrá entrenado como para no sentir el cansancio?
Ascendemos lentamente por las primeras pendientes de nieve de la faz sur del cerro Lanín, de 3.776 mts., la altura más importante del Corredor de los Lagos Patagónicos. Es un casi perfecto cono helado que en los días despejados sobresale en el horizonte desde muchos kilómetros de distancia. Pablo avanza delante mío marcando escalones en la nieve dura por los cuales yo lo sigo penosamente (si por lo menos no llevara la mochila...) Cada tanto se da vuelta y dice alguna broma. Lo envidio; hace un rato largo que ni siquiera contesto para no gastar energías. No sé que estará pensando o quizás se da cuenta de mi estado y trata de darme ánimos de esa manera indirecta. Abajo a la izquierda ya en penumbras, los acarreos y el bosque que tanto nos costara superar. Arriba a la derecha (¡Qué cerca!) la barrera del glaciar todavía iluminada con las últimas luces, tiene un aspecto fantástico de color gris verdoso.
Al frente, por encima de nosotros, una dentadura de rocas marrones emerge de la blanca nieve llamándonos a llegar para vivaquear a su reparo. Un esfuerzo más y finalmente llegamos con la noche. Son las diez y la luna sin embargo ilumina en cuarto creciente. Hace buen tiempo. Una brisa leve sopla del oeste y aunque unas horas antes me preocupaba porque traía nubes constantemente, ahora veo que por suerte no se concretará el mal tiempo. Sí, me preocupa el casquete cumbrero, pues si engancha alguna nube, seguro que el mal tiempo no tarda.
Con las piquetas preparamos una plataforma en la que ponemos una manta plástica y encima las colchonetas y las bolsas de dormir. Nos metemos adentro y acostados boca abajo con las cabezas hacia las rocas -que son lo suficientemente altas como para suponer que no protegerán del viento-, por fin podemos descansar. En el hueco que deja la nieve al juntarse con la roca, preparamos para "cocinar". Estoy acostado boca abajo y estirando las manos preparo jarro tras jarro de diversos líquidos calientes. Fundo nieve en el calentador y hago té con azúcar y CalcevitA, otro jarro: chocolate y leche en polvo, otro jarro. Pablo no habla y cuando lo hace a través de la bolsa dice cosas incoherentes. Me resulta rara esa actitud, ¿estará tan cansado como yo?, ¿se sentirá mal?. Al día siguiente, en el campamento del lago, entre risas, contaría que pedía una lata de ananás en almíbar.
Los últimos tramos hasta el vivac los hicimos gracias al gramponeo de él. ¿Y mañana? ¿Qué pasará mañana? Con el clima. Con nosotros. Preparo más jarros de líquido tibio; es tanta la sed que a veces apenas se empieza a derretir le agrego sal y CalcevitA y... adentro, mitad y mitad con Pablo.
Las horas pasan, miro el reloj. La una. El cansancio es tanto que no logro relajarme y dormir. La luna ilumina todo. Miro hacia el sur apenas inclinando la cabeza y veo muchas nubes cubriendo los cerros por debajo de nosotros. En el horizonte los cerros Tronador y Catedral descubren sus moles despejadas de nubes. Paulatinamente el viento va aumentando y el último jarro me cuesta calentarlo pues el calentador se apaga. Pablo duerme hace rato y desisto por fin de seguir con el trabajo. Me arrebujo en la bolsa y pienso en retroceso… “Las primeras nieves esta tarde, el acarreo siempre desgastante por la mañana, el campamento en el bosque anoche, el bosque en la tarde anterior”. Suena casi poético, ¡cómo maldecimos entre las cañas! Allí dejamos gran parte de nuestras fuerzas. Unos días antes habíamos llegado en mi gauchito Renault-6 azul, con mi mujer Mabel y mi hijo Martín de tres años, desde Buenos Aires. Habíamos acampado a orillas del lago Huechulafquen, en ese lugar tan especial con araucarias de la cordillera, en Neuquén.
El objetivo de ascender la pared sur por la difícil "colada" del glaciar ya lo teníamos estudiado en nuestras reuniones de café porteñas. Hacía muchos años que se había hecho la primera ascensión por esa ruta y exactamente veinte que se había realizado la última, en febrero de 1955 (ver Anuario del Club Andino Bariloche Nº 24). Desde entonces, inexplicablemente, nadie había vuelto a ascender la cumbre por allí. De modo que consideramos muy interesante conseguirlo.
Salimos una tarde un poco a la "dale que va". En el puesto de gendarmería no encontramos demasiada receptividad a nuestra presentación. Tampoco pudimos ver a ningún poblador baquiano del lugar, como para preguntar por la picada de aproximación. Quizás ese fue nuestro más grande error de subestimación; no guiamos por un mapa turístico que nada tiene que ver con la cuestión de escalar una montaña. En él figuraba un sendero por la margen derecha del arroyo Rucu Leufú, que conducía al lago Tromen faldeando el Lanín por el este y supusimos con ligereza que nos llevaría a nuestro objetivo. Para colmo en el momento de salir se presentó el guardaparque con cara de pocos amigos a decirnos que debíamos portar un permiso especial de ascensión, dado que estaba en vigencia una nueva disposición que declaraba el lugar como intangible. Pudimos solucionar el problema mostrando nuestras credenciales del Centro Andino Buenos Aires y explicándole que éramos andinistas veteranos. El propio guardaparque, como nunca había subido, avaló nuestra equivocación y se ofreció a dejarnos con su vehículo al comienzo del sendero. Allí comenzó nuestro vía crucis. Parece exagerado, pero para el que alguna vez se perdió entre cañas coligüe no lo es. Jaulas de cañas entre las cuales uno se ve condenado a cadena perpetua, se alternan con lenga achaparrada de imposible paso si no se cuenta con un machete y que obliga casi siempre a reptar por encima de ellas a dos metros del suelo.
Habíamos leído el anuario C.A.B. para recrear la escalada, pero no pudimos deducir nada sobre la aproximación. Ahora en mi vigilia pienso que es prioridad 1 conocer este tipo de datos antes de encarar cualquier ascensión. Se trata de ahorrar el máximo de energías para encarar la escalada propiamente dicha, "con tutti".
Fue así como llegó la noche en esa primera jornada olvidable y gratuitamente agotadora. Comimos y dormimos en un hermoso lugar junto al arroyo fuertemente rumoroso como todo buen río de montaña. A la mañana siguiente emprendimos la marcha temprano y enseguida tuvimos que vadear pues el cauce se bifurcaba. Desde las últimas horas del día anterior dejamos de ver la cara sur, porque la tapó el cerro Negro que es un contrafuerte del Lanín. A medida que íbamos remontando el arroyo hacia el oeste, la vamos descubriendo nuevamente y allí comenzamos a dudar del camino seguido. Igual vamos a llegar, pero en un recorrido mucho más largo. Intuimos que subiendo por la margen izquierda del Rucu Leufú y entrando entre los cerros Negro y Litrán, se llegaría rápidamente al final de la vegetación y por consiguiente a las primeras nieves. Luego a mayor altura lo corroboraríamos.
Pasamos cerca de unas cascadas que forma el arroyo, que cae directamente del glaciar. Son bastante altas y muy hermosas. Seguimos ganando altura. Ya abandonamos el bosque pero tropezamos con acarreos bastante flojos. Llevamos con nosotros un termo picniquero lleno de té preparado con azúcar, que resulta ser muy bueno. Para mí es todo un descubrimiento usar este adminículo en una escalada. También llevamos una cantimplora que vamos llenando con agua fresca a la que le agregamos CalcevitA y sal ¡Bárbaro! Es como tomar agua en casa. Por fin alcanzamos el filo del acarreo y... fin del segundo esfuerzo -ya se sabe lo que son estos suelos flojos-. Allí me siento muy agotado, se ve que no estoy ni por aproximación, en mi mejor forma. Me desmorono junto a una pequeña roca y me doy sombra con la tapa de la mochila. Pablo, muy estoico, baja medio acarreo hasta un manchón de vegetación en el cual creemos ver titilar el agua. Tenemos los dos recipientes vacíos y todavía debemos andar mucho. El sol cae a plomo. Es poco más del mediodía. Todo es silencio y calor. Luego de comer un puñado del maní japonés que compone nuestra ración de escalada me quedo dormido. Al rato aparece Pablo y ¡por suerte! con el preciado líquido. Nos quedamos allí un rato sentados, dormitando al sol. Calentito... Me duermo al sol.
Me duermo a la luz de la luna. El vivac. La una y media. Mientras me relajo pienso en todo aquello. Estoy caliente dentro de la bolsa como hoy a la tarde al sol del acarreo ¿Qué pasará mañana?... Miro el reloj. Las dos. Me acabo de despertar por un violento aletear de mi bolsa. Un verdadero vendaval. Veo el cielo totalmente estrellado, ni una nube. La luna ya ha desaparecido, por suerte no es tormenta con agua, pero el viento es huracanado. Aseguro el equipo en los agujeros entre la roca y la nieve sin salir de la bolsa. Pablo hace lo mismo. No hablamos. Sólo queremos volver a dormir. El viento es implacable. Me meto completamente dentro de la bolsa y la cierro por encima de mi cabeza, pero por el pequeño agujero que queda se cuela el viento. El batir de la tela hace que se corra el plumón de relleno y el nailon queda expuesto al frío exterior trasmitiéndolo a mi cuerpo. Se terminó el bienestar. En todo el resto de la noche no pegamos un ojo. Por el agujero de la bolsa voy viendo como amanece. Es curioso pero común en la montaña, que habiendo un cielo despejado sople el viento propio de un temporal. Luego el sol. No tengo voluntad para salir de la bolsa. Estoy demasiado cansado. Pablo tampoco se mueve. Pienso que le debe pasar lo mismo que a mí. O tal vez sabe que yo no voy a dar un paso más hacia arriba y por no hacerme quedar mal, finge estar fundido. Las horas pasan. Ya cercano el mediodía entiendo que todo terminó al menos por esta vez. Sólo podemos pensar en regresar. Ninguna cordada con ánimo de hacer cumbre se pone en movimiento al mediodía.
Ya fuera de la bolsa comentamos la mala noche pasada y después decidimos ir a ver la famosa "colada" de cerca. Es lo menos que podemos hacer habiendo llegado hasta allí. Mientras nos ponemos los grampones comemos las raciones de escalada sin calentar nada. El viento sigue y, aunque menos violento, sería imposible encender el calentador. Salimos. La una del mediodía. Está espléndido de sol y frío. Para llegar al pie de la colada del glaciar subimos una pendiente de nieve semidura. Podemos ver el desarrollo de la pared de hielo. Tal cual la veíamos desde abajo no tiene un acceso fácil. Por lo menos este año. Es puro hielo. Sin nieve. Conocido técnicamente como hielo de corredor. Más lejos hacia la derecha hay una falla que parece no tener dificultades para treparla, pero es muy riesgosa por las paredes extraplomadas que la circundan. Confirmamos entonces que la cosa es allí, donde estamos.
Una cordada mejor entrenada y con técnica de doce puntas podría superarla. El hielo es vidrio. Durísimo. Probamos con la piqueta y pensamos que tallar escalones llevaría mucho tiempo. Lo mejor es doce puntas y relevos; dos personas como máximo por cordada, sobre todo teniendo en cuenta que los relevos hay que hacerlos sobre los grampones o sobre estribos. Por lo menos en las condiciones de este año. La colada tiene una inclinación general de 45º, pero está formada por sucesivas terrazas alternadas con paredes verticales diez o quince metros. El paredón de hielo recorre toda la pared sur en forma de dos amplias curvas, desde el filo sur-este al filo sur-oeste. Menos de veinte metros de altura no debe tener, alcanzando los treinta o cuarenta supuestamente. Vemos caídas de hielo en toda su extensión, casi todo extraplomado y es la hora precisa. En cuanto a la colada, es el vértice de las dos curvas que describe el paredón de hielo y prácticamente el centro de la cara sur. Es lo único que no tiene avalanchas. Desde ese lugar -el pie de la colada-, quedarían por superar mil metros de desnivel. A este cerro se lo comienza a subir prácticamente a la altura del nivel del mar y el punto que alcanzamos no debe sobrepasar los 2700 metros. Con Pablo reconocemos que nuestro estado físico no ofrece posibilidades de ascensión.
Hacia abajo la pendiente de nieve se prolonga hasta el bosque y vemos el lago Huechulafquen, su brazo Epulafquen, la angostura y el lago Paimún. A lo lejos reverberan el Tronador y el Catedral. La vista es impagable. Vemos perfectamente la verdadera vía de aproximación que es mucho más corta en recorrido y tiempo: saliendo desde abajo y tomando la margen orográfica derecha del arroyo Rucu Leufú, al que nunca hace falta vadear hay que seguir una picada bastante cortada por el poco uso pero evidente. Esto permite acceder a un punto entre el Hombro y el Contrafuerte, que son fácilmente reconocibles. Allí se comienza a subir hacia el oeste y de esa forma se llega rápidamente, sin cañas y con poco bosque achaparrado, hasta las primeras nieves. Después es cuestión de pegarle para arriba en línea casi recta hacia la colada del glaciar, motivo principal de esta escalada.
Como conclusión puedo decir que la Cara Sur del Cerro Lanín es una hermosa ruta de hielo, ideal para una salida corta -si uno vive en la región-, que exige buenos conocimientos de escalada y merece ser encarada como un objetivo en sí misma. De todos modos esa zona constituye de por sí un motivo de visita por su belleza natural, tanto para los que gustan de la escalada, como para los caminadores de montaña.
NOTA: El verano siguiente Pablo con otro amigo escaló la ruta en cuestión, de lo cual me alegré mucho. Yo concreté ese año mi sueño: el traslado definitivo a Bariloche con mi familia.
Actualmente la Cara Sur del Lanín ha sido ascendida en varias oportunidades, especialmente por escaladores del Club Andino de Junín de los Andes.
He leído el relato de Carlos Rey sobre nuestro intento, en el lejano 1975, de escalada del C° Lanín por la colada Mazzoldi del glaciar de la faz sur y sólo puedo decir que fue una hermosa experiencia que me hizo brotar recuerdos, emociones, viejos auténticos sentimientos de amistad y. .. hasta risas. Sí, me reí dentro mío cuando describe sus sufrimentos por el cansancio y agotamiento físico al ver que yo no los padecía. Simplemente porque yo venía de participar a dos expediciones en la selva valdiviana entre Argentina y Chile, científicas y de exploración que había organizado con dúplice finalidad. Histórica, para buscar el verdadero camino realizado por Fray Francisco Menéndez, y científica, para recoger muestras de agua para la amiga Doctora María Cristina Vucetich la cual se dedicaba al estudio de los tecamebianos. Expediciones en las que estuvimos todos los cinco integrantes al límite de la supervivencia, sea por el enorme esfuerzo por permanecer muchos días seguidos bajo una ininterrumpida y helada lluvia torrencial, sea por tener que movernos por cañaverales y arroyos muy crecidos de difíciles y muy peligrosos vadeos, el todo casi sin alimentos. Cosas de antaño, cosas de antes de la invención del turismo aventura. Cosas de verdadera aventura.
Cosas que interesan a casi nadie, por suerte, ya que fueron sólo de una gran trascendencia para los que participamos. Lo mismo pienso ahora de la aventura con Carlos a la faz sur del Lanín. Sobre la cual creo que no valga la pena escribir sino fuese sólo para recordar cómo, en qué condiciones y con qué elementos íbamos a escalar.
Me causa gracia como Carlos cuenta nuestras tribulaciones en los cañaverales, en los vivacs insomnes, por perder el camino al no contar con mapa alguno, al avanzar por los acarreos de lava donde se da un paso hacia adelante y se retroceden dos, contra el feroz viento patagónico que nos impidió cerrar un ojo durante toda la noche además de helarnos los huesos del esqueleto.
Vuelvo a recordar todo y lo hago con cariño. Nos divertíamos igual, por lo menos yo porque, especialmente en aquellos tiempos de la precomercialización del montañismo y de la aventura, para ir a escalar y ser un andinista, primero había que ser un explorador para poder llegar al comienzo de la verdadera meta: la escalada. Cosa no tan fácil para porteños, nacidos y criados entre un rio grande como un mar y una inmensa llanura, la Pampa, individuos, muchos, que jamás habián visto nevar o pisado nieve o hielo, que se lanzaban, temerariamente, a querer subir montañas lejanas. Todos, o casi todos, autodidactas a la fuerza. Al respecto se puede leer el artículo publicado por esta revista que habla de la ascención al Lanín en 1972 por mendocinos con escasa o nula experiencia. En Baires y alrededores aprendíamos a escalar en los paredones de la Avenida Gral Paz, en una torre del agua en cemento y en desuso o en una chimenea de ladrillos de una fábrica abandonada. Para la escalada en hielo, no quedaba otro recurso que los cucuruchos de una heladería. Para acostumbrarse al frío de la alta montaña, cervezas heladas.
Carlos recuerda que, a pesar de haber dedidido ya “volver a la civilización”, nos dirijimos hacia la colada para ver de qué se trataba. Él comenta que el hielo es vídrio durísimo y que habiamos probado con la piqueta y los crampones. Yo recuerdo que a una sugerencia suya “Pablo, poné un clavo”, le pregunté “¿Cómo se hace?”. Ahora me río. ¡Cuanta inconsciencia!. Es que todo el aprendizaje se hacía practicamente así. Lo que en el lenguaje porteño llamamos “a los ponchazos”. Sin maestros casi. O celosos de enseñar y crear futuros competidores. Recuerdo el refrán “Enseña el oficio y crearás enemigos”. Pero quizás o justamente por eso, yo me sentía empujado más aún a la aventura. Autodidacta siempre fui toda mi vida y es una de las características congénitas que prefiero. ¡Cuantas ganas de ir a la montaña!. Como sea, con lo que se tiene y lo que no se tiene. Recuerdo bien que durante muchos años mis zapatos de “escalada” eran esos botines, garantizados permeables al primer paso por un charco de agua, que Marasco y Speziale hacía para los gendarmes. Pero por otro lado no podían mejorar la calidad por no poder conseguir cueros con buena curtiembe, me explicaron años después cuan los fui a ver como emisario de CABA para ver si podían fabricar algunos de mejor calidad para escalada. La soga “de escalada” era una Armellin para uso náutico, donde el alma y la vaina se desplazaban alegremente como dos elementos libres e independientes.
El casco “de escalada”, para proteger la cabeza de las eventuales caídas de piedras, era un viejo casco de motociclista no escalador. Los estribos para “escalada en artificial” (muy de moda en esos años, los usaban, y abusaban, los grandes maestros como Maestri & co y, como si no bastase hasta ayudándose con un compresor) eran “Fatti in casa” con cordines de nylon y perfiles U de aluminio. Algunos clavos hechos a medida y sobre pedido por algún herrero conocido. La piqueta, una vieja STUBAY con mango de madera, largo como un bastón para rengos. Los crampones, los míos, de hierro y comprados come rezago del ejército, reformados a doce puntas después de haberle hecho soldar otras dos en la parte delantera. Apenas conocíamos los bolts y las nueces, que me fabricaba con caños y perfiles hexagonales de aluminio. ¡Cuantas horas de vida empleadas a auto fabricarme lo que no se podía conseguir por la importación prohibida!. Los friends, ni en sueños. Menos aún el magnesio. Si bien sabíamos de su existencia y de las polémicas que ya desataba su uso en el resto del mundo alpinistico “civilizado”. Por mi parte, siempre lo rechacé. Me daba, y me da, la sensación de hacer trampa. De querer llegar a cualquier costo para superar un paso para el cual o no se está todavia preparado o porque la montaña pide ser respetada. Y éramos felices, por lo menos yo lo era. Viajes en tren en segunda clase porque no había tercera y para no perder el contacto con la gente del pueblo, del PUEBLO.
Tiempos de otros tiempos. Donde todo era más fácil porque era todo más difícil. Y donde una escalada era para divertirse. Por lo menos, para mí, al que nunca interesó la competición. O para una elevación espiritual, para superar a uno mismo, sin mirar a los demás y sin pretenciones de demostar superioridad. Ni cuando se hace una “primera”, o “segunda”. Por esto aclaré al comienzo de este escrito que no vale la pena escribir sobre nuestro intento de subir al Lanín por la faz sur, si no es sólo para recordar cómo, en qué condiciones y con qué elementos íbamos a escalar.
Pablo Cavagnero, Anghiari, 31 de octubre de 2021
Desde la ciudad de Junín de los Andes se va hasta Puerto Canoa después de recorrer 55 km. de ripio, donde debe hacerse el registro de escalada y la revisión del equipo por parte de los guardaparques.
La primera etapa de la aproximación es una caminata de 3 horas hasta la salida del bosque, llegando hasta la base, sigue es un pedrero, que es evidente, ya que hay que ir en dirección a la colada.
El vivac conviene hacerlo lo más próximo al comienzo de la vía y que haya agua, según la época esto puede variar, la ruta se puede hacer de varias maneras, todo depende del aprovechamiento del tiempo y de cuando se salió de Puerto Canoa. Por ejemplo si se salió por la tarde, se puede hacer un vivac mucho antes de la colada y al día siguiente seguir caminando hasta pie de vía y empezar a escalar hasta el próximo vivac en la pared o hacer la vía arrancando bien temprano y de un tirón.
La parte de la vía en sí, tiene un desnivel de 850 metros y su dificultad varía dependiendo de lo entrada que este la temporada estival.
La ruta se puede dividir en dos secciones, la primera está compuesta por la colada, que se hace en 3 o 4 largos con algunos resaltes de 70º y 80º, después viene un neve de 300 metros de 30 a 35º y por último 5 largos más, de hasta 60º, la segunda sección es el glaciar superior que no supera los 30 o 35º.
La dificultad de la vía y la velocidad depende de la cantidad de nieve que esta tenga, por ejemplo en Marzo, el glaciar está casi desprovisto de nieve, con lo que se hace más difícil la escalada.
El descenso se puede hacer por la misma vía, o por la cara norte, teniendo que subir todo el equipo y con la posibilidad de dormir en algunos de los refugios de la vía normal.
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